Este trabajo da cuenta de la perspectiva de un Servicio de Adolescencia en el que pediatras, ginecóloga, asistente social, psicopedagogas y psicoanalistas trabajan en la atención ambulatoria, con una mirada integral del adolescente, bajo un modelo interdisciplinario desde el momento de la admisión.
Ante las evidencias en la clínica de la afluencia creciente de otras patologías que diez años atrás no se veían tanto, surge la pregunta: ¿hay algo nuevo? ¿qué es lo nuevo?
El aumento en la consulta de adolescentes con anorexias, bulimias, adicciones, abuso sexual, paternidad y maternidad adolescentes, y violencia familiar como problemáticas clínicas, nos lleva a preguntarnos:
1)¿qué es lo común en todas estas problemáticas?
2)¿las categorías diagnósticas habituales pueden dar cuenta de estos fenómenos observables en la clínica?
3)¿qué sería lo novedoso?
1) Si hubiera que buscar lo común en todas las problemáticas descriptas, podríamos comenzar por la escasa “conciencia de enfermedad” o demanda, que lleva a un adolescente y su familia a la consulta recién después de mucho tiempo de instalados los síntomas, con el consiguiente grado de empobrecimiento simbólico y deterioro general que esto conlleva.
Gran parte de los adolescentes llegan padeciendo un trastorno en el cuerpo derivados por el pediatra, enviados por la escuela frente a un probable fracaso escolar, o derivados por un juzgado que exige un tratamiento psicológico individual o familiar. No se trata de sujetos sufrientes, implicados, que piden ayuda para aliviarse, sino de personas enviadas por otros que se angustian y registran de algún modo esa problemática. La tarea del equipo interdisciplinario, y en especial del psicoterapeuta, consistirá en ayudar a construir un sujeto que se interrogue acerca de sus síntomas mientras sostiene y soporta él largamente la angustia que el paciente no registra.
La posibilidad de concretar este objetivo se apoya fundamentalmente en la flexibilidad de los profesionales para constituir y sostener el funcionamiento de un equipo, ya que el compromiso orgánico, psicológico, legal y cognitivo en el paciente y su familia suele ser alto, y requiere de un dispositivo múltiple. También es muchas veces necesario compartir con otros pares la angustia que pacientes con enfermedades graves en el cuerpo o actuaciones permanentes no registran, y que aparece del lado del psicoterapeuta o del médico; el soporte del equipo interdisciplinario se constituye como casi el único modo posible para sostener la presencia y la escucha. En este sentido los espacios formales y no formales de intercambio que la institución ofrece son vitales.
Las ventajas del modelo de atención interdisciplinario desde el momento de la admisión son:
• que desde el primer contacto se puedan detectar las situaciones de riesgo y que no quede la consulta limitada sólo al motivo que trae manifiestamente el adolescente y su familia.
• que no se pierda en ningún caso la derivación del médico al psicólogo o viceversa.
• que en el caso de que el adolescente esté en riesgo y no pueda reconocerlo no aceptando la atención psicológica, se le pueda proponer el tratamiento médico-psicológico como un bloque que deberá tomar como condición para permanecer en la institución. En los casos en que es muy dificultosa la derivación, el médico puede intervenir interconsultando con el psicólogo las veces que necesite.
2) Frente a la consulta por un adolescente que presenta como sintomatología una anorexia, una bulimia, o que ha atravesado alguna situación traumática bajo las distintas formas de la violencia, se hace imprescindible realizar, (desde una mirada integral del adolescente que incluya lo social, lo físico y lo emocional), un diagnóstico de riesgo, más allá del motivo de consulta, y previo al diagnóstico de estructura psíquica.
En ese diagnóstico de riesgo buscaremos detectar:
• si hay conciencia mínima de enfermedad en el adolescente y su acompañante;
• si existe algún adulto responsable que pueda acompañar y sostener el tratamiento;
• si hubo acciones por parte del adolescente que pusieran en peligro su vida;
• el nivel de riesgo que implica la situación social en la que están inmersos él y su familia;
• si hay síntomas orgánicos que requieran de una atención inmediata;
• si hay violencia física o psíquica en su familia,
• si está escolarizado,
• si está inserto en algún grupo de pares.
Cualquiera de estos indicadores de riesgo que resultara positivo, deberá alertarnos. Respecto del diagnóstico de estructura psíquica que realizaremos luego, este estará orientado a conocer el nivel de constitución subjetiva y el modo de funcionamiento psíquico que nos permitirá elaborar las estrategias terapéuticas y conocer cuáles serán los modos de intervención más adecuados con ese paciente. Detrás de los motivos de consulta descriptos, encontramos actualmente una mayor prevalencia de estructuras de déficit narcisista, con fallas en la constitución psíquica, con predominancia de trastornos y no de síntomas, con déficit en la capacidad simbólica, y frente a los cuales el modo de trabajo psicoterapéutico será más del orden de las intervenciones psicoanalíticas, de la construcción de los trozos de entramado psíquico afectados, que de la interpretación. Las categorías diagnósticas habituales para el psicoanálisis son suficientes para dar cuenta de las problemáticas que llegan a la consulta.
Respecto de la estructura familiar inconsciente, familias con predominio de mecanismos de disociación y desmentida, con fallas importantes en las funciones materna y paterna han aumentado. Una de las muestras de estos fenómenos es que aunque el número de consultas desborda la capacidad del número de profesionales que pueden atenderlas en tratamientos individuales, es arduo completar los grupos terapéuticos, ya que el tipo de estructura psíquica de la mayoría los hace difícil de ser agrupados.
Cabe destacar que debido al empobrecimiento de las capas sociales que tradicionalmente consultaban en el hospital público, y el descenso en su nivel de alarma, un inmenso sector social que siempre había consultado hoy ya ni siquiera concurre al sistema público, habiendo quedado más enfermo y francamente excluido, también de las estadísticas en salud. Para que una consulta por un adolescente se realice, tiene que haber mínimamente un adulto (a veces es el docente) que todavía confíe y apueste al lazo social, para recurrir o derivar a un profesional que atienda a ese adolescente. Sabemos que hay hoy muchísimos jóvenes y sus familias que, aún con problemáticas más graves que las que nos consultan, no utilizan ya el hospital como recurso. Somos testigos así de lo que significa realmente la ruptura del lazo social y las dramáticas consecuencias del sistema económico- social en el que estamos inmersos.
El número total de consultas al Servicio de Adolescencia ha aumentado un 15% en un año, y una gran parte proviene de sectores medios que estando desocupados, subocupados o habiendo perdido su cobertura social por la precarización laboral, conservan aún el cuidado de la salud como valor y recurren al hospital público con una alta valoración del mismo. En los últimos tres años, el primer motivo de consulta en el Servicio de Adolescencia es el dolor de espaldas y otros dolores provenientes de contracturas musculares. Una vez realizados los diagnósticos de qué hay detrás de los motivos de consulta iniciales, el mayor número corresponde a trastornos emocionales.
3) Los cambios sociales registrados en los últimos años descriptos como posmodernidad (culto al self made man y al enriquecimiento como signo de progreso, indiferencia histórica, temor al compromiso y pérdida de la autonomía, angustia de la edad y las arrugas, inversión en el yo, proliferación de imágenes, incapacidad de sentir, sentimiento de vacío, etc.) parecerían tener como trofeo un predominio de las patologías narcisistas con una pobre subjetivación, ausencia de demanda y angustia. No hay un yo capaz de duelar lo perdido.
Por otro lado también las condiciones de la práctica de la salud mental se han precarizado con un aumento de la desresponsabilización del Estado de su función de protección de los sujetos (también de los profesionales de salud mental que trabajan o hacen su formación de posgrado ad honorem y en número insuficiente para responder a tan creciente cantidad de consultas en el hospital público). Esto trae como correlato que muchos Servicios de Salud Mental, aún fuera de la intención y conciencia de sus profesionales, estén funcionando de un modo expulsivo. No es sencillo hoy en Buenos Aires conseguir realizar un psicodiagnóstico, pero es francamente difícil lograr un espacio para un tratamiento psicológico en un hospital.
La pregunta sería: ¿qué es lo nuevo que esto produce?
La cultura de la inmediatez y su expectativa de resultados rápidos y eficaces, evidenciada por el auge de los psicofármacos y de ofertas terapéuticas alternativas breves, entra en contradicción con una práctica en la cual un sujeto “devaluado” en su reconocimiento (el trabajador de salud mental) talla artesanalmente el advenimiento de un sujeto (el paciente actual) partiendo de una estructura con fallas profundas, que requerirá de un tiempo más prolongado y de un dispositivo institucional mucho más complejo (más recursos profesionales).
Dicho de otro modo, hay una contradicción insoslayable entre una sociedad mucho más enfermante, y un Estado que no reconoce como responsabilidad propia la salud de toda su población y exige soluciones más rápidas y eficaces a la vez que se desentiende.
Si el nudo de la labor analítica es ir creando las condiciones para que emerja el sujeto, habremos de saber que cada vez ha de ser más compleja la tarea, y no precisamente porque el psicoanálisis no sirva como instrumento de constitución y liberación del sujeto.
Susana Toporosi
Psicóloga