David Le Breton es un investigador sensible que ahonda en la temática del cuerpo desde la dimensión humana. Ubica rápidamente al inicio la dirección de su investigación de este libro enunciando: “La condición humana es una condición corporal”. Esta afirmación nos posiciona en un contexto que Le Breton desarrolla a lo largo de su extensa obra: la importancia del sentido que se le adjudica a esta condición corporal enmarcada en los parámetros de la temporalidad, ya que el cuerpo, y por ende la persona, tiene una innata fragilidad y una duración limitada; y la separación de los otros, marcada por la singularidad del cuerpo y por su aislamiento dentro de los bordes de la piel, aunque puede acceder al tacto y al contacto. Este investimiento, a veces fallido, se da en un lazo social, en un enjambre de acuerdos de significados en relación a las acciones y reacciones del cuerpo y a lo que de él emana. Acuerdos en cuanto a qué debe ser controlado por ser considerado invasivo o de mal gusto, acuerdos en lo que se espera de cada cuerpo en cada edad, acuerdos sobre la belleza, la salud, la pertenencia social o, inclusive, el esquema corporal. Acuerdos no siempre explicitados y, la mayoría de las veces, no comprendidos por aquellos que, como elefantes en un bazar, rompen las convenciones sociales por tener un cuerpo en desarrollo, un cuerpo discapacitado, un cuerpo envejecido o, sencillamente, un cuerpo que se expresa con espontaneidad.
Le Breton indaga en la brecha entre el cuerpo y el psiquismo, entre el individuo y la sociedad, entre el dolor y el sufrimiento, entre la capacidad y la discapacidad, entre el adolescente y el adulto, entre las sociedades antiguas y las contemporáneas, encontrando allí un campo fértil de investigación y producción de hipótesis acerca de cómo se inviste el cuerpo en diferentes situaciones y también de cómo es desinvestido en situaciones de transición o pasaje, o en situaciones de ruptura, como en los casos de abusos sexuales o enfermedades limitantes.
Podemos pensar que los momentos de transición del cuerpo son continuos, porque el cuerpo cambia con los climas, con la edad, con su continua adaptación al medio ambiente, cambiando así nuestras posibilidades vitales y nuestra relación con él. Pero, -y aquí lo interesante del planteo que hace Le Breton en sus diferentes textos incluidos en este volumen-, es el sentido que otorgamos a los distintos momentos históricos de nuestro cuerpo, a las distintas situaciones de salud o enfermedad, a la apariencia de nuestro cuerpo y a cómo se relaciona con el mundo, lo que puede transformar estos pasajes en sufrimiento o en dolor, en crisis de crecimiento o en mera enfermedad, viviendo al cuerpo como propio e integrado a sí mismo, o como un otro ajeno al que estamos atados a nuestro pesar.
Quizás las sociedades contemporáneas necesiten chamanes modernos que faciliten estas transiciones. Las sociedades modernas, como bien lo explica Le Breton, no tienen ritualizados estos pasajes, no acompañan estos cambios de la vida señalizando el camino para ubicar el sentido, por lo que, en especial los jóvenes, deben fabricar sus propios ritos de pasaje a la adultez, procurándose marcas que los identifiquen, que los ayuden a apropiarse de sus cuerpos que han adquirido nuevas capacidades con el desarrollo, y que aún no pueden comprender.
“Cualquier dolor corporal es simultáneamente sufrimiento”, dice Le Breton al inicio del libro, zanjando la dicotomía entre cuerpo y psiquismo, entre el dolor físico y lo que significa para el actor que lo padece. La dimensión humana es una dimensión de sentido, y es a través del sentido que decodificamos lo que sentimos. Así construimos nuestra realidad.
También la sociedad construye la realidad a partir de lo que enuncia como correcto o bueno, como normal o sano, estableciendo sentidos que marcan una tendencia en el flujo del sentido social creando un “sentido común”, por lo general excluyente y funcional a determinados pensamientos políticos. Este sentido social estandarizado deja afuera a quienes no pueden incluirse dentro de estas normas, ya sea por cuestiones relativas a sus condiciones concretas de existencia, a sus limitaciones físicas, a su edad, o por mero deseo. Así quedan excluidas las personas discapacitadas que, como bien marca Le Breton en el capítulo dedicado al tema, son víctimas de un doble discurso, donde son textualmente aceptadas, pero corporalmente rechazadas, ya que suscitan inquietud y comentarios porque despiertan el temor a lo desconocido. Quedan excluidos los y las adolescentes, cuyos cuerpos plenos de potencia sexual no son comprendidos ni por ellos mismos. Quedan excluidas las personas que sufrieron violaciones o abusos sexuales porque, para apropiarse de un cuerpo que les ha sido arrebatado y les produce sufrimiento, muchas veces recurren a cortarse porque “La cortadura es una incisión de lo real, le confiere enseguida al sujeto un arraigo en el espesor de su existencia.” Quedan excluidos todos quienes no puedan diluir el cuerpo en las convenciones de las relaciones sociales, como acertadamente ubica Le Breton en el capítulo “Juegos de piel en la adolescencia: entre escarificación y ornamentación”.
Investir al cuerpo del narcisismo necesario para que nos guste vivir, es un trabajo cotidiano y regular a lo largo de toda nuestra existencia, con las vicisitudes propias de cada edad, de cada condición física y de cada historia personal que nos remitirá a significados diferentes para estímulos diferentes.
Las sociedades occidentales contemporáneas son sociedades de la imagen, que eluden estas zonas de conflicto planteadas por las cuestiones del cuerpo y del sentido que le otorgamos, agitando la quimera del cuerpo perfecto y de la eterna juventud, donde el claro interlocutor es la muerte que intenta evitarse. Le Breton indica que justamente apelan a desafiar la muerte numerosos jóvenes en busca de contactar la realidad, y también muchos deportistas o amateurs que necesitan probarse que están vivos llevando a cabo proezas que ponen en riesgo sus vidas.
Como enuncia Freud, “lo siniestro aparece cuando lo familiar se vuelve desconocido”, y esta reflexión Le Breton la refiere al cuerpo humano, un cuerpo transformado en una imagen socialmente estandarizada, que cada vez más cotidianamente, no da cuenta de él y de la diversidad que representa. Por eso “el cuerpo es un indicador social”, que muchas veces plantea una grieta entre suceso y sentido, campo que analiza magistralmente Le Breton en este libro para poder pensar el mundo de otra manera.
Carlos Trosman