Vengo de cerrar “mi sala” de Zoom, ese lugar virtual que habito parcialmente de lunes a viernes y, a veces, más porque también el tiempo ha recibido el impacto deformante de la pandemia. Acaba de terminar la sesión de Gabi, que con sus 12 años es el último niño al que atenderé esta semana. Antes de despedirnos, conversamos largamente -él medio dormido en su cucheta y yo rodeada por algunos de los objetos que hasta el 2020 constituían el mundo de lo privado- sobre este “nuevo colegio de mierda”, uno con horarios, clases y deberes, pero sin recreos ni la proximidad excitante de otros cuerpos.
En marzo de 2020, en los albores del confinamiento, muchos analistas salimos colectivamente a revisar las prácticas en función de poder sostener el trabajo analítico con nuestros y nuestras pacientes
Nos hemos visto precipitados a una nueva realidad que ha conmovido los cimientos de nuestra vida cotidiana, de nuestros referentes temporoespaciales y pone a prueba nuestras fronteras psíquicas para poder enfrentarlo y metabolizarlo. Situación global impensable e impredecible que nos sumió en una gran incertidumbre. No había un afuera posible, todo el planeta estaba siendo afectado.
Mi actitud en este tiempo ha sido la de tomar nota de lo que va sucediendo en la clínica, sin apresurarme a tratar de encorsetarlo en las teorías
Observo a la familia M. a través de la pantalla. Les ha costado mucho acomodarse espacialmente para la sesión vía zoom. Los hermanos buscan su lugar a codazos (literalmente). Los padres tratan de mediar, pero los tres adolescentes rechazan vivamente cada uno de sus intentos.
Julieta: (madre) Tenemos que hablar del tema de la colaboración. Juan y yo trabajamos desde que empezó la pandemia todo el día en casa y no damos abasto con lo que hay que hacer. Cuando pedimos ayuda, Axel protesta, pero finalmente hace, pero Lola y Mauro se enojan, protestan y todo termina a los gritos.
El sentimiento de desamparo y vulnerabilidad frente a tal pérdida de apuntalamientos desde lo social potenció en muchos vínculos “estados de irritación” esa especie de escozor que nos produce la antipática e insoportable alteridad del otro
El Sistema Nacional de Vigilancia de la Salud de Argentina (SNVS) registra una tendencia general de un sostenido crecimiento de las infecciones de transmisión sexual en consonancia con los datos de la Organización Mundial de la Salud. Por tomar un ejemplo, las tasas de sífilis en toda la población argentina han aumentado en forma sostenida durante los últimos cinco años, alcanzando una tasa de 56,1 casos cada 100.000 habitantes en todo el país en 2019. Este valor es dos veces y media mayor al registrado en 2015. Adolescentes y jóvenes son quienes presentan las tasas más altas en ambos géneros. La incidencia en el grupo de 15 a 24 años es casi el triple de la tasa en la población general: 153,57 casos cada 100.000 habitantes.
Si bien hemos escuchado eslóganes y latiguillos como “el deseo no se previene” para desacreditar toda práctica preventiva, muchxs analistas intervenimos cuando percibimos un “plus” de riesgo
Presentamos un fenómeno psíquico e institucional paradojal: las crisis de desamparo, que se producen como resultado de una experiencia de cuidado efectivamente prodigada a una persona que ha experimentado graves formas de desamparo psíquico y social y que se encuentra en una situación actual compulsiva de exposición a riesgos de muerte.
Para entender qué sucedió en la crisis de desamparo debemos primero entender cuál es el padecimiento de Cortázar y cómo configuró su psiquismo como efecto de ello.
Con los cuatro tópicos que evoca el título de este artículo, a saber, cuerpo, objeto, jugar y proyecto identificatorio, se defiende y sustenta en este trabajo una convergencia entre algunas tendencias del psicoanálisis y la psicología histórico – cultural en su manera de concebir ciertos fenómenos de la vida psíquica. Una convergencia que, lejos de anular las particularidades de cada una de esas mismas tendencias y posiciones, antes bien las fortalece al conferirles su irreductible valor dentro de una visión clínica integradora del jugar dirigida al hombre real y concreto que, de una manera más inclinada hacia la enajenación o hacia la autodeterminación, es constructor de sí mismo y de su mundo. En las consideraciones finales, de este trabajo, aclararé más acerca de los alcances momentáneos y a futuro de esta visión clínica integradora del jugar que con los presentes argumentos de este artículo estaría comenzando a esbozar, defender y sustentar.
Nunca he sido partidario del eclecticismo ni lo seré jamás. Creo firmemente en que las distintas posiciones, planteamientos y procederes que adopta un buen profesional deben tener congruencia epistemológica entre sí
La pandemia que nos atraviesa hizo entrar en crisis a pacientes, analistas y los tratamientos clínicos. La continuación a través de pantallas dio lugar a algunos debates sobre la pertinencia de su uso. Muchos llegan al puerto dilemático entre tecnofóbicos y tecnofílicos. Algunos descreen que algo del psicoanálisis pueda suceder sin el encuentro presencial y otros afirman que se continuó el análisis por otro medio, en una suerte de pontificación sobre un inconsciente que no conoce frontera alguna.
Los forzados tratamientos a distancia muestran una crisis que atraviesa a analistas y pacientes
Contadas con los dedos de una mano, podríamos pensar cuáles han sido las situaciones en que la experiencia analítica, quedó atravesada en su totalidad -analistas y pacientes-, por circunstancias de una coyuntura omnipresente.
Freud, algún caso clínico relatado por Winnicott en el contexto de la guerra (bombardeo de Londres); y en un salto sin escalas para una referencia local, Argentina de fines 2001/2002 son algunas de ellas.
Podríamos pensar en esas situaciones para asemejarlas con el momento actual. Todas y todos intervenidos por una situación que por magnitud y alcance nos enfrenta a un esfuerzo de pensamiento y análisis muy singular.
Nos encontramos de forma repentina con una importante cantidad de novedosa información de los pacientes: acceso a la intimidad de su casa, muchas veces la presencia y o la presentación de hijos y otros familiares que aparecen
Tener que quedarnos en casa por cierto periodo de tiempo puede hacernos sentir afortunados. Un tiempo para desconectarnos de los deberes cotidianos y disfrutar del ocio y la soledad que abren ese espacio necesario para “estar en barbecho”2, ese limbo sin presiones tan fértil para la creatividad. O también la oportunidad para el encuentro o re-encuentro amoroso en parejas con cierta estabilidad en las que esos tiempos resultan escasos o esquivos. Si bien he tenido la oportunidad de escuchar a algunas personas que han transcurrido los días de aislamiento social preventivo y obligatorio en esta clave, muchas personas, en especial adolescentes, lo han vivido como una imposición insoportable y han tenido que crear diversas estrategias para hacer frente a esta situación no esperada, ni querida y que se fue prologando a lo largo del tiempo, con los consiguientes efectos traumáticos. La ilusión claustrofílica3 de muchos adolescentes si bien en un primer momento se afianzó, devino en claustrofobia, se produjo un divorcio en el maridaje casi perfecto con su Smartphone, el encierro obligado comenzó a provocar sus efectos en la subjetividad. También en muchas parejas que tuvieron que convivir bajo el mismo techo durante veinticuatro horas diarias vienen produciéndose crisis cuando no, separaciones.
¿Cómo ha transcurrido el aislamiento preventivo a causa de la pandemia de adolescentes y jóvenes que no cumplen con los cánones de la cis-heteronormatividad?
Miguel Matrajt es un psicoanalista argentino que se formó en la Asociación Psicoanalítica Argentina. Fue integrante de Plataforma y renunció a la APA en noviembre de 1971. También fue Secretario General de la Federación Argentina de Psiquiatras. Tuvo que exiliarse en México donde fue Director fundador de la revista Subjetividad y Cultura. Además de su tarea clínica, se especializó en cuestiones sobre la Salud Mental y el Trabajo. Entre sus libros se destacan Salud mental y trabajo (1986) y La salud mental pública (1992).
La narrativa de las dolencias sonaba como a un jardín elegante que pretendiera disfrazar un cercano bosque indomable. Palabras sin sentimientos son sólo carne de silencio… Pero los psicoanalistas también escuchamos con nuestro cuerpo
Este libro sintetiza un abordaje original de tratamiento ambulatorio de consumos problemáticos de sustancias. Su autor ha conformado un equipo de trabajo y acumula una experiencia donde combina diferentes intervenciones y recursos. También es un conocido autor de Topía, desde varios artículos hasta su primer libro Te tengo bajo mi piel: psiquiatría y salud mental (2011). A continuación transcribimos un fragmento del prólogo de Hugo Lerner.
El presente trabajo resulta de los avatares cotidianos que enfrentamos los profesionales asistiendo niños, niñas y adolescentes víctimas de abuso sexual. Siendo una temática compleja de abordar, son frecuentes las dificultades tanto diagnósticas como de intervención.
La asistencia de casos de violencia familiar es un desafío para los profesionales de la salud, específicamente con niños y adolescentes que han vivido situaciones de abuso sexual en la infancia. Nos enfrentamos con uno de los traumas psíquicos más intensos, con heridas y consecuencias altamente destructivas.
La adhesión a teorías psicológicas de modo estricto, nos impulsa a insertar el síntoma en un determinado diagnóstico. En ocasiones, las intervenciones fundamentadas en ese marco teórico se alejan de la realidad del paciente
Siempre decimos que hay muchas adolescencias. No es lo mismo fortalecer lazos con el afuera familiar para ir soltándose de los adultos que fueron y siguen siendo referentes de seguridad y amparo, que “desprenderse” cuando no hubo adultos que tuvieran mínimas condiciones de amparo para poder alojarlos, ya que se trataría de desprenderse de quienes muchas veces no posibilitaron “prenderse”. Las desigualdades pegan fuerte porque condicionan desde el primer momento de la vida. Es difícil para ese adulto ser sostenedor/a en lo emocional cuando no se siente sostenido/a desde lo social con condiciones dignas de existencia.
¿Qué soportes esenciales necesita un o una adolescente para realizar sus trabajos psíquicos? ¿Pueden éstos permanecer en espera?
La neurosis obsesiva es una religión particular, y la religión una neurosis obsesiva universal, distinguió Freud (demostrando otra vez que toda psicología individual es también social).
Ambas se basan en ceremoniales. En la religión, en cada religión se les adjudica un sentido. En cambio, al neurótico obsesivo esos ceremoniales se le presentan sin sentido, aunque es incapaz de abandonarlos, pues cualquier desvío respecto del ceremonial se castiga con una insoportable angustia que enseguida fuerza a reparar lo omitido. Freud agrega que puede describirse el ejercicio de un ceremonial obsesivo como si obedeciera a una serie de leyes no escritas.
Se escucha a epidemiólogos e infectólogos como si fueran sacerdotes que nos permiten y proponen a todos una serie de rituales que hay que cumplir a rajatabla. Para los no obsesivos se les vuelve una tarea pesada, opresiva e inevitable
La familia de Axel estaba particularmente preocupada cuando se declaró la cuarentena, ya que la convivencia con el niño solía ser insoportable aún en condiciones normales. Decían “es un chico imposible”.
Un año y medio atrás, cuando tenía 9 años, la escuela a la que concurrió desde jardín maternal, sugirió un cambio de institución debido a los permanentes conflictos con sus maestros y pares.
No era fácil alojar a estos padres, en cuyo discurso aparecía un “no niño” de 9 años, maleducado y despótico, que parecía no tenerle miedo a nada
Hoy todos vivimos en la incertidumbre. Esta es una obviedad. La repetimos con insistencia. La dicen reconocidos filósofos, pensadores que no lo son tanto sin que ello desmerezca sus reflexiones, periodistas, “opinadores” y cualquier ciudadano de a pie. Esta obviedad es reiterada no sólo por tratarse de una evidencia generalizada sino también, en el campo del pensamiento teórico, pues busca preservarnos ante el riesgo de las respuestas rápidas que, sin aportar nada específico, promuevan una paz mental engañosa, por necesaria que esa paz resulte para nuestra mente. Es que terminar siendo una respuesta apresurada sin fundamento crítico es un riesgo mayor que corre cualquier reflexión o escrito hoy en día. Éste, sin duda, también; por provisional que pretenda ser.
También genera angustia una particular certeza que la incertidumbre actual activa: es decir, la de nuestra inevitable mortalidad
En nuestra práctica cotidiana, nos encontramos con pacientes que se acercan a la consulta invadidos por la angustia ante la pérdida de un ser querido, quizás en un duelo detenido, o solicitando acompañamiento en un duelo normal. En la época actual, es esperable que las consultas aumenten como correlato al gran número de fallecimientos en el país debido al COVID19, ¿pero ¿qué sucede con el factor cualitativo? ¿Cómo serán los duelos en las nuevas coordenadas generadas por la pandemia que signa nuestra actualidad? ¿Cómo serán elaboradas las muertes que se produzcan en aislamiento, sin posibilidad de una despedida o acompañamiento del enfermo, ni ritos funerarios para contornear la pérdida en lo real con el campo significante?
El duelo puede definirse como un proceso que tiene lugar luego de una pérdida significativa y tiene como objetivo metabolizar el sufrimiento psíquico producido: se trata de establecer una “nueva normalidad”
El “Psicoanálisis a distancia” adquirió esta denominación en función de que no era costumbre realizarlo fuera de un consultorio. En su momento constituyó una nueva y diferente forma de implementación clínica. Luego de alrededor de dos décadas de una asidua y sostenida práctica, este método fue adquiriendo una identidad propia por lo que aquella inicial denominación deja de tener actualidad, resultando más adecuado otorgarle un nombre propio:“cyberanálisis”.
Comencé a atender por vía telefónica en 2003 a un ex paciente que se hallaba viviendo en otro continente. Aquello implicó un desafío profesional que fui abordando con actitud de psicoanalista y de investigador clínico. En cierto momento evolutivo de esta práctica decidí escribir lo conceptualizado y presentarlo ante colegas de Argentina (APdeBA y SAP) (Carlino, 2005), en paneles de varios congresos latinoamericanos e internacionales y en dos publicaciones como libro, (Carlino 2010, 2011).
El concepto presencia al que denominé presencia comunicacional, consiste en que ambos de la dupla, cuando se comunican, sienten que están allí presentes.
En los años 90 viví una experiencia inaugural concerniente a la problemática del psicoanálisis fuera de las paredes del consultorio que me va a permitir introducir algunos elementos de reflexión a ese respecto. Yo tenía en análisis una paciente a razón de tres veces por semana en diván, cuyo investimiento transfero-contratransferencial era muy intenso. Se trataba de un caso de neurosis obsesiva clásica, comportando múltiples prácticas rituales, como por ejemplo apagar y volver a encender la luz de la habitación 40, 50 veces o hacer 10, 20 pasos a la izquierda o a la derecha, todo eso en función de la gravedad de sus pensamientos que implicaban a la vida o la muerte de sus padres (o de sus sustitutos) resultantes de los conflictos entre sus deseos y su sentimiento de culpa, a los que buscaba anular con sus actos compulsivos.
El concepto presencia al que denominé presencia comunicacional, consiste en que ambos de la dupla, cuando se comunican, sienten que están allí presentes.
Sin duda, la subjetividad es atravesada por los cambios tecnológicos.
Hubo un tiempo en que los mensajes de amor, podían no llegar a destino: debido a la cuarentena en Verona, Romeo nunca recibirá la carta de Fray Lorenzo y Anne Hamilton oculta las 365 cartas que Noah envió a Allie...
Ahora no hay lugar para la duda: “me clavó el visto”.
La forma en la que estamos “en línea” no es con nuestro cuerpo, capaz de proveer un sinfín de gestos comunicativos no-verbales, sino a través de las marcas visuales diseñadas para la aplicación, que simplemente indica que estamos presentes.
EDITORIAL: La cólera neofascista y la trama corposubjetiva en la que se desarrolla el miedo. Enrique Carpintero
DOSSIER: LA POTENCIA DE LA ALEGRÍA EN TIEMPOS DE CÓLERA Cristián Sucksdorf, Tom Máscolo y César Hazaki Además escriben:Ariadna Eckerdt, Juan Duarte, Mabel Bellucci
Trotsky y el psicoanálisis. Helmut Dahmer
ÁREA CORPORAL: Signos de identidad. Tatuajes, piercings y otras marcas corporales. David Le Breton
TOPÍA EN LA CLÍNICA: EL PSICOANÁLISIS A DISTANCIA TRAS LA PANDEMIA. Eduardo Müller, Marina Calvo, Lucía Plans y Agostina García Serrano
Carla Delladonna (compiladora), Rocío Uceda (compiladora), Paulina Bais, María Sol Berti, Susana Di Pato, Marta Fernández Boccardo, Romina Gangemi, Maiara García Dalurzo, Bárbara Mariscotti, Agustín Micheletti, María Laura Peretti, Malena Robledo, Georgina Ruso Sierra