Verdad. Mentira. Cambiante estatuto el de la verdad y la mentira para el psicoanálisis. Cambiante, aun, dentro del psicoanálisis para lxs diferentes autorxs. Porque en el análisis, cuando aparece la verdad, cuando esa verdad se revela, lo hace como mentira pretenciosa que solo aspira a ser reconocida como verdadera. De modo tal que en el reino de la mentira deberemos situarnos; dominio de las mentiras que son pretenciosas porque intentan decir lo inefable, porque se construyen con la clara intención de ayudarnos a tolerar la insoportable ausencia de palabras; la intolerable presencia de una verdad sin lenguaje; de una verdad que no tiene nombre. Si la verdad nunca se entrega del todo, nunca se obtiene plenamente, si la verdad es mentirosa; si la mentira siempre es una verdad a medias y algo del inconsciente revela, el par antitético de la verdad no es la mentira. Para el psicoanálisis el par antitético de la verdad y la mentira es el olvido. Y por olvido, aludo a aquello que cae y queda preso de la represión para hacerse visible solo como síntoma individual y social. Pero ocurre que el olvido, como par antitético de la verdad y la mentira, nos conduce irremediablemente a la memoria y, de ahí, al recuerdo, tan falaz, siempre, como la propia mentira.
Si la verdad es mentirosa; si la mentira siempre es una verdad a medias y algo del inconsciente revela, el par antitético de la verdad no es la mentira. Para el psicoanálisis el par antitético de la verdad y la mentira es el olvido
La relatividad de la verdad, la relatividad de la mentira, nos viene de Freud; de su concepción del síntoma como falsa conclusión que se desprende de una falsa premisa; nos viene de los recuerdos encubridores; de la conceptualización de la transferencia como simulacro de un vínculo establecido entre quién analiza y quién está en posición de ser analizado.1
La relatividad de la verdad, la relatividad de la mentira nos viene de Lacan cuando afirma que “A veces mentir es la forma como el sujeto enuncia la verdad de su deseo, porque no hay otra manera de enunciarlo que por la mentira.”2
En el psicoanálisis…en esa aventura maravillosa que Freud inició para intentar darle palabra a la verdad, la verdad resultó ser tan poco segura como la mentira misma, “dócil a los efectos del significante, consagrada a una metonimia sin tregua, sometida a retroacciones semánticas, cambiando constantemente su valor. En resumen, la verdad reveló no ser más que semblante.”3 De modo tal que, resignados a que la verdad desaparezca como un espejismo cada vez que pretendemos apresarla, no nos queda más que defender lo real, lo real del inconsciente “del que sólo estamos seguros cuando carece de todo sentido.”4
En la carta 69, la carta a Fliess del 21 de Septiembre de 1897, Freud hace explícito el abandono de la teoría de la seducción que le deja su lugar a la teoría de la fantasía inconsciente. Freud escribe en esa carta: “Por fin me vi obligado a reconocer que aquellas escenas de seducción nunca habían tenido lugar y que, solamente eran fantasías que mis pacientes habían inventado”.5
“No hay indicaciones de realidad en el inconsciente, de modo que no se puede distinguir entre la verdad y la ficción que fueron investidos por el afecto.”
“...en la psicosis más florida, el recuerdo inconsciente de la seducción no surge, de modo que el secreto de las experiencias de infancia no se revela ni siquiera en el más profundo delirio.”
La carta a Fliess del 21 de septiembre de 1897 concluye con la sentencia más citada en la historia del psicoanálisis: “Ya no creo más en mis neuróticas”. El mito quiso que esa cita perdurara como “Las histéricas me mienten”.
La caída de la teoría de la seducción abrió el camino a la teoría de la sexualidad infantil, al Complejo de Edipo, al trauma con posterioridad retroactiva. En última instancia, significó un salto cualitativo enorme para aquello que comenzó desde entonces a teorizarse como el “mundo interno”. Pero, también, pagó el precio de volver a invisibilizar el abuso sexual realmente cometido y a inocentizar a los perpetradores. Cuando Freud afirma que los relatos de abusos sexuales que poblaban su consulta eran producto de los deseos incestuosos de sus pacientes y no de acontecimientos reales, abre el camino a un campo inexplorado de investigación: la sexualidad perverso-polimorfa y la represión, al tiempo que concede todo lo demás a los valores patriarcales dominantes.
Pero no solo las neuróticas le mentían a Freud; también le mentían las homosexuales.
A los 17 años Sidonie Csillag pasaba sus vacaciones del verano de 1917 en el lujoso hotel Panhans del Semmering austríaco cuando, en una ocasión, a escondidas de su institutriz, se escapó al jardín. Fue allí donde por primera vez vio a la baronesa Léonie von Puttkamer paseando por los senderos del bosque del brazo de otra mujer. En ese instante se enamoró apasionadamente de ella.
Sorprende cómo a pesar de las enormes diferencias que existen entre Freud, Lacan y Allouch, los tres coinciden en explicar la homosexualidad femenina sobre un binarismo fundante que hace norma de la heterosexualidad desviada
La baronesa, perteneciente a la nobleza prusiana, era una dama muy liberal que vivía, en escandalosa relación triangular, con el matrimonio Waldmann, en un majestuoso edificio de la Linke Wienzeile. De regreso a Viena, Sidonie comenzó a seguirla discretamente por las calles sin atreverse, jamás, a dirigirle la palabra. Un día de lluvia, en que la baronesa esperaba la llegada del tranvía, reparó en Sidonie parada a su lado entumecida de frío y le preguntó si tomaba clases por la zona. Ruborizada, Sidonie le respondió: “El único motivo por el que estoy aquí es para verla a usted.” A partir de ese encuentro Sidonie ya no tuvo dudas acerca de la pasión ardorosa y sexual que la arrasaba. Comenzó a asediarla enviándole día tras día ramos de tulipanes, lirios y rosas rojas que la baronesa aceptaba gustosamente.
Y fue así como se inició esa relación -ni clandestina, ni secreta- que se exhibía públicamente. Un mediodía de 1918 cuando Sidonie acompañaba a la baronesa a pasear a su perro ovejero por la calle Wienzeile divisó a su padre en la vereda de enfrente conversando con un amigo. Todo hace pensar que el padre de Sidonie le lanzó una mirada reprobatoria, indignada y airada, y Sidonie, perturbada, exclamó un: “Mi padre, ahí enfrente…”, antes de salir corriendo. Pasados unos minutos volvió junto a Léonie, pero Léonie la despidió fríamente: “Todo esto sólo me arruina el humor. Ahora vete. Adiós”. Las versiones varían, pero no hay dudas de que, el acto siguiente, fue Sidonie lanzándose al vacío en la estación Kettenbrückengasse del tranvía.
El intento de suicidio fue solo eso, un intento de suicidio. No impidió que la baronesa, cubierta de orquídeas rosa oscuro con las que Sidonie anticipaba su llegada, volviera a recibirla.
En 1918 Freud tomó en análisis a esa muchacha de 18 años. Freud, tan afecto a nominar a sus pacientes -Anna O, Isabel de R, Emmy de N, Dora-, no encontró un nombre para ella, de modo tal que Sidonie pasó a la historia del psicoanálisis como la joven homosexual de Freud.6 Tal parecería ser que para Freud no tenía nombre lo que hacía esa mujer.
Presionada por sus padres, y a disgusto, la joven homosexual aceptó las cinco sesiones por semana a la hora de la siesta, con tal que Freud interviniera para que sus padres la dejaran salir con su amada. “La muchacha no intentó engañarme con la afirmación de que sentía la imperiosa necesidad de ser libertada de su homosexualidad. Por el contrario, confesaba que no podía imaginar amor ninguno de otro género…”7
La joven homosexual aceptó las cinco sesiones por semana y, más aun, le mentía sueños heterosexuales para complacerlo. No obstante, aunque Freud sabía que los sueños son la vía regia para el inconsciente…pero no el inconsciente; aunque Freud sabía que no eran los sueños, sino el relato de los sueños y a quién estaban dirigidos lo que valía, le interrumpió el tratamiento. La interrupción tuvo, qué duda cabe, una cuota de castigo por haberle mentido.8
Tal vez, lo desmentido en la teoría psicoanalítica no sea la castración, sino el goce de las mujeres -para nada insignificante- más allá del goce fálico
Pero, en sus reflexiones sobre “el caso” Freud sospecha que esos sueños no tenían solo el propósito de engañarlo; con el relato de esos sueños mentirosos, Sidonie intentaba ganar los favores de su analista; esos sueños constituían “una tentativa de conquistar mi interés y mi buena opinión (…) En nuestra sujeto la intención de engañarme como solía engañar a su padre procedía seguramente de lo preconsciente, si es que no era consciente por completo. Tal intención podía lograrse enlazando a mi persona el deseo inconsciente de agradar al padre (o a un subrogado suyo), y creó así un sueño mentiroso. Ambas intenciones, la de engañar al padre y la de agradarle, proceden del mismo complejo: la primera nace de la represión de la segunda, y ésta es referida a aquéllas por la elaboración onírica.”9 Aquí Freud queda tributario de la banalidad que supone lo siguiente: algo que está en la conciencia (la intención de engañar) seguramente encubre algo de la misma fuerza y de signo contrario (la intención de agradar) que está en el inconsciente. De modo tal que si “conquistar mi interés” y “agradar al padre” es la representación reprimida, resulta que la joven homosexual no era homosexual, sino que tenía un amor Edípico con el padre que por vía de la transferencia se jugó con Freud. Entonces, o la joven homosexual no era homosexual o Freud, contra toda evidencia, (a pesar que Sidonie manifestaba “una férrea voluntad de imponer su modo de vida”) necesitó explicar y aplicar su teoría del amor edípico positivo. Lo que supone, desmentir la homosexualidad de la joven. ¿Será eso que hoy en día a dado en llamarse “alternative facts”? ¿Situaciones en que los hechos objetivos tienen menos influencia que las creencias personales?10
Si traigo aquí a Sidonie Csillac no es solo para plantear el conflicto acerca de la verdad y la mentira de una paciente en análisis. Mi intención es abrir la cuestión a las verdades y las falsedades que transitan por el interior del psicoanálisis. Me refiero, claro está, a esas afirmaciones luminosas, a esos conceptos esclarecedores que inevitablemente tienen un efecto encubridor y engañoso. Sorprende cómo a pesar de las enormes diferencias que existen entre Freud, Lacan y Allouch, a pesar de las críticas de Lacan a Freud y de Allouch a Lacan, los tres coinciden en explicar la homosexualidad femenina sobre un binarismo fundante que hace norma de la heterosexualidad desviada. De modo tal que dentro de esos tres modelos psicoanalíticos tan diversos no hay lugar para aceptar que una mujer pueda desear a otra mujer desde su condición de mujer. Tal vez, entonces, lo desmentido en la teoría psicoanalítica no sea la castración, sino el goce de las mujeres -para nada insignificante- más allá del goce fálico.
Notas
1. Brodsky, Graciela, “Verdad y Mentira” www.wapol.org/es/articulos/TemplateArticulo.asp?intTipoPagina=4
2. Lacan, J., El acto psicoanalítico, 21 de febrero de 1968. Inédito.
3. Miller, J.-A., La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica, Bs. As., Paidós, 2003. p. 362, clase 2 de junio de 1999.
4. Lacan, J., «Préface a l’édicion anglaise du Séminaire XI», Autres Ecrits, Paris, Seuil, 2001, p. 572.
5. Carta 69 del 21 de septiembre de Freud a Fliess. Correspondencia Sigmund Freud-Wilhelm Fliess. Esta cita y las siguientes corresponden a esa carta.
6. Freud, S. (1920), “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina”, Amorrortu, Obras completas, Tomo 18.
7. Op. Cit.
8. Freud escribió acerca de la joven homosexual en 1918 y también lo hizo Lacan en 1956, en el Seminario de “La relación de objeto” (el Seminario 4); y en 1962, en el Seminario de “La angustia” (el Seminario 10).
En su Seminario “La angustia”, Jacques Lacan intenta describir el fracaso de Freud con la “joven homosexual”. Lacan procura mostrar que el análisis puede ser llevado más allá del punto donde Freud se había detenido: el complejo de castración. En su libro “La sombra de tu perro” (la tapa ostenta una foto de la baronesa recostada sobre su diván abrazando a su perro), Jean Allouch apunta que cuando se publicó su texto, en 1920, Freud estaba lejos de ser neutral o inocente con respecto de lo que llamó homosexualidad femenina. Y se refiere a la conocida homosexualidad de su propia hija. Elizabeth Young-Bruehl en su Anna Freud, a Biography. Summit Books, Londres, 1988, opina que el amor de Anna con Dorothy Burlingham jamás se concretó, pero Michael John Burlingham, el nieto de Dorothy cita una carta de Anna a Edith Jackson donde escribe: “Me siento muy avergonzada por estas cosas, especialmente ante papá; no se las cuento”.
9. Op. Cit.
10. Fue Kellyanne Conway, la jefa de la campaña de Donald Trump, quién utilizó por primera vez el término. Para justificar las barreras interpuestas a los ciudadanos provenientes de países de tradición musulmana que querían entrar en los EEUU “recordó” que dos refugiados iraquíes habían estado involucrados en la matanza de Bowling Green. Pues bien: la matanza de Bowling Green jamás existió.