Los hombres no tienen la obligación de vivir según las leyes de un espíritu sano más que un gato de vivir según las leyes del león
Baruch Spinoza
Estrictamente hablando, la cuestión no es cómo ser curado, sino cómo vivir
Joseph Conrad
Hablar de normalidad y normalización nos lleva a hacernos varias preguntas: ¿Cómo definimos estos términos? ¿Qué relaciones guardan entre sí? ¿Es posible deslindar la normalidad con lo que la cultura dominante establece como normalización de la sociedad? ¿La idea de normalidad no está referida a criterios ideales propios de los sectores dominantes de cada época histórica? ¿Normalidad es sinónimo de salud? Ahora bien, si seguimos esta perspectiva ¿no corremos el riesgo de culturalizar las manifestaciones patológicas dejando de lado criterios objetivos que puedan deslindar lo normal y lo patológico? Por el contrario, si dejamos de lado los factores culturales y sociales en la definición de normal y patológico ¿no nos encontramos con definiciones ideales llena de buenas intenciones?
Podemos seguir con las preguntas lo cual nos lleva a la complejidad del problema que trataremos de desarrollar
Un breve recorrido histórico
Veamos que estos conceptos no han sido un problema en las diferentes épocas históricas. En general se entiende que las patologías se manifiestan a través de conductas alteradas o desviaciones de las funciones que se consideran normales.
De esta manera la normalidad se presenta como un modelo que se lo homologa a ‘naturalidad’. Aquello que se considera normal en las conductas humanas está basado en un tipo de funcionamiento específico para una época dada de la cultura donde es ‘natural’ que las personas piensen de una manera y se conduzcan de otra. Es decir, lo normal se define en función del ideal que impone la cultura dominante al conjunto de la sociedad. Por ello la normalidad y la patología se constituyen como efecto de una complejidad de factores cuyo estatuto se ajusta a condiciones históricas, políticas y culturales. Los comportamientos considerados patológicos se definen como una contracara de las respuestas esperadas a las condiciones que se establecen como normales.
Hace 45 siglos el pueblo Asirio Babilónico creía que la enfermedad era una impureza espiritual provocada por los dioses como réplica a una transgresión moral. La "culpa" se buscaba en la historia personal del enfermo. Recordemos que la palabra “culpa” proviene del latín y significa “falta”, “pecado”.
Debimos esperar varios siglos para que los griegos entendieran que la impureza de la cual provenía la enfermedad si bien también era de origen divino ya no era moral, sino física, y por lo tanto posible de ser tratada con baños purificadores. Esto fue un salto conceptual enorme ya que si la enfermedad como la consideraban los pueblos antiguos era causada por los dioses y significaba una impureza del alma, el sujeto no tenía acceso a ella ya que era cosa de los dioses, es decir, no podía ser curado por otros, sólo por el perdón de un dios. Pero si la impureza estaba en lo físico, es decir era cosa de los seres humanos, aquellos que conocieran las leyes de la naturaleza podían curar a los otros.
Los griegos, de acuerdo con la idea pitagórica, pensaban que la naturaleza se guiaba por leyes, que tenían un orden, una armonía. Así, si conocían las leyes propias de la naturaleza del organismo, la fisiología, cuando un sujeto enfermaba otro podía ayudarlo, acompañar a la naturaleza en el proceso de restitución de la armonía (la salud). Cuidar al otro, es decir hacer medicina. La palabra “medicina” viene del griego “medein” que significa “cuidar a”. Esto permitió entender que la enfermedad y la salud no eran producto de los dioses sino de los seres humanos.
La evolución del concepto de enfermedad mental.
En la búsqueda de explicación de las enfermedades mentales podemos mencionar el siguiente desarrollo. En los pueblos antiguos aparece como castigo divino. Esta es la concepción mágico religiosa. En la Edad Media como posesión diabólica. Esta es la época de la Inquisición donde al monstruo humano se lo quemaba en la hoguera o se lo exhibía en las ferias. Los anormales son aquellos que no sólo no entran en las leyes de la sociedad sino de la naturaleza. El campo de aparición del monstruo es un dominio jurídico y biológico. Lo que hace a un monstruo humano no es sólo la excepción que representa a la forma de la especie (débiles, hermafroditas) sino al problema que plantea en relación a las regularidades jurídicas (matrimonio, bautismo, leyes de sucesión).
Acorde con los nuevos tiempos que inaugura el llamado Siglo de las Luces la medicina realiza la tarea de prescribir y establecer lo normal y lo patológico en nombre de un saber erigido como una nueva religión. El positivismo trata de entender el padecimiento subjetivo como una enfermedad médica. Sus manifestaciones se explican como una alteración de la estructura cerebral. También como transmisión hereditaria en familias "degeneradas". Los monstruos comienzan a pensarse como individuos a corregir. El psiquiatra aparece como guardián de los anormales considerados como peligrosos que, a través de diferentes técnicas disciplinarias, protege a la sociedad.
Debemos esperar la aparición del psicoanálisis para que al padecimiento subjetivo se lo pueda entender como resultado de conflictos psíquicos donde la frontera entre lo normal y lo patológico desaparece: “Hay una multitud de procesos similares entre aquellos de que nos ha dado noticia la exploración analítica de la vida anímica. De estos, a una parte se los llama patológicos y a otra parte se los incluye en la diversidad de lo normal. Pero ello poco importa, pues las fronteras entre ambos no son netos, los mecanismos son en vasta medida los mismos; y es mucho más importante que las alteraciones en cuestión se consumen en el yo mismo o se le contrapongan como algo ajeno, en cuyo caso son llamados síntomas” (Freud, Sigmund, Moisés y la religión monoteísta,1939). De esta manera la enfermedad como proceso real y operante, no se agota en la ausencia de salud ya que es entendida como un tras-torno del proceso sano en tanto lo pone del revés siguiendo sus propias articulaciones. En este sentido la normalidad y la anormalidad estarán determinadas por la historia del sujeto y las características que le da a sus conflictos pulsionales en el interior de una determinada cultura.
Llegado a este punto nada mejor que recordar la película “Hombre mirando al sudeste”. Rantés, el personaje principal, se cree venido de otro planeta y se interna en el manicomio. Una vez en el hospital toma la decisión de decir la verdad y denunciar la forma como son tratados los enfermos en el centro psiquiátrico.
Rantés enfrenta la "normalidad" del sistema, representado por el hospital, y la supuesta normalidad del psiquiatra que lo atiende. La historia sucede sin saber verdaderamente de dónde viene Rantés. Lo que es evidente es que la supuesta locura del personaje es más lúcida que la normalidad en que se desenvuelve el sistema hospitalario. El final es previsible: el personaje con diagnóstico de delirio de humanidad no resiste al "tratamiento", y muere dejando la sensación de incertidumbre y de absurdo respecto de lo que nosotros creemos y justificamos como normal. Tomando el ejemplo de Rantés veamos qué ocurre en la actualidad.
La subjetividad sometida a los valores de la cultura dominante
Podemos decir que vivimos en una cultura de la representación donde es más importante lo que representamos para los demás que lo que somos. De esta manera el principio de realidad queda sustituido por el principio de representación de esa realidad que transforma lo real en puro imaginario.
En este sentido, si el parecer, más que el ser, es lo que habilita ocupar un lugar en la relación con el otro, la orientación más razonable de la vida cotidiana es la comercialización de la propia personalidad. Podemos decir que en la sociedad actual no se han roto las relaciones sociales; por el contrario, las redes sociales se han organizado de tal manera que lo importante es tener algún beneficio determinado por lo que las leyes del mercado establece. Esto si uno no ha entrado en la categoría de pobre, desocupado o marginado, en cuyo caso se transforman en los nuevos monstruos de la actualidad de nuestra cultura.
De esta manera, el individualismo predominante no es la defensa del individuo ya que lo transforma en un objeto de consumo. Si la clásica crítica a la sociedad de consumo permitió revelar la condición fetiche de las mercancías, en la sociedad actual es el ser humano al que se lo ha llevado a la condición de fetiche: uno vale por lo que representa y no por lo que es. Representar un papel acorde con la cultura dominante es el único requisito de existencia, ya no solamente en el espacio público, sino también en la vida privada e íntima. De esta manera nos domina desde nuestro interior normalizando nuestros deseos y necesidades para reproducir las condiciones de dominación. Por ello, el disciplinamiento se ha interiorizado en la búsqueda de una normalidad cuyo efecto es la emergencia de la pulsión de muerte: la violencia destructiva y autodestructiva, la sensación de vacío, la nada.
En esta perspectiva la hegemonía de un neopositivismo psiquiátrico es consecuente con esta cultura de la representación donde el sujeto debe responder a la eficiencia que exigen las leyes del mercado. Hoy la psiquiatría vuelve a afirmar, como en sus orígenes, las bases biológicas de la enfermedad mental. Parece que quiere superar las influencias del psicoanálisis y del movimiento antipsiquiátrico. La realidad cultural de los sujetos y del ambiente familiar y social que los rodean queda relegada a un segundo plano. La teoría psiquiátrica afirma que la enfermedad mental es producto de un desequilibrio químico en el cerebro. El deseo queda reducido a un circuito neuronal.
Pero esta situación debe ser entendida en el interior de una cultura del sometimiento donde la medicalización de la vida cotidiana es una de sus consecuencias. Es así como las grandes industrias redefinen la salud humana acorde a una subjetividad sometida a los valores hegemónicos. Muchos procesos normales como el nacimiento, la adolescencia, la vejez, la sexualidad, el dolor y la muerte se presentan como patológicos a los cuales se les puede aplicar un remedio para su solución. Al dar resignificación médica a circunstancias de la vida cotidiana el sujeto no sólo se convierte en un objeto pasible de enfermedad, sino también culpable de padecerla. La búsqueda de la salud se transforma en una exigencia que en muchas ocasiones genera enfermos imaginarios de enfermedades creadas por los laboratorios. En este sentido se utiliza la actual evolución de las biotecnologías, las neurociencias, las técnicas médicas y farmacológicas que pueden estar al servicio de la emancipación del sujeto para adaptarlo. Por ello hoy se ofrece y es pedido el medicamento que estaba exclusivamente al servicio del “arte de curar” como objeto necesario para soportar la incertidumbre de nuestra actualidad. Para ello se cuenta con el Manual de Diagnóstico y Tratamiento de los Trastornos Mentales (DSM) que psiquiatrizó la vida cotidiana en tanto cada conducta puede ser definida como un trastorno. Cada nueva versión del manual DSM tiene más páginas donde aumentan los trastornos de conductas para ser tratados con el tratamiento y la medicación correspondiente. El DSM V, que va a aparecer en el 2010, se maneja en el más estricto de los secretos ya que cada nuevo trastorno que defina implica millones de dólares en la venta de la droga correspondiente. De esta manera la salud y la enfermedad son construidas por la psiquiatría biológica para redefinir un proceso de medicalización que sirve a los intereses de las industrias psicofarmacológicas acorde con la normalización que necesita el poder.
Nuevamente la Ética de Spinoza
Veamos algunas cuestiones que venimos desarrollado en otros artículos. La ética es una experiencia originaria de sentido para el ser humano. No es la prescripción normativa de ciertos códigos de conducta. La Ética corresponde a la posibilidad de llegar a ser más humanos. Todo sujeto que nace se va haciendo humano. De esta manera la reflexión ética corresponde a la pregunta por el sentido de lo humano.
Para Spinoza el único mandamiento que podemos encontrar en su obra se puede resumir en una frase: la alegría de lo necesario. La modalidad de todo lo que existe es la necesidad y la libertad que en el ser humano no está ligada a su voluntad, sino a la capacidad racional de formarse ideas adecuadas sobre lo necesario y organizar su “conatus” -es decir su deseo- según ellas. De esta manera, no puede haber otra reflexión ética que no sea a partir de la acción humana. La ética implica que el sujeto se haga responsable de sus actos. Este el pensamiento de Spinoza. No hay otra ética más que frente a los otros. Los otros diferentes que en su diferencia me constituyen como humano. La ética es social, es frente a los otros y en los otros. Por ello para mantener una relación ética con los otros es necesario que hablen, y poner en palabras lo que le pedimos. Pero esta palabra debe ser una palabra pulsional, una palabra puesta en acto, no una palabra vacía, hueca y sin consistencia. Debe ser una palabra encarnada en un cuerpo que la lleva a la acción. Una acción donde la ética determina nuestra responsabilidad.
En este sentido no formula una ética del “deber ser” sino una ética materialista del “poder ser”. Obrar éticamente consiste en desarrollar el poder del sujeto y no en seguir un deber dictado desde el exterior. El ser de Spinoza es poder y potencia, no deber. Éste se realiza a través del conocimiento de las propias pasiones para realizar una utilización de éstas que la conviertan de pasiones tristes (el odio, el egoísmo, la violencia, etc.) en pasiones alegres (el amor, la solidaridad, etc.). De esta manera el objetivo de la liberación ética es pasar de las pasiones tristes a las pasiones alegres.
En Spinoza, el derecho de cada cual no debía ser otra cosa que la potencia que tiene para existir y actuar. Es decir, desarrollar su potencia de ser. Por ello decía esta frase contundente en relación al tema que venimos trabajando: “los hombres no tienen la obligación de vivir según las leyes de un espíritu sano más que un gato de vivir según las leyes del leó..” Pero agregaba, en la medida en que “el hombre cree que nada es más útil que el hombre mismo” se unirá a otros y creará espacios comunes de seguridad y de mayor potencia. Dentro de esos espacios los seres humanos llamarán “bueno” a todo lo que contribuya a mantener esa potencia y “malo” a lo que la dificulta. Es decir, lo malo y lo bueno no es algo externo que deviene de un deber ser, sino que está referido al desarrollo de su potencia de ser.
La clínica psicoanalítica como potencia de ser
Si el concepto de normalidad responde a un ideal de la cultura dominante que es imposible de ser alcanzado, lo cual lleva a la doble moral propia de cada etapa histórica; la normalización conlleva deberes y prohibiciones dictadas desde el poder que permite reproducir sus condiciones de dominación.
Por el contrario el psicoanálisis permite inaugurar una práctica clínica sostenida en la potencia de ser. En la intimidad de cada sujeto lo “bueno” y lo “malo” como mandato del Superyó es reemplazado por la búsqueda de lo que le hace mal o bien en tanto limita o potencia su ser. De esta forma la salud no es igual a normalidad. Salud es la capacidad de poder encontrarnos con nuestros deseos y necesidades sabiendo que la posibilidad de la satisfacción adecuada sólo se puede lograr parcialmente. No sólo por la realidad externa sino por nuestra realidad en tanto somos seres imperfectos. Esta imperfección es la que nos define sujetos de una subjetividad como metáfora de un cuerpo construido por el aparato orgánico, psíquico y cultural. Es decir, de una subjetividad histórico-social.
De este modo Freud planteaba que la salud se encontraba en “el amor y el trabajo”. Desde una perspectiva normalizadora se quiso entender que la salud se lograba al construir una pareja heterosexual y estable y en ganar plata. Pero si leemos esta frase en el interior de su obra vemos que con “el amor” se refiere a la importancia de la potencia de las pulsiones de vida en su lucha contra la fuerza de las pulsiones de muerte. En cuanto a “el trabajo” destacaba su importancia en tanto “brinda una satisfacción particular cuando ha sido elegido libremente, o sea, cuando permite volver utilizables mediante sublimación inclinaciones existentes, mociones pulsionales proseguidas o reforzadas constitucionalmente”. Pero señalaba su limitación en las condiciones del capitalismo de principios de siglo ya que “el trabajo es poco apreciado, como vía hacia la felicidad. Uno no se esfuerza hacia él como hacia otras posibilidades de satisfacción. La gran mayoría de los seres humanos sólo trabajan forzados a ello, y de esta natural aversión de los hombres al trabajo derivan los más difíciles problemas sociales.” (Freud, Sigmund, El malestar en la cultura,1930). Por ello definía con claridad la cura que ofrecía el tratamiento psicoanalítico: “Cambiar la miseria neurótica por el infortunio cotidiano”.
Lo anormal nos hace humanos
Si al inicio planteábamos varias preguntas sobre “Lo normal y lo patológico” luego de este recorrido debemos insistir en que el concepto de “salud”, si bien es gramaticalmente un sustantivo, en realidad es un verbo, es decir es una acción. La salud esta relacionada con el ser del sujeto. Es decir un ser que se constituye en acto, haciendo. La etimología de la palabra “salud” viene del latín “sanitas” que hace referencia a la salud del cuerpo y del espíritu. En hebreo “enfermedad” quiere decir falta de proyecto. Por ello la salud, como la vida, está éticamente constituida. Es decir sobre ella no recae solamente una norma o un deber, sino una afirmación o una negación del sentido humano. Es sobre esta afirmación como potencia de ser que nos habla la ética de Spinoza. Es sobre esta afirmación de un sujeto imperfecto que se sostiene la clínica psicoanalítica. Un sujeto cuya salud implica soportar la anormalidad que lo constituye. Caso contrario desarrollará síntomas patológicos. Desde aquí podemos discernir lo normal y lo patológico. Desde aquí podemos discernir la normalidad de la normalización que nos plantea la cultura dominante.