Paciente nuevo. Suena el timbre. Todavía no abrimos la puerta; en esa brevísima demora la ansiedad ante lo (ante el) desconocido se conjuga con la curiosidad ante lo (ante el) que se está por conocer. La breve información que nos dio el derivador, la particular voz del que consulta registrada por el contestador, las palabras y los tonos con los que nos pide la entrevista: todo eso entreverado será contrastado con alguien que al presentarse ante nosotros será siempre distinto a lo que imaginamos. Al abrirse la puerta se pasa del entrevero a la entrevista.
Una entrevista es un dispositivo diseñado para entrever. Entrever es, según el diccionario: ver parcialmente y también conjeturar. Importando esa definición al campo psicoanalítico, habría que trasladar la vista a la escucha, una "entre-escucha". Lo que se entrevé cuando se escucha parcialmente y se conjetura.
Diferentes nombres son utilizados por los analistas para nombrar a estas entrevistas. Preliminares, primeras entrevistas, entrevistas iniciales, diagnósticas, psicológicas, etc. En "Sobre la iniciación del tratamiento" Freud habló de tratamiento de prueba, un período de prueba en la apertura del análisis que duraba pocas semanas. Pero también dijo que "ese ensayo previo es el comienzo del psicoanálisis y debe obedecer a sus reglas". Y comparaba ese comienzo con las aperturas del juego de ajedrez. Es importante agregar que la apertura en el ajedrez forma parte del juego mismo y no es preliminar a él. Es la parte del juego en que se determina cómo el juego seguirá. Y como todo ajedrecista sabe, a las pocas jugadas, se instaura un juego único, irrepetible y singular.
La iniciación del tratamiento es para Freud un tiempo de decisión. De preparación y ejercicio de una primera decisión (a la que seguirán, seguramente otras). Es el tiempo del análisis en donde se decide si se lo sigue o no. No si se lo comienza o no, cosa que como vimos ya sucedió, sino si se lo continúa o no. Y si bien los criterios de decisión son diferentes en el paciente y el analista, esa primera decisión termina siendo una construcción de los dos. Hay un momento en que ambos deben decidir si eso que se inició debe o no continuar. Y esa decisión depende del modo en que diagnostican lo que sucedió en ese tiempo de decisión. En ese sentido es también una comprobación. Se decide seguir cuando se com-prueba que lo que se inició vale la pena continuar. Por lo tanto constituye también una interpretación. El comienzo de un análisis se decide, se comprueba, se interpreta, cuando ya sucedió. A veces se finge iniciar después lo que ya comenzó antes. Entonces se sanciona un comienzo con la formalidad de un contrato hacia el futuro que oculta en su letra chica que se legisla retroactivamente. Un "empecemos" que reprime un "sigamos". Siguiendo tal vez las normas y reglas de ciertas instituciones que así normatizan y regulan los modos de comienzo de análisis de los candidatos dispuestos a ser analistas oficiales de esas instituciones.
Insistimos, la entrevista es el comienzo de un análisis que tiene por objetivo entrever (entre-escuchar) si a ese comienzo se lo debe o no continuar. En ese tratamiento de prueba se llega a una mezcla de saber provisorio, hipótesis parciales, conjeturas e intuición. Con sólo eso se debe decidir. Si el análisis continúa, todos estos elementos serán confrontados con la experiencia del proceso analítico que podrá recomenzar muchas veces más. Corroborando, rectificando, volviendo a decidir, resignificando o reviendo lo que estaba y no se entrevió en las entrevistas.
Estas aperturas de saberes, conjeturas, intuiciones, en un campo de escucha que se instaura una y otra vez, se reiniciarán, en el mejor de los casos, durante todo el proceso. Es que siempre acecha el riesgo de rigidizarse en algunas certezas clausurantes al servicio de la resistencia del analista y del paciente. Estas aperturas permanentes durante todo el proceso guardan una diferencia respecto de las efectuadas al inicio de un tratamiento, y es que esos primeros encuentros marcan el origen de una historia transferencial, con todo el peso que tiene siempre el origen. Los contenidos y los estilos de esos primeros dichos del paciente y de las primeras intervenciones del analista "pactan" un modo de establecer un vínculo terapéutico propio y singular. Ese primer momento es resignificado en el final del análisis. Pero en diferentes momentos esa nueva significación va a producir efectos de historización, de apropiación activa del proceso de la cura. Algo nuevo va a ser pensado por el analista, algo que también lo interrogará en relación con sus certezas, con su narcisismo y con sus identificaciones como analista. Interrogación iniciática una y otra vez frente a lo diverso y singular de cada paciente. A diferencia del ajedrez, la apertura no sólo determina los caminos ulteriores del juego, sino que además se reinstala en el medio juego y en el final.
Diagnosticar es etimológicamente distinguir, percibir lo distintivo. En ese sentido decir “diagnóstico diferencial”, es redundante. Todo diagnóstico es diferencial. El diagnóstico es ese encuentro imposible e imprescindible entre lo singular de un tratamiento y lo general de una teoría. En ese hueco en que se demuestra que no hay "análisis aplicado", que la teoría no tiene aplicación directa en la clínica. Que la teoría es siempre desbordada por cada nuevo encuentro entre dos sujetos que inician la aventura de un análisis. Pero en última instancia, ¿qué diagnostica un diagnóstico? Creemos, que despejando las cuestiones psicopatológicas en juego (donde se puede dejar o no de considerar el extremo de las psicosis por un lado, y el de los infortunios normales de la vida por otro), en última instancia diagnosticamos la analizabilidad y la indicación de análisis de ese paciente con nosotros. Es decir que no deja de incluir un autodiagnóstico.
El diagnóstico es siempre un diagnóstico transferencial. En un doble sentido. Diagnóstico en la transferencia, pero también de la transferencia. El concepto freudiano de "neurosis de transferencia" es sinónimo de analizable. Un análisis de prueba, prueba justamente la disponibilidad transferencial y la calidad de esa transferencia única que se da únicamente con nosotros. El análisis de prueba se prueba a sí mismo. Pero esa función diagnóstica del análisis con respecto a sí mismo no se agota en ese período de prueba sino que funciona "de oficio" hasta el final.
Inmersos en nuestro tiempo, el pragmatismo, el eficientismo, la alienación, la pasivización individualista y la problemática singular de cada paciente nos llevan a plantear la analizabilidad como una frontera a traspasar. Se trata en cada tratamiento de construir un espacio analítico que produzca en su propio acontecer una dimensión terapéutica, en tanto apuesta a la palabra y a un sentido en donde el otro no es ajeno. De generar las condiciones de posibilidad para que se acceda a una oportunidad de conocer y desplegar una producción deseante que hasta entonces permaneció reprimida, inhibida, alienada, fragilizada o violentada de algún modo.
Diagnosticar es también abrir nuevos espacios de pensamiento en donde consideramos, como decía Freud, las diferentes corrientes de la vida anímica. Quizás esto irrite a los operadores técnicos en DSM-IV, pero la complejidad de lo psíquico no es reducible a la razón instrumental; así también lo psíquico no es reducible a un determinismo empobrecedor que cierre el camino de búsqueda hacia los deseos, hacia lo decible y lo indecible, hacia lo expesable y lo inefable. Es así que insistimos en preservar la capacidad de asombro y de sorpresa que mantienen la vitalidad de la atención flotante hasta el final.
Pero no hay que olvidar que la entrevista es mutua. Un analista entrevista a, es entrevistado por, y ambos son entrevistos entre. Un analista no debería fingir que no sabe que él también es entrevistado, "diagnosticado", y evaluado. Con criterios más o menos arbitrarios, pero siempre legítimos. Creemos que el derecho a elegirnos del paciente debe ser explicitado por el analista desde la primera entrevista. Es obvia la asimetría de las posiciones de ambos durante las entrevistas, pero informarle al paciente acerca de su opción de elegirnos, es reducir de entrada la confusión entre el poder de la transferencia y la transferencia hacia el poder.
Entre todas las diferencias, subrayamos el diferente modo de procesamiento del sentimiento de curiosidad. Desde el lado del analista, sin curiosidad no se pondrá en acto la capacidad de asombro que jamás debería faltar; el acceso a la sorpresa, a lo nuevo, a lo que no está en ningún libro que hayamos leído, ni en ningún tratamiento anterior que hayamos conducido. Pero si la curiosidad es excesiva, la atención flotante se hundirá bajo las aguas del voyeurismo y la escoptofilia. La regulación de la curiosidad es un instrumento básico para recibir todo lo que ese paciente tiene como regla fundamental decir, es decir todo: todo lo que le pase por la cabeza. En ese sentido algo de la curiosidad del analista es siempre satisfecha. No pasa lo mismo del lado del paciente. Su curiosidad estará mucho más insatisfecha. El analista no sólo no dice todo, sino que no dice nada, o casi nada de sí. Aunque diga todo desde sí. El analista tendrá entonces que soportar la curiosidad insatisfecha del paciente.
En ese período de prueba, la asimetría de ambos se pone en juego en el diferente caudal de información que cada uno tiene del otro. El paciente sólo dispone del modo en que el analista muestra su entrever, su entre-escuchar, en la entrevista. Y no es poco. El analista dispone por su parte del relato que el paciente ha hecho de su vida y de su malestar. Y no es mucho. Y sin embargo es suficiente. Con lo "no poco" del paciente y lo "no mucho" del analista, con lo sólo entrevisto entre ambos, una aventura se pone en movimiento. Una aventura que tiene ya más de un siglo, y que no deja de renovarse en infinitas y originales aperturas.
Ana Berezin
Psicoanalista
Eduardo Müller
Psicoanalista
edumul [at] sinectis.com.ar