La clínica psicoanalítica: ¿Proceso o travesía? | Topía

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La clínica psicoanalítica: ¿Proceso o travesía?

 

La incertidumbre puede abordarse desde distintas perspectivas. Nos parece que era necesario ver cómo la encontramos en el espacio de la clínica psicoanalítica. En el siguiente texto, J.-B. Pontalis postula que el análisis es una travesía. La incertidumbre es parte inherente del viaje que es el análisis. Aquí se opone a quienes proponen entenderlo como un “proceso psicoanalítico” o definir una “dirección de la cura”. Y para ello la incertidumbre es un necesario acompañante. El siguiente texto fue publicado en el libro Este tiempo que no pasa (Topía, 2005)

Lo primero que cae al mar,
en el curso de una larga travesía,
es el tiempo.
Paul Morand, L’Europe galante

¡Qué diferencia entre lo que se dice en el curso de las “entrevistas preliminares” (preliminares a la eventual decisión de emprender un análisis) y lo que se dice, se siente, se intercambia, se moviliza y se inmoviliza una vez comenzado el análisis!

La mayoría de las veces, las primeras entrevistas dejan entrever la historia de una vida. No porque el que consulta nos describa su curso siguiendo una cronología, sino porque los acontecimientos contados bastan para crearnos la ilusión de que es como si esa historia nos ofreciese su lectura: nos parece legible de principio a fin. Vemos dibujarse las figuras de los padres, directamente evocados o no -poco falta para que estén ahí, en carne y hueso, en la habitación-, nos representamos al niño triste, humillado, presa de rabia o de miedo, creemos descubrir los momentos más importantes, y decisivos, del pasado que en el presente siguen produciendo sus efectos, y generan sufrimientos, activismo encarnizado, inestabilidad febril o repliegue sobre sí. Nuestra atención, en ese primer encuentro, es la de un centinela vigilante, al acecho de signos inadvertidos por ese que avanza hacia nosotros: es la atención de un lector que se dedica a descifrar un texto pero se prohíbe soñarlo.2

¿Y si lo desconocido -el inasible origen- estuviera menos detrás nuestro que adelante?, lo que todavía no conocemos, por no haberlo vivido, por no haberlo encontrado

A veces, más que el trazado de una historia, lo que se impone es el sometimiento a un destino y a sus marcas: un mismo acontecimiento, generalmente dramático, retorna periódicamente, de manera casi idéntica. No hay duda: ese hombre es actuado. Por más que cambie de traje, por más que se mueva en decorados diferentes según las épocas y los lugares, cumple su papel siempre en la misma obra, y recita los mismos parlamentos. Al servicio de un autor innombrado, de un texto de origen desconocido y que él no ha escrito.

Pero quizás nos estemos equivocando. ¿Y si el actor en apariencia sojuzgado fuese al fin de cuentas el agente de eso que habíamos tomado por un implacable dâimon que lo perseguía, y lo poseía? ¿Y si fuese el sujeto quien provocaba ese “eterno retorno de lo mismo”?

Recordamos la sabrosa descripción que hace Freud -y en la que cada uno de nosotros podría reconocerse- de “esas personas cuyas relaciones humanas van todas hacia el mismo desenlace”3: amistades traicionadas, ingratitud de los que recibieron ayuda, historias de amor que atraviesan siempre las mismas fases y tienen el mismo fin, sin olvidar la historia tragicómica de aquella mujer “cuyos tres sucesivos maridos se enfermaron poco tiempo después de casarse con ellos, y que ella cuidó hasta su muerte”, ni la sublime fábula de Tancredo y Clorinda celebrando la unión del amor y del crimen.

No es fácil en casos como éste imaginar, aunque Freud no haya dudado en hablar de la “elección de la neurosis”, que una elección personal, incluso inconsciente, esté en el origen de tamaña mala suerte.4 No es fácil reconocer en ellas, operando, al principio de placer, y menos aún un deseo en acción, obstinadamente dedicado a realizarse en esa persistencia de lo “demoníaco”. O si no, ¿habría acaso que ver en esa “compulsión de destino”, la Schicksalszwang, -en esa coacción o automatismo de repetición que parece ignorar el tiempo y el cambio- la figura menos deformada, menos desplazada, y más pura en suma, del inconsciente atemporal? Es justamente ésta la pregunta desplegada por esa extraña divagación -“ensoñación profunda” escribe Freud- que es Más allá del principio de placer. “El ser vivo elemental ya en el origen no habría querido cambiar y, si las condiciones hubieran seguido siendo las mismas, el curso de la vida no habría hecho más que repetirse, siempre igual a sí mismo.”5 Inmortalidad potencial del germen, mortalidad del soma... Nuestra sensación íntima del tiempo, del tiempo que pasa, e incluso de la duración, ¿sería acaso secundaria, como la conciencia?6 ¿Un efecto de nuestra existencia finita, destinada a la muerte? ¿Sería el inconsciente la transposición psíquica del germen?

¿Cómo no invocar el destino justamente allí donde la repetición es menos flagrante que en los casos evocados por Freud? Allí donde, en el momento en que alguien intenta enunciar aquello que, hoy, lo conduce hacia nosotros, y con lo que batalla vanamente desde hace años, somos proclives a hacer caber la totalidad de su presente y su pasado en la búsqueda de un padre, para admirarlo o seducirlo, en un interminable arreglo de cuentas con el poder materno, en una agotadora lucha fratricida... El libreto puede admitir variantes, pero las dramatis personae están instaladas, de una vez para siempre. ¿No estaríamos simplemente -por deseosos que estemos de “hacer nuestra vida”, de marcarla únicamente con nuestra huella- cumpliendo con lo ya escrito, lo ya proferido? Fatum, que a pesar de todo dudamos en laicizar llamándolo, determinismo psíquico.

 

Una historia que se lee con demasiada facilidad. Y también un destino anunciado, programado con demasiada facilidad. A esto nos dan acceso, la mayoría de las veces, las entrevistas preliminares. De la historia, presentimos que podrá ser contada -como cualquier otra historia- de otro modo, que se pondrán en relieve otros acontecimientos, se invocarán otras causalidades. Aún así, seguirá siendo una historia. Del destino, presentimos que es más complejo, más ramificado en sus considerandos de Tribunal o sus predicciones de oráculo, que aquello a lo que lo hemos reducido con precipitación. Aún así, nos cuesta despegarnos de la imagen de un gran organizador de desdichas en cadena que prosigue, silenciosa y malignamente, su trabajo de destrucción.

¿Si lo que secretamente esperábamos de un análisis, no es que pueda hacernos nacer -fantasía de autoengendramiento- o renacer -ilusión del new beginning (Balint)- sino que por él seamos capaces de inventarnos?

Si el analista fuera autor de novelas o dramaturgo, estos primeros encuentros son los que le aportarían el material. ¿Que va juntando en ellos con el correr de los años? Una colección de faits divers, de hechos cotidianos varios, tan variados que en cada uno hay algo único, al punto que -los más insólitos- permanecen largo tiempo en la memoria. ¿Qué otra cosa es una “historia de caso”, aparte de un conjunto de faits divers?

Pero si el análisis comienza exit para la novela, y con ella a lo novelesco. Muy pronto no hay historia legible, ni destino descifrable. Ya no hay clave de los sueños, ni de lo que sea. Ya no hay saber que resista, ni teoría que valga. ¿Y qué nos queda entonces? Una cierta confianza. ¿En qué? En ésto: que la travesía, por más larga, agotadora, y peligrosa que sea, va a hacerse. Travesía de las apariencias, paso de fronteras, travesía del tiempo, travesía de los lugares, las imágenes, los acontecimientos del día y de esos acontecimientos de la noche que son los sueños, desplazamiento de los recuerdos y las figuras imaginarias (¿existen otras figuras?), y sobre todo travesía de las transferencias (dos palabras que podrían considerarse sinónimas).

¿Travesía para ir hacia dónde, si no se ha fijado ningún destino, si no se ha asignado ninguna “representación-meta” y si el incierto trayecto se va decidiendo a medida que se hace? ¿Y si lo desconocido -el inasible origen- estuviera menos detrás nuestro que adelante?, lo que todavía no conocemos, por no haberlo vivido, por no haberlo encontrado. ¿Si lo que secretamente esperábamos de un análisis, no es que pueda hacernos nacer -fantasía de autoengendramiento- o renacer -ilusión del new beginning (Balint)- sino que por él seamos capaces de inventarnos?

No hablemos de viaje o de aventura -demasiado novelescos...-. No, simplemente presentimos, analista y paciente, que una travesía comienza, la nuestra, sin saber demasiado lo que la embarcación transporta en su bodega -tesoros y explosivos-, sin disponer de una mesa de navegación para asegurarnos de que la ruta que seguimos es la mejor, sin garantía de que llegaremos a buen puerto. ¿Es posible hablar de “dirección de la cura” cuando no se conoce aquéllo que la dirige?

No hace mucho,7 considerando la larga historia del psicoanálisis, se recurrió, para dar cuenta de lo más específico del análisis, a la noción de proceso, en vías de transformarse en nuestro nuevo Schibboleth. Cuando llega el momento de evaluar una cura, los expertos se interrogan: “¿Hubo o no proceso analítico?”. Difícil para mí entender lo que se quiere significar exactamente con eso. ¿Será sólo una manera de juntar bajo un mismo nombre todos los componentes de un análisis? La transferencia del paciente en el analista e, igualmente activa, la del analista en el paciente, su contratransferencia (que para mí es algo totalmente distinto)8, la regresión, el silencio, la interpretación, la libre asociación, la rememoración, la repetición y lo que, a falta de algo mejor, el Vocabulaire llamó trabajo elaborativo -¿y qué más puedo agregar?-. Pero, ¿qué se gana tratando de abarcar con tamaño catálogo en una sola palabra fenómenos y movimientos tan diferentes y hasta opuestos? La introducción de una noción -por lo menos en psicoanálisis- sólo tiene valor si hace que surja una realidad inadvertida hasta entonces. ¿Es éste el caso?

Y, sin embargo, entiendo lo que se quiere subrayar diciendo “proceso”: que el devenir de un análisis y su eficacia no son el producto de la acción de los dos protagonistas o de uno sólo de ellos. Lo que está ocurriendo -what is going on, dicen los ingleses- es algo que escapa a los sujetos. Ni uno ni otro lo dominan, pero ésto no significa que estén ausentes, pues es por su extraño encuentro, el encuentro de dos desconocidos abiertos a lo desconocido propio, que las cosas ocurren como ocurren...

Pero mejor aún entiendo los riesgos que conlleva una referencia tan insistente y tan generalizada, dejando de lado las diferencias teóricas y técnicas. Sea cual fuere el campo en que a él recurre cada uno, proceso, ¿no está implicando la idea de un desarrollo objetivo, de una sucesión continua y hasta irreversible de fenómenos? Proceso histórico para los marxistas, proceso infeccioso, inflamatorio, necrótico para los médicos, psicótico para los psiquiatras, proceso de crecimiento de los organismos o las economías.9 Una vez trasladado al psicoanálisis, al “proceso” le toca hacer creer que un análisis se desarrolla de un modo casi autónomo -como el “proceso sin sujeto” en que quiso creer Althusser-, que pasa necesariamente por una sucesión de estadios o “posiciones” (Mélanie Klein) y hasta se confunde con una “historia natural” (Meltzer)10.

Durante un reciente coloquio,11 le di batalla con todo a esa invocación permanente del “proceso” que se hace en nuestros círculos. Afirmé sin prudencia que si bien Freud hablaba de proceso psíquico (primario, secundario, del sueño, de rememoración), de su pluma no había salido la expresión “proceso analítico”12. Lo que privilegiaba incesantemente era el método; lo que sí formaba parte de su lengua, era la palabra movimiento, utilizada en los contextos más diversos. Y pregunté: ¿por qué sustituir entonces estas palabras por proceso?

Hubo de mi parte un rechazo “a la Bartleby” -“Preferiría no...”- que no convenció demasiado, máxime que hasta a mí me costaba explicármelo.

Recién unos días después pude entrever el motivo de mi reticencia. Un proceso -me dije-, sea que se lo considere lineal o dialéctico, va siguiendo cierto curso, avanza hacia cierto fin. No da cuenta ni del acontecimiento -de lo que ocurre y no deja de ocurrir- ni de la experiencia del tiempo propia del análisis: una experiencia tan singular, tan perturbadora, tan intensa como la experiencia a la que a veces nos dan acceso los sueños, esos imprevisibles visitantes que vienen, como decía Valéry, de una “región de mí en la que yo no estoy”13.

Había un libro, entre otros, a la espera desde hacía meses, sobre una mesa. De pronto, su título me atrajo: Beber de la fuente.14 Lo abrí y leí lo siguiente: “Tiempo, insistente mosquito. No me pidas precisiones. Y tampoco ustedes, ¡atrás! Gentes de bella memoria. Sepan que siento un placer muy especial en no acordarme de las fechas exactas”.

¿Es posible hablar de “dirección de la cura” cuando no se conoce aquéllo que la dirige?

¿Quién nos libera de ese “mosquito”, para librarnos a otro tiempo? ¿Quién olvida las “fechas exactas” para abrirnos a una memoria exacta de otra manera que ni siquiera es la del recuerdo recordado sino la de las huellas sensibles, con frecuencia ínfimas, que sólo para nosotros tienen valor de acontecimiento, y cuyo efecto sólo más tarde, cuando aparezcan sorprendentes conexiones, podremos medir? ¿Quién, sino el sueño, o el análisis en su travesía?

También encuentro en Supervielle, algunos renglones más abajo, estas palabras que entran inmediatamente en resonancia con lo que, por mi parte, entiendo por movimiento del análisis, puesta y permanencia en movimiento, y que no se interrumpirá con la terminación de la cura: “En aquella habitación [donde murieron los padres de Supervielle y a la que él retorna aproximadamente treinta años después] todo está cambiado: los muebles, las pinturas, la cama y su colcha, toda la cara del dormitorio que ya no me dice absolutamente nada más. Y además, ¿acaso no sentí yo con frecuencia que no es nunca en los lugares mismos donde llego al fondo de la emoción, sino gracias a un largo trabajo de zapa que hoy, simplemente, comienza?”15

Una vez trasladado al psicoanálisis, al “proceso” le toca hacer creer que un análisis se desarrolla de un modo casi autónomo -como el “proceso sin sujeto” en que quiso creer Althusser-, que pasa necesariamente por una sucesión de estadios

Un rostro que ya no dice nada, que parece borrado, una habitación de muerto que se ha hecho extraña, indiferente, una ausencia de emoción y, afuera, más tarde, la llegada de un sufrimiento, de un sufrimiento de niño y un comienzo que es también un consentir a vivir con la pérdida y ya no a sobrevivir en la pérdida. Y pienso en esa paciente que pudo contarme como un hecho, en verdad doloroso, pero como un hecho, la muerte de su padre muy amado, y que un día, súbitamente, prorrumpirá en sollozos hablándome de una silla que permaneció vacía en torno de una mesa de restaurante.

¿Acaso lo que nos pasa estaría viniendo siempre de “una región de mí en la que yo no estoy” y en la que, sin embargo, estoy de veras?

Extranjeridad de la memoria. Extranjeridad del tiempo. Extranjeridad del sueño.

(…)

¿Qué hice hasta aquí, fuera de pronunciar el elogio del movimiento? Y sin embargo, para mí, el tiempo de inmovilidad en el análisis -el silencio prolongado, y hasta dormirse en sesión, la repetición insistente, penosa, que hace perder la esperanza, todo eso que hace decir a los defensores del proceso que dicho proceso está “bloqueado”- es un tiempo necesario, y la mayoría de las veces testimonio de que nos estamos acercando al núcleo activo.16

El silencio es oposición, sí, -“no quiero contarle lo que usted está esperando de mí, que incluso me recomienda que diga: asociaciones, recuerdos de infancia, sueños interesantes”-, pero también recogimiento. Stilleven, dicen los holandeses, los “inventores” del género, Stilleben los alemanes, still life los ingleses, en lugar de lo que nosotros, los franceses, y algunos otros más, llamamos “naturaleza muerta”. Y sin embargo, quienes han sabido pintar -y con qué amorosa atención- lámparas y botellas vacías, limones y caracoles, peces y presas de caza, ¿qué es lo que nos revelan, fuera de que no existen a sus ojos, como tampoco a los de quien sueña o de quien percibe -y siempre que su mirada no trate de apoderarse de ellos- objetos inanimados? Still life: vida silenciosa, vida tranquila, vida fuera del tiempo, pero vida, y vida aún ahí, ¡esa vida que tantas veces está ausente en los humanos!

La repetición. Muy tardíamente, es verdad, Freud vio en ella la “manifestación de fuerza de lo reprimido”, reconociendo en detrimento suyo los límites de la rememoración: “El enfermo no puede recordar todo lo que está reprimido en él y quizá precisamente lo esencial”.17 Le llevará todavía un tiempo admitir que la repetición no emana de las resistencias del yo18, sino de las resistencias del ello. Insistencia y resistencia del inconsciente están una junto a otra, cuando lo “esencial” entra en acción.

Entre movimientos e inmovilidad, viento a favor y viento en contra, tempestades y bonanza, la travesía prosigue, ¡con tal que embarcación19 y pasajeros aguanten!

Notas

1. Debo la imagen de la travesía a la lectura reciente de un artículo de Catherine Chabert titulado «Traversées” (in Le fait de l’analyse, nº 1, 1996) así como a la lectura, más lejana pero siempre presente, de un libro de Claude Roy, La traversée du Pont-des-Arts, admirable novela-meditación-poema sobre el Tiempo y el «despasa-tiempo (para-ir-más-allá)”, a que accede el héroe del libro cuyo nombre Rivière (Ríos) habla del transcurso del tiempo (Gallimard, 1979).

2. Las notas tomadas luego de las primeras entrevistas se quedan la mayoría de las veces en el fondo de un cajón que no vamos a abrir. Si por casualidad las consultamos, eventualmente, una vez terminado el análisis, ahora están mudas, y antes nos habían parecido tan elocuentes. Es que entretanto, entre-tiempo, el tiempo del análisis hizo que pusiéramos a una cierta distancia -e incluso olvidáramos- tanto los motivos de la demanda como los datos fácticos que se nos pudieron transmitir: olvido necesario pues aquella realidad sirve de pantalla a esa otra que el análisis apunta a hacer surgir y que Freud llamó, para hacerse entender, realidad psíquica.

3. S. Freud: “Más allá del principio de placer”, Obras Completas, Vol. XVIII, Amorrortu, Buenos Aires, 1920, p. 21.

4. Cuando se intenta persuadir a la víctima del destino, ese tirano, de que su servidumbre es voluntaria, de hacerle entender la pregunta de La Boétie -“¿Quien tanto os domina tiene acaso tantas manos para golpearos, si no es de vos de quien las toma?”-, tiene más posibilidades de reforzar la sumisión que de ampliar el campo de la libertad: “Así son las cosas, ¿y yo qué puedo hacer?”.

5. Ibid., p. 38.

6. Cf. La decisiva aserción freudiana, ya citada: “Los procesos del sistema Ics son atemporales, es decir, no están ordenados en el tiempo, no son modificados por el transcurso del tiempo, no tienen absolutamente ninguna relación con el tiempo. La relación con el tiempo está ligada al trabajo del sistema Cs.” en Metapsicología, Vol. XIV, p. 184.

7. Parece, subordinándolo a un inventario más minucioso, que fue a partir de los años sesenta cuando se planteó el proceso analítico. Cf. en el volumen 49 del International Journal of Psichoanalysis (1968), la ponencia con que Leo Rangell abrió un simposio dedicado a este tema (1966). Desde entonces el proceso no hizo más que desarrollarse.

8. Intenté precisar en otros momentos el sentido que doy a “contratransferencia”. Cf. especialmente «Lo vivo y lo muerto entrelazado”en Entre el sueño y el dolor, Sudamericana, 1978.

9. La evolución de lo vivo, aunque haga intervenir la discontinuidad de las “mutaciones”, contradice la noción tranquilizadora de proceso, como lo subraya Jean Clair (en Eloge du visible, Gallimard, 1996, p.10), “La evolución suspende la idea de prototipo; a la medida de la forma le substituye la desmesura, a la economía un prodigioso despilfarro de fórmulas y una sorprendente proliferación; opone a la unidad la diversidad, a la necesidad, combinaciones -el azar- y a la discreción, exhuberancia”.

10. Cf. Donald Meltzer, El proceso psicoanalítico, Hormé, 1971.

11. Charlas de la Asociación Psicoanalítica Francesa (junio de 1995) tituladas “Qu’appelle-t-on processus psychanalytique? (¿A qué se llama proceso psicoanalítico?)”.

12. Si bien es cierto que estas palabras no figuran en el índice de las Gesamellte Werke y de la Standard Edition, se me objetó con justicia que Freud sí recurrió a ellas en algunas (escasas) ocasiones.

13. Paul Valéry, en Cahiers.

14. Es el título que dio Jules Supervielle a su libro de recuerdos. Y es un título que me intriga sobre todo porque el padre y la madre de Supervielle murieron ambos por haber bebido agua contaminada en Oloron cuando el niño tenía sólo unos pocos meses. “Beber de la fuente”. ¿Supervielle habrá elegido el título conscientemente, o no?

15. El subrayado es mío.

16. Cf. infra, “ELLO en mayúsculas”.

17. “Más allá del principio del placer”, op. cit., p. 18 (el subrayado es mío). A propósito “repito” estas líneas ya citadas supra.

18. Lo vuelve a firmar vigorosamente en “Más allá del principio del placer” (op. cit., pp. 19-20): “La resistencia del analizado proviene de su yo […] Hay que liberarse de la idea errónea según la cual, al combatir las resistencias, nos las estaríamos viendo con la resistencia del inconsciente” (el subrayado es mío).

19. Por eso la importancia de mantener contra viento y marea el encuadre espacio-temporal. Paradoja: lo fuera-del-tiempo, el tiempo sin medida, sólo puede surgir entre los estrictos límites de un tiempo medido, así como el sueño sólo puede desplegarse en el recinto cerrado del dormir.

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Articulo publicado en
Abril / 2018