Los adultos, somos como niños tratando de comprender las fuerzas que sostienen el sistema que nos hace y que, muchas veces, quisiéramos ayudar a deshacer.
Somos como niños enfrentados a un mundo cuya organización económica, política y social es tan incomprensible como el equilibrio que lo sostiene.
Creo recordar que fue Jean Piaget quién afirmó que “somos como niños tratando de comprender”… comprender un mundo en el que el desarrollo más increíble de la ciencia y de la técnica -el dominio de la naturaleza en base a la informática, la genética, la robótica- coincide con la falta de seguridad, la ausencia de justicia e igualdad, la desesperanza que se adueña de la infancia y bien pudiera resumir sus condiciones de vida; o, más bien, sus condiciones de muerte.
El hambre es la causa directa del 38% de las muertes de niños menores de 1 año y del 60% de los de 1-4 años
La mortalidad infantil evitable, los millones de niños que en el mundo mueren por año de enfermedades curables, por falta de higiene, por falta de agua y alimentos que sí existen y se dilapidan, los millares de niños que mueren apaleados, revelan una pesadilla de la que es imposible despertar; y muestran un panorama inexplicable: las estadísticas auguran que el desamparo y el riesgo de los niños de países periféricos, lejos de mejorar, irá empeorando.
Eso quiere decir que nuestros países serán aún más pobres a medida que progresen los países centrales si es que no se revierten las tendencias actuales. Y nada hace pensar que eso vaya a suceder. Datos del último informe del Fondo de la Naciones Unidas para la Infancia1 confirman que 600 millones de niños viven en la pobreza; a 131 millones se les niega el derecho a la educación; 352 millones están obligados a trabajar; más de dos millones son forzados a ejercer la prostitución o utilizados en la pornografía, y un altísimo número muere a consecuencia de enfermedades prevenibles o son víctimas del tráfico de personas. Son 150 millones los niños menores de 5 años afectados por retraso del crecimiento y 50 millones los niños menores de 5 años afectados por emaciación.
Más de un millón de niños muere cada año en América Latina producto del hambre, la desnutrición y las enfermedades evitables. Si decidiéramos hacer un minuto de silencio por cada uno de los niños que este año morirán por causas relacionadas con el hambre, bien entrado el próximo decenio aun permaneceríamos en silencio. Y esta realidad se agrava ante la tragedia actual de un mundo que ha incorporado el hambre a su cotidianeidad como fenómeno endémico. El Fondo de la Naciones Unidas para la Infancia calcula que el 20% de los niños menores de 5 años, es decir, 15 millones de niños, sufren de desnutrición proteico-calórica. El hambre es la causa directa del 38% de las muertes de niños menores de 1 año y del 60% de los de 1-4 años. Esto sucede en una región del mundo de incontables riquezas y recursos naturales. Aquí, donde se producen alimentos suficientes, hay niños que viven con hambre y hay niños que mueren de hambre. Entonces, parecería ser que la pobreza no es, como se nos dice, el signo de una sociedad que no crea riquezas, sino el producto de una sociedad que solo aspira a maximizar las ganancias.
Más allá de las cifras, de los índices estadísticos -terroríficos en su fría elocuencia- está la tragedia individual, cientos de millones de veces repetida, de la muerte, el hambre, la indigencia y el desamparo total. Lejos de la neutralidad estadística es necesario saber que 50.000 niños mueren de más por día en el mundo; que 150 millones de niños se acuestan con hambre cada noche; que 15 millones de niños se han convertido en deficientes físicos y mentales este año; que 300 millones de niños entre los 6 y los 11 años contemplan como otros niños van a la escuela; en fin, que un quinto de la población mundial, uno de cada cinco, lucha sólo por la subsistencia.
¿Es esto inevitable?
La vida de un niño, lejos de ser inestimable, vale menos de 100 dólares por año. Gastados con criterio, a favor de cada uno de los 500 millones de niños más pobres del mundo y de sus madres, dicha suma habría costeado la asistencia sanitaria base, la educación elemental, la atención del embarazo, la dieta, el abastecimiento de agua y la higiene necesaria. En pocas palabras, habría cubierto las necesidades básicas para la vida. Para inmunizar a todos los niños del mundo subdesarrollado contra las seis enfermedades más frecuentes y peligrosas se necesitan sólo 5 dólares por niño. El no hacerlo cuesta unos cinco millones de vidas por año. Así, la vida de un niño, vale 100 dólares por año. En la práctica, para la comunidad mundial resulta un precio demasiado alto. Por eso, cada 2 segundos, un niño paga con su vida, ese precio.
Los adultos somos como niños tratando de comprender las fuerzas que sostienen el sistema. ¿Y los niños? ¿Cómo van comprendiendo el mundo social en el que viven? ¿Cómo van construyendo las nociones que dan cuenta de los fenómenos sociales, económicos, políticos, morales hasta llegar a compartir el mismo código que los adultos? ¿Cómo llegan a saber acerca de las diferencias de clase social?
La pobreza no es, como se nos dice, el signo de una sociedad que no crea riquezas, sino el producto de una sociedad que solo aspira a maximizar las ganancias
La escena tiene lugar en el arenero de una plaza pública ubicada en el epicentro de uno de los barrios más elegantes de Buenos Aires. Niños y niñas jugando… madres charlando sentadas en rededor.
Centremos nuestra atención en esos dos niños: “A” y “Z”. Tienen más de un año (ya caminan), casi dos, diría. Juegan juntos pero no juegan entre ellos. Juego en paralelo, le dicen. Cada uno por su lado, parecen disfrutar de estar acompañados.
“A” llegó al arenero en el cochecito empujado por su niñera. Traía balde, pala y rastrillo.
“Z” llegó al arenero en brazos de su mamá aferrando en su mano un sonajero de plástico duro con manija.
En determinado momento “Z” se aleja como quien se apropia del espacio, como quien recuerda que sabe caminar (siempre con su sonajero), recorre el arenero sin destino fijo y vuelve a sentarse junto a “A”. Se miran, podría decir que se reconocen, y siguen cada uno en lo suyo. “Z” por fin suelta el sonajero para tomar el rastrillo y “A” lo mira con indiferencia. Entonces “A” toma el sonajero y se lo lleva a la boca. La niñera interviene para limpiar la baba con un trapito. La niñera de “A” y la mamá de “Z” son amigas. En realidad, son vecinas. Ambas viven en la “villa” pegada al barrio elegante. Característica urbana que se repite por doquier. Ya se sabe: cada barrio de ricos tiene contiguo un asentamiento de pobres que les prestan servicios.
Son dos los momentos en que la alianza de género podría llegar a subordinar la diferencia de clase social y a disimular esa distancia: el fútbol, y el sexo y la droga
Con el correr del tiempo y la reiteración del encuentro en el arenero los niños tienden a reconocerse, a buscarse para jugar juntos mientras las mujeres conversan. El ritual hace que los niños coincidan en ese tiempo, en ese espacio aunque, todavía, habrá que esperar para que organicen algún juego en común. Una vez concluido el paseo, como siempre, la niñera de “A” recogerá el balde, la palita y el rastrillo, y “Z” se irá con su sonajero. Seguramente la niñera le dirá a su “patrona” que “A” tiene un amiguito en la plaza. “Z” y su mamá volverán a la “villa”.
Si hiciéramos un salto en el tiempo y visitamos la misma escena tres años después, nos encontraremos con que “Z” y los niños como “Z” ya no vienen más a la plaza y que ahora los niños de 4 o 5 años como “A” ocupan todo el espacio. ¿Qué ha pasado? En el tiempo transcurrido se ha dado un significativo proceso de conocimiento y discriminación, proceso en el que los niños fueron incorporando y construyendo las nociones que dan cuenta de las relaciones sociales de modo semejante a la construcción de las nociones de la física y la lógica matemática que estudió Piaget.
A pesar de la coincidencia de clase social de las cuidadoras, ellas saben muy bien que esos niños no son iguales. Y los niños comienzan a “saber” acerca de sus diferencias que, claro está, suponen la inferioridad de uno de los términos. Gradualmente -y de manera imperceptible- “A” y “Z” comenzaron a alejarse, “A” fue acercándose a otros “A” tanto como “Z” lo hizo con otros “Z”. No solo eso, el espacio de la plaza fue poblándose poco a poco de puros “A” al tiempo que “Z” y otros ”Z” fueron cediendo el lugar hasta desaparecer. De modo tal que ese espacio público -en el inicio compartido- quedó solo habitado por los “A” y algún que otro “Z” de 2 años.
¿Qué nociones se han puesto en juego aquí?
La propiedad personal y la propiedad privada.
La propiedad personal. ¿Quién es el dueño del balde, la palita y el rastrillo? ¿Quién, el dueño del sonajero? ¿Cuándo y cómo comenzó a instalarse ese concepto de “lo mío, es mío”?
Porque ocurre que la noción de que un objeto nos pertenece hasta el momento en que -por intercambio, venta o regalo- pasa a ser de otro, lleva un tiempo para instalarse en los niños. Hasta que eso ocurre “lo mío, es mío” y esto es así para siempre, aunque lo haya regalado, cedido o intercambiado.
Otro niño, “B” (4 años), abre un paquete de figuritas y esas figuritas son “sus figuritas”. Va al Jardín e intercambia una de esas figuritas con “C” (5 años). Después, en la casa, le reclama a su mamá que “C” tiene “su figurita”. La madre acude al Jardín para recuperar la figurita de “B” que “C” le “robó” y allí se entera que, en efecto, “C” tiene la figurita que antes de intercambiarla le pertenecía a “B”. Lo que sucede es que para “B”, esa figurita que el sacó por primera vez del paquete, le pertenece con independencia de las operaciones posteriores que se han llevado a cabo y llevará un tiempo, para que acepte que esa figurita que alguna vez fue suya, ya no lo es más. Hasta que eso suceda la propiedad de la figurita, es para “B”, independiente de las otras acciones que regulan los intercambios. Que la haya regalado o intercambiado por otra, nada dice acerca de la permanencia de su propiedad.2
Sobre los psicoanalistas recae la responsabilidad de comprender las fuerzas que sostienen el sistema que nos hace y que, muchas veces, quisiéramos ayudar a deshacer
La propiedad privada va más allá de la posesión del balde, la palita, el rastrillo o el sonajero. Se refiere a la posesión de esa Plaza que es la plaza pública pero no es cualquier plaza pública. Es la Plaza de ese barrio y, por lo tanto, gradualmente pasará a ser privatizada por quienes lo habitan en forma exclusiva. Esa imperceptible apropiación del arenero por parte de “A” augura su expansión territorial que, seguramente, no quedará acotada a la topología y que marcará con el tiempo un abismo insalvable entre esos dos niños que, alguna vez, compartieron día a día, el mismo lugar del arenero. De modo tal que es posible imaginar que ya no volverán a encontrarse como no sea a partir de su pertenencia -distancia- de clase. Sin embargo, son dos los momentos en que la alianza de género podría llegar a subordinar la diferencia de clase social y a disimular esa distancia: el fútbol, y el sexo y la droga. Porque ocurre que el fútbol como deporte mantiene ese carácter transclasista y no es para nada infrecuente encontrarnos con adolescentes urbanos que para iniciarse sexualmente y para consumir recurran a sus amigos de la “villa”.
La identidad de clase -como la de género- son el logro de un complejo y prolongado proceso interactivo que ha sido investigado desde diferentes perspectivas teóricas.3 Son investigaciones que tienen la enorme ventaja de haberle preguntado a los niños acerca de las hipótesis con las que intentan explicar ¿de dónde sale el dinero?, ¿por qué hay ricos y pobres? Eso que los adultos sabemos tan bien.
Sobre los psicoanalistas recae la responsabilidad de comprender las fuerzas que sostienen el sistema que nos hace y que, muchas veces, quisiéramos ayudar a deshacer. Sobre los psicoanalistas recae el trabajo de dilucidar las relaciones del sujeto al poder. Porque desde el nacimiento en adelante, la relación del niño con el discurso social transita por las marcas que ha dejado en el inconsciente la relación con el gran “Otro”. La constitución de la subjetividad se erige, así, sobre la herida que dejó abierta el desamparo original del bebé frente a la mamá o a los adultos responsables de la vida o de la muerte. La situación de extrema indefensión social, la experiencia de inermidad por la que transitamos, no hace otra cosa que reabrir la marca que el “Otro” grabó en nosotros y, de esta manera, nos predispone, nuevamente, para quedar subordinados a su poder. Así, en una sociedad neoliberal como la nuestra, dominada por un proyecto de exterminio de las grandes poblaciones, el discurso del “Otro” absoluto se inscribe en el inconsciente como deseo de muerte y frecuentemente se expresa a través de acciones destructivas hacia los demás y hacia uno mismo. Violencia ejercida, violencia padecida, da lo mismo porque, en definitiva, tiende a borrarse el límite entre víctimas y victimarios. Ese gran “Otro” incorporado en el seno de lo propio explica la destructividad pero, sobre todo, la auto destructividad que los habita. Dirigiendo la agresividad hacia sí mismo, dice Byun-Chul Han,4 el explotado no se convierte en revolucionario, sino en depresivo.
Notas
1. FAO, IFAD, UNICEF and WHO The State of Food Security and Nutrition in the World 2018, Licence: CC BY-NC-SA 3.0 IGO, 2018.
2. Nada demasiado diferente a la lógica que preside las acciones de algunos hombres y de algunos países. “La maté porque era mía” supone que esa mujer es suya (objeto de su propiedad) por que alguna vez la hizo suya (y para siempre). Los países colonialistas y neocoloniales consideran propios los territorios conquistados. Estados Unidos, por ejemplo, aún lamenta la “pérdida” de Cuba simplemente porque la consideran de su propiedad.
3. Borzi, Sonia Lilian, El desarrollo infantil del conocimiento sobre la sociedad. Perspectivas, debates e investigaciones actuales, Libros de Cátedra, Editorial de la Universidad de La Plata, Facultad de Psicología, 2019.
Castorina, J. A. Lenzi, A. M., La formación de los conocimientos sociales en los niños, Gedisa, Barcelona, 2000.
Castorina, J. A., “La psicología del desarrollo y la teoría de las representaciones sociales. La defensa de una relación de compatibilidad” en Castorina J. A. y Barreiro, A. V., Representaciones sociales y prácticas en la psicogénesis del conocimiento social, Buenos Aires, Miño y Dávila, 2014.
Danziger, K., “Children´s earliest conceptions of economic relationships”, The Journal of Social Psychology, Vol. 47-2, Australia, 1958.
Delahanty, Guillermo, Génesis de la noción del dinero en el niño, Fondo de Cultura Económica, México, 1979.
Jahoda, G, “Development of the perception of social differences in children from 6 to 10”, The British Journal of Psychology, Vol. 50-2, 1959.
4. Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio, Barcelona, Herder, 2012.