Siempre decimos que hay muchas adolescencias. No es lo mismo fortalecer lazos con el afuera familiar para ir soltándose de los adultos que fueron y siguen siendo referentes de seguridad y amparo, que “desprenderse” cuando no hubo adultos que tuvieran mínimas condiciones de amparo para poder alojarlos, ya que se trataría de desprenderse de quienes muchas veces no posibilitaron “prenderse”. Las desigualdades pegan fuerte porque condicionan desde el primer momento de la vida. Es difícil para ese adulto ser sostenedor/a en lo emocional cuando no se siente sostenido/a desde lo social con condiciones dignas de existencia.
¿Qué soportes esenciales necesita un o una adolescente para realizar sus trabajos psíquicos? ¿Pueden éstos permanecer en espera?
La cuarentena a partir de la pandemia del covid 19 nos deja atónitos. No podemos creer por momentos lo que estamos viendo, en relación a cómo impacta y los fenómenos que pone a la vista en las diversas adolescencias. También en relación a las intervenciones que nos encontramos haciendo como psicoterapeutas.
¿Qué soportes esenciales necesita un o una adolescente para realizar sus trabajos psíquicos? ¿Pueden éstos permanecer en espera? ¿Por cuánto tiempo? ¿Qué sucede cuando los soportes imprescindibles que hacen a la presencia corporal del otro u otra con quienes tener experiencias en espacios transicionales que vayan sedimentando en nuevas identificaciones están obstaculizadas? ¿Qué sucede cuando la mirada a los ojos con el otro u otra no es accesible para que haya encuentro, como ocurre a través de las pantallas?
Aldana cumple 14 años a los dos meses de iniciada la cuarentena. Durante los primeros dos meses se sentía bien, de a poco empezó a sentirse triste.
A - El día de mi cumple estuve feliz: mi abuela vino a casa con una torta. Mis papás, mis hermanas y yo comimos juntos, me puso feliz. Hice zoom con mis amigos a las 12 de la noche, éramos 10.
Tres amigas me mandaron un regalo: mi torta preferida, traída hasta la puerta de mi casa por una de ellas en el auto con su papá. Sin embargo, después, no pude dejar de estar triste. Siento que vivimos en otro tiempo. Sé los días, pero siento que es otro tiempo por fuera del tiempo conocido. Me pone triste no poder ver a mis amigos y amigas. ¡Los extraño mucho!
A - Me pone triste que mi mamá por un lado se preocupa por trabajar, por conseguir la plata en plena pandemia y por tener un rato para ver una película conmigo y mis hermanas, pero no se da cuenta que yo estoy mal. Ella solo me pregunta si hice la tarea. Pero no me pregunta cómo estoy.
Recién llegué tarde a la sesión (por video llamada) porque llamé a una amiga, ella sí se dio cuenta y me dijo: - Che, a vos te pasa algo, contame qué te pasa. Esto es lo que extraño. Antes pasaba mucho tiempo con estas amigas. No verlas me pone triste.
Las casi únicas referencias a los padres, con los que convive, en una etapa de adolescencia, produce la sensación de que no hay una experiencia que posibilite sentir que está creciendo
A - Es que yo vivo transmitiendo cosas. Eso que era tan esencial para mí, que alguien vea lo que me pasa, o se dé cuenta que me gusta algo al registrar ciertos detalles, me doy cuenta que si no me lo preguntan, es muy difícil que yo lo pueda decir sola. Eso te surge cuando estás charlando y ves que tu amiga te mira como queriendo entender más.
A - Estoy pensando que hace poco, este mes, murió una amiga de mi abuela. Se cayó muerta en su casa, estaba sola, estuvo dos días así hasta que alguien se dio cuenta.
También ayer cerca de casa hubo una explosión y murieron dos bomberos. Yo sé que me puedo morir en cualquier momento. La jefa de un amigo de mi papá tiene coronavirus. Yo sé que me podría morir en una marcha o que un policía me pegue un tiro. Siento que la muerte nos da una cachetada. ¿Qué hago con todo esto? Sé que hay gente que se está muriendo. Quiero estar informada. Pero ¿qué hago con toda esa información?
¡Tengo muchos altibajos y hay días en que me empiezo a sentir mal!
A - Además pienso. ¿Estoy eligiendo yo o hago lo que me dicen mis papás? Tengo mucho miedo de crecer. Siento que este año lo desperdicié. Siento que en vez de estar creciendo está pasando el tiempo. Este año de la pandemia.
¿Cómo se tramita todo lo nuevo que en medio de una pandemia consiste en soportar peligros, pérdidas de lo cotidiano, que el mundo se transforme en ininteligible? Es a través de ese espacio soporte que se arma en el cuerpo a cuerpo que posibilita mirarle la cara a la amiga o amigo y preguntarles, por ejemplo: ¿te da miedo morirte por la pandemia o que se mueran tus papás? La mamá de Aldana salía todos los días a trabajar en un ámbito de salud, uno de los más riesgosos para contraer el virus.
Por otro lado, las casi únicas referencias a los padres, con los que convive, en una etapa de adolescencia, produce la sensación de que no hay una experiencia que posibilite sentir que está creciendo, con la fantasía de quedarse detenida en el tiempo y seguir haciendo lo que dicen los padres como en la infancia.
Por otro lado, ¿cómo recrear el espacio soporte del vínculo transferencial a través de las pantallas? Mis intervenciones consistieron sobre todo en reflejarla, sosteniendo sus preguntas, acompañándola en una exploración conjunta, y siendo soporte de sus angustias.
Irina me consulta tres meses después de iniciada la cuarentena, luego de haber interrumpido antes de la pandemia una terapia que realizaba conmigo desde los 14 años.
El motivo de consulta actual son crisis de angustia que le cierran el pecho y le dificultan respirar, por lo cual teme tener alguna enfermedad grave que pudiera provocarle la muerte.
Había retornado de un viaje grupal en el verano, y se había desatado la pandemia. Su ingreso a la universidad quedó atravesado por esta situación: sin conocer a algún docente o compañero/a, sólo recibe archivos PDF de las materias del CBC (Ingreso), sin tiempos límites para su lectura.
¿Cómo recrear el espacio soporte del vínculo transferencial a través de las pantallas?
No se puede organizar para sentarse a estudiar, habiendo sido muy buena estudiante secundaria. Sabe que en pocos días vendrá un examen, pero el tiempo pasa y no puede estudiar nada.
Irina es tímida y si bien tiene amigos, no le es fácil comunicarse y expresarse.
Su comunicación con amigos y amigas empezó siendo fluida en los primeros días de la pandemia a través de las redes, pero fue disminuyendo. “Nos cansamos todos de vernos sólo por pantallas.”
Sólo se reúne por zoom con sus dos mejores amigos una vez por semana para compartir pantalla y ver una película.
I - Tengo una amiga que sabe mucho de cine y va a estudiar eso, y nos trae películas muy buenas. Yo amo las series, no me gustan las películas, porque se terminan enseguida. Las series no te obligan a despedirte tan rápido de los personajes.
Algunos días no se levanta. Permanece en la cama y sólo busca algo de comida que se lleva a su cuarto.
I - También interrumpí mi actividad física. Los primeros días reemplacé las clases de gimnasia con una cinta para caminar que compramos en mi casa. Pero después dejé de usarla. No me dan ganas. Estoy tratando de ver si empiezo a andar en bicicleta, pero no sé...
I - La primera vez que salí de casa fue al mes y medio de la pandemia. Veía a toda la gente con sus barbijos y máscaras. Estaba en el auto de mi papá esperando y me puse a llorar. A medida que pasaban los días me sentía más angustiada y decidí llamarte. No tengo ninguna actividad con horario, y no veo a futuro ningún tiempo que me permita organizarme.
Irina había perdido todas las referencias de un tiempo y un espacio que le permitieran sentirse orientada hacia un futuro. Se sintió suspendida en un tiempo sin mojones. No encontraba ningún parámetro conocido que le permitiera organizar sus acciones hacia un determinado fin. Y lo principal era que no había vínculos con otros (docentes, compañeros/as de estudio) que posibilitaran un espacio de ilusión compartido en el que se fueran tramitando sus vivencias tan incomprensibles frente al empezar una carrera en el encierro. La universidad esperada era una serie de archivos PDF sin articuladores con experiencias que le permitieran apropiarlas y sentir que éstas empezaban a ser parte de su vida.
Cuando salió a la calle, vio un mundo desconocido al que no sentía pertenecer ni del que sintiera que pudiera apropiarse. No sabía dónde estaba, ni hacia dónde se dirigía.
Le hice dos propuestas que la aliviaron. Las fuimos construyendo juntas, sin dejarme de sorprender por lo que estábamos planeando en la segunda.
La primera fue que volviéramos a instalar un espacio con continuidad, con modalidad virtual, que se alimentaría de un contacto por pantallas actual, y del recuerdo de las vivencias y experiencias presenciales que habíamos tenido durante tres años anteriores en la psicoterapia.
La otra fue que probablemente para ella fuera necesario en este momento estudiar y preparar los exámenes con la presencia corporal cercana de alguien con quien pudiera sentirse en conexión emocional. Y dado que con su mamá ella tenía un vínculo en el que se sentía habitualmente respetada y considerada, tal vez sería conveniente que ella pensara alguna manera de instalarse para estudiar cerca del lugar en que su mamá estuviera.
No dejaba de ser extraño para mí como analista decirle esto, propuesta que acababa de hacerle también a una niña de 10 años y a su mamá, pero a la vez iba registrando el alivio de Irina, que probablemente deseaba algo de esto y no se animaba a decírselo. Reafirmar que seguía siendo ella con sus proyectos a través de la mirada de la madre que le devolviera una imagen de sí misma como una adolescente que necesitaba estudiar para aprobar un examen y concretar un proyecto con una dirección hacia su crecimiento, sería subjetivante para Irina.
Las nuevas condiciones de trabajo a las que nos encontramos obligados a recurrir para mantener vivo y activo un vínculo transferencial y contratransferencial que posibilite la continuidad del análisis
Hay distintas posiciones en las que pueden colocarse los padres durante la adolescencia, para favorecer u obstaculizar los procesos de separación y las nuevas identificaciones. Algunos, desde una ubicación narcisista, sólo se verán a sí mismos y no podrán ver al adolescente. Mirarán en qué medida ese hijo o hija les devuelve una imagen de que son buenos padres o no. Y no tolerarán aquello que no les refleje la imagen esperada.
Otra posibilidad será pensar al adolescente como alguien ya constituido y desde allí entender lo que le pasa, sin comprender los movimientos que hacen a un psiquismo en constitución que necesita que le soporten gestos y conductas de oposición sin juzgarlos/as.
Una tercera opción, que corresponde a la madre de Irina, será que los padres puedan ponerse en el lugar del o de la adolescente, sin juzgar ni forzar, estando disponibles pero sin invadir, sobre todo tolerando las oposiciones y permitiendo las proyecciones que se pongan en juego.
Rosario vive con su mamá, quien trabaja muchísimas horas y bajo condiciones de alta explotación laboral. No ve a su padre desde los dos años. Vivió situaciones de violencia por parte de una pareja de su mamá, que fue denunciado y con quien cortaron el vínculo. A partir de ese momento comenzó una terapia.
Rosario sintió que, a pesar de que su mamá la apoyó, nunca tuvo con ella una actitud cariñosa. Era una mujer muy severa y fría. A los 13 años, relatando esto en la escuela, Rosario pidió no vivir con su mamá, permaneciendo un año y medio en un hogar para adolescentes.
La madre pudo revisar algunas modalidades y Rosario volvió a su casa unos meses antes de que estallara la pandemia. Cuando comenzó la cuarentena, se interrumpió el trabajo de la madre y, por primera vez desde que Rosario había nacido, la madre se quedó en su casa. La precaria situación económica llevó a que, a partir de ese momento, se generara una red entre el hospital y la escuela, y Rosario y su mamá pudieran buscar bolsones de alimentos que les proporcionaban a través de la escuela.
Rosario estaba muy contenta ya que su mamá había cambiado el humor. Estaba dispuesta a cocinar para ambas y hasta para charlar, incluyendo la disposición para contarle acerca de su papá. Después de dos meses, la madre retomó el trabajo, pero incluyéndola a Rosario quien a veces la acompañaba. Esto la estimulaba para ayudar a su mamá en las tareas de la casa y se sentía feliz por el vínculo que estaban construyendo.
Rosario quiso buscar a su papá durante la pandemia pensando que tal vez las podría ayudar a sostenerse económicamente. Llamó a la Defensoría que le correspondía por domicilio y pidió ayuda para localizarlo. También lo buscó por Facebook hasta que logró dar con él. Al principio el padre se negó a dejarse reconocer, pero después de unos días la llamó para responderle.
Probablemente la cuarentena había posibilitado un encuentro emocional con su mamá en un espacio de juego e intimidad antes nunca dado, que le permitió empezar a sentirse viva y que aparecieran proyectos. Algo se empezó a habilitar con la interrupción de la intrusión representada por las exigencias desmedidas sobre su mamá a partir de la explotación laboral.
Alimentarse saludablemente dentro de sus posibilidades, cocinando también ella y aprender inglés por internet en forma gratuita eran algunos de los proyectos personales de Rosario que se pusieron en marcha durante la cuarentena.
La restricción del contacto con el afuera familiar habilitó un adentro de encuentros creativos que nunca se habían producido.
Mi intervención durante este proceso, como terapeuta del hospital, estaba acotada a llamarla telefónicamente una vez por semana y preguntarle cómo estaba. Rosario era paciente de un grupo de adolescentes en el hospital que logramos continuar atendiendo vía Skype cuando comenzó la pandemia, dispositivo muy sostenedor para estos adolescentes en una situación tan desestructurante como la pandemia. Hasta que debimos suspenderlo ya que el Gobierno de la Ciudad no autorizaba el uso de pantallas hasta que no creara un dispositivo centralizado de atención por sus plataformas. Resultó un impacto fuerte para el equipo tratante quitar el soporte que representaba el grupo terapéutico para esos adolescentes tan fragilizados. Sólo se autorizaba a llamar por teléfono para saber cómo estaba el paciente. De modo que después de varios meses de terapia grupal, empecé a comunicarme semanalmente por teléfono con Rosario. Me continuaba contando con entusiasmo, en clima de historia de aventuras, sus búsquedas, exploraciones, descubrimientos, semana a semana, relatos que yo iba valorizando y enhebrando en mis intervenciones telefónicas, lo cual colaboraba a que se inscribieran como experiencias subjetivantes en su historia. Algo nuevo que la cuarentena inauguró entre una adolescente y su madre, con un soporte de vínculo transferencial con terapeutas y grupo terapéutico que, aunque interrumpido, continuó operando en el psiquismo de Rosario a pesar de los cambios inesperados y no deseados de dispositivos de atención. Largo alcance de la transferencia.
Las nuevas condiciones de trabajo a las que nos encontramos obligados a recurrir para mantener vivo y activo un vínculo transferencial y contratransferencial que posibilite la continuidad del análisis, sin la inclusión del cuerpo y su reemplazo por la imagen o sólo por la voz, tiene sus avatares. Mucho de lo que allí ocurre está basado en la continuidad de un vínculo previo que sigue funcionando como sostén y otorgando sentidos. No sabemos aún cómo resultará el destino de los tratamientos que están comenzando por pantallas. ¿Cómo entenderíamos ciertas cuestiones que no sabemos si tienen o no la categoría de un mensaje con significaciones inconscientes a develar? ¿Qué sentido tiene por ejemplo que un adolescente muestre sólo su pelo, sin alcanzarle a ver siquiera los ojos cuando habla? Una cosa es el sentido que se puede construir desde un vínculo previo, y otro el que pudiera resultar del vínculo iniciado sólo con una imagen a través de la tecnología. Desafíos a atravesar, porque los padecimientos y pedidos de ayuda se multiplican y continuarán en estos tiempos que corren.