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Un cachorro maltratado

 
Reflexiones acerca de la teoría del desarrollo emocional temprano en Winnicott y la importancia del tiempo en terapia en un programa de maltrato infantil

El Servicio Nacional de Menores de Chile [SENAME] se propone reparar el daño ocasionado por el maltrato físico y/o abuso sexual infantil, mediante la protección de los derechos de niños y la resignificación de la experiencia de maltrato (Servicio Nacional de Menores, 2015). A través de programas de reparación en Maltrato Grave y Abuso Sexual Infantil [PRM], se ofrece acompañamiento terapéutico gratuito y de carácter obligatorio[i][ii]. Se busca que un proceso pueda llevarse a cabo en un año (Servicio Nacional de Menores, 2015), aunque existe la opción de prolongar el periodo estipulado ante casos “excepcionales”. La reparación, alude a la resignificación de la experiencia maltratante, objetivable mediante la disminución de la sintomatología y la expresión emocional asociada a dicho evento.

la tensión que se vislumbra en el ejercicio clínico a partir de los tiempos limitados; y el lugar terapéutico como posibilidad de cambios.

Cabe preguntarse cuánto tiempo se requiere para profundizar en un trauma y resignificar dicha experiencia, ante lo cual surge una tensión entre el tiempo otorgado por el marco institucional; que considera un único evento vulnerador por resignificar; y la necesidad de un tiempo en función de la historia de cada niño, las condiciones y cualidades del ambiente-maternaje y su desarrollo emocional. 

El siguiente escrito tiene por objetivo relevar algunos de los conceptos del desarrollo emocional temprano postulado por Winnicott, tales como desintegración, falso self y regresión a la dependencia, en el contexto de la intervención terapéutica de la clínica del maltrato infantil parental, a la luz del caso de un niño de 9 años de edad. Se busca profundizar en el tiempo requerido/otorgado para el establecimiento de confianza, trascendental a un proceso terapéutico; la tensión que se vislumbra en el ejercicio clínico a partir de los tiempos limitados; y el lugar terapéutico como posibilidad de cambios.

El desarrollo emocional primitivo comienza antes que el bebé tenga conocimiento de sí mismo y de los demás (Winnicott, 1999 [1956]) y para que se allegue a los términos de buena salud, es trascendental la presencia de cuidados maternos indispensables para la continuidad del ser del bebé (Winnicott, 1993 [1960]; 1993 [1960]; 1999 [1956]). Para Winnicott (1993 [1960], Nemirovsky, 2013) el bebé dependerá absolutamente de la madre en todo momento, debido a su completa fragilidad.

Pero cuando no existe un quehacer materno suficientemente bueno, el infante es incapaz de iniciar la maduración del yo y éste queda distorsionado en aspectos importantes (Winnicott, 1993 [1960]; 1993 [1962]; 1993 [1960]). Cualquier falla repetida en el tiempo -por ausencia, intrusión o abuso-, puede configurar una pauta de fragmentación en la continuidad del ser del bebé, interrumpiendo el desarrollo (Winnicott, 1999 [1956]; 2006 [1988]). La repetición de estos fallos, es vivenciada como ataques constantes ante los cuales el bebé se encuentra desvalido, dada su dependencia absoluta y ante lo cual sólo puede reaccionar (Winnicott, 1993 [1960]) De esta pauta de reacción -opuesta a la continuidad del ser- surge el caos ante las interrupciones como defensa organizada contra la angustia.

Ante las intrusiones repetitivas del ambiente, se conforma el falso self, que constituye una defensa contra lo impensable, contra la aniquilación del verdadero self, siendo su principal función ocultar y proteger a éste.

La desintegración sería un retorno al caos, al configurarse como alternativa contra lo que provoca la integración (Winnicott, 2006), una angustia inconcebible ante el fracaso del sostén en una fase de dependencia absoluta. Dicha defensa sería analizable en el tratamiento, pues recaería en el ámbito de producción del individuo, a diferencia de lo ambiental que no lo es (Winnicott, 1993 [1962]).

Ante las intrusiones repetitivas del ambiente, se conforma el falso self, que constituye una defensa contra lo impensable, contra la aniquilación del verdadero self, siendo su principal función ocultar y proteger a éste. En casos extremos se establece como real, pero falla, pues presenta carencias esenciales, como ausencia de genuinidad. (Winnicott, 1993 [1960]). Cuando el falso self se entrega al terapeuta, representa un momento de gran dependencia y de riesgo, en un estado de profunda regresión.

Las tempranas fallas potencialmente traumáticas, no son registradas como experiencias, sino que permanecen “congeladas”, por lo que podrán ser experimentadas en situaciones vinculares específicas por la creación de un ambiente con cualidades específicas (Nemirovsky, 2013). Si el analista es capaz de sostener al paciente, se puede corregir la inadecuada adaptación a las necesidades de éste, permitiendo regresiones necesarias para experimentar las intrusiones por primera vez. La regresión tiene un potencial innegable en la cura, pues permite la edición de experiencias tempranas. Requiere de una capacidad para confiar y de que el terapeuta pueda justificar dicha confianza, para lo cual puede transcurrir un tiempo considerable del tratamiento dedicado a la construcción de esa confianza. En regresión, el paciente llega a un estado de no percatamiento de los cuidados y de su dependencia, que brindaría un descanso real e implica que el terapeuta se adapte de manera suficientemente buena a las necesidades de éste (Winnicott, 1993 [1988]; 1999 [1954]).

Es el caso de N., un niño de 9 años que acudía una vez por semana al centro de atención. Cuando empecé a trabajar con él, N. estaba bajo el cuidado de su abuela materna, debido a que su padre ejercía violencia de género hacia la madre, quien contaba con un diagnóstico psiquiátrico de trastorno bipolar sin tratamiento; ambos maltrataban física y psicológicamente a los niños, y presentaban un consumo problemático de alcohol y drogas.

Al comienzo me sorprendía su competitividad, siendo un juego de tablero la única actividad propuesta por él, sesión tras sesión. Yo permitía ese juego, detectando rigidez y falta de espontaneidad en su interacción. N. actuaba como un niño mayor, vivaz e hipervigilante, se mantenía silencioso acerca de su historia y buscaba referirse a temáticas que no lo involucrasen. Presentaba una gran inquietud física reflejada en un movimiento constante de su cuerpo. Hoy leo esa actitud como la puesta en escena de estrategias defensivas para mantenerlo protegido, lejano a vivenciar lo que percibo como fragilidad, pese a mostrarse independiente. Me relacionaba con un falso self defensivo, ocultando y protegiendo lo más genuino de sí, reactivo al medio y con una incapacidad de poder sentir un descanso real. Lo veía frágil y desconfiado de todos, de mí, de mi función y del espacio terapéutico.

N. actuaba con extrema agresividad hacia otros y consigo mismo, como una identificación defensiva con sus agresores (en este caso, sus padres). Se trenzaba a golpes en la escuela, golpeaba a su hermana menor, se golpeaba a sí mismo, dando puñetazos a las paredes, cuando se sentía angustiado “le pego a la muralla y no siento nada en las manos”, lo que asumo como angustias de fragmentación, una generación y búsqueda de caos permanente en cada área de su vida, con sensaciones de despersonalización que acaecían cada vez que sufría una crisis.

Un momento crítico fue transmitirle que su padre debía mantenerse alejado de él y su hermana durante un tiempo por resolución del Tribunal, debido a los retrocesos en el bienestar emocional de ambos niños frente su presencia. N. se silenció, comenzó a llorar y me pedía que buscase a su abuela. La abuela tenía dificultades para calmarlo, pues lo agitaba al intentar que razonara. Me quedé observando y le decía a la abuela al oído que siguiera ciertas acciones de calma. Al hacerlo, el niño comenzó a hablar “Por eso yo no quería venir a este lugar, porque me van a alejar de mi papá…y él me dijo que si nos alejaban de él, él se iba a matar…”. Esa era -según yo- una de las razones de su silencio extremo, aunque no la única.

A medida que el tiempo transcurría, había que fundamentar técnicamente cuando el periodo de un año para alcanzar los objetivos no se había logrado, pudiendo la intervención ser interrumpida, configurándose potencialmente en una intrusión retraumatizante. 

N. siguió asistiendo y me permitía incorporar pequeñas modificaciones en el juego de tablero, integrando cierta flexibilidad, siempre sopesando hasta dónde podía soportar los cambios. Me comentaba algunos de sus recuerdos, como cuando tenía unos 7 años y arrancó del lado de su madre, por sentirse humillado. Orgulloso explicaba que había tomado locomoción solo. Yo sentía que era un niño que creció a la fuerza y comprendía esa coraza que utilizaba, pues aparecía nuevamente la intrusión, la falla ambiental repetida y su reacción ante esta falta de sostén, cuidados y protección.   Al mismo tiempo, veía que cada paso que dábamos juntos, a la sesión siguiente podían ser retrocesos si me apresuraba y si bien se resistía, no podía pedirme que me detuviera. A esto se sumaba que la abuela, tenía serias dificultades para acunarlo y calmarlo. Más bien, se exasperaba con su inquietud, hipervigilancia y suspicacia, cayendo en reprimendas severas que en nada contribuían.

A medida que el tiempo transcurría, había que fundamentar técnicamente cuando el periodo de un año para alcanzar los objetivos no se había logrado, pudiendo la intervención ser interrumpida, configurándose potencialmente en una intrusión retraumatizante. Sentía que N. no estaba preparado para finalizar la terapia, sufría y no podía contactarse con ese malestar, aun cuando estaba en un ambiente protector. Insistía su agresividad, su desconfianza y su silencio, por lo que obtuve mayor tiempo de intervención al señalar que el niño no estaba en condiciones de egresar.

Introduje materiales nuevos para que pudiese moldear, lo que le resultaba desagradable, pues no lograba manipular la greda a su gusto. Sin embargo, la apuesta era que sintiese el material, su textura, su temperatura. Lo ayudaba a moldear, para luego pintar los trabajos que nos parecían buenos. En esas ocasiones, buscaba estar descalzo y entrar en la caja de arena, para sentirla en sus pies, invitándome a mí a hacer lo mismo. En una de estas sesiones, caminó hacia mí y se sentó en mis piernas, apoyando su cabeza durante unos segundos, con los ojos cerrados y en silencio. Era como si hubiese aparecido una incipiente posibilidad de de contacto, de sentirse acogido y no integrado por breves momentos.

A veces me hacía ganar “Es que no quiero que se enoje” me decía. En esos momentos contaba que soñaba con sus padres juntos “pero sin peleas”, mientras yo sólo escuchaba atentamente sin preguntarle más que algunas dudas. Sin embargo, sesiones más tarde sentenció “No, mejor que no vuelvan, que siga cada uno su camino…”.

Me enteré por reportes de cercanos, que la madre de N. había tenido intentos de suicidio en su presencia y se hizo más intensa mi sensación de la fragilidad extrema de N., el horror de haber vivido ésta y quizás otras escenas de parte de quienes debían cuidarlo, sintiendo un mundo fragmentado, angustiado y alerta ¿Cómo se sentiría él? Comprendía su desconfianza y lo impensable que haber sido para él descansar, ser calmado y confiar en otro. De alguna manera, yo iba sintiendo por él, comprendiendo la posibilidad de la integración a través de mí como terapeuta, la función de ir simbolizando mediante la transferencia.

Sin embargo, N. no podía acceder al alivio del malestar causado por sus progenitores, algo que él denominaba “una herida al corazón”.         Seguí a la espera y un día llegó comentando que un dueño de circo había sido detenido por maltrato animal y que los animales fueron trasladados para que no sufrieran más daño. Lo escuché atentamente. Luego jugó a esconderse de mí para que lo encontrara sintiéndome sorprendida, pues lo vi como un niño pequeño dándome pistas a la espera de ser encontrado. Después, en silencio comenzó a jugar a la lucha libre, lanzándose y se golpeaba a sí mismo al caer al suelo para volver a levantarse. Hablaba como si estuviera transmitiendo una pelea de ring. Me preguntaba si quizás no fuese una especie de trasmisión de las peleas de sus padres, congeladas en su vivencia de niño pequeño que fue testigo mudo y aterrado de aquello que no pudo nominar.

por primera vez N. jugaba a ser otro, en este caso, un cachorro que se defendía agrediendo

En un momento y de improviso se lanzó hacia mí. Lo tomé, para dejarlo caer lentamente al suelo, donde lo acuné con sonidos suaves. Se dejó mecer y empezó a representar a un perro que aullaba suave y parecía tener pesadillas. Yo lo movía suavemente buscando calmar al perro, a quien llamo cachorro. Y cachorro se dejó dormir. Primero por unos segundos, para despertar exaltado y agresivo. Luego, unos segundos más hasta quedarse dormido. Lo novedoso es que por primera vez N. jugaba a ser otro, en este caso, un cachorro que se defendía agrediendo, como un animal que había sido maltratado.

Comprendo por ahora, que lo que escenificaba en este momento es cómo él se observaba en su propia historia. Esto no habría sido posible si no hubiese considerado que el tiempo que requería N. para poder confiar incipientemente y poner en juego estos contenidos, siendo pasos hacia una regresión a la dependencia, donde logró simbolizar eventos traumáticos de su pasado, cuya posibilidad de editar respondería a la función terapéutica de sostén, manipulación y presentación del objeto.

En el caso de N. me ha sido posible avizorar ese desarrollo primario, comprender su malestar actual, donde las graves y continuas fallas ambientales, fueron vivenciadas de manera traumática. N. tuvo que reaccionar repetidamente, con consecuencias negativas en el camino hacia la integración, resultando una defensa organizada como la desintegración y las particulares formas de expresión que ésta toma en él, a través de un falso self potente. Estas vivencias que se mantenían congeladas, fue posible reeditarlas a partir de un contexto particular que se adaptase a sus necesidades: paciencia, constancia en el tiempo, acoger cada una de sus acciones, dudas, rechazos y gestos en sesión. 

Es innegable, desde mi práctica, la constatación que la ausencia de cuidados o la inestabilidad de éstos en los momentos de dependencia absoluta del bebé, conllevan graves consecuencias. En el caso de N. era factible vislumbrar el debilitamiento de su yo, en función de su organización defensiva que impedía su espontaneidad.

Con relación a la tensión tiempo requerido/otorgado para el establecimiento de la confianza en la transferencia, la confiabilidad y la constancia son elementos que permiten la creación y apuntalamiento de la confianza básica del paciente hacia la figura del terapeuta y el encuadre. Para la instalación de la trasferencia se requiere confiabilidad y continuidad en el tiempo. Sólo así, se puede lograr un vínculo que dé lugar a la regresión al estado de dependencia, donde sería posible ser testigo y acompañante de las proyecciones del paciente respecto de sus traumas originales.

La desconfianza de N. no era su elección, sino una reacción a la inconsistencia e inestabilidad del ambiente de su temprana infancia, en la etapa de dependencia absoluta, una imposibilidad de confiar, debiendo reaccionar tempranamente y más allá de sus posibilidades. Pensaba previamente que su silencio era una forma de lealtad con sus padres, pero respondía también a su falso self, encargado de proteger y ocultar sus verdaderos aspectos de cachorro maltratado. Su malestar no era factible de ser simbolizado, pues a la luz de la teoría del desarrollo emocional temprano, N. no estaba en condiciones. Ante un grado elevado de escisión entre el self verdadero y el falso, resulta una escasa capacidad para el uso de símbolos, que fui corroborando mientras avanzaba el proceso. Sus necesidades eran tan primarias y fundamentales como establecer un lazo de confianza y experienciarlo, quizás por primera vez.

...la obra de Winnicott es una guía para abordar éticamente la discusión lúcida de políticas públicas de infancia, que respondan a las necesidades de los pacientes y no a las necesidades institucionales que implementan formas de hacer clínica que excluyan lo subjetivo y subjetivante. 

Considero que no es adecuado posicionarse desde una intervención tipo en un tiempo dado de antemano, previo a conocer a cada niño. Por ende es pertinente la necesidad de re-pensar la lógica de los encuadres ofrecidos en este contexto, pues una interrupción del tratamiento en periodos de regresión a la dependencia podría ser catastróficos dada la fragilidad del paciente en ese momento, un atropello al incipiente lazo de confianza, pudiendo significar una nueva falla del ambiente, esta vez, desde las instituciones llamadas a “reparar” el daño. Siguiendo a Medeiros (2012) la lectura de la obra de Winnicott es una guía para abordar éticamente la discusión lúcida de políticas públicas de infancia, que respondan a las necesidades de los pacientes y no a las necesidades institucionales que implementan formas de hacer clínica que excluyan lo subjetivo y subjetivante.     Finalmente el cachorro maltratado era el verdadero self que protegía y ocultaba celosamente. Al reeditar mediante la proyección de su historia congelada, la del cachorro inquieto, asustado, sin calma y maltratado que se defendía como reacción primaria, mostró un grado de confianza, pues al lanzarse hacia mis brazos debió haber intuido que alguien lo recibiría y no lo dejaría caer, se haría a un costado o sería indiferente a su acción. La función del terapeuta, es “que tiene que tomar conciencia de la sensibilidad que se desarrolla en él como respuesta a la inmadurez y dependencia del paciente” (Winnicott, 1993 [1960], pág. 69). Al señalar que las defensas que conforman la desintegración son analizables, pone en juego aquello que él considera elemental del ser humano: la tendencia innata hacia la integración. Esto otorgaría al espacio terapéutico la cualidad de lugar privilegiado donde desplegar dichas defensas, acogerlas y abordarlas clínicamente.

           

Referencias

Fenieux, C. (Noviembre de 2014). Integrando en el diván: El concepto de integración a la luz de un caso clínico. Revista Psicoanálisis. Publicación de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis , 71-79.

Medeiros, L. (2012). Winnicott hoy día: Consideraciones psicoanalíticas acerca de las nuevas Bases Técnicas del Sename sobre adopción. Revista de Psicología de la Universidad de Chile , 21 (1), 111-133.

Nemirovsky, C. (2013). Winnicott y Kohut: nuevas perspectivas en psicoanálisis, psicoterapia y psiquiatría. Buenos Aires: Grama Ediciones.

Servicio Nacional de Menores. (Marzo de 2015). Orientaciones Técnicas Línea Programas de Protección Especializada en Maltrato y Abuso Sexual Grave. Recuperado el 22 de agosto de 2016, de http://www.sename.cl/wsename/licitaciones/p10_20-07-2015/bases_tecnicas_...

Winnicott, D. W. (2006). Caos. En La Naturaleza Humana (págs. 191-194). Buenos Aires: Paidós.

Winnicott, D. W. (1999 [1956]). Desarollo emocional primitivo. En Escritos de Pediatría y Psicoanálisis (págs. 199-214). Buenos Aires: Paidós.

Winnicott, D. W. (1993 [1967]). El concepto de individuo sano. En El Hogar, Nuestro Punto de Partida (págs. 27-47). Buenos Aires: Paidós.

Winnicott, D. W. (2006 [1988]). Integración. En La Naturaleza Humana (págs. 165-172). Buenos Aires: Paidós.

Winnicott, D. W. (1993 [1960]). La distorsión del yo en términos de self verdadero y falso. En Los Procesos de Maduración y el Ambiente Facilitador (págs. 182-199). Buenos Aires: Paidós.

Winnicott, D. W. (1993 [1962]). La integración del yo en el desarrollo del niño. En Los Procesos de Maduración y el Ambiente Facilitador (págs. 73-82). Buenos Aires: Paidós.

Winnicott, D. W. (1993 [1960]). La teoría de la relación entre progenitores-infante. En Los Procesos de Maduración y el Ambiente Facilitador (págs. 47-71). Buenos Aires: Paidós.

Winnicott, D. W. (2006 [1988]). Los estados más tempranos. En Naturaleza Humana (págs. 179-189). Buenos Aires: Paidós.

Winnicott, D. W. (1998). Notas sobre el factor tiempo en el tratamiento. En Acerca de los niños (págs. 271-274). Buenos Aires: Paidós.

Winnicott, D. W. (1999 [1956]). Preocupación maternal primaria. En Escritos de Pediatría y Psicoanálisis (págs. 398-404). Buenos Aires: Paidós.

Winnicott, D. W. (1999 [1954]). Replegamiento y regresión. En Escritos de Pediatría y Psicoanálisis (págs. 341-349). Barcelona: Paidós.

Winnicott, D. W. (1993 [1988]). Retraimiento y regresión. En La Naturaleza Humana (págs. 197-198). Buenos Aires : Paidós.

 

Constanza Quintanilla H.     
Psicóloga. Chile.
Grupo Miradas.

cquintanilla [at] grupomiradas.cl

 

[i] La Ley N° 19.968 de Tribunales de Familia, en su artículo N°71 letra d, señala que se puede “Disponer la concurrencia de niños, niñas o adolescentes, sus padres, o las personas que los tengan bajo su cuidado, a programas o acciones de apoyo, reparación u orientación, para enfrentar y superar las situaciones de crisis en que pudieren encontrarse”. Ello, en virtud de la Convención de Derechos del Niño, que Chile ratifica el año 1990.

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Articulo publicado en
Junio / 2019