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El estado actual de nuestro conocimiento

 

Más acá de las condiciones históricas que entornan dando sentido a nuestro accionar cotidiano, es posible que una de las tensiones mayores que se plantean entre nuestras teorías -aquellas con las cuales sostenemos la clínica cotidiana- y los nuevos tiempos que corren, resida en la pregunta que nos formulamos cuando en los pasillos de los congresos, de las jornadas y de los seminarios que compartimos nos preguntamos hasta dónde nuestro pensamiento es un pensamiento de "este tiempo".
Desde el punto de vista del conocimiento, el mundo abre una información vertiginosa que nos confronta a un dilema que ha cobrado en los últimos años la siguiente forma: se puede saber poco de todo o saber mucho de poco, pero no se puede saber mucho de todo. A diferencia de los tiempos de las "mentes universales", de esa época en la cual Göethe podía componer textos literarios maravillosos y al mismo tiempo escribir acerca de una teoría de los colores, cada vez más somos empujados a devenir especialistas de algo - y aun en el interior de nuestra propia disciplina, se nos obliga a encasillarnos en un rubro: "analista de niños", de "adolescentes", de "adultos" e incluso de "gerontes", como si fuera posible una parcialización de la subjetividad definida cronológicamente.
Esto tiene necesariamente que culminar en un empobrecimiento de nuestras perspectivas; y la producción científica misma se ve afectada por esta impulsión a la restricción a la cual nos convoca la cantidad de material a revisar y la obligación de conocer mucho de poco. Más aún: en razón de que nos movemos en el interior de una región científica en la cual lo que se produce no está desabrochado del sujeto que lo produce, es inevitable que cada analista sienta que debe ser leído en razón de que su modo peculiar de apropiarse de los conceptos, en que su particular subjetividad y su especifica experiencia, supone siempre un giro nuevo a conceptos y teorías a las cuales no agrega mucho de lo ya dicho.
Una suerte de agobio invade así nuestros intercambios, nuestras lecturas, y la sensación de empobrecimiento ante un universo que ha devenido demasiado vasto – y ajeno, para jugar con la imagen ya clásica - para apropiarse de él. La vertiginosa producción de conocimientos puede determinar, entonces, un doble impacto subjetivo: o el abandono de toda lectura extra-campo -la vía más común elegida por la mayoría-, o la lectura indiscriminada y apresurada con la importación consecuente de conceptos que toman un carácter tanto más espurio cuanto no amplían el campo de conocimiento especifico existente y se definen sólo por el afán de originalidad y de "presencia" en un terreno que ha tomado cada vez mas visos competitivos extremos -en el interior de una lucha generalizada por el sostenimiento de los mercados de supervivencia.
¿Como moverse entonces en la difícil tensión existente entre la búsqueda de nuevos conocimientos y la profundización de lo ya acumulado a lo largo de los años?
Este problema no es patrimonio específico del psicoanálisis. La tendencia cada vez mayor a intercambios realizados con pensadores de diversos campos da cuenta no de un afán de ilustración sino de una real necesidad por confrontar en qué punto está cada uno en su pensamiento, qué problemáticas comunes se plantean en las diversas regiones del conocimiento, e incluso hasta dónde es posible encaminarse hacia paradigmas unificadores, si no de los conocimientos sí al menos con vistas a hacer un relevamiento de las cuestiones problemáticas que nos atraviesan conjuntamente
Conocemos cómo desde el comienzo del psicoanálisis las cuestiones de la época en la cual se gesta la producción teórica intervinieron en el punto de partida de la investigación. Esta motivación de origen tiene una doble determinación: acuciada por el deseo de comprender los nuevos fenómenos que rodean a quien puede abordarlos, no es ajena a la motivación ética de participar en la resolución del sufrimiento que los acontecimientos producen. Pero mas allá de la "motivación" del autor, las verdades que aportan trascienden tanto la subjetividad como el momento histórico, y las impasses que arrastran no pueden ser discutidas desde otra perspectiva que no sea aquella que las engarza en un procesamiento de construcción de hipótesis y transformación teóricas y clínicas.
Que las leyes descubiertas en física por Newton hayan sido producidas en la época de monarquías absolutistas no invalida el hecho de que las dosis de verdad que sostienen tengan carácter de ley universal para un conjunto de fenómenos que se proponen abarcar. Que Hawking sostenga, en el horizonte mismo de su pensamiento acerca de los orígenes del Universo, un ideal de afirmación respecto a la existencia de Dios, no pone en riesgo el hecho de que los últimos descubrimientos de la astrofísica conviertan la teoría del Big-bang en el modelo más acorde y comprobable acerca del mismo.
De igual modo, los conocimientos freudianos deben ser sometidos a la doble prueba: de la interciencia en la cual surgieron y de las dosis de verdad que siguen encerrando, pero – insistimos en ello- esto no podrá realizarse sino al costo de una depuración de paradigmas, de una revisión de enunciados. Es imposible seguir apoyando hoy la teoría de los fantasmas originarios en una suposición filogenética de cuño lamarckiano; el lamarckismo ha sido derribado a lo largo del tiempo, y las nuevas teorías de la evolución dan cuenta más de un desarrollo por fracturas y saltos que de una evolución sostenida y adaptativa. Desde la revolución ejercida por Lacan en los 60's, parecería que cada escuela se ha limitado a seguir avanzando sin someter a caución los postulados de origen. Así, los kleinianos incorporan desarrollos de Bion o de Winnicott sin preguntarse hasta que punto entran en contradicción con las propuestas originarias de Klein, y los lacanianos someten a caución el estructuralismo y reintroducen la historia sin cuestionar las formulaciones de base que en los enunciados de Lacan llevaron a un estructuralismo formalista y ahistórico, y un sector importante del freudismo pretende sumar la obra originaria como una verdad plana en la cual se superponen teorías biológicas del funcionamiento psiquico, con teorías histórico-traumáticas, y enunciados genético-evolucionistas junto a formulaciones de la temporalidad que se anticipan a las vigentes en su tiempo.
Porque ¿qué valor puede seguir teniendo una teoría constitutiva de la bisexualidad al lado de otra de la identificación en su ensamblaje complejo y contradictorio con el deseo materno? ¿O en función de qué conservar una linealidad de las series complementarias en la cual "lo innato" ingresa en una sumatoria que no hace sino limitar nuestras posibilidades de incidencia clínica y justificar nuestras impasses y fracasos?
No es una timorata cautela conservadora lo que nos salvará de confrontarnos a las ciencias de nuestro tiempo. Pero tampoco la búsqueda de nuevos fundamentos desde el exterior del psicoanálisis o el recurso a una "interdisciplina" que organice nuestras preguntas desde una subordinación importadora que se revela impotente para resolver los enigmas que arrastramos.
El determinismo monocausal parece estar en retirada; esto impregna el espíritu de los tiempos. ¡Qué pobres nos parecen hoy formulaciones que hace veinte años eran moneda corriente del pensamiento psicoanalítico: "infancia es destino", son muy pocos los que se atreven a enunciarlo ya con la frente alta! Y sin embargo ¿implica ello abandonar el postulado freudiano acerca del valor de las primeras improntas infantiles, de las inscripciones de base que rigen en el inconciente, de las fuerza de las constelaciones edípicas, fundantes, que inscriben líneas de fuerza que organizan cierto orden de determinación para la forma mediante la cual los acontecimientos futuros se engarzaran con el entramado psiquico de base?
La compulsión de repetición, como concepto central de nuestra teoría de la subjetividad, sigue teniendo fuerza más allá del valor que un concepto de cuño meta biológico como la pulsión de muerte pueda poseer. Se corre el riesgo, cuando se abandonan con ligereza paradigmas freudianos de base, de quedar a la deriva y sin anclaje.
La fuga de inteligencias hacia otros campos, el entusiasmo que producen ciertas nuevas corrientes de las psicoterapias, no son solo un producto de la época -aun cuando los tiempos que nos tocan vivir estén marcados por la falta de rigor y la búsqueda de éxito inmediato al precio que sea.
Es necesario hacer coincidir el afán de descubrir con el afán de curar y con el deseo de investigar. La separación entre teóricos y clínicos no es sino un síntoma que intenta obturar el conflicto central del mal que nos aqueja: el hecho de que teoría y clínica están disociadas desde hace anos, y que esta cuestión esta en la base de la crisis del psicoanálisis.
Para superarla deberemos revisar los conceptos freudianos fundamentales y someterlos a una búsqueda de coherencia interna y de confrontación clínica. Despojado el psicoanálisis del contexto histórico que le dio origen, no podemos preguntarnos si atravesará la prueba a la cual lo someten las nuevas condiciones históricas y los actuales desarrollos de otras ciencias, sin plantearnos qué haremos nosotros mismos por defender su aporte: el hecho de ser la teoría en la cual reside la defensa más importante de la subjetividad como producción histórica que se haya desplegado desde los comienzos de la humanidad.
Las nuevas preguntas no pueden estar circunscriptas por las viejas respuestas. Que la biología molecular, la física cuántica o la antropología de la discontinuidad sean la materialidad de base de nuestro pensamiento actual no sólo no ataca al psicoanálisis sino que empuja los límites de lo que desde adentro mismo hace obstáculo y posibilita que reformulemos bajo nuevas importaciones aquellos modelos que desde hace años sentíamos como insuficientes y aún anquilosados para el ejercicio de nuevos despliegues que la clínica nos posibilita.
Mi visión es optimista respecto a las nuevas generaciones, pero debemos cederles un terreno mínimamente arado para que nuevos conocimientos sean inscriptos. Mientras, seguiremos aliviando el sufrimiento psiquico en la medida de nuestras posibilidades, y generando condiciones para que el afán de originalidad y las pugnas de poder cedan su lugar a una discusión honesta y responsable acerca del futuro del psicoanálisis en su conjunto.

Silvia Bleichmar
Psicoanalista
sbleich [at] fibertel.com.ar

 
Articulo publicado en
Abril / 2003