Luz…
Cuando mis lágrimas te alcancen
la función de mis ojos
ya no será llorar,
sino ver.
León Felipe
Un problema tan antiguo como la filosofía misma es el del cambio y la permanencia, el motor del cambio entendido como devenir con su consiguiente reflexión histórica: si todo se transforma con el paso del tiempo ¿qué es lo que permanece?; a su vez cada época habla a través de sus protagonistas, algunos se interesan por las rupturas otros por las continuidades, ponen el acento en el pasado o en el futuro para definir el presente, lo actual o lo inactual de lo que acontece ahora en el mundo contemporáneo.
Dos cuestiones son relevantes de ver cuando pensamos históricamente nuestro tiempo, la herencia y la deuda, lo viejo y lo nuevo. Herederos de la modernidad, en deuda con ella y su legado, en las últimas décadas del siglo XX se impuso la cuestión “posmoderna” para convencernos de que había finalizado esa intención de novedad inaugurada en los siglos XVI y XVII.
Ideas o pensamientos que a fuerza de lo novedoso han perdido consistencia, el estilo “vintage” llega también a las teorías
La Modernidad como época dio a luz una nueva clase social: la burguesía, un nuevo orden de producción: el capitalismo, un nuevo escenario de vida: la ciudad, un nuevo modo de entender el mundo: la ciencia experimental. La exaltación de la razón, el sujeto autónomo, el dominio de las fuerzas de la naturaleza, la ética universal, son el legado fundamentalmente del siglo XVIII. Un tiempo que inaugura un nuevo mundo sostenido en la fe en el progreso y en la intención de lograr un orden social que le diera a cada cual lo que corresponde.
Progreso moral para algunos pensadores, progreso científico para otros; pero tanto un aspecto como otro estaba orientado hacia el futuro, la clave del momento presente -para la tradición ilustrada primero y el positivismo del siglo XIX luego- estaba fundada en la proyección hacia una etapa o estadio de la historia por venir.
Este sujeto consciente, este “ego cogito” que nació en René Descartes y que fue tomando forma en el sujeto trascendental de Immanuel Kant, que reemplazó el mito y la religión por la filosofía idealista, encuentra su mayor postulado en G. W. F. Hegel: “Todo lo real es racional y todo lo racional es real”. Este sujeto capaz de toda ciencia, se consume en el positivismo de Augusto Comte donde el estadio positivo reemplaza a todas las formas míticas y metafísicas de entender al hombre y al universo.
Pero al mismo tiempo se gesta otro saber: la contracara del idealismo alemán es el romanticismo; el genio maligno cartesiano que sirve de causa para la duda metódica, se transforma en el sueño que amenaza a la vigilia constante de la razón humana.
“Toda época del pensamiento humano podría definirse, de manera suficientemente profunda, por las relaciones que establece entre el sueño y la vigilia. Sin duda nos admiraremos siempre de vivir dos existencias paralelas, mezcladas una a la otra, pero entre las cuales no llegamos nunca a establecer una perfecta concordancia. Cada creatura se encuentra, tarde o temprano, y con mayor o menor claridad, continuidad y sobre todo urgencia, frente a esta pregunta insistente ¿soy yo el que sueña? (...) Las respuestas a estas preguntas que nos propone el sueño dependen ante todo de las fronteras que tracemos entre lo que somos y lo que no somos.”1
Un mundo desencantado sostenido a su vez en una teoría del desencanto: nada nuevo por hacer ya que estamos en el “desván de la historia”
En el seno de la modernidad se gesta la convicción de la omnipotencia de la razón -aún en su instancia crítica- y el optimismo exaltado de poder organizar una sociedad capaz de lograr a través de los medios de producción un plexo de útiles que harán posible un mundo mejor.
Walter Benjamin construye su crítica al progreso y a la burguesía con el legado de los poetas y los dramaturgos, en ellos está la metáfora de la sociedad industrial, el anonimato de las grandes masas, los nuevos sujetos de la urbanización del espacio. En París, capital del mundo aparecen los maquillajes, los escenarios, los simulacros de lo real.
El siglo XIX que tan brillantemente describe Charles Baudelaire en Las flores del mal y, que como toda obra de vanguardia es rechazada en su momento, tiene su simiente en pensadores que en pleno auge de la modernidad dan lugar a “la crítica de la crítica”: lo que significa que este mundo moderno que se consolida en la destrucción del mundo antiguo, es a su vez cuestionado por sus hijos pródigos.
“Cuando menos en la superficie, y en su primera parte, el siglo XVIII fue el siglo sin asombro, sin angustia y, por consiguiente, sin auténtica confianza, pues su seguridad no merece tal nombre; fue el siglo sordo al destino y ciego a los signos y a las imágenes. Pero bajo esta seguridad aparente, las almas de algunos vivían en un malestar anunciador. (…) La psicología mecanicista no les basta ya, como tampoco los debates puramente intelectuales (...) El romanticismo correrá la aventura con todos sus riesgos, con todos sus naufragios y también con todas sus oportunidades.”2
Esta manifestación romántica que anuncia en el sueño el inconsciente freudiano: se burla de las ceremonias burguesas de los salones de té, denuncia la fragilidad de las masas que fluyen por las arterias de la metrópolis, muestra las mascaradas de la civilización capitalista y los peligros de la industrialización; es la que va a mostrar otro sujeto, el que se encuentra desencantado del mundo y que más adelante mostrará Max Weber en la burocratización del estado moderno; el sujeto enajenado que vende su fuerza de trabajo en Karl Marx; y es el que lleva a nihilismo la crítica kantiana en Friedrich Nietzsche.
La modernidad fue madre de hijos legítimos, a los que dio su nombre; pero también engendró hijos bastardos que fueron los antiilustrados, los antimodernos, los románticos que no se permitieron caer en la tentación que provoca la razón instrumental como nueva religión. El mecanicismo inspirado en la física de Isaac Newton y el evolucionismo generado por la teoría de Charles Darwin son los padres de leyes científicas que darán paso a un mundo cuantificado y clasificado que oficia como matriz de un mundo desencantado sin musas ni dioses. Las fuerzas productivas de la sociedad capitalista crearán una industria cultural en la que el folletón reemplazará las grandes novelas. La obra de arte pasará a formar parte del circuito comercial y será la mercancía que el señor burgués va a adquirir para adornar su vida. Nuevos personajes aparecen en el siglo XIX: el dandy en Londres y el flâneur en París como nuevos rostros de la gran ciudad.
Los comienzos del siglo XXI muestran la necesidad de replantear nuestra visión de la herencia y sobretodo de la deuda, a los pobres y las clases medias se les pide “austeridad”, a los derechos se los considera “gasto público”
“El bulevar es la vivienda del ‘flâneur’, que está como en su casa en las fachadas, igual que el burgués en sus cuatro paredes. Las placas deslumbrantes y esmaltadas de los comercios son para él un adorno de pared tan bueno y mejor que para el burgués una pintura al óleo del salón. Los muros son el pupitre en el que apoya su cuadernillo de notas. Sus bibliotecas son los kioscos de periódicos, y las terrazas de los cafés balcones desde los que, hecho su trabajo, contempla su negocio.”3
Otros personajes aparecen como deshechos de la sociedad industrial: los traperos que viven de las sobras, “trabajaban para intermediarios y representaban una especie de industria casera que estaba en la calle”, ellos se transformarían en objeto de estudio de los primeros investigadores en ciencias sociales. La multitud es el gran personaje de las ciudades del siglo XIX, está el hombre que se pierde en ella buscando algo que comprar o vender; está la mujer que enamora al poeta sentado en el café y que por un instante se muere de amor mientras la ve pasar.
“La multitud no es sólo el asilo más reciente para el abandonado. El ‘flâneur’ es un abandonado en la multitud. Y así es como comparte la situación de las mercancías. De esa singularidad no es consciente. Pero no por ello influye menos en él. Le penetra venturosamente como un estupefaciente que le compensa de muchas humillaciones. La ebriedad a la que se entrega el ‘flâneur’ es la de la mercancía arrebatada por la rugiente corriente de los compradores.”4
Benjamin nos muestra la otra cara del pensamiento del siglo XIX: Baudelaire desde la poesía nos habla de los nuevos personajes de la gran ciudad. Edgar Alan Poe desde la novela de suspenso crea un efecto detectivesco en las calles iluminadas por las farolas a gas. El tiempo perdido que debemos recuperar en la experiencia en Marcel Proust; la multitud que recrea Víctor Hugo en Los miserables. El siglo XIX tuvo sin duda los voceros oficiales como Herbert Spencer en su obra El progreso, pero también desde el arte que se resistía a ser transformado en mercancía, encontró la verdadera manifestación artística que muestra su lado oscuro, su perfil vulnerable, su costado oculto por el cientificismo divulgado en las universidades y cristalizado en los laboratorios.
“Mientras que místicos, poetas y pensadores esbozaban estas nuevas concepciones y, mientras que, con la entusiasta generosidad de las ideas de la época, nacían en todas partes los gérmenes de una filosofía irracionalista del sentimiento, de la intuición global, de la evolución viviente, las ciencias recibían del empirismo dominante un impulso que parecía destinarlas a refrenar victoriosamente la invasión mística.”5
Herederos de esta tradición son los poetas malditos, los pensadores surrealistas, los representantes del existencialismo ateo y del teatro del absurdo, los nuevos filósofos a los que Pierre Viansson Ponté llamó “la generación perdida”.
En un presente vintage, los sueños son sólo pesadillas para los que han quedado fuera del reparto; el capital, incluidos el simbólico y social, ha quedado en muy pocas manos
El siglo XX ha seguido sus pasos, con el ritmo vertiginoso de la sociedad actual, y como afirmaba Claude Lévi-Strauss en un reportaje de la revista L’Express en 1971 al referirse a cómo algunos divulgadores las transformaron en moda intelectual, decía: “No hay que admirarse de eso, en París los salones son voraces, les hace falta nuevo pasto cada cinco años.” Ideas o pensamientos que a fuerza de lo novedoso han perdido consistencia, el estilo “vintage” llega también a las teorías.
Esta será parte de nuestra herencia, el capitalismo construyó sus propias catedrales: los shoppings donde los compradores se transformarán en consumidores adictos por lo superfluo y lo efímero. Un mundo desencantado sostenido a su vez en una teoría del desencanto: nada nuevo por hacer ya que estamos en el “desván de la historia”, materiales que ya no sirven y son convertidos en objetos estéticos: una máquina de escribir, una plancha a carbón, una vitrola, el mundo es una vidriera de antigüedades que quedaron en la casa de los abuelos, pero también se puede hacer un mundo “vintage”, forzando un envejecimiento en artículos recién construidos, una técnica de simulación y de rescate como moda sin ideales, ni nostalgias.
“El tiempo de la propia historia carece de dios, es continuo y, para seguir a Benjamin, vacío y homogéneo. Con esto quiero decir que al emplear la conciencia histórica moderna (tanto en los escritos académicos como fuera de ellos), pensamos en un mundo que, en la descripción de Weber; ya está desencantado. Los dioses, los espíritus y otras fuerzas ‘sobrenaturales’ no están en condiciones de exigir agencia alguna en nuestros relatos. Además, este tiempo está vacío porque funciona como un saco sin fondo: cualquier cantidad de acontecimientos puede colocarse en su interior; y es homogéneo porque no le afecta ningún acontecimiento particular; su existencia es independiente de tales acontecimientos y en cierto modo los precede.”6
La relación con el pasado y por ende la proyección hacia el futuro está empobrecida, cuando pensamos en las sucesivas crisis económicas y sociales que los desheredados ya no tenían posibilidad de mejorar su situación de precariedad existencial -como fruto también de la retirada de la política- no advertimos que ellos sí habían heredado su pobreza y su situación marginal reforzada por la creciente acumulación de riqueza de unos pocos y el territorio cada vez más extendido de pobres e indigentes.
Los comienzos del siglo XXI muestran la necesidad de replantear nuestra visión de la herencia y sobretodo de la deuda, a los pobres y las clases medias se les pide “austeridad”, a los derechos se los considera “gasto público”, la retirada de los ideales políticos como la igualdad y la justicia social hace de este mundo desencantado un triste viaje de refugiados hacia nuevos espacios de exclusión.
“En tanto que los medios, los expertos y los políticos reiteran encantamientos de alabanza al equilibrio presupuestario, tiene lugar una segunda expropiación de la riqueza social, luego de la ejecutada en la década de 1980 por el mundo de las finanzas. La especificidad de la crisis de la deuda consiste en que sus causas se han elevado a la jerarquía de remedio. Este círculo vicioso no es el síntoma de la incompetencia de nuestras élites oligárquicas, sino de su cinismo de clase. La meta política que ellas persiguen es precisa: destruir las resistencias residuales (salarios, ingresos, servicios) a la lógica neoliberal.”7
En un presente vintage, los sueños son sólo pesadillas para los que han quedado fuera del reparto; el capital, incluidos el simbólico y social, ha quedado en muy pocas manos, hacer frente a esta realidad es el desafío de la política y de la ciencia, en un pensamiento de lo viejo y lo nuevo sostenido en una praxis que propone un futuro desalienado de esta alienación hiperrealista del capitalismo en la fase actual.
Notas
1. Béguin, Albert, El alma romántica y el sueño, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1978, pp. 11 y 13.
2. Béguin, A., op. cit. p. 77.
3. Benjamin, Walter, Iluminaciones II. Poesía y capitalismo, Taurus, Buenos Aires, 1999, p. 51.
4. Benjamin, W. op.cit. p. 71.
5. Béguin, Albert, op.cit. p. 90.
6. Chakrabarty, Dipesh, Al margen de Europa. Pensamiento poscolonial y diferencia histórica, Tusquets, Barcelona, 2008, p. 113.
7. Lazzarato, Maurizio, Gobernar a través de la deuda. Tecnologías de poder del capitalismo neoliberal, Amorrortu, Buenos Aires, 2015.