Al parecer, todos los problemas humanos tienen la particularidad de confluir de un modo o de otro y en distintos grados de intolerancia a la otredad del otro, permitiéndome la redundancia. Estas diferencias, desde luego, son étnicas, nacionales, religiosas, económicas o de género. Actitudes y conductas fascistoides se dan en todo este grupo de xenofobias, que incluyen, desde luego, las homofobias.
El hecho antropológico de base es que el yo, la individualidad, la existencia misma se construye en el encuentro, sólo en la relación con un tú. Estas ideas las desarrolló también Sartre en “El ser y la nada” (1943), a propósito del surgimiento de la consciencia psicológica. La madre es la mediadora entre el niño y el mundo exterior, es decir, con lo extraño, con lo diferente, con lo amenazante o reconfortante. En esa experiencia con la madre se forja toda posibilidad de conductas abiertas, amables o conductas xenófobas. Otro mecanismo de defensa que suele estar en la base de conductas xenófobas es el de la proyección. Ejemplifiquémoslo en el caso concreto de homofobias en donde el varón no asimila sus propios componentes femeninos y los deposita en homosexuales para combatirlos y odiarlos ahí. El elemento xenofóbico de la homosexualidad masculina se dirige hacia la mujer. En el caso de la lesbiana el ingrediente xenofóbico es hacia el varón.
La xenofobia es un fenómeno de mil cabezas que va desde fenómenos inmunológicos y la angustia de los ocho meses (Spitz) hasta el más brutal racismo