Voy a tomar dos momentos del tratamiento de un niño de ocho años con diagnóstico de epilepsia. El primero trata de la construcción del dispositivo y del vínculo terapéutico, mostrando las atípicas formas que fue cobrando la ruptura del encuadre tradicional y la construcción de uno nuevo y distinto con predominio de la acción. El segundo, de la que podría caracterizar la anteúltima etapa del tratamiento, para mostrar la evolución que se fue dando en el niño y donde cobran mayor relevancia las palabras.
Como esos mascarones que ubicados en la proa de los barcos parecían indicar que los remolcaban, la nave del psicoanálisis se deslizó durante años llevando, pero aparentando ser llevada por, algunas alegorías que se titulaban Comunicación, Encuadre y también Diván.
Nos conocimos en 1969. Teddy tenía entonces once años y estaba hospitalizado en una institución psiquiátrica infantil después de tres intentos de suicidio reconocidos. Un colega mío de Seminario Psicoanalítico regresaba a Alemania y buscaba a alguien que pudiera sustituirlo. Me contó brevemente que visitaba a Teddy desde hacía un tiempo y que el niño se limitaba a quedarse sentado sin contar nada, haciendo hoyos en la arena, a veces incluso como enajenado.
De reojo. Apenas podía mirarlo de reojo. Disimulando. Dentro de no más de una hora, la traición sería evidente. Cuando el flete llegara, los peones sacarían varias cajas, algunos muebles, pero dos elementos quedarían abandonados: una vieja lámpara de caireles marchitos y el viejo diván. El estoico mueble había acompañado mi nomadismo de locatario contumaz durante mas de 15 años. En la práctica fue el único elemento que pudo mantenerse de la época de los rígidos encuadres, porque las hiperinflaciones, los ajustes y otras calamidades transformaron al resto en alocadas variables.
Desde aquella versión de la obra de Émile Zola que en 1902 hiciera Ferdinand Zecca para su film Víctimas del alcohol, o desde la adaptación teatralizada de la novela de Julio Verne Veinte mil leguas de viaje submarino efectuada por “el mago” George Mélies en 1907, pasando por David Griffith y Sergei Eisenstein (momento en el que el cine-invento mecánico de los Hnos. Lumiére corta las amarras con su pasado teatral, pictórico y literario) hasta las más actuales absorciones de distintas disciplinas hechas por el cine, se ha recorrido más de un siglo.
Cuando Topía me pidió un texto que hablara de “Psicoanálisis sin diván” mi primera reacción fue de risa, porque me pareció que preguntarse acerca de si el Psicoanálisis sale con o sin diván sería algo que debería preocupar a un fabricante de divanes. Pero no a un psicoanalista. Después, poco a poco, las cosas se me fueron poniendo más serias.
Este trabajo apunta a colaborar con los analistas de niños y adolescentes que realizan la compleja tarea de diagnóstico cuando hay sospecha de abuso sexual.
Se observan distintos modos de presentación a la consulta de niños y adolescentes que han sufrido alguna vez o siguen padeciendo una situación de abuso sexual:
–Relatan por motus propio el abuso
–En el transcurso de un tratamiento psicológico al que llegan por otro motivo, ligan los síntomas o trastornos que presentan un episodio o varios que callaron durante mucho tiempo.
Es uno de los descubrimientos básicos de Freud, sin el cual los pacientes hubieran debido recostarse en el piso del consultorio, o bien, quedar suspendidos en el aire. El diván es parte insoslayable del encuadre, tal como los honorarios, el horario, el retrato de Freud, o la presencia del psicoanalista.
Pero el diván no fue utilizado desde los comienzos mismos del psicoanálisis.
“Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos y que ya no verá más su rostro cuyo nombre recuerda. Nadie piensa nunca que nadie vaya a morir en el momento más inadecuado a pesar de que eso sucede todo el tiempo, y creemos que nadie que no esté previsto habrá de morir junto a nosotros” (1)
En el imaginario social la práctica del psicoanálisis se sigue asociando con el diván. Esta situación fue producto de una época y una generación de analistas que instituyeron unas condiciones de analizabilidad en la que predominaba una perspectiva idealizada del psicoanálisis. Los tiempos han cambiado. Los pacientes actuales son más difíciles que en el pasado. Nos encontramos con síntomas que no son sólo del orden de la represión de la sexualidad. El analista se encuentra con patologías que no aparecían en los primeros tiempos del análisis.
Este trabajo da cuenta de la perspectiva de un Servicio de Adolescencia en el que pediatras, ginecóloga, asistente social, psicopedagogas y psicoanalistas trabajan en la atención ambulatoria, con una mirada integral del adolescente, bajo un modelo interdisciplinario desde el momento de la admisión.
Ante las evidencias en la clínica de la afluencia creciente de otras patologías que diez años atrás no se veían tanto, surge la pregunta: ¿hay algo nuevo? ¿qué es lo nuevo?
En la ciudad de Buenos Aires, cerca de un 6% de los niños en edad escolar están medicados con ritalina.
Supuestamente presentan trastornos en la atención e hiperactividad. Niños de características psíquicas muy diversas: desde los que presentan fallas estructurales hasta los que atraviesan situaciones de duelo, por mencionar sólo dos ejemplos. Todos son englobados bajo un mismo diagnóstico y terapéutica.
Este trabajo desarrolla los fecundes aportes que el psicoanálisis puede realizar para operar eficazmente singularizando situaciones y sujetos.
Hay numerosos “olvidos” en la historia reciente de la Salud Mental en Argentina. Uno de ellos es la particular relación entre algunos psicoanalistas y la nueva psicofarmacología, a fines de la década del ’50 y principios de la década del ’60.
Las jóvenes generaciones imaginan que siempre hubo oposición y competencia entre el psicoanálisis y la psicofarmacología. En ese sentido los psicofármacos son vistos como el instrumento de la psiquiatría más biologicista, (diferente en su posición de la psiquiatría biológica). Como si pudieran rivalizar herramientas de trabajo que en la pertinencia y eventual combinación garantizan su efectividad.
Se difundió en el pasado mes de marzo la noticia de que se cumplían cien años del descubrimiento y comercialización de la aspirina (el ácido acetil salicílico sintetizado por Hoffman en Alemania) coincidentemente, Freud, en Viena escribía Las primeras aportaciones a la teoría de las neurosis (1892-1899)1; La Histeria: “El mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos”, “Historiales Clínicos” y “Psicoterapia de la Histeria” (1895)2.
La heterogeneidad reinante en el campo clínico de las psicosis, los insuficientes conocimientos que aún poseemos acerca de las mismas, la diversidad de posicionamientos teóricos existentes- tributarios, indudablemente, de la dificultad que plantea como entidad gnoseológica -, los impares resultados obtenidos mediante los tratamientos psicoanalíticos, me autorizan a adelantar que lo que sigue debe ser tomado como los comentarios sobre las posibilidades de curación que se abren en algunos casos de psicosis, y algunas sugerencias y puntualizaciones acerca del modo de conducir los tratamientos
Pongámonos rápidamente de acuerdo sobre lo que debe entenderse por esa actividad (se refiere al concepto de “actividad” del analista de Ferenczi). Acotamos nuestra tarea terapéutica por medio de estos dos contenidos: hacer conciente lo reprimido y poner en descubierto las resistencias. Por cierto que en ello somos bastantes activos. Pero ¿Debemos dejar luego al enfermo librado a sí mismo, que se arregle solo con las resistencias que le hemos mostrado? ¿No podemos prestarle ningún otro auxilio que el que experimenta por la impulsión de la transferencia?
¿Qué ideas tenían los argentinos, al final de la década del cincuenta, acerca de la Salud mental? ¿Esta era una de sus preocupaciones? ¿Qué prejuicios tenían acerca de la enfermedad mental?, ¿Qué información disponían acerca de los distintos tratamientos psiquiátricos?
El psicoanálisis cura y, en algunas ocasiones, permite prevenir enfermedades. Esta se realiza a través del acto de palabra evitando las actuaciones y racionalizaciones que se establecen en una relación imaginaria donde el análisis se transforma en interminable. En sus primeros escritos Freud enunció que un análisis es interminable, lo que finaliza es un tratamiento.
EDITORIAL: La cólera neofascista y la trama corposubjetiva en la que se desarrolla el miedo. Enrique Carpintero
DOSSIER: LA POTENCIA DE LA ALEGRÍA EN TIEMPOS DE CÓLERA Cristián Sucksdorf, Tom Máscolo y César Hazaki Además escriben:Ariadna Eckerdt, Juan Duarte, Mabel Bellucci
Trotsky y el psicoanálisis. Helmut Dahmer
ÁREA CORPORAL: Signos de identidad. Tatuajes, piercings y otras marcas corporales. David Le Breton
TOPÍA EN LA CLÍNICA: EL PSICOANÁLISIS A DISTANCIA TRAS LA PANDEMIA. Eduardo Müller, Marina Calvo, Lucía Plans y Agostina García Serrano
Carla Delladonna (compiladora), Rocío Uceda (compiladora), Paulina Bais, María Sol Berti, Susana Di Pato, Marta Fernández Boccardo, Romina Gangemi, Maiara García Dalurzo, Bárbara Mariscotti, Agustín Micheletti, María Laura Peretti, Malena Robledo, Georgina Ruso Sierra