Acerca del saber y la realidad en la clínica psicoanalítica con familias | Topía

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Acerca del saber y la realidad en la clínica psicoanalítica con familias

 

1. -

-Ya nunca voy a poder tener confianza en vos …- dijo la madre.
-Yo no puedo tenerles más confianza -más que enojo era decepción-. Sabía que era mejor no decirles nada. Que ibas a armar más lío -sus ojos entrecerrados, la curva de sus labios, parecían expresar un doloroso desdén. La inevitable confirmación de un postergado encuentro con la desilusión.

-No le digas eso a tu madre -el padre intentaba calmar la inútil discusión que veía venir, sin saber bien dónde ubicarse. No encontraba el modo de sentirse seguro, de ser escuchado.
-En quién vas a confiar si no confías en tus padres … Ya te las sabés todas, ¿no?. Ya sos grande, te las arreglás solo... Claro, vos confias en esos … en esos drog … bueno, después de todo, … consumen drogas ¿o no? … Cómo vamos ahora a …
-¡Ellos consumen drogas, no yo! -esta superposición sólo lograría incrementar la sensación de no ser escuchados ni comprendidos, pero ambos parecían no saberlo.
-Nunca hubiera esperado esto. Si me lo hubieran contado no lo hubiera podido creer. ¿A vos te parece, Jacinto?. Venir ahora a darnos cuenta de quién es nuestro hijo. Con lo que nos ocupamos de él. Siempre preocupados por su bien, por sus estudios, ayudándolo en todo... Para que ahora nos haga esto que …
-Calmate Filom …
-.. nunca me lo hubiera esperado. Tantos sacrificios, para qué … Al final es mejor hacer como otros … que no les importa … Total, para lo que valoran a los padres hoy en día … Decime, vos, ¿qué tenés para reprocharnos?, ¿no hemos sido siempre buenos padres?, ¿no estuvimos siempre cuando lo necesitaste?, ¿alguna vez te hemos maltratado acaso, como ahora lo hacés vos?. Alguna vez te mentimos, ¿nos merecemos ser tratados de esta manera? ... Esto es lo que aprendés con esos ... Antes no eras así, eras un buen hijo, educado, obediente, buen alumno. Ahora ya ni sé si vas al colegio, nunca te veo estudiar. No sé adonde vas, con quién te encontrás, qué hacés. Son ellos. Maleducados, haraganes, se la pasan tomando cerveza en el kiosko. De ellos aprendiste a contestar así. No de tus padres, que …
-Uds. no son mis padres … -la mirada clavada en el arabesco floreado de la alfombra.. Sabía lo que se venía. Se arrepintió de haberlo provocado. Pero era tarde. Ya no lo podría remediar. No tenía nada que ver. Por qué sacar eso justo ahora. Hacía mucho que le rondaba por la cabeza. Pero, por qué justo ahora. Bueno, tal vez era inevitable. Alguna vez tenía que ser ...
Como una estatua de dolor, la madre esperaba. Su silencio llenaba la habitación. Viraba las paredes al lila. Empequeñecía todo lo que la rodeaba. La injusticia del infortunado comentario era inmensa. Golpeaba su rostro que no dejaba de hacérnoslo saber. Silencio …¿Esperaba pacientemente un gesto de retractación, un acto de desagravio a su manchada imagen de madre o estaba juntando fuerzas, concentrando sus baterías, tomando impulso para colocar las cosas nuevamente en su sitio…?.
Silencio. El padre miraba. De reojo. Inmóvil en su sillón. Sus ojos no. Recorrían los rostros tratando de adivinar la reacción de cada uno. Quizá alguien encontrara la salida que él buscaba sin esperanzas. A la madre con temor. Al hijo con reprobadora tristeza. Me miraba. Ahora, de frente. Vislumbraba que él era el único que debía hacer algo antes que ella arrancara … pero no sabía qué … tal vez yo …
-Es un poco confuso –dije-, no entiendo bien -una frase tan ambigua como cualquier otra.
-Tuvimos un hijo pero lo perdimos. Él no sabe nada. Al tercer mes. Es algo que no puedo olvidar. Habíamos tenido muchas dificultades, pero finalmente pude quedar embarazada. Nunca fui tan feliz, pero duró poco. Nunca supe por qué. No es que culpe a los médicos, hicieron todo lo que pudieron. Aunque no fue mucho porque no lo habían previsto. La pérdida fue repentina, ellos no podían saber, estaba sola, y cuando quise darme cuenta, ya … -le pide a su marido un pañuelo para secarse lentamente unas lágrimas. Estamos en silencio, expectantes, desconcertados ante este sesgo insospechado del relato-. Jacinto estaba trabajando. No es que no le importara, no tengo nada que reprocharle. Pero, él qué podía hacer. Tenía razón, era ya inútil que viniera para acompañarme. La pérdida ya se había producido y el único que podía hacer algo era el médico. Nunca lo dije, pero siempre me sentí culpable de haberle robado un hijo a otra mujer. Aunque la adopción fue totalmente legal …

2. -

La misma historia repetida de siempre: un problema trivial –en este caso la sospecha infundada del consumo de drogas-, atado a un recuerdo silenciado que a su vez se abrirá inexplicablemente hacia otros acontecimientos jamás hablados. Las familias -al igual que las histéricas de Freud-, padecen de reminiscencias. No son los hechos de la realidad que se esfuerzan en detallar, ni los comportamientos –acertados o errados-, de los integrantes, los que provocan los motivos que conducen a la consulta familiar, es lo que los hechos narrados evocan y que cuesta extraer del silencio. En ese silencio encuentran los conflictos familiares su condición necesaria, aunque no suficiente. Algo ajeno al relato de los hechos se inserta en la mera realidad que tratan de describir. Hay en el relato de los hechos un exceso que remite a motivos ignorados de los conflictos. Exceso que -por eso mismo-, no deja nunca de volver a ser presente.

También para nosotros, psicoanalistas, la realidad de las sesiones preserva un exceso. En aquello que nos rodea, que encontramos al alcance de la mano, a la vista, en aquello que está allí y que podemos percibir con mayor o menor claridad. Un exceso de saber, condición de nuestra supervivencia, del uso de lo que, de esa realidad, sepamos poner al servicio de sobrevivir. En ese saber se encierra el secreto de lograrlo. Cuando algún inesperado obstáculo ponga en peligro esa relación entre la supervivencia y el mundo que nos rodea, será ese saber el que sea puesto en cuestión. La ignorancia es siempre algo tardío, fruto de un encuentro sorpresivo, por lo general doloroso, con un obstáculo obstinado e insobornable que obliga finalmente a revisar un saber, hasta entonces, insospechable.

En ese momento la transparente realidad se abre a la posibilidad de su opacidad. Su superficie, ahora opaca e impenetrable, se transforma en espejo de lo incompleto o incorrecto de nuestro saber. Se abre a la posibilidad de otra realidad. Una otra ‘realidad’ situada más allá del alcance de nuestra experiencia sensible, no accesible a nuestros sentidos ni a las prótesis que logramos producir para acercarla. El saber había introducido un “exceso” que -si bien la tornaba más útil-, en lugar de acercarnos a ella nos desviaba hacía una imagen engañosamente verdadera. Todo lo que en un momento no “encaja” con nuestro saber afianzado en la supervivencia, nos advierte que se hace necesario un acercamiento más cauteloso.

El obstáculo puso en evidencia que ese mundo transparente y cerrado en el que creíamos vivir, es en verdad tres. Los creadores de las geometrías no-euclidianas pudieron definirlo de esta manera: intuitivo llamaron a ese mundo a la vista, al alcance de la mano, el de la realidad inmediata; físico al mundo sospechado pero inaccesible sin la mediación de instrumentos teóricos, metodológicos y técnicos, sin la mediación de ese mundo abstracto que permite hacernos una idea (siempre aproximada, muchas veces errónea), de aquél inaccesible.

Eso es lo que debiera sucedernos cada vez que nos encontramos con una familia que consulta, si queremos sortear el obstáculo que el “exceso de realidad” de lo que ya sabemos nos separa de un encuentro con ellos. En ese encuentro lo más importante será el instante del obstáculo que pone en evidencia nuestra ignorancia. Estaremos en condiciones de saber que corremos el riesgo de creerlo transparente y apoyarnos, igual que sus miembros, en aquello que creemos reconocer y que, “obviamente”, está a la vista. Debemos hacer el mismo esfuerzo que ellos para cambiar la perspectiva. Sortear las mismas resistencias que nos impiden ver una familia particular, que nos circunscriben a recorrer (por lo general, y como expresión de una “deformación profesional”), el camino que señala su “patología”, camino que conduce inexorablemente a centrar nuestra atención en alguno de sus miembros, aun cuando lo denominemos “emergente grupal”.

3. -

Porque esas denominaciones provienen respectivamente del dominio de la Psiquiatría y la Psicología Social, y sus relaciones con el Psicoanálisis y con la familia no resultan ya tan claras. Porque la denominada “crisis de la familia” nos ha enfrentado con algunos interrogantes insospechados. Entre ellos, la creciente presencia de familias centradas en la relación madre-hijos (en 1991 uno de cada cuatro hijos vivía sólo con uno de los padres, por lo general, con la madre), que marca un punto de inflexión en el desarrollo de la familia y obliga a reflexionar acerca del futuro de la Familia Moderna en el nuevo orden de la “aldea global”. Aun más ¿por qué ese correlativo descentramiento de la figura del padre?

¿Cómo pensar esta situación? ¿Se trata acaso de una “adaptación de la familia al cambio social de un mundo “globalizado” o, por el contrario, de un “retorno de lo que fuera alguna vez censurado pero de eficacia presente”? En el primer caso nos encontraríamos ante un fenómeno meramente coyuntural. En el segundo, debiéramos reconocer que la relación madre-hijo y la presencia del lazo matrilateral -precisamente porque constituye su estructura elemental-, se encuentran siempre presentes, aun cuando diluidas cuando el contexto se estabiliza. Debiéramos aceptar que “reaparecerán con nitidez y tenderán a exasperarse cada vez que el sistema considerado presente un aspecto crítico; ya sea por transformación rápida, ya porque se encuentre en el punto de contacto y de conflicto entre culturas profundamente diferentes, ya porque se halle próximo a una crisis fatal (Edad Media Europea)”(2). Es que -pese a lo que suele sostenerse con excesiva ligereza-, en su origen la familia es una madre y sus hijos. Puede la presencia del padre llegar a ser estable, pero esa presencia debe ser sostenida por estrictas normas sociales, en caso contrario su lugar excéntrico volverá a hacerse evidente.

La imagen de la familia nuclear impone un “exceso de realidad” que impide articular nuestro saber psicoanalítico con todos aquellos datos que parecen inconsistentes con respecto a esa imagen. Por ello la elección entre ambas respuestas (coyuntura o retorno) no es trivial: pone en juego dos modelos opuestos -conductismo o psicoanálisis- para pensar las “cuestiones clínicas”.

Porque la especificidad psicoanalítica de la clínica con familias no reside en medir desviaciones patológicas con referencia a un determinado modelo “normal”, sino en permitir el libre despliegue de un relato, en alentar sin interferencias el agotamiento de un curso que el hablar va imponiendo a las sesiones y que reiterada e inexorablemente se verá atraído por aquellas frases que han quedado excluidas, en crear en definitiva las condiciones para hacer posible la expresión de una verdad que sólo los integrantes están en condiciones de formular, aun cuando lo ignoren. Verdad de la que nunca se ha hablado, de la cual nada sabemos, que ni siquiera podríamos imaginar y que negaríamos ofuscados si alguien nos la atribuyera. Verdad que queda opacada por una ignorada evocación que impone un “exceso” en la realidad que la pone en evidencia. Verdad que en muchísimos casos sería tal vez preferible seguir silenciando.

Recuerdo al respecto una supervisión en la cual se trataba de un muchacho que había decidido no hablar, “catatonía” dijeron quienes lo atendían. Pertenecía a una familia judía que había emigrado al finalizar la segunda guerra mundial. El padre había sido recluido en un campo de concentración nazi junto con algunos parientes. Ninguno había sobrevivido. El padre sí. Era “cantante litúrgico” y, gracias a esta habilidad, era convocado con frecuencia al casino de oficiales. Les gustaba oírlo cantar. Lo llamaban para que “cante”... Es claro, pensé, hay situaciones en las cuales, a pesar de todo, es mejor no hablar... ¿Vale siempre la pena en estos casos quebrar un silencio?, ¿cuál sería el beneficio de articular el mutismo del hijo con el “canto” del padre?. ¿cuál la utilidad de poner palabras a la “catatonía”, ese supuesto “exceso” que parece perturbar sus relaciones? (3).

Juan Carlos Nocetti
Psicoanalista

Bibliografía

1. FREUD, Sigmund: Tótem y Tabú. Amorrortu. Bs.As.1976.
2. LÉVY-STRAUSS, Claude: Antropología estructural. Siglo Veintiuno. México.1984.
3. NOCETTI, J.C.: La crisis de la familia y la clínica actual. Trabajo presentado en el Primer Congreso Virtual del Psicoanálisis, organizado por la revista Topía. Septiembre de 2000.
 

 
Articulo publicado en
Julio / 2002