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La sexualidad en los tiempos del Viagra

 
Inhibición, síntoma y adaptabilidad

Se difundió en el pasado mes de marzo la noticia de que se cumplían cien años del descubrimiento y comercialización de la aspirina (el ácido acetil salicílico sintetizado por Hoffman en Alemania) coincidentemente, Freud, en Viena escribía Las primeras aportaciones a la teoría de las neurosis (1892-1899)1; La Histeria: “El mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos”, “Historiales Clínicos” y “Psicoterapia de la Histeria” (1895)2.
¡¡...Venga del aire o del sol, del vino o de la cerveza, cualquier dolor de cabeza se quita con un geniol...!!
¿Cómo olvidar esta pegadiza publicidad radial o aquella cabeza llena de clavos, ganchos y alfileres de los afiches publicitarios de los años cincuenta en la cual se alude a que el placer produce dolor?
A un siglo del descubrimiento de Hoffman y de Freud la industria farmacéutica movilizó al periodismo con el lanzamiento del Viagra, la droga para revertir la impotencia masculina. Mucho se discutió sobre la conveniencia de su uso y sus efectos colaterales; se brindaron cifras de consumo en todos los países, de muertes que provocó. Pero el Viagra no abrió un debate sobre la sexualidad en nuestros días, marcada por el SIDA, fantasma que ha hecho retrotraer los intercambios sexuales a una época que creíamos superada. En los sesenta la aparición de los anticonceptivos orales sí instaló en la cultura una gran discusión que puso bajo el microscopio la sexualidad en aquellos días, ya que más allá de los beneficios o perjuicios de “la píldora”, el debate no giraba en torno al control de la natalidad, que tanto le interesaba a los países centrales, sino sobre la premeditación de la mujer al acto sexual.
El ideal femenino de la primera mitad de este siglo fue la mujer carente de deseo, pero el tabú de la virginidad, que juntamente con la exogamia y la monogamia habían regulado las relaciones sexuales en Occidente, cayó en desuso luego de los años 50. El orgasmo femenino se instala en el coito como algo saludable y normal, pero también como una exigencia, tanto para la mujer como para el varón. Muchas de las demandas de análisis de esos años tenían que ver con este aspecto del coito, llegando en algunos casos a supeditar todo el placer de la pareja a la obtención del éxtasis femenino. Una mujer virtuosa, hasta ese momento, se había convertido en frígida. Un varón, rápido en el coito, que molestaba poco a su virtuosa mujer, se convierte en eyaculador precoz e impotente. Una pareja que decidía llegar virgen al matrimonio era reprimida y antigua. “La píldora” se instala en ese cambio de significaciones por el cual atravesaba la cultura.
La farmacología ocupa espacios de acuerdo con los momentos que atraviesa la cultura —si el ideal es represivo asocia placer a dolor— por ejemplo, y puede cambiar, más allá de las propiedades de sus productos, adecuando los mismos a las expectativas sociales o generando nuevas demandas.
El psicoanálisis, fundado en el estudio y tratamiento de las consecuencias de la represión sexual, tiene terapias largas y costosas a las que hoy pocos pacientes pueden acceder. Al respecto, Freud escribió en 1913: “En general, no puede esperarse de nadie que levante con los dedos una pesada mesa como podría levantar un ligero escabel, ni que construya una casa de siete pisos en el mismo tiempo que una choza; pero cuando se tata de neurosis hasta las personas más inteligentes olvidan la proporcionalidad necesaria entre el tiempo, el trabajo y el resultado... Un enfermo al que, siguiendo sus deseos hubiéramos libertado de un síntoma intolerable podría experimentar a poco la dolorosa sorpresa de ver intensificarse a su vez, hasta lo intolerable, otro síntoma distinto benigno hasta entonces”.3
A continuación, presentaré dos casos en que los pacientes padecían impotencia genital, a fin de ilustrar estos conceptos.
Caso 1:
Raúl llega muy ansioso a la consulta, derivado por un psiquiatra de su obra social. Trabaja como obrero en una empresa. A mi pregunta sobre su motivo de consulta, responde con otra: “¿El doctor López no le contó?”
—Prefiero que me cuente Ud.
—Bueno, no ando bien... de lo que Ud. se imagina. Bueno, cuando estoy con mi novia, no ando bien.
La impotencia es innombrable.
Raúl, de 38 años, separado de Norma, tiene dos hijos con ella (varón de 16 y mujer de 13). Perdió a su padre a los ocho años y vivió muy modestamente con su madre, que trabajaba de lavandera y que volvió a casarse (fallece cuando éste tiene 19 años). Raúl se casa a los 21. Desde su separación, mantiene relaciones con prostitutas, con las cuales no tiene problemas. Sus hijos viven con él, desde que Norma formó nueva pareja.
A Raúl le cuesta mucho hablar: “siempre fui muy callado, por eso las maestras me querían... Tengo que entrar en confianza”.
Con el transcurso de las sesiones, comienza a parecer más distendido: “¿Y, Doc, qué quiere que le cuente hoy? Hablamos, hablamos, y ‘el bicho’ no responde”. “El Dr. López dice que para esto no hay remedios”. “¿Ud. no será como doña Flora, la de mi barrio, que curaba con palabras? A mí siempre me curaba el empacho”. Se refiere a su impotencia: yo no le doy remedios, pero él me da un lugar en la transferencia; alguna eficacia era dable esperar.
Comenzamos a hablar de Luisa, su novia, bastante más joven que él, no viven juntos pero se ven casi todos los días, los chicos se llevan muy bien con ella.
Relata su impotencia: “Doc, es terrible estar caliente y que el asunto no responda. Lo peor es que la quiero y ella me quiere”. Ante esto último, me pareció notar que el escollo era el amor. El amor era peor que quedarse insatisfecho. Trabajamos en esto, en sus relaciones con prostitutas; con ellas era posible, con Luisa no. “Lo peor es el amor”, enigma a descifrar. Después de varias sesiones llega casi eufórico, ya que había podido tener dos veces relaciones con Luisa: “La primera no fue muy buena, casi me fui en seco, pero respondió, y la segunda fue al otro día, bastante bien”. Seguimos trabajando el amor como obstáculo: “No sé por qué tengo miedo a perderla... No dudo de ella, será porque la quiero tanto”.
Si bien a Raúl de por sí le costaba hablar, aquí las palabras se encontraban con un muro, ¿por qué la podía perder? Lo que hasta ahora sabíamos era que se amaban y que ese amor era obstáculo para la sexualidad.
El paciente falta a dos sesiones; en la segunda llama por teléfono a posteriori: “no pude ir... después le explico”. Cuando vuelve, llega muy mal, casi no puede hablar, se le notan las ganas de llorar: “No sé qué me pasó, casi la mato; nunca le había pegado a una mujer, no es de hombre. Estábamos como siempre, no sé lo que me dijo, una pavada, y le empecé a pegar, no sé por qué ...(llora)... ¿cómo le voy a pegar si la quiero?”
Fue imposible trabajar durante esa sesión, pero me quedó claro que las palabras que no aparecían estaban en acto, que el mecanismo sugestivo de la transferencia (Doña Flora) algo había movilizado en las defensas del Yo. Había desbloqueado el deseo sexual, pero también un impulso agresivo. En las sesiones posteriores él trató de develar este nuevo enigma: ¿por qué le pegué? Quería reconstruir el momento anterior a los golpes, todo era muy confuso, las palabras de Luisa (la pavada) no parecían significativas.
Reconoce haber estado irritado desde el día anterior y no saber por qué. Intento hacerlo pensar que quizás no fuera Luisa el motivo de su impulso agresivo, que se trata de cosas que le habían pasado con otras mujeres, con su madre o con su esposa, quizás. “Yo no puedo creer que le pegue a Luisa por cosas del pasado. Mi vieja fue una santa, mi padrastro era jodido, me fajaba, pero en esa época a los pibes se les pegaba para educarlos, ...yo a los míos jamás los toqué..., me daba bronca, pero era para mi bien...”
Interrogo sobre el matrimonio; “Todo fue más o menos bien, hasta que nos fundimos con el boliche que teníamos, una tiendita, ella decía que yo no era emprendedor, que era un fracasado. Entonces entré a la empresa, desde abajo, como ahora... Norma dijo que se quería separar, porque no me iba a dar de comer ella a mí, pues le iba muy bien con la costura, siempre fue modista, y que la tienda se fundió por culpa mía. Me fui a vivir a una pensión, pero yo creí que era por un tiempo; al año y medio se metió con el tipo éste. Fue un balde de agua fría...”
—¿Le dio bronca?
—Y, qué sé yo, que Dios los ayude. Por suerte los chicos no se lo bancaron y se vinieron a vivir conmigo.
—¿Por qué por suerte?
—...y bueno, los extrañaba. ¡Yo nunca les hablé mal de la madre, pero es una hija de puta!
Raúl nunca pudo develar el por qué de ese episodio. No podía creer en mis señalamientos con respecto a sus broncas contenidas con su madre y con Norma.
Como su sexualidad se fue más o menos estabilizando: “mire, Doc, no es de diez, pero salvo la ropa” y Luisa no lo dejó, antes de cumplir seis meses de tratamieto lo interrumpió diciendo que lo retomaría, pero nunca lo hizo.
Caso 2:
Miguel, de 35 años, pide análisis por sugerencia de su esposa Sonia, pues ella cree que él podrá vivir mejor con esta experiencia. Es hijo de un matrimonio judío sefaradí; su padre era viajante cuando él era niño, por lo que fue educado fundamentalmente por la madre. Es Lic. en Administración de Empresas, actualmente gerente de una importante firma. Se casó a los 25 años y tiene dos hijos varones. Concurre los fines de semana a un country donde hace deportes. Relata una experiencia traumática: a los 21 años sufre un accidente de tránsito, en el mismo muere una persona y él queda gravemente herido (Miguel manejaba su auto). Este tema ocupa los primeros tiempos de su tratamiento, como así también el hecho de haber sido despedido de su trabajo por la venta de la firma.
En una sesión refiere, casi sin darle importancia, que en algunas oportunidades, durante las relaciones sexuales con Sonia, pierde la erección, que le ha ocurrido esto en los últimos tiempos algunas veces: “yo creo que fue por cansancio, y ahora con esto del trabajo”. El tema reaparece. Lo del trabajo se ha superado, pues se asoció con su padre en el negocio y ahora administra su propia empresa. Lo invito a trabajar sobre la sexualidad: “Fui un poco corto, me costaba mucho relacionarme con las chicas, no sabía qué decirles. Entre los 16 y 18 años, nos las arreglábamos con prostitutas, pero en la facultad, fue distinto, me solté. Tuve varias noviecitas, con una mantenía relaciones, pero no me podía casar porque no era judía, así que la corté. Después vino el accidente, cuando empecé a salir de nuevo no quería manejar, el coche era una ayuda para el levante... Después, a los 23, conocí a mi esposa y las cosas volvieron a estar bien, ella era y es muy linda.”
Después de varias sesiones: “hago de todo: cuando pienso que voy a tener relaciones no hago deportes, pero ahora es siempre igual, comienzo bien y al rato chau”. En una sesión refiere algo que me hace pensar que el problema se suscita durante el coito: “ya, mi mujer se está poniendo fastidiosa... el otro día no me dijo nada, pero la cara no era muy buena”. Interrogo sobre el gesto de la mujer, “me pareció que se había fastidiado y allí se fue todo al carajo”. Le indico que al gesto de la mujer él lo señala como de antes que se fuera todo al carajo. “Y, debe ser porque yo estoy más pendiente de mi erección que de hacer el amor.”
Durante las sesiones siguientes trabajamos sobre el tema, y sobre los hábitos sexuales de la pareja. “Siempre fuimos muy fogosos, tanto ella como yo; la buscaba yo o me buscaba ella.” En otra sesión: “Creo que Sonia me está castigando, hace como una semana que yo me hago el boludo, por miedo, y ella se duerme como si nada.”
Pasan casi dos meses, el vínculo sexual de Miguel y Sonia se ha trastocado, el tema se convierte en una idea fija. Trabajamos su herida narcisista: “Y..., para un turco, vos sabés lo que significa”. En una sesión relata que había vuelto a tener relaciones con Sonia y que había notado el gesto de fastidio. “La fui a besar y me dio vuelta la cara..., todo venía bien y...”. Le señalo, nuevamente, que quizás él perciba cierto rechazo por parte de Sonia, que le hace perder la erección. “No sé, tendré mal aliento”. Después de culparse varias veces, decide que lo mejor es conversar con ella.
Miguel no calculó que esa charla sería para él tan terrible. En cuanto sacó el tema, Sonia le confesó que quería separarse porque estaba enamorada de otro hombre, si bien en un principio no le dijo de quién, y además le aclaró que no tenía relaciones, que todo era platónico. Luego de que Miguel apuntara sus sospechas hasta sobre su sombra, Sonia confirma que se trata de un vecino del country, con el cual comparten muchas horas y que Miguel ha nombrado en la lista de sospechosos. Pero, indica Sonia, sólo han salido a tomar un café. El no le cree: “Le puso vaselina para que no me doliera tanto”. Dejé pasar en ese momento la alusión a su orgullo anal maltratado.
Finalmente, Miguel y Sonia se separan. El sigue con su tratamiento y, cuando vuelve a mantener relaciones sexuales, los síntomas no se repiten.

En los dos casos seleccionados, la impotencia es secundaria, y aunque adquiere una profunda importancia para el sujeto, el conflicto que encubre es mucho más penoso.
En el primer caso, el sujeto se defiende mediante la impotencia del odio que guarda a la mujer, dado lo que había pasado con su esposa, su antiguo amor se había transformado en odio (le había sacado los hijos y la expresión. “Nunca les hablé mal de la madre, pero es una hija de puta”, lo delatan); su madre se había comportado de la misma manera, cuestión de la que no podía hablar porque “estaba muerta”. Escindir la corriente amorosa de la genital, le permitía mantener el odio reprimido (relaciones con prostitutas) pero, al aparecer el amor, debía inhibir la genital. El síntoma se revierte cuando en la transferencia me puede colocar en el lugar de una mujer poderosa, buena y “que curaba”, y aparece el verdadero conflicto. Obviamente, ese lugar lo podría haber ocupado incluso doña Flora misma; cualquiera, médico, curandero o farmacéutico, con Viagra o con cualquier placebo, le hubiera revertido la impotencia. ¿Y con la violencia? Con ella que se arregle la mujer.
Respecto de la formación de síntomas, Freud afirma: “Mas habiendo referido nosotros el desarrollo de la angustia o la situación peligrosa, preferimos decir que los síntomas son creados para liberar al Yo de tal situación; si la formación de síntomas es impedida, surge realmente el peligro... Así pues, la formación de síntomas logra realmente el resultado de suprimir la situación peligrosa. Tal formación tiene dos aspectos: uno oculto a nuestra percepción que establece en el ello aquellas modificaciones mediante las cuales es sustraído el Yo al peligro, y otra visible que nos muestra lo que ha creado en lugar del proceso instintivo influido, o sea la formación de sustitutivos...”4.
En el segundo de los casos relatados, al sujeto lo perturba durante el coito la percepción del rechazo de su mujer, entonces suprime de la conciencia la imagen dolorosa, y la pérdida de erección es la respuesta más adecuada a ese rechazo, pero se gana un problema distinto: es responsable de la insatisfacción de su mujer. Por eso, cuando ve el rechazo de la misma, lo interpreta como justo por sus repetidos fracasos.
“...las represiones surgen en dos situaciones diferentes: cuando una percepción externa despierta un impulso instintivo indeseable y cuando un tal impulso emerge en el interior, sin estímulo externo alguno...”5.
El Yo del sujeto pudo escapar al dolor del rechazo de su esposa pero no al embate de su Superyo 6.
Estos conflictos se hubieran agravado con la supresión de los síntomas por cualquier medio, ya que el sujeto opta inconscientemente por “el mal menor”, cumpliendo con una función de adaptabilidad: Raúl no le pegaba a la mujer amada y Miguel no perdía a su esposa.
Estos casos fueron tratados antes de la globalización, cuando se podían hacer dos o tres sesiones por semana. En estos tiempos en que la rapidez es sinónimo de eficiencia, el psicoanálisis debe encontrar nuevos dispositivos, si no, la tentación por las curas mágicas es muy poderosa: Si Ud. está impotente tome Viagra, si se pone agresivo, tome ansiolíticos, si se deprime, antidepresivos, si se angustia, ambos medicamentos, y si su mujer lo deja, llame al 0-600...

 

Alfredo Caeiro
Psicoanalista

Notas
1. Freud, Sigmund. Obras Completas, Tomo 1. Editorial Biblioteca Nueva, 1948.
2. Ibíd.
3. Freud, Sigmund, La iniciación del tratamiento en la técnica psicoanalítica, pp. 337/38. Tomo II. Editorial Biblioteca Nueva, 1948.
4. Freud, Sigmund, Inhibición, síntoma y angustia (1925), p. 1240. Tomo I. Editorial Biblioteca Nueva, 1948.
5. Freud, Sigmund, op. cit., pág. 1216/17.
6. Freud, Sigmund, op. cit., y El Yo y el Ello (1923), Cap. V. Las servidumbres del Yo. Tomo I, Editorial Biblioteca Nueva, 1948.
 

 
Articulo publicado en
Julio / 1999