El psicoanálisis tiene asegurado su lugar en el siglo que recién comienza porque aún no han sido respondidas las preguntas que le dieron existencia.
Entre tantas otras(2):
• El por qué de la guerra.
• Por qué los pueblos adoran a sus verdugos (por qué los pobres contribuyen a perpetuar el capitalismo).
• Por qué las diferencias de sexo incluyen desigualdades sociales que refuerzan la inferioridad de uno de sus términos (por qué descansa en las mujeres el trabajo de reproducir el patriarcado).
El siniestro período de la historia que nos ha tocado vivir -la etapa del capitalismo que ha puesto en riesgo a la humanidad toda como nunca antes había sucedido- tiene características más explotadoras, más parasitarias, más autoritarias, más excluyentes, más injustas en cuanto a la distribución de bienes materiales y simbólicos y -por sobre todo- más devastadora del medio y de las poblaciones, que todas las etapas anteriores. Los Estados Unidos han emprendido una campaña de recolonización global, de exterminio de todo aquello que se constituya en obstáculo para su dominio, de liquidación de la propia competencia capitalista y de la poca democracia que aun persiste en el mundo, imponiendo la libertad de mercado y la guerra como principal recurso. De modo tal que ese dominio capitalista(3) ha devenido tanto contexto que nos incluye como texto que, desde dentro de nosotros mismos, nos determina. De modo tal que con estos interrogantes “sociales” estamos en pleno campo del psicoanálisis.
Una ofensiva contra la humanidad de tamaña envergadura(4) no puede darse sin consecuencias en la constitución subjetiva de quienes se ven directamente incluidos dentro del universo de los triunfadores del sistema(5), en quienes colaboran voluntaria y/o involuntariamente con los vencedores; en los excluidos y los derrotados; y -mucho más- en quienes resisten. Y, acerca de la constitución subjetiva, de la construcción del sujeto psíquico, el psicoanálisis tuvo, tiene y, todo hace pensar que, tendrá algo que decir.
El por qué de la guerra
El ingenuo interrogante con el que Albert Einstein inició su epistolario -“qué puede hacerse para defender a los hombres de los estragos de la guerra”(6)- obligó a Freud a transitar por el lugar común del instinto de destrucción y la pulsión de muerte(7). Pero la cuestión, ni por lejos quedó saldada allí.
“...un vistazo a la historia humana nos muestra una serie incesante de conflictos entre un grupo social y otro o varios, entre unidades mayores y menores, municipios, comarcas, linajes, pueblos, reinos, que casi siempre se deciden mediante la confrontación de fuerzas en la guerra.
Tales guerras desembocan en el pillaje o en el sometimiento total, la conquista de una de las partes. No es posible formular un juicio unitario sobre esas guerras de conquista. Muchas, como las de los mongoles y turcos, no aportaron sino infortunio; otras, por el contrarío, contribuyeron al reemplazo de la violencia por el derecho, pues produjeron unidades mayores dentro de las cuales cesaba la posibilidad de emplear la violencia y un nuevo orden de derecho zanjaba los conflictos.
...
Por paradójico que suene, habría que confesar que la guerra no sería un medio inapropiado para establecer la anhelada paz «eterna», ya que es capaz de crear aquellas unidades mayores dentro de las cuales una poderosa violencia central vuelve imposible ulteriores guerras.
Empero, no es idónea para ello, pues los resultados de la conquista no suelen ser duraderos... Además, la conquista sólo ha podido crear hasta hoy uniones parciales, si bien de mayor extensión, cuyos conflictos suscitaron más que nunca la resolución violenta. Así, la consecuencia de todos esos empeños guerreros sólo ha sido que la humanidad permutara numerosas guerras pequeñas e incesantes por grandes guerras, infrecuentes, pero tanto más devastadoras.
Aplicado esto a nuestro presente, se llega al mismo resultado que usted (Einstein) obtuvo por un camino más corto. Una prevención segura de las guerras sólo es posible si los hombres acuerdan la institución de una violencia central encargada de entender en todos los conflictos de intereses.”(8)
Claro está que Freud coincidía con Einstein en otorgarle legitimidad a una “violencia central encargada de entender en todos los conflictos de intereses” ejercida por la Liga de las Naciones (anticipo de lo que posteriormente fueron las Naciones Unidas) y no a un imperialismo global(9), pero no está demás recuperar aquí que Freud, frente a la violencia, lejos estaba de ubicarse en una posición condenatoria.
Y, claro está, que la guerra no es un problema ajeno que sucede allí lejos, en el Medio Oriente, o en la Europa del Este y que no es cosa nuestra. No sólo porque está incluida en el patrimonio mortífero que instituye la “identidad argentina” junto a nuestros dos premios Nobel de la Paz (Saavedra Lamas, Pérez Esquivel) -las guerras de independencia, la “conquista al desierto”, la guerra de la triple alianza, la del Chaco paraguayo, la guerra contra la “subversión”, la de las Malvinas que contó con el franco respaldo de la sociedad civil y hasta de los intelectuales de izquierda(10), sino por la actual indiferencia ciudadana frente a la presencia escandalosa de tropas argentinas en Haití y de mercenarios argentinos en Irak(11).
Por qué los pueblos adoran a sus verdugos
Si el ingenuo interrogante que Albert Einstein dirigió a Freud -“qué puede hacerse para defender a los hombres de los estragos de la guerra”(12) dio inicio a reflexiones no saldadas aún, el comienzo de El malestar en la cultura(13) nos autoriza a introducirnos en otra deuda pendiente del psicoanálisis con la cultura. Aquella que vanamente intenta dilucidar las relaciones del sujeto con el Poder. Poder imperial. Poder del mercado. Poder de Dios. Poder del Otro.
Porque desde el nacimiento en adelante, la relación del sujeto con el Poder transita por las marcas que ha dejado en el inconsciente la relación con el gran “Otro”. La constitución de la subjetividad se erige, así, sobre la herida que dejó abierta el desamparo original del bebé ante la mamá o ante los adultos responsables de la vida o de la muerte. La situación de extrema indefensión social, la experiencia de inermidad por la que transitamos, no hace otra cosa que reabrir la marca que el “Otro” grabó en nosotros y, de esta manera, nos predispone, nuevamente, para quedar subordinados al Poder. Así, en una sociedad como la nuestra, dominada por un proyecto capitalista que pone en riesgo la existencia de la humanidad como nunca antes había sucedido, el discurso del “Otro” absoluto se inscribe en el inconsciente como deseo de muerte y frecuentemente se expresa a través de acciones destructivas hacia los demás y hacia uno mismo. Violencia ejercida, violencia padecida, da lo mismo porque en nosotros se borra el límite entre víctimas y victimarios. Ese gran “Otro” incorporado en el seno de lo propio explica la destructividad pero, sobre todo, la auto-destructividad que nos habita. Esa indefensión original nos predispone, decía, a quedar subordinados al Poder, y el Poder exige sacrificios: sacrificios humanos. El Poder exige sacrificios pero, además, busca el consenso. Y, lo logra. No debemos olvidar que la globalización y el sistema actual de miseria y exclusión de grandes mayorías que se impuso junto a la concentración del capital y el enriquecimiento desmesurado de unos pocos, se llevó a cabo con un alto grado de consenso. Triste es reconocerlo pero, capturada por el discurso del Poder, la sociedad colaboró para sostenerlo. Más o menos, a regañadientes o complacientes, queriendo o sin querer, casi todos -salvo quienes resistieron y aún resisten como “contrapoder”(14) contribuimos a reforzar la omnipotencia del Poder. Y el Poder se impuso promoviendo la identificación que liga el deseo a las representaciones mortíferas que el mismo Poder ofrece.
En nuestro país, el terrorismo de estado que sufrimos durante los años de plomo se inscribió como traumatismo social, pero la “democracia” no impidió que la dictadura del discurso económico renovara esa experiencia traumática. Así, la masa quedó cautivada por el Poder: atrapada y fascinada. Y la adhesión o la indiferencia despolitizada hacia el discurso del Poder nos convirtió en sujetos borrados y tarados. Máscaras sin rostro. Eco, y no voz.
Sujetos al Poder. Cuando del sometimiento a un Poder despótico y feroz se trata, tanto más se castiga la obediencia. Vana es la ilusión de obtener premios y conquistar los favores del Poder ofrendándole la renuncia a las más elementales satisfacciones. Vana es la iniciativa de aplacar las iras del Poder con una política de privaciones. El Poder, se ensaña con los obedientes y es indulgente con los delincuentes o, por lo menos, con aquellos que han obtenido satisfacciones ocasionales. Esta dialéctica siniestra es válida para las circunstancias individuales y, también, para las cuestiones sociales.
Pasó hace poco tiempo atrás. El sistema que reclamaba sometimiento al Poder económico nos exigió sacrificios impostergables. Deudas que había que pagar no importaba a qué costo social, so pena de recibir castigos terribles. Intentamos pagarlas. Es más: las pagamos. Los sacrificios se hicieron sin reparar en la larga lista de excluidos que quedaban en el camino; sin piedad para los humillados e indigentes que perecieron en el intento. Sin embargo, la deuda no fue cancelada sino que aumentó. En lugar de un premio por haber cumplido de manera sumisa con la demanda del Poder, recibimos el castigo que se nos prometía para el caso en que desobedeciéramos. Una vez más volvió a funcionar en lo social la dialéctica siniestra que Freud describió con lucidez para el psiquismo individual.
En efecto, ¿a qué otra cosa alude Freud cuando dice que la “conciencia moral” se comporta “tanto más severa y desconfiadamente cuando más virtuoso es el hombre”? ¿Qué mecanismo mental nos hizo olvidar lo que a partir del psicoanálisis se ha hecho conocimiento compartido? A saber: que la conciencia moral ejerce -con razón- un plus de crueldad con los santos ya que las privaciones y las carencias que los santos soportan no hacen otra cosa que potenciar la tentación y, por lo tanto, incrementar el sentimiento de culpa?
Todo eso fue olvidado y reemplazado por la ilusión compartida de que debíamos pagar la deuda externa como única manera de ganarnos los favores del FMI, evitar caer en el “default” y ahorrarnos sus calamitosas consecuencias: suspensión de las importaciones, falta de crédito exterior, catástrofe social y económica. Pues bien, como en un fantástico ejemplo del retorno de lo reprimido, todas aquellas acciones destinadas a evitar el horror, no han hecho otra cosa que convocarlo. Nuevo triunfo, al fin, de la transitada paradoja por la cual quienes nos salvan, inventan a quienes nos amenazan.
Los militares nos salvaron del comunismo.
Los curas nos salvan del pecado.
Los mafiosos nos salvan de los ladrones.
La Ley del Padre nos salva del deseo de la madre.
El Fondo Monetario Internacional nos salvó del Fondo Monetario Internacional
Y ahora, parece ser que los Estados Unidos, el Estado más terrorista del mundo y de la historia nos salvará del terrorismo.
Así, el interrogante que instala el terrorismo a escala planetaria liderado por los Estados Unidos obliga a una respuesta psicoanalítica capaz de visualizar la producción de subjetividad propia de la época; respuesta que espera aún ser construida con los recursos del método, a partir de lo existente -el dispositivo analítico clásico con libre asociación y transferencia- y la infinita gama de intervenciones analíticas no convencionales.
Por qué las diferencias de sexo incluyen desigualdades sociales
Si el psicoanálisis tiene asegurado su lugar en el siglo que recién comienza porque aún no han sido respondidas las preguntas que le dieron existencia; si el psicoanálisis acepta el desafío de esa fuerza avasallante que subordina a los pueblos, que destruye el medio ambiente, que captura las mentes produciendo y reproduciendo colaboracionistas, debe inevitablemente innovar en su método y, sin renunciar al dispositivo clásico, ampliar sus registros e innovar en los postulados teóricos. Se impone, entonces, una reflexión acerca del impacto que tiene, en la subjetividad de la época, la incorporación masiva de las mujeres en el espacio público al punto tal de haberse constituido en una amenaza para la estabilidad del patriarcado. En efecto, el movimiento de emancipación de las mujeres que se anunció en los finales de la década del 50 y se pronunció políticamente en la década del 60, sostuvo un marcado carácter teórico en la década del 70. Y, en las décadas siguientes, la complejidad extrema de los vínculos entre el movimiento mundial de mujeres y la globalización permite intuir que algo ha comenzado a cambiar en la correlación de fuerzas entre varones y mujeres; cambio que augura, además de una modificación definitiva en las costumbres, profundas revisiones conceptuales. A saber: la sexualidad no puede quedar reducida a la diferencia entre el cuerpo de un varón y el cuerpo de una mujer, a las diferencias de género, a la diferencia simbólica, sino que abarca a la desigualdad cultural que esa diferencia genera; incluye la inferioridad subjetiva de una de las partes. Así es que el género -género como categoría teórica(15) se ha visto interpelado por la circunstancia de una sociedad futura en la cual, imaginariamente, pudiera ser eludido el orden jerárquico que instituye la diferencia sexual. Quiero decir: no se trata de pensar una sociedad donde las mujeres disfruten de los mismos derechos y de las mismas obligaciones que los hombres. No se trata de pensar una sociedad futura donde triunfe un modelo andrógino sino, por el contrario, se trata de proponer la virtualidad de una organización social en la que las diferencias de género no impliquen discriminación y sexismo. En otras palabras se trata de pensar una estructura aún no existente como real, pero ya existente como posible. Entonces, en una sociedad donde las diferencias de género no impliquen discriminación ¿Seguiríamos hablando de género, o volveríamos a hablar de sexo? ¿Qué nos induce a pensar la permanencia de atributos y funciones propias de lo masculino tanto como atributos y funciones propias de lo femenino? ¿A qué construcciones puede dar lugar la diferencia sexual si la despegamos de la cuestión del poder, y por lo tanto de las jerarquías?
En una cultura donde las diferencias de género se hubieran abolido ¿Cómo haríamos, por ejemplo, para explicar el Complejo de Edipo en las niñas? Si las niñas se apartan de la madre por que la reconocen castrada -en realidad, no castrada, sino denigrada, inferiorizada culturalmente- y eso las empuja a buscar en la figura del padre aquello valioso que desean; entonces, si la sociedad concibiera una madre valorizada, no denigrada, ¿Por qué las niñas decidirían apartarse de la madre? ¿Para qué irían a buscar al padre? ¿Serían todas lesbianas?
Así llegamos a la conclusión que al hablar de la categoría de género para describir el pasado y el presente, en realidad, estamos hablando de los modos posibles de atribución a los individuos de propiedades y funciones imaginariamente ligadas al sexo, tal cuál como hasta ahora se han venido dando. Es decir que hablamos de modalidades o configuraciones genéricas actuales y pasadas. Nada más. Pero el género como categoría va más allá: permite abarcar todas las modalidades posibles, aún las novedosas y las inexistentes. Por lo tanto, la categoría de género tiene un enorme valor instrumental presente y futuro. Por eso es que sostengo que la diferencia entre categoría y modalidad de género es crucial: es crucial porque las categorías son universales allí donde los modelos son específicos de una cultura en un momento histórico determinado. Los modelos constituyen el material sobre el que trabajan las categorías y las categorías sirven para dar cuenta de lo permanente y también de lo cambiante dentro de las diferencias.
Aunque pudiera pensarse que en un espacio no sexista la noción de género perdería sentido, pienso que sostener la diferencia entre categoría y modalidad de género es fundamental para el análisis teórico y es fundamental, también, para las prácticas políticas que tienden, una a la explicación, y las otras a la transformación del patriarcado como sistema de explotación. La categoría de género es fundamental, también, para el psicoanálisis que viene.
El psicoanálisis que viene
Comencé afirmando que “el psicoanálisis tiene asegurado su lugar en el siglo que recién comienza porque aún no han sido respondidas las preguntas que le dieron existencia”. Lo hice para poder citar a Sartre(16): “El marxismo es la única filosofía viva de nuestro tiempo porque aún no han sido superadas las cuestiones que le dieron existencia.” Con esto quiero decir que el psicoanálisis que viene, el que se merece permanecer en el siglo XXI, no puede ser otro que el psicoanálisis que se articule con el marxismo. No, los múltiples psicoanálisis. No, los psicoanálisis instalados en instituciones que lo distorsionan y que tienden a silenciar todo aquello que ponga en riesgo lo instituido. No, los psicoanálisis que no reparan en pagar el peaje de su banalización o de una excelencia impostada para ser recibidos e incluirse en el santuario de la salud mental y de la universidad. No, los psicoanálisis que se conforman con descentrar al sujeto, debatir entre sacarlo o incluirlo dentro del logocentrismo o de la tiranía lingüística, sino aquel que está dispuesto a usar la palabra y la ciencia para resistir los estragos del Poder y modificar las condiciones existentes. No, los psicoanálisis. Sí, el psicoanálisis que se incluya en la huella abierta por el Freud de Psicología de las Masas, el de El Malestar en la Cultura, el interlocutor de Einstein; el psicoanálisis que sostenga los interrogantes que desvelaron a Wilhem Reich y al freudomarxismo. El psicoanálisis que en la Argentina disputó el dominio de la psiquiatría manicomial hegemónica en la década del 40, el del grupo Plataforma que partió en dos al psicoanálisis mundial, el de los equipos asistenciales de los Organismos de Derechos Humanos, el que acompañó a las Madres de Plaza de Mayo y estuvo presente en el debate acerca de la filiación, la identidad y la restitución junto a las Abuelas de Plaza de Mayo. El psicoanálisis que produjo agudas reflexiones y aprendió a leer los síntomas sociales en el sufrimiento individual durante la catástrofe del 2001-2.(17) El psicoanálisis que tiene en las voces de León Rozitchner, de Silvia Bleichmar, de Enrique Carpintero, de Gilou García Reinoso, de Fernando Ulloa su expresión más lúcida e innovadora.
Para el psicoanálisis que viene poco importa si las asociaciones, las escuelas psicoanalíticas desaparecen, y hasta si la misma profesión de psicoanalista desaparece, siempre y cuando el análisis del inconsciente subsista como práctica y de acuerdo a modalidades novedosas. Aunque, en este caso, no se trataría de un inconsciente de especialistas, sino de un campo al cual cada uno, cada una pudiera tener acceso; territorio abierto por todos lados a las interacciones libidinales, sociales y económicas, directamente ligado a las grandes corrientes históricas. Pero, para eso, el psicoanálisis tendría que renovar su método, diversificar su abordaje, enriquecerse en el contacto con otros campos de la creación. En resumen: hacer exactamente lo contrario de lo que el psicoanálisis convencional ha venido haciendo hasta ahora. “La designación de los individuos en los puestos de producción no sólo depende de los medios de coerción o del sistema de remuneración monetaria. Depende, fundamentalmente, de las técnicas de modelización de los agenciamientos inconscientes operados por los equipamientos sociales, por los medios de comunicación de masas, por los métodos psicológicos de adaptación de cualquier tipo. Sólo la recuperación de las máquinas técnicas por las máquinas deseantes, lo que yo denomino una ‘revolución molecular’, permitirán liberar a las masas de reproducir las relaciones de dominación”(18).
Juan Carlos Volnovich
Psicoanalista
jcvolnovich [at] ciudad.com.ar
Notas
El título remite a Agamben, Giorgio, La comunidad que viene, Colección pre-textos, Valencia, 1996.
¿Cuáles son las trampas tendidas en el seno de la propia subjetividad que nos llevan a convalidar inconscientemente un sistema opresor injusto y desigual?
¿Cuál es y cómo funciona esa dialéctica siniestra instalada dentro que nos impide rebelarnos contra aquello que nos despoja de los bienes materiales, de los bienes simbólicos y de la vida misma?
¿Por qué los que menos tienen son los que tienen menos posibilidades de oponerse a un sistema que los excluye o los explota, pero que no los tiene en cuenta?
“¿Cómo puede el sujeto enfrentar las injusticias si sus rebeldías quedan reducidas al campo de las fantasías?” (E. Carpintero, 2003).
¿Por qué aquellos que nada tienen que perder, más que sus cadenas, son los más sumisos y obedientes al proyecto de exterminio?
“... por qué al hombre le resulta tan difícil ser feliz” (Freud, S: El malestar en la cultura).
¿Por qué la ciencia no ha logrado ocupar el lugar de la religión (porque los fieles confían cada vez más en dioses que les hacen “sufrir desgracia tras desgracia”).
¿Cómo rescatar el impulso positivo de la pulsión de muerte volcándolo a los fines de la vida, coaligarlo con ella para destruir el obstáculo que se pone a su despliegue? (L. Rozitchner, 1976).
Así como Atilio Borón sostiene que el enemigo triunfa cuando logra reemplazar el Imperialismo que goza de buena salud por un Imperio invisible que desalienta la rebeldía y neutraliza el activismo político (Hardt y Negri), Alfredo Grande (Psicoanálisis Implicado III Del diván al piquete, Topía editorial, Buenos Aires, 2004) sostiene que el enemigo triunfa cuando coloca la palabra “neoliberalismo” en lugar de la palabra y la cosa “capitalismo”. Y triunfa porque de esa manera podemos hacer pedazos la palabra sin que la cosa sea cuestionada. De tal modo que la cosa capitalismo sigue inmutable mientras, como premio consuelo, nos ensañamos con la palabra neoliberalismo.
Como respuesta En defensa de la humanidad se constituyó como red en un encuentro celebrado el 15 de octubre de 2003 en México. A partir de allí ha venido funcionando en comisiones nacionales que se han centrado en la defensa de la paz, de la integración, de la economía solidaria, de la diversidad y la cultura, de la veracidad informativa, la legalidad internacional, el conocimiento, la participación popular, la memoria histórica y de y un planeta para todos.
Carpintero, Enrique, La alegría de lo necesario, Topía Editorial, Bs. As., 2003. “En la actualidad se ha creado un imaginario social donde sólo existe la libertad de tener y el poder de dominar...”
Freud, S., “Carta al profesor Albert Einstein sobre la violencia y la guerra”, Viena, septiembre de 1932. http://www.mobbing.nu
Freud, S., Op. Cit.: “Merecería con toda seriedad el nombre de una pulsión de muerte, mientras que las pulsiones eróticas representan {repräsentieren} los afanes de la vida. La pulsión de muerte deviene pulsión de destrucción cuando es dirigida hacia afuera, hacia los objetos, con ayuda de órganos particulares.
El ser vivo preserva su propia vida destruyendo la ajena, por así decir. Empero, una porción de la pulsión de muerte permanece activa en el interior del ser vivo, y hemos intentado deducir toda una serie de fenómenos normales y patológicos de esta interiorización de la pulsión destructiva. Y hasta hemos cometido la herejía de explicar la génesis de nuestra conciencia moral por esa vuelta de la agresión hacia adentro.”
Freud, S., Op. Cit.
Freud, S.,: Op. Cit.: “Ahora bien, la guerra contradice de la manera más flagrante las actitudes psíquicas que nos impone el proceso cultural, y por eso nos vemos precisados a sublevarnos contra ella, lisa y llanamente no la soportamos más.
La nuestra no es una mera repulsa intelectual y afectiva: es en nosotros, los pacifistas, una intolerancia constitucional, una idiosincrasia extrema, por así decir.”
Rozitchner, León, Las Malvinas: de la guerra “sucia” a la guerra “limpia”, Centro Editor de América Latina, Bs. As., 1985.
La Nación, 21/5/2006: “Los argentinos que pelearon en Irak. Uno de ellos (Walter Gaya) recibió las más altas condecoraciones de los Estados Unidos (Dos corazones púrpura y medalla de bronce por su valor en combate). Historia de compatriotas en el frente de batalla. Hablan los argentinos que lucharon en Irak”
Las tropas argentinas en Haití se asentaron en Gonaives, la cuarta ciudad de este país de ocho millones de habitantes, con unos 200.000, e integran un contingente de 614 soldados.
Freud, S., Op. Cit. http://www.mobbing.nu
Freud, S., El malestar en la cultura, Obras completas, Tomo XIX, Santiago Rueda, Buenos Aires, 1956: “No podemos eludir la impresión de que el hombre suele aplicar falsos cánones en sus apreciaciones, pues mientras anhela para sí y admira en los demás el poderío, el éxito y la riqueza, menosprecia en cambio los valores genuinos que la vida le ofrece.”
Negri, Toni, Contrapoder, Ediciones de mano en mano, Bs. As., 2001: “Cuando se habla de contrapoder se está hablando de tres cosas: de resistencia contra el viejo poder, de insurrección y de potencia constituyente de un nuevo poder”. Remito a la apasionante controversia entre Toni Negri, Ulrico Brand, Atilio Borón acerca del concepto de “multitud” y de “obrero social”.
Santa Cruz, M. I.; Bach, A. M.; Femenías, M. L.; Gianella, A.; Roulet, M., Mujeres y filosofía. Teoría filosófica de género, Centro editor de América Latina, Bs. As., 1994.
Sartre, J. P., Crítica de la razón dialéctica, Editorial Losada, Bs. As., 1960.
Waisbrot, D.; Wikinski, M.; Rolfo, C.; Slucki, D.; Toporosi, S., Clínica psicoanalítica ante las catástrofes sociales, Paidós, Bs. As., 2002.
Guattari, F., El inconsciente maquínico y la revolución molecular, México, 1981.