Incertidumbre es un término muy difundido y utilizado en planos muy variados. La física moderna, por ejemplo, ha apelado a él para interpretar ciertos fenómenos que no encontraban una respuesta en la física clásica.1
La incertidumbre es un rasgo que se constata, con especial fuerza, en las sociedades humanas. El ser humano, en su largo y accidentado recorrido evolutivo, estuvo -y sigue estando- surcado por situaciones que a los ojos de él eran impredecibles, que escapaban a su control, provocadas por factores exteriores, ajenos a su voluntad y que condicionaban su destino. Esta circunstancia crea, obviamente una sensación de inseguridad, en la existencia presente y futura, tanto en el plano individual como colectivo.
La incertidumbre tiene un contenido diferente según el momento histórico
Una vez establecido este marco general común, la incertidumbre, sin embargo, tiene un contenido diferente según el momento histórico. Esto se advierte claramente a la hora de abordar los fenómenos de la vida económica. El proceso de trabajo y producción, a partir del cual la humanidad fue creando los cimientos y bases materiales para su desarrollo, está lejos de ser lineal e indoloro. Esta plagado de crisis y convulsiones, que nutren los miedos, la inseguridad y las dudas sobre el porvenir. Pero dichas crisis, en los modos de producción anteriores al capitalismo obedecían preponderantemente a causas naturales. Una helada o una sequía, para tomar un ejemplo, condenaban al hambre y a la muerte a una población. Distintos fenómenos de la naturaleza condicionaban la existencia humana. La escasez o ausencia de productos imprescindibles para la subsistencia terminaban diezmando a la población y sellando su futuro.
Las cosas toman un cariz enteramente distinto apenas volvemos nuestra atención a cualquiera de los fenómenos de la vida económica contemporánea.
Todos sabemos cómo aterroriza el estallido de la crisis económica y financiera a cualquier país moderno. Las fases de prosperidad son seguidos por crisis violentas, que abren paso a recesiones y a una depresión. Esto va de la mano de la caída de los precios (deflación), caída de la actividad económica y de la demanda, quiebras y cierres de empresas, desocupación y caída abrupta del poder adquisitivo de la población.
La manera de anunciarse el advenimiento de dicha crisis es, de por sí, sugestiva. El lenguaje que suelen utilizar los periódicos especializados al referirse a la crisis está lleno de frases tales como: “el mundo de los negocios, hasta ahora sereno, se está empezando a cubrir de negros nubarrones”. Este estilo periodístico revela algo más que una moda literaria y preferencia por las metáforas de los analistas de la página financiera; es típico de la actitud hacia la crisis, como si ésta fuera el resultado de una ley natural.
Así esperaban los pueblos de la Antigüedad y la Edad Media las plagas y hambrunas; la misma consternación e impotencia ante una prueba severa. Una tormenta eléctrica es un acontecimiento provocado por elementos físicos. Pero, ¿qué es una crisis moderna? Consiste en la producción de demasiadas mercancías. No hay compradores, y por lo tanto se detienen la industria y el comercio. La crisis moderna no proviene de una fuerza o factor externo sino que es intrínseca, inherente a la propia organización social. “Al mismo tiempo sabemos que la crisis es un verdadero azote de la sociedad moderna, esperada con horror, soportada con desesperación y que nadie desea (incluido los propios capitalistas); sin embargo ésta se produce.”2
La crisis moderna no proviene de una fuerza o factor externo sino que es intrínseca, inherente a la propia organización social
Sintetizando, la crisis bajo el capitalismo obedece a causas enteramente sociales. Al lado de esto, hay otro hecho paradójico: en lugar de ser originadas por escasez de productos, se producen por su abundancia. Estamos frente a una crisis de sobreproducción y sobreacumulación de capitales. Hay un exceso de alimentos y productos básicos invendibles que se abarrotan en depósitos y en comercios mientras sectores de la población se mueren de hambre. Esta paradoja, naturalmente, violenta el sentido común, pues es fácil explicar que alguien se muera de hambre cuando tenemos la alacena vacía pero es incomprensible cuando la alacena está llena. En términos lógicos, se quiebra la relación entre causa y efecto. Bajo el capitalismo, los fenómenos económicos se vuelven vidriosos y oscuros, que es lo que amerita la necesidad de un abordaje especial para comprenderlos. No es casual que la economía política como ciencia irrumpa como tal, con el surgimiento y desarrollo del capitalismo.
La incertidumbre adquiere un rasgo peculiar, en la órbita laboral. El capitalismo desarrolla un fenómeno inédito: el proletariado moderno, es formalmente libre pero, contradictoriamente, es la clase productora más insegura en términos laborales. El esclavo tenía garantizado al menos su sustento. El siervo medieval podía apelar a la tierra que cultivaba para sí mismo y procurarse los medios de subsistencia.
La clase obrera moderna, en cambio, no tiene asegurada su subsistencia. El trabajo asalariado entraña una separación entre el productor y sus medios de trabajo y subsistencia. Lo único que le queda son sus manos y su capacidad de trabajar. El único derecho que conserva es el derecho a ser explotado pero el capitalismo, ni siquiera, asegura ese derecho, sometiéndolo al flagelo de la desocupación. Más aún, el propio capitalismo fomenta un ejército de reserva. Esto se ha naturalizado hasta el punto tal que en la economía académica convencional se habla de desempleo “voluntario”. El desempleo crónico pasa a ser considerado una calamidad irreversible. Siguiendo esa lógica, se sostiene que el desempleo tiene un origen tecnológico. La innovación técnica, según esta tesis, sería la responsable del desplazamiento de cada vez más trabajadores, aumentando los niveles de desocupación. Salvo que se quiera volver atrás en la historia y detener el progreso, asistimos, según sus apologistas, a un proceso inevitable.
Sin embargo no se trata de una imposición de la naturaleza, ni de un poder sobrenatural, sino de un producto de relaciones económicas puramente humanas emanadas de la organización social vigente. Hoy asistimos a otra paradoja: el exceso de trabajo coexiste con la falta de trabajo. ¿No sería, acaso, más racional que todos trabajaran una jornada de 8 horas, respetando sus salarios? No estamos frente a una fatalidad. En lugar de ser una fuente de mayores penurias e infortunios, los avances en materia científica y tecnológica podrían ser el pasaporte para liberar al hombre de la esclavitud manual.
La incertidumbre aquí descripta es un rasgo inherente y a su vez, un resultado de la organización social, sometida a la acción ciega y anárquica del capital. Todo plan, toda organización de conjunto a escala nacional y menos a nivel internacional, desaparece. La planificación meticulosa por parte de la empresa moderna se evapora cuando traspone el umbral de la misma y se sumerge en el mundo caótico y salvaje de la competencia. La concentración y monopolización no abole la competencia sino que la reproduce a escala superior entre las corporaciones y los propios estados y es el caldo de cultivo de la rivalidad comercial y de las guerras.
Es fácil explicar que alguien se muera de hambre cuando tenemos la alacena vacía pero es incomprensible cuando la alacena está llena
La incertidumbre se ha agudizado bajo el llamado capitalismo tardío. Estamos asistiendo a una sucesión de crisis de alcance internacional. El punto culminante de este proceso es la crisis financiera que se inició en 2008, con la caída de Lehman Brothers y que se prolonga hasta el día de hoy con sus premisas agravadas, pese al gigantesco rescate puesto en marcha por los estados y sus bancos centrales. Estamos frente a un impasse capitalista, que se viene expresando en rendimientos y beneficios declinantes en la esfera productiva. Esta caída de los niveles de rentabilidad pretende ser contrarrestada con un ataque a fondo a los trabajadores. De allí el énfasis puesto en la reducción de los costos laborales, y la implementación de reformas laborales. Dichos cambios apuntan a una mayor precarización laboral, que tienden a suprimir conquistas y a introducir clausulas de flexibilización y admitir en mayor medida la tercerización. Las modificaciones en la legislación tienen como blanco también el salario indirecto, reduciendo las cargas patronales destinadas a la jubilación y a la obra social. Esta ofensiva plantea un desmantelamiento del estado de bienestar, arrancado por los trabajadores en las metrópolis. El capitalismo hace tabla rasa con las conquistas previas, incluidas las de su etapa de ascenso.
La OIT advierte ya a mediados de los 90 “de que la incertidumbre laboral predomina en todos los países industrializados y que los trabajadores con menores ingresos son los más perjudicados.”3
La precariedad laboral va de la mano de un salto en la desprotección de los trabajadores. Los contratos prolongados en el tiempo son sustituidos por contratos basura. La precariedad laboral es funcional a la transformación de los asalariados en mano de obra barata y descartable, de la que las patronales se puedan desprender con facilidad en función de las oscilaciones bruscas que se van produciendo en la economía capitalista. No es ocioso señalar que la recuperación económica en EEUU (que agreguemos sigue siendo extremadamente endeble), incluido la creación de nuevos empleos, ha tendido como base el trabajo precario y flexibilizado.
El capitalismo desarrolla un fenómeno inédito: el proletariado moderno, es formalmente libre pero, contradictoriamente, es la clase productora más insegura en términos laborales
La perdida de estabilidad, la amenaza de que en cualquier momento se puede venir un despido, hace crecer la zozobra y la sensación de inseguridad en la existencia de la clase obrera. La franja de trabajadores que se jubilan en el lugar de trabajo o que lo conservan durante un prolongado estadio de su vida, es una raza en extinción. Esto vale también para Japón que se consideró durante mucho tiempo como el más estable de los países industrializados.
Aunque los más afectados son los trabajadores menos calificados, la incertidumbre alcanza a los más capacitados. La educación es cada vez menos una garantía de acceso a un empleo y de movilidad social. El flagelo de la desocupación impera entre los más clasificados y cada vez en forma creciente. El otro elemento, por cierto impactante, es que están “sobreeducados” en relación a los puestos que terminan consiguiendo y por supuesto, con retribuciones más bajas en relación a sus posibilidades. Hay demasiados recursos humanos con formación técnica y universitaria en relación a la capacidad de absorción del mercado capitalista. Esto es otra de las caras del impasse capitalista, que provoca un freno del PBI potencial (indicador que toma en cuenta las posibilidades de desarrollo, absorbiendo todos los recursos a disposición que permanecen ociosos), que se ha agudizado en el marco de la actual crisis mundial en desarrollo.
La OIT pone de manifiesto que el desempleo afecta fundamentalmente a los jóvenes. Pero también destaca que los índices del desempleo de larga duración han aumentado considerablemente, especialmente entre los trabajadores de edad madura.4
La presión continuada, estresante y extrema en el trabajo puede resultar muy peligrosa. En los niveles más altos de tensión se encuentra el denominado síndrome burn out o del quemado (Maslach, Jackson, Litter, 1996), en el que el grado de presión y bloqueo resulta intolerable.
La OIT reconoce que el estrés nocivo no es un fenómeno aislado. En EEUU, el 27% de los profesores han padecido problemas crónicos de salud como consecuencia de su profesión y casi el 40% reconoce tomar medicinas para sobrellevar síntomas de enfermedades ocasionadas por su trabajo.
En Suecia, estudios recientes llegan a la conclusión de que el 25 % de los educadores está sujeto a una tensión psicológica excesiva. El 20% de los docentes del Reino Unido padece problemas de ansiedad, depresión o estrés, y en Hungría se comprobó que determinadas patologías como laringitis, faringitis, enfermedades del sistema circulatorio, neurosis, etc. son más frecuentes entre los educadores que entre la población en general.
A su turno, más del 20 % de los españoles considera probable o muy probable quedarse sin empleo en los próximos 12 meses, según un estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), una situación de incertidumbre que empuja a muchos a replantearse el futuro. Montar un negocio, cambiar de oficio o emigrar son las principales opciones. Pero estas iniciativas en muchos casos terminan siendo un salto al vacío. El cuentapropismo o los microemprendientos concluyen siendo un tránsito pasajero que tiene como estación terminal engrosar la legión de desocupados.
Hoy asistimos a otra paradoja: el exceso de trabajo coexiste con la falta de trabajo
La incertidumbre laboral se extiende hacia la periferia. Tomando nuestro país como botón de muestra, el 58,3% de los argentinos conoce a alguien que perdió su empleo en los últimos meses. Según el mismo sondeo reciente de la consultora Ibarómetro, de marzo de 2017, un 46,7% considera, asimismo, que el desempleo aumentará en los próximos meses. Además, siete de cada diez argentinos creen tener bajas posibilidades de obtener un buen trabajo.
En el estudio Monitor Sociolaboral de Opinión Pública se ratifica la tendencia hacia la incertidumbre señalada en la medición anterior (noviembre 2016): el 60,5% percibe que las posibilidades de conseguir un trabajo se han reducido en relación a un año atrás.
En el terreno de la capacidad adquisitiva, las evaluaciones son aún más negativas: el 67,5% piensa que la situación de “la mayoría de los trabajadores” empeoró en los últimos tres meses.
La “inestabilidad laboral” se ha convertido en un estresor macrocontextual que inunda tanto la vida personal como profesional. Registrándose aumentos en la frecuencia de enfermedades cardiorrespiratorias, dermatológicas, o un aumento de la individualidad y que estos problemas se hacen extensivos a la familia.
La investigación concluye señalando que “la inseguridad laboral actúa como un estresor crónico, cuyos efectos negativos se acentúan en función del tiempo a que están expuestos a esta inestabilidad”.
La incertidumbre que viene creciendo a un ritmo vertiginoso y que penetra en todos los poros de la vida humana, tanto individual como colectiva, hunde sus raíces y es inseparable de la organización social reinante. La descomposición del régimen capitalista viene provocando un aumento de flagelos como la desocupación, la precariedad laboral, el retroceso en las condiciones de vida y el estrés, el deterioro de la salud física y mental, haciendo más insegura la existencia de la población trabajadora y haciendo estragos en sus hogares. Esta situación reclama a gritos la necesidad de erradicar el orden establecido y proceder a una reorganización integral del planeta sobre nuevas bases sociales. El género humano, muy probablemente, estará frente a otras incertidumbres pero habrá dejado atrás las “incertidumbres” (léase lacras) actuales, en momentos en que ya, hace tiempo, están creadas holgadamente las premisas necesarias para ponerle un fin y abrir paso a un nuevo rumbo para la humanidad.
Pablo Heller
Economista
Docente de la Facultad de Sociales y Filosofía y Letras-UBA*
heller1952 [at] yahoo.com.ar
Dirigente del Partido Obrero. Autor de los libros Capitalismo Zombi y Fabricas Ocupadas. Colaborador permanente de Prensa Obrera y la revista En defensa del Marxismo.
Notas
1. Ver Heisenberg, El principio de incertidumbre. Grandes ideas de la ciencia, Arcangel Magia, División libros, octubre 2014.
2. Rosa Luxemburgo, Introducción a la Economía política, Edición Internacional Sedov, pág 78.
3. Combating Unemployment and Exclusion: Issues and Policy Options. Contribution the G7 Employment Conference. OIT, Ginebra, 1996.
4. Labour Force Statistics, 1973-1993, Quarterly Labour Force Statistics (correspondientes a 1994) OCDE, Paris, 1995.