El presente trabajo resulta de los avatares cotidianos que enfrentamos los profesionales asistiendo niños, niñas y adolescentes víctimas de abuso sexual. Siendo una temática compleja de abordar, son frecuentes las dificultades tanto diagnósticas como de intervención.
La asistencia de casos de violencia familiar es un desafío para los profesionales de la salud, específicamente con niños y adolescentes que han vivido situaciones de abuso sexual en la infancia. Nos enfrentamos con uno de los traumas psíquicos más intensos, con heridas y consecuencias altamente destructivas.
La adhesión a teorías psicológicas de modo estricto, nos impulsa a insertar el síntoma en un determinado diagnóstico. En ocasiones, las intervenciones fundamentadas en ese marco teórico se alejan de la realidad del paciente
Algunos de estos desafíos se relacionan con que aquellos que han vivido situaciones de abuso sexual en la infancia, se encuentran más expuestos a vivenciar nuevas situaciones de abuso, y ser ubicados nuevamente como víctima. Esto es la revictimización, entendida como la atención incorrecta que recibe una vez que ingresa al sistema tanto judicial, como asistencial, es un riesgo constante. Si bien puede no ser intencional, es perjudicial. Es primordial encontrar un abordaje donde el niño no se sienta nuevamente víctima, esta vez de un sistema que no lo comprende.
Detallaré algunas variables que intervienen en el abordaje de la temática de abuso sexual, destacando la importancia de factores que contribuyen a intervenir eficazmente.
La adhesión a teorías psicológicas de modo estricto, nos impulsa a insertar el síntoma en un determinado diagnóstico. En ocasiones, las intervenciones fundamentadas en ese marco teórico se alejan de la realidad del paciente. Por ejemplo, en la práctica se observa que aquellas adolescentes que han vivido situaciones de abuso sexual en la infancia por parte de un miembro de la familia, al momento de la consulta poseen conflictos respecto de la sexualidad. Esto se constata en el relato de pacientes que refieren ser nuevamente seducidas, abusadas, maltratadas por otros adultos. Su relato puede ser entendido como sobreactuado, exagerado y con intentos de manipulación, dando lugar a diagnósticos apresurados como Histeria o Trastorno Histriónico. Esto en el marco de la asistencia institucional, donde el dispositivo exige un diagnóstico en una primera entrevista. Así es como un esquema teórico que ayudaría de referencia para operar nuestro juicio clínico, cuando es rígido se convierte en el árbol que tapa el bosque. Al respecto es enriquecedor, por ejemplo, conocer entre otros, los aportes de Jeffry Mason en su libro El asalto a la verdad. Allí cuestiona y quiere demostrar que Freud renunció a la teoría de la seducción (real) a cambio de las fantasías por razones que hacían a la comunidad científica.
Se entiende que, en estos casos, la sexualidad se encuentra vinculada a lo traumático y la repetición de la vivencia puede ser un intento de elaboración de aquel evento disruptivo
Utilizando como esquema referencial el Modelo Traumatogénico de las Agresiones Sexuales de D. Finkelhor y A. Browne; se entiende que, en estos casos, la sexualidad se encuentra vinculada a lo traumático y la repetición de la vivencia puede ser un intento de elaboración de aquel evento disruptivo. Al respecto, las intervenciones apresuradas pueden provocar a corto plazo el aumento de la sintomatología y, por lo tanto, el nivel de riesgo. Se debe destacar la impronta de la sexualidad en este período evolutivo. Por otra parte, no hay una estructura de personalidad cristalizada. Los diagnósticos son presuntivos y provisorios, con posibilidad de ser modificados.
La escasez de información específica respecto de la temática nos conduce a intervenciones equívocas. Se considera fundamental que para el abordaje adecuado actúe un equipo de trabajo interdisciplinario, con capacitación y actualización teórica continua. Esto permite una mirada integral y lo más basta posible, para desarrollar un pensamiento crítico hacia la tarea y contar con los recursos subjetivos necesarios. La riqueza de este abordaje ofrece el espacio para cuestionar los propios modelos teóricos. Para comprender el abuso sexual necesitamos un intercambio entre psicólogos, pediatras, abogados, psicopedagogos, psiquiatras, y reconocer que hay otras informaciones importantes más allá de las propias. Trabajar en equipo interdisciplinario aporta una visión amplia e integradora de lo que le sucede al paciente. Cuando cada profesional ofrece su punto de vista, sucede un intercambio y articulación de saberes y experiencias. Llevarlo a cabo requiere una actitud flexible, con intención de cooperar y relacionarse con pares. Son frecuentes las discusiones acerca del riesgo de un paciente, por ejemplo, siendo para un profesional bajo y para otro alto. Los debates acerca de las intervenciones en la urgencia exigen un ponerse de acuerdo rápidamente. Si bien este abordaje es útil con todas las problemáticas, en la complejidad del abuso sexual en la infancia es condición primordial. Es un fenómeno transversal y atraviesa los aspectos psicológicos, físicos y sociales.
La ausencia de supervisión dada por un profesional experto es un factor que potencia errores diagnósticos. Aquí no es solo el acto de supervisión analista-paciente y lo que sucede en el espacio terapéutico. En estos contextos se habilita un espacio para revisar las relaciones con todos los representantes que están involucrados en el caso: instituciones, valores, creencias, compañeros de trabajo. Este espacio facilita la integración de la complejidad del caso. Los profesionales involucrados en el abordaje de esta temática somos confrontados constantemente con los propios modelos de crianza, daños tempranos y experiencias de maltrato vividas en la infancia (Velázquez Susana, 2010). Esto puede ser un riesgo de que las intervenciones ejecutadas estén sesgadas por los propios modelos culturales, preconceptos y experiencias subjetivas, así como de adoptar diversas posturas profesionales que pueden resultar iatrogénicas. A estas Susana Velázquez en Violencias cotidianas, violencias de género, las llama “movimientos de identificación”: El bloqueo y la confusión; querer vengarse del agresor; sobreidentificarse con el dolor del paciente; sentir temor intenso de ser atacado/a de la misma manera. La supervisión resulta un eje central para un abordaje objetivo.
Los recursos institucionales precarios, las condiciones laborales pobres conducen a una sobrecarga profesional que afecta el desempeño de la labor. Como lo son la falta de protección institucional, numerosas demandas de atención, urgencias y fallas en los canales de comunicación. Una de los riesgos es el Síndrome de Burnout. Un agotamiento profesional que va mucho más allá del cansancio y la necesidad de tomarse vacaciones.
Comienzan síntomas psicológicos como la desmotivación, irritabilidad, desgano, sensación de vacío, deterioro del autoconcepto, visión negativa de la vida, culpa porque los pacientes “no evolucionan”.
Vivencias que se mueven en los polos de impotencia y omnipotencia, vivencias de incompetencia y fantasías de abandono o cambio del trabajo. (Arón y Llanos, 2014)
El impacto emocional que genera el abordaje de esta temática produce efectos en la subjetividad de quien asiste, que puede conducir a intervenciones subjetivas ligadas a las vivencias del profesional
Por último, se destacan las cuestiones personales, y las reacciones emocionales frente a estos casos. A las prácticas que se realizan, subyacen los conceptos de familia de cada uno, que al no ser detectados pueden ser actuados. El impacto emocional que genera el abordaje de esta temática produce efectos en la subjetividad de quien asiste, que puede conducir a intervenciones subjetivas ligadas a las vivencias del profesional. La repercusión da lugar a sentimientos ambivalentes, angustia, temores e incertidumbres. Al descreimiento del relato, subyace lo que para el profesional “debería ser”. Esto provoca un circuito de búsqueda y rechazo, ya vivenciado por el paciente donde aquel con el rol de cuidar, hace daño. Así, se potencian sus síntomas, confirmando su lugar de víctima. Por ejemplo, los temores al momento de trabajar interinstitucionalmente con organismos judiciales conducen a intervenciones impulsivas que dejan de lado la necesidad del paciente.
En la práctica se observan dos tipos de reacciones. Por un lado, el riesgo de identificarnos con el modelo familiar expulsivo. Como consecuencia, rechazar al paciente reubicándolo en un lugar de desamparo e iniciando nuevamente el circuito de búsqueda de ayuda. Por otro lado, el exceso de involucramiento al ser testigos de las escenas relatadas puede provocar la “urgencia” de realizar intervenciones apresuradas. En estos casos, se opta por medidas que no responden a la necesidad del paciente. Así, se prioriza la demanda de respuesta del profesional, la búsqueda de seguridad y resolución del conflicto.
Estos aspectos, tan evidentes y fundamentales a la vez, son la base para asistir a víctimas de abuso sexual. La revictimización es un riesgo potencial en la práctica. El trabajo en equipo, la necesidad de un encuadre interno y de operar con las vivencias subjetivas es clave para no conducir al paciente nuevamente a un círculo de violencia y victimización.
* Lic. en Psicología, especialista en evaluación y diagnóstico psicológico.
Bibliografía
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Levine, H. B. Clinical issues in the analysis of adults who were sexually abused as children In Adult Analysis and Childhood Sexual Abuse, ed H B Levine Hillsdale, NJ. Analytic Press, pp 197-218 (1990)
- SAVE THE CHILDREN. Cuaderno de Trabajo N°1 Evitando la revictimización. Desarrollo de la entrevista a niños, niñas y adolescentes. (2010)
-VELAZQUEZ, SUSANA, Violencias y Familias, Implicancias del trabajo profesional: el cuidado de quienes cuidan, Buenos Aires, Paidós. (2012)
- VELAZQUEZ SUSANA, Violencias cotidianas violencia de género. Escuchar, comprender, ayudar. Buenos Aires, Paidós Ibérica.