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¿Y si el Papa fuera una mujer?

 

¡tetas de Dios! ¡blancos muslos de Dios! ¡lechosos! dijo

Juan Gelman

 

“Bienvenida al mundo-machista”. Así tituló la versión online del célebre semanario alemán Der Spiegel (31/01/14) la participación de la titular del Ministerio de Defensa de Alemania, Ursula von der Leyen, en la conferencia de seguridad de Múnich. Y agregaba expectante: “Una mujer con mando en el machista cosmos militar es algo aún inexplorado”. Pero esta novedad no aparece, por decirlo con palabras célebres, como un rayo caído de un cielo sereno: Angela Merkel, una mujer también, dirige desde hace casi una década ese país. Y por no ser menos: entre nosotros Nilda Garré ya había mandado en ese cosmos machista desde 2005 hasta 2010. Tampoco puede olvidarse que desde hace tiempo muchas mujeres ocupan los más altos cargos políticos; apenas mirando al costado encontramos a Dilma Rouseff o a Michelle Bachelet, y todavía más cerca a Cristina Fernández, hoy sin duda la figura más relevante de la política nacional.

La enorme presencia de mujeres en las más altas esferas del poder no puede ser un dato ignorado al momento de analizar la vitalidad del modo de vida patriarcal. Es más, se ha llegado a escuchar: “si el Papa fuera mujer el aborto sería ley”. Ciertamente una meta lejana. Pero esta tendencia podría prometer acercarla mediante, por ejemplo, la incorporación de mujeres al sacerdocio y a las instancias de decisión del Estado Vaticano. Es cierto que leer sólo de este modo esa consigna del Encuentro Nacional de Mujeres de 2012 sería un olvido imperdonable de la ironía en que se sostiene. Pero a los efectos de estas líneas no interesa la consigna en sí misma (transitoria, como toda consigna), sino una posible lectura (quizás no la del Encuentro) que ella tolera, a saber: ese camino amarillo del “progreso” que se nos propone como una salida de emergencia a los males del patriarcado. Estaríamos entonces frente a un debilitamiento o crisis del patriarcado; el esperado síntoma sería ese lugar de poder ganado para las mujeres.

Pero la cosa no queda ahí, lamentablemente. Hay, nadie lo ignora, otros datos que hieren nuestro tiempo: la consolidación de un enorme negocio globalizado de esclavitud y explotación sexual de las mujeres -pero también de los niños y las niñas-; el asesinato sistemático de mujeres por parte de sus parejas, que no desdeñan el fuego doméstico como reminiscencia de las hogueras; o la creciente mercantilización del cuerpo femenino (según la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética sólo durante 2011 se realizaron 6.371.070 operaciones quirúrgicas y 8.336.758 no quirúrgicas en el mundo, en su abrumadora mayoría a mujeres). Y es éste sólo el comienzo de un catálogo monstruoso, habitual, que parece señalar algún desvío respecto del progreso que la crisis del patriarcado, al menos en occidente, supondría.

Es decir, y para repetir la consigna anterior: si el Papa fuera una mujer, ¿el aborto sería ley? Si hacemos un arduo ejercicio de imaginación y sentamos a una mujer en el trono del Santo Padre, ¿veremos también disminuir el sentido patriarcal de la santísima Madre Iglesia? ¿Y si una mujer fuera generala? ¿Qué sería entonces del sentido patriarcal del ejército? Huelga recordar que la patrona (¿Madre-padrona?) del Ejército Argentino es la Generala Virgen de la Merced. ¿Cómo entender entonces el aumento del espacio ganado por las mujeres en las estructuras de poder parejamente con el de la muerte, la humillación y las limitaciones que desde la sociedad se les da?

Podríamos parafrasear a Rosa Luxemburgo y decir: “con la entrada de una mujer en el gobierno, la dominación patriarcal persiste: el gobierno patriarcal no se transforma en un gobierno matriarcal, pero en cambio una mujer se transforma en representante del patriarcado”. Pero con esto no estaríamos explicando la especificidad de ese hecho nuevo -que las mujeres ocupen cada vez más cargos jerárquicos de la sociedad patriarcal- sino reduciéndolo a su modelo anterior, pero engordado ahora por las novedades que se asimilan constantemente como excepción permanente. Pues de lo que debemos dar cuenta no es de la obviedad de que, gobierne quien gobierne, ésta es una sociedad patriarcal, sino de la especificidad de esta mutación del patriarcado que permite, o más bien promueve, que sean mujeres las representantes de sus más altas instituciones. Esta modificación, por lo demás, no podríamos explicarla de un modo directo y unidimensional, pero podemos buscar en algunos antecedentes algo así como la punta del ovillo.

Pues si lo pensamos bien, que las mujeres sean las representantes del patriarcado es una novedad en términos de nuestra organización social, pero no en los de la mitología de la que ésta se nutre, es decir, la estructuración afectiva de nuestro mundo: el cristianismo, no como mera religión, sino como estructura afectiva e inconsciente del mundo. Como uno de los rasgos más salientes de la mitología cristiana -y por lo tanto de nuestra propia estructura subjetiva- encontramos ya la figura de la mujer como representante de la palabra del Padre: María, esa madre virgen que (ya lo apuntó Rozitchner) le ofrece a su hijo un Padre endiosado -germinado desde su fantasía de niña a partir de su propio padre y sostenido en lo más secreto de su cuerpo-. Ella le pide entonces a su hijo que se entregue y vaya al muere en este mundo, para demostrarle que es Hijo de ese Padre fantaseado y no de un pobre carpintero (padre con minúscula de un patriarcado perimido). El Hijo va feliz al muere -nosotros lo seguiremos mansos y cotidianos-, y el cuerpo de mujer de esa madre -y con ella de todas- queda de allí en más virgen de goce y sentido; su cuerpo, ahora de piedra, penumbras e incienso sólo significará el puro espíritu del Padre: será Madre-Iglesia.

Entonces nos preguntamos: este aumento del número de mujeres que dirigen las instituciones patriarcales ¿no será acaso la reconversión más consecuente (quizás permitida ahora por el in-materialismo creciente del capitalismo tecnológico y financiero) de esa “buena nueva” cristiana que implicó que el poder-del-Padre se haga representar por una madre negada, es decir –Virgen- para que confortados y orondos vayamos al muere?

Cristián Sucksdorf

csucksdorf [at] hotmail.com

Doctorando en Filosofía

Lic. en Ciencias de la Comunicación

 
Articulo publicado en
Abril / 2014