El paciente mediocre | Topía

Top Menu

Titulo

El paciente mediocre

 

“El ideal es un gesto del espíritu hacia alguna perfección”
José Ingenieros. El Hombre Mediocre.

 

La clínica del superyó nos convoca a un análisis de la implicación profesional. Nuestros diversos professares teóricos y técnicos devienen equipamientos donde los cultivos puros de pulsión de muerte no son difíciles de encontrar. Propongo una reflexión sobre lo mediocre, para lo cual tenemos primero que verlo como figura, cuando casi siempre nos acostumbramos a que sea el fondo. Al fondo a la derecha. Lugar del retrete, donde expulsamos todo aquello que no queremos mostrar. La mediocridad como figura fue tomada por el talento de José Ingenieros. Su extenso y profundo trabajo es el “aurea no mediocritas” con la que pretendo encuadrar estas reflexiones [1]. La clínica, la soberana perdida, será una forma de ilustrar pero no de demostrar nuestros conceptos. En la clínica no encontramos nada que no buscamos. Esta búsqueda, conciente o inconscientemente, torna encubridor nuestro afán de construir un campo de verificación. Sin embargo, podemos pensar a la clínica como un campo de intervención. Siempre remite a un campo de análisis, que en nuestro caso es el psicoanálisis implicado. “Dime lo que buscas, y te diré quien eres”. Y también, ya que estamos, te diré como existes. Por lo tanto la clínica es una tópica donde ejerzo el poder de mis teorías y el poder de mis técnicas. Entre ambas hay suturas y también desgarros. No toda intervención remite a confiables conceptos ni todos los conceptos confiables encuentran intervenciones técnicas que los hagan operativos. Por lo tanto la idea de ilustrar me parece adecuada. Recuerdo los textos con ilustraciones, menos áridos que aquellos desérticos con palabras de arenosa consistencia. Ilustrar apela a una materialidad visual y auditiva. Mas cerca de la huella mnémica que de la representación. Y lejano del concepto. Los anatomistas de la mente también necesitan sus preparados psíquicos. Con la ayuda del formol de las palabras, compartimos la ilusión de la descripción neutral [2].
1. El vendedor de fantasías
Cuando me consultó, sospeché que podía irritarme. Describía con desprecio lo que consideraba la miseria cotidiana. No fue difícil ensayar intervenciones introyectivas. Fueron muchos ensayos, pero nunca pude estrenar. El mecanismo se intensificaba cada vez que pretendía con todos los rebusques posibles, hacerle pensar en “por casa como andamos”. Cuando su monotonía se transformaba en letanía, empezaba a maldecir mis pretensiones de psiquiatra dinámico. El tratamiento no tenía nada de dinámico. Lo monocorde se conmovía apenas cuando lograba irritarse, pero siempre con moderación. El terremoto nunca pasaba del 6 en la escala mercali. A veces me miraba de soslayo y me decía: “les tengo una rabia a ustedes”. Vendía fantasías, y su motivo de consulta lo realiza cuando descubre que un modelo que había tenido gran éxito de venta fue copiado. Una fantasía de una fantasía. Ese éxito comercial le permitió cierta afirmación narcisista. Desde ella pude trabajar el darse permiso para mejorar su situación material. Por ejemplo, cambio de automóvil. Lo que no podía lograr en la “res cogitans”, al menos lo intentaba en la “res extensa”. Mi contratransferencia era una especie de engrudo: áspera y pegajosa. Me exasperaba su puntualidad. En vez de asociar libremente, era un plañidero lector de un aburrido diario de provincia.. Toda la realidad quedaba encerrada en un mínimo común múltiplo de grises y llanuras. En forma sistemática se quejaba que la esposa le preparaba el café frío. Varias decenas de veces le habré escuchado protestar por sus desayunos polares. Una sesión empezó diciendo: “¿sabe que me hizo la pata sucia?” Inmediatamente, imaginé que la esposa agotada había hervido el café y el paciente, fiel a su ritual, lo había tomado de un trago. Era exactamente lo que había sucedido. Hasta yo sentí la quemadura del esófago. Logré no reírme. Creo que los ojos se me llenaron de lágrimas, que imagino habrá sido la primera reacción que tuvo. Me ilusioné vanamente que este episodio abriera alguna puerta. Sin embargo, terminó cerrando todas las ventanas. Esta situación de postración se vio brutalmente interrumpida por el trágico fallecimiento de un hijo pequeño, producto de una enfermedad infecciosa aguda. El precio que este paciente pagó para salir de sus rutinas obsesivo compulsivas fue un verdadero “salario del miedo”. El tratamiento se prolongó 6 meses mas allá del contrato originario. A veces añoraba la rutina anterior. Supongo que él también.
2. Chonopi
Pinocho relata la historia de un muñeco de madera que por sus buenas acciones se convierte en un niño. Dejando para otra ocasión mi hipótesis que Gepetto era en realidad un abusador, utilizo el vesre del nombre del muñeco para apodar a mi paciente. [3] En este caso, un hombre termina convertido en un muñeco de madera. Fue derivado por una colega psicóloga con un subtitulado del tipo: “pobre…”. Es médico con un desarrollo profesional muy acotado. De familia humilde y bruta, haberse recibido fue tocar “el cielo con las manos”. Sin embargo, desarrolló una actividad comercial en forma individual que le dio un mayor e importante grado de bienestar económico. Admiraba a los talentosos y en ocasiones también a mí. Como le agradaba caracterizarse como un “caballo percherón” yo bauticé a su esposa como “mi pequeño Pony”.. Su autodenigración solamente era comparable a la denigración que manifestaba por la esposa y a veces también por mí. Realice entrevistas de pareja que terminaron en una derivación a terapia de pareja. Durante cuatro años de tratamiento no pude aumentarle los honorarios, a pesar de que el “pobre…” de la derivadora resultó una billetera de procusto. Incluso se ufanaba de ser un excelente pagador, comparando con su práctica comercial. Los cheques voladores, las bicicletas de todo tipo, las continuas visitas para intentar cobrar añejas facturas, le demostraban que al pagarme la última sesión del mes “yo no tenía de que quejarme” Cabe señalar que hace muchos años yo cobro por mes adelantado. Por las continuas protestas del paciente frente a mi señalamiento que mes adelantado era justamente eso, adelantado, y que sus prácticas comerciales no eran las mías, formulé una de mis frases mas inspiradas: “yo cobro por lo que trabajo pero no trabajo por lo que cobro”. En el comercio, fuente de toda razón y justicia para mi paciente, el precio y el valor son sinónimos. En la profesión, no. El anatema de “ser un comerciante” es utilizado para bajar todo lo posible la rentabilidad de las prácticas. Mi paciente me colocaba en un lugar donde reclamar mis honorarios me transformaban en un mercader del consultorio. La envoltura transferencial transformaba al tratamiento en una sombra permanente. Ocasionales destellos iluminaban las sesiones. Yo también me sentí transformado en un psicoanalista de madera. Otro Chonopi.
3. Concepción psicoanalítica de la mediocridad.
Los que fracasan sin triunfar. Algo así como un carácter de no excepción [4]. El carácter mediocre es la modalidad actual predominante. Recibe otros nombres: posibilismo, progresismo, real politik, respeto por las instituciones, estado de derecho. Las consignas triunfantes durante más de 20 años: deme dos, en algo habrá estado, con la democracia se come, se educa, salariazo, revolución productiva, mas propietarios menos proletarios, uno a uno, voy a ser el maestro de todos los argentinos…La mediocridad, nunca sola, siempre mal acompañada, se hizo cuerpo social y cuerpo individual. La parábola que empieza con la hipomanía del megaconsumo hasta terminar en la resignación y la furia del corralito. Mediocridad democrática, ahora refrescada con los aires del sur. El paciente mediocre tiene un motivo de consulta acorde. Es inútil insistir en alguna crisis importante, algo que lo haya sacudido…Cuando aparece, está referido al campo vincular o corporal. ¿Fantasías? Bien, gracias. Predomina la conciencia de malestar, sin aparecer nunca la conciencia de enfermedad. El mecanismo de defensa predominante es la racionalización de baja complejidad. Si al decir de Freud, el carácter se forma por las pulsiones consumidas, en el caso del paciente mediocre lo pulsional aparece agotado. El principio rector es el de constancia, con algunos deslizamientos hacia el principio de nirvana. En algún trabajo, que por mi propia mediocridad no puedo acordarme, Freud habla de las “honestas medianías”, hombres incapaces del coraje. El paciente mediocre es una captura superyoica, donde las sombras de todos los objetos han caído sobre su yo. No hay autoreproche como en la melancolía. Hay resignación. Esta siempre con los pies en la tierra, al mismo nivel que la cabeza. “Te muestro la luna y tu miras el dedo” escribió Antonio Porchia. Con las interpretaciones, el psicoanalista tiene la misma sensación. Los pies en la tierra, la mirada clavada en el índice merval. Los ideales del Yo, construidos desde el narcisismo primario, han sido sepultados por los Ideales de Superyo, herederos de la derrota edípica. La resignación es una desmentida de la amenaza. El paciente mediocre no siente culpa, porque sus deseos han sido domeñados tan completamente que siempre concibe sin pecado. Si el fascista es un liberal asustado, el mediocre es un conservador anestesiado. Quiere cambiar la historia, porque en la Edad Media estábamos mejor. Hay predominio de inhibiciones, en detrimento de síntomas y de angustia. ¿Por qué angustiarse si se puede tomar Lexotanil, incluso ahora mas barato porque el médico receta el genérico? Cuando está ejerciendo el servicio matrimonial obligatorio, el paciente mediocre practica una sexualidad democrática: se vota el acto. Solamente dos votos a favor garantizan el boca de urna. Los votos impugnados, que algunos llaman adulterio, no se toman en cuenta. Actualmente se habla de la “pereza erótica”, uno forma de la mediocridad sexual. Hablar de captura superyoica es hablar de masas artificiales. El Estado Mediocre. Además de asesino y ladrón, mediocre. Nazareno, con Elena Cruz y sin el lobo, apenas un hamster, además de todo lo que pueda decirse, que es mucho, es un Icono de lo mediocre. El aforismo predilecto del paciente mediocre es: “si no puedes hacer lo que quieres, trata de querer lo que haces”. Y entonces, el único remedio para mediocres es: “si no puedes hacer lo que quieres, al menos no quieras lo que haces” Si la pulpera de Santa Lucía se fue con el payador de Lavalle, no le cantes a cualquiera solo porque te escucha. Sostener la frustración sin la coartada mediocre de resignar el deseo.
La mediocridad profesional tiene cara de nomenclador nacional y DSM IV. Quizá sea necesario describir otro carácter de no excepción: el psicoanalista mediocre. Entramos en el terreno áspero del análisis de la implicación. Por el momento, ahí nos quedamos.
No puedo negarlo: es un final mediocre.

 

Ciudad de los Malos Desaires, Julio de 2003.
 

Alfredo Grande
Psicoanalista
alfredo [at] carlosgrande.com

Notas
[1] Ingenieros, José. El Hombre Mediocre. Editorial Cauce.
[2] La ilustración es deformada a los efectos de minimizar el encuentro con el real del paciente. De todos modos, fue asistido desde 1976 a 1980. ¿Veinte años es algo?
[3] El paciente está actualmente en tratamiento. Fue informado de esta presentación. De todos modos el material clínico soporta cierto grado de encubrimiento.
[4] Freud, Sigmund. Varios tipos de carácter descubiertos por la labor analítica. Este trabajo sería un nuevo tipo de carácter, pero que lamentablemente no puede considerarse de excepción.
 

 
Articulo publicado en
Octubre / 2003