Es necesaria la palabra ya que es el eje de nuestros compromisos afectivos, políticos y sociales.
El pensamiento reflexivo y crítico que sustenta la palabra, ha sufrido cambios desde que la Cultura Clásica fue reemplazada por la Cultura del Simulacro. En la misma existe una tergiversación engañosa de la realidad, de las ideas, del comportamiento perdiéndose el objetivo de arribar a una verdad posible.
Esto ha perjudicado el aparato psíquico del sujeto creando escisiones que no le permiten una adecuada percepción de la realidad, el acceso a su universo simbólico y a una educación mediante la cual pueda adquirir conocimientos para así transformarse en sujeto hacedor de cultura.
La palabra es el eje fundamental de nuestra vida de relación. De palabras están hechos nuestros compromisos afectivos, políticos, sociales.
El ruido que se genera desde distintos ámbitos mediáticos, políticos, culturales, nos impide ver que vivimos en una realidad simulada
La palabra es un dispositivo de poder eficaz. Si ese don de la palabra instauró con el hombre el universo simbólico, podemos ser partícipes de aquellos valores que, hoy como siempre, deberían sostener cualquier práctica humana. Pero en el presente su capacidad de asombro se ve hiperrealizada en prácticas redimensionadas por una cultura globalizada donde se asiste a nuevas organizaciones simbólicas donde se alteran los conceptos tradicionales de lo correcto e incorrecto, lo verdadero, lo falso. Se enfrenta a un mundo caótico donde el pensamiento reflexivo y crítico ha sufrido cambios por lo disruptivo de los tiempos.1
Se van diluyendo conceptos como historia, sujeto, verdad y aparece un reemplazo de lo real por lo hiperreal que es lo que define la cultura del simulacro.
La simulación es la generación por los modelos, de algo real sin origen ni realidad, es lo que se denomina hiperrealidad. El territorio de un imperio, por ejemplo, no precede un mapa, ni le sobrevive, sino que el mapa termina precediendo al territorio. Lo único que tal vez subsista es el concepto de imperio y los actuales simulacros intentan hacer coincidir todo lo real con sus modelos de simulación. Se esfumó la diferencia entre mapa y territorio, liquidándose los referentes en la era de la simulación. Pero es la diferencia la que produce simultáneamente la poesía del mapa y el embrujo del territorio, la magia del concepto y el hechizo de lo real.
El ruido que se genera desde distintos ámbitos mediáticos, políticos, culturales, nos impide ver que vivimos en una realidad simulada.
La cultura así denominada refiere a una hiperrealidad obscena, pornográfica que lo transparenta todo, donde se ha eliminado el secreto y con ello transformando la seducción y el erotismo en una transparencia inaudita en una sociedad de masas manipulada en cualquier dominio político, psicológico, biológico, informativo. Se evidencia especialmente a través de los mass media que nos impiden ver que vivimos en la realidad simulada como se hace evidente en los hiperreality shows de esta época. Las personas no miran la televisión, finalmente la Televisión las mira, las manipula mutando lo real en hiperreal. Es el espectáculo, la inmanencia de lo ritual, contra la trascendencia de la idea. Esto resiste a la comunicación social para transformarse en una dimensión de lo irracional, fascinación de lo espectacular donde no hay preocupación por la verdad social, histórica, psicológica frente a una aniquilación de la cultura del saber, del poder, de lo social.
Las personas no miran la televisión, finalmente la Televisión las mira, las manipula mutando lo real en hiperreal
Aparición de una masa silenciosa a la que se la somete a sondeos, tests, referéndums, estadísticas, dispositivos que no responden a una dimensión representativa, sino simulativa que apunta a un modelo y no a un referente. Es un mundo donde no hay objeto real, sino flujo de signos que no expresan ideas, no son considerados medios de comunicación, sino que están destinados a manipular y de esta manera se produce el fin del proceso político, de lo social, de la relación social. Sólo aparece una inyección de información que promueve más masa inerte a la que Jean Baudrillard denomina masa silenciosa. Sociedad donde existe mayor producción de consumidores, de demanda que de mercancías.
La Sociedad de la simulación es diferente a la Sociedad Clásica caracterizada por el sentido de lo social, por la estructura dialéctica (sitio para las contradicciones), por la existencia de dos polos, significante y significado, representaciones, simbolismo, noción de sujeto, ecuaciones políticas, exigencia crítica del mensaje, del sentido y de todas las categorías de lo lingüístico.
En el simulacro todo esto es trastocado en una anulación del proceso de la verdad (ilusión de sentido) en la manera de transmitir los mensajes, que ya no tiene que ver con el capital ni lo social, sino con un ser sin razón, sin conciencia y sin inconsciente.
Es una ilusión de sentido a través de la fascinación que se prefiere a la exigencia crítica del mensaje, que sí tiene un sentido. No hay, por lo tanto, compromiso político, ni histórico de las masas, sino una cotidianeidad, un presente consumista donde el valor signo reemplaza al valor de uso. El consumo pasa a ser de esta manera una dimensión de prestigio, de afán de simulación que excede el valor de uso.
El conformismo hiperreal se opone a la participación social, a la revolución, a la lucha política, a las instituciones. La política se reemplaza por el rito, se recurre a la liturgia, al culto y a la iconografía para lograr una creencia que se transforma en relato donde se exaltan, por ejemplo, la ideología de la sangre y de la tierra, la obsesión por el pueblo y el culto a la personalidad.
En el simulacro, espacio de forclusión, se produce un proceso implosivo donde lo social es reabsorbido, disgregado, involucionado sin pensamiento constructivo de lo social. Opuesto a un proceso explosivo que implica un cambio, una transformación.
En la estructura del lenguaje se puede observar un fenómeno denominado Bullshit.
Una de las características de esta cultura es la reiterada presencia del mismo.
Se podría definir a este fenómeno como palabrería, charlatanería, discurso vacío sin sustancia, sin contenido, palabras vacías que aluden a un relato que es diferente a la cosa en sí misma, al hecho real. Su objetivo principal no es transmitir una creencia, sino que su intención principal es dar a la audiencia una impresión falsa de lo que está sucediendo.
En este fenómeno no se miente porque la intención no es qué piensa la audiencia, en el caso del orador, sino lo que se pretende que las afirmaciones que realiza, transmitan cierta impresión de sí mismo. Lo que importa, en definitiva, es lo que la gente piense de él y así satisfacer sus propios objetivos.
Por ejemplo, en el texto de Harry Frankfurt “On bullshit” menciona una situación donde un orador de un 4 de julio (conmemoración del día de la Independencia de Estados Unidos), con grandilocuencia se refiere a “nuestro bendito y gran país, cuyos Padres Fundadores bajo la guía divina crearon un nuevo comienzo para la humanidad”.2 Estaría mintiendo si su intención fuera inducir en la audiencia creencias que él considera falsas tales como si ese país es grande, si está bendito, si los fundadores tenían una guía divina, etc. Sin embargo, al orador no le interesa lo que piensa la audiencia, sino que pretende que dichas afirmaciones transmitan que él es un patriota y que tiene sentimientos profundos acerca de la misión del país. Son palabras sin sentido donde no hay reflexión porque no se presta atención a los hechos, no le importa si las cosas que dice describen la realidad correctamente. Solo las elige o las inventa a fin de que le sirvan para satisfacer su objetivo. En síntesis, las afirmaciones no guardan relación con una representación genuina de la realidad, de la verdad posible.
En el Bullshit no interesa lo que es verdadero y lo que es falso como ocurre en la mentira, sino que es una tergiversación engañosa de la realidad.
La civilización ha ido sofisticando los dispositivos socioculturales necesarios para el despliegue de este tipo de comunicación donde el valor de la palabra pierde significación. El poder de simbolización, representación y pensamiento crítico se ven disminuidos dando paso a un tipo de sociedad en la que no existe debate de ideas, sino que prima la intimidación, confrontación, (enfrentamiento) frente a una comunidad atenta a embaucadores de turno astutos en decir lo que los otros necesitan escuchar. Todo esto conlleva a una Cultura de la Mortificación (Ulloa, 2012), sociedad escindida cuyos rasgos principales son la pérdida de coraje, de inteligencia y el desadueñamiento del cuerpo (astenia que imposibilita la acción).
En la estructura del lenguaje se puede observar palabras vacías que aluden a un relato que es diferente a la cosa en sí misma, al hecho real... su intención principal es dar a la audiencia una impresión falsa de lo que está sucediendo
No hay normativas en la mortificación, sino que prevalece la anomia, un estado donde predomina la indiferenciación que provoca saturación de la actividad pensante. Hay una verdadera amputación del Aparato Psíquico debido a un mecanismo frecuente, la Renegación que significa negar y negar que se niega. Es una verdadera cultura del malestar diferente al malestar en la cultura porque en esta cultura, el hombre no es hacedor de cultura, sino hechura de cultura. Es lo que Fernando Ulloa califica como Sociedad Cruel, dispositivo sociocultural cuyo objetivo, es la encerrona trágica donde no hay ley que interceda y el agente que ejerce la crueldad desconoce la verdad e implementa tres acciones: exclusión, odio y eliminación del saber contradictorio, del saber curioso que supone avidez de conocimiento frente a lo extraño.
Por lo tanto, la comunidad termina sufriendo el Síndrome del Padecimiento (Ulloa, 2012) donde predomina la queja y lo infraccionario en lugar de la protesta que llevaría a la acción y la transgresión que conduciría a la transformación.
Al permanecer en una cultura de la resignación, nada puede ser cambiado y el futuro es vivido como catastrófico. Sólo hay un relato (concepto que proviene etimológicamente del verbo referir) y no una narración donde circula la medida de lo posible que es una manera de conjeturar los hechos a través de una intervención genuina estableciendo el acierto de un concepto que deviene en un compromiso con la verdad.
En una sociedad escindida, excluida de elementos benéficos, con los escotomas que producen la distorsión de la realidad en la medida que no se acepta lo que se ve, se daña de esta manera el campo perceptual. En consecuencia, se daña, además, el campo de la comunicación entre las personas, su universo simbólico dejando de ser partícipes de los valores que deben guiar su camino a futuro para lograr acuerdos solidarios para el trabajo y el placer.
Es importante reconstruir el imaginario colectivo y poder elaborar la propia historia para ser sujetos de la misma, recuperar su subjetividad, que el post modernismo se ha encargado de vaciarla de sentido
Las buenas relaciones florecen sobre la base de la verdad. Si cada parte no logra ver las cosas claramente, es posible que no se establezcan dichos acuerdos solidarios conduciendo a la alienación.
En las sociedades donde hay un vacío en la autoridad política, es frecuente que aparezca la desconfianza y con ello florezcan las teorías conspirativas que muchas veces son difundidas por las redes sociales. Cuando ocurre algo ambiguo, uno de nuestros sesgos psicológicos es conectar los puntos para que tengan sentido.
En una sociedad acelerada, donde la inmediatez predomina sobre el pensamiento, se conspira contra la palabra y la pérdida de la conexión profunda con la palabra conlleva a frustraciones y sentimientos de impotencia intensos.
Cuando una cultura es renegadora del sufrimiento y la muerte, también reniega del alcance de la palabra. Siendo el lenguaje, poesía y conocimiento, la persuasión de la palabra se opone a la violencia y al autoritarismo de las personas. El reconocimiento del otro es importante en primer lugar para crear un lazo de confianza indispensable para que pueda existir la persuasión. En este sentido, la ternura que es opuesta a la crueldad, hace posible la creación del vínculo y la clave de la misma es imaginar a otro en su totalidad brindándole fortaleza. Esto constituye un requisito básico para la salud, sea de una sociedad, sea de un paciente.
“En una época tan escéptica como la nuestra en la que se evaporan nociones tales como sustancia, historia, sujeto o verdad, conmueve a veces, cualquiera sea el credo o la filosofía, comprobar ciertas persistencias, cierta tenacidad, ciertas coincidencias centrales en la tarea de descubrir de qué modo específico a través del diálogo cara a cara (el hablar mirado de F. Ulloa), las falencias, perturbaciones, heridas del ser humano pueden ser ocasiones de encuentro, sabiduría y reparación.”3 Para ello tiene que darse la resonancia en el otro de lo que se comunica (lugar de la intimidad versus la intimidación) en coincidencia o disidencia, debido a la reciprocidad entre quien habla y quien escucha. Ambos en la búsqueda de la verdad, con un pensamiento apuntando a futuro, con la pasión que resiste la resignación y negándose a aceptar todo aquello que niegue la realidad de los hechos.
De lo contrario el sujeto que ha reprimido la verdad, no está más en el centro de los hechos y, por lo tanto, las cosas continuarán funcionando solas y el discurso continuará articulándose, pero más allá del sujeto. Por consiguiente habría que repensar la educación teniendo en cuenta la recuperación del orden de lo simbólico, el acercamiento a la verdad posible y desde ya, teniendo en cuenta el vínculo de confianza entre los sujetos.
Es importante reconstruir el imaginario colectivo y poder elaborar la propia historia para ser sujetos de la misma, recuperar su subjetividad, que el post modernismo se ha encargado de vaciarla de sentido.
Bibliografía
Baudrillard, Jean, Cultura y Simulacro, Editorial Kairos, 1978.
Bordelois, Ivonne, “¿Cómo curar las palabras que nos curan?”, Revista ADN, Abril 2009.
Cohen Agrest, Diana, Qué piensan los que no piensan como yo, Debate, Cap. “Pensar el hoy”
Frankfurt, Harry, La importancia de lo que nos preocupa, Cap. “Sobre el Concepto de Bullshit”, Katz editores, 2006.
Ulloa, Fernando, Salud ele-mental, con toda la detrás, Libros del Zorzal, 2012.
Ulloa, Fernando, Artículo Sociedad y Crueldad, 1999.
Ulloa, Fernando, “La ternura de los piqueteros”, Página 12, suplemento de Madres: 2001.
Notas
1. Cohen Agrest, Diana, Que piensan los que no piensan como yo, Debate, Cap. “Pensar hoy”, p.19.
2. Frankfurt, Harry: La importancia de lo que nos preocupa Cap. “Sobre el concepto de bullshit”, p. 176.
3. Bordelois, Ivonne, “¿Como curar las palabras que nos curan?”, Revista ADN, p.6, abril 2009.