1.
La invitación de Topía a participar en su espacio “Clínica de los bordes” mueve a preguntarse en qué puede consistir tal cosa. Cierta manera de pensar en psicopatología postula que hay personas borderline, esto es, que cabalgan entre neurosis y psicosis (hay otras alternativas: perversión/neurosis, psicopatía/neurosis, normalidad/neurosis…). En su momento, y sin alusión al folklore, se habló de pacientes “fronterizos”, debido a que la traducción castellana de border es frontera. Se llegó a postular la existencia de “estados límite”, en el absurdo de pensar un límite, borde o frontera como estado, cuando son sus límites los que constituyen un estado. ¿Acaso a este tipo de cuestiones alude Topía con la “clínica de los bordes”? Entiendo que no. Hábilmente, refieren “los bordes”, dejando en suspenso la significación del concepto. A su vez, “clínica de los bordes” no equivale a “bordes de la clínica”.
De este modo se llega a una cuestión densa que afecta a toda experiencia clínica, puede plantearse del modo siguiente: los bordes están presentes, con insistencia, en toda experiencia clínica, por la paradójica razón de que no es posible tener claro en qué consisten. Los ejemplos posibles son innumerables, doy uno: un borde para la experiencia clínica psicoanalítica es que haya o no un despliegue de transferencias. Si se entiende que no hay transferencia en las psicosis damos por sentada la inexistencia de una clínica psicoanalítica de tales trastornos, otro tanto con las perversiones, las psicopatías, etc., etc. El lío es cuando pretendemos establecer en qué consiste una transferencia. Siempre es factible ampararse en la famosa definición que Freud acuña en el epílogo del “caso Dora” al señalar que son “reediciones, recreaciones de los impulsos y fantasías que han de ser despertados y hechos conscientes durante el desarrollo del análisis y que entrañan como singularidad característica de su especie la sustitución de una persona anterior por la persona del médico”. Pero no sólo de la persona del analista vive la transferencia, Freud la encuentra tanto en la producción de síntomas como de sueños; el concepto se extiende en la afirmación de que los síntomas histéricos son transferencias que van de lo anímico a lo corporal y que las obsesiones y los delirios consisten en ideas reforzadas por transferencias; respecto del proceso onírico afirma que el deseo inconsciente efectúa transferencias hacia minucias que se desprenden de lo vivido en calidad de restos diurnos. Por eso, en “Recuerdo, repetición y elaboración” concluye que “la transferencia no es por sí misma más que una repetición, y la repetición la transferencia del pretérito olvidado, no sólo sobre el médico sino sobre todos los demás sectores de la situación presente”. Hay transferencias en las múltiples manifestaciones de lo inconsciente cuando se torna aprehensible como fenómeno, sea personal, social, histórico, literario, mediático… Sería posible continuar con otros conceptos cruciales, pero ateniéndonos a las transferencias es evidente que a-priori no hay delimitación posible de los bordes. Y la clínica acontece toda vez que interpretamos producciones transferenciales. Pero atención: no por esto se está habilitado para intervenir sobre lo que sea, al contrario; cuanto más alejados del consultorio, donde se cuenta con el dispositivo a favor, más aumenta la exigencia metodológica. Lamentablemente, en la prensa escrita, en la radio o en la tele ganan audiencia los que a cualquier observable le aplican una referencia a Freud, a Lacan o el propio apellido al amparo de una meliflua experiencia. Aunque parezca, el psicoanalista no tiene patente de corso.
La noción de borde es tan importante como imposible de ser… bordeada. La observación clínica que sigue presenta el problema de alguien que se percibe extranjero, foráneo, en el vasto espacio de lo impersonal. A la vez, se produce en el relato de esta sesión y sus derivados el salto del borde clínico, por cuanto el paciente… No lo digo, es preferible el suspenso y que el lector concluya.
2.
Nicolás llega a la hora convenida. Atildado, de formal cordialidad, mientras se quita el saco luego del saludo adopta una actitud pensativa, dice no recordar bien si faltó a dos o tres de las últimas entrevistas. Le respondo que puede ser. Sorprendido, pregunta qué puede ser. Eso mismo, agrego, que haya faltado a dos o tres sesiones… dejo inconclusa la frase para que la continúe explicitando el motivo, pero no ocurre. Acotación: Nicolás me ha escuchado llamarlas sesiones, no obstante, para él son entrevistas, del mismo modo no soy psicoanalista -tampoco carece de esa información- sino psicólogo, aunque esté al tanto de que no se corresponde con mi título universitario.
La noción de borde es tan importante como imposible de ser… bordeada
Se acomoda en el diván y yo me incomodo en el sillón, incomodidad que suele extenderse buena parte de la sesión. Su formalidad, vestida de cordialidad, me incomoda. No se aparta de las formas de un discurso realista que da la sensación de estar soldado al referente… Nicolás, soldado en un ejército de referentes, antes preocupado en el carácter informativo que en la producción de metonimias o metáforas. De rara manera, pareciera carecer de inconsciente; rara porque no se trata de lo que se ha descripto como “pensamiento concreto”, Nicolás puede alcanzar sutileza en su decir pero como buen “obse” (diagnóstico que aplica a sí mismo, sospecho que lo hace para adelantarse y no lo diga yo) se cuida de caer en las elipsis del discurrir metonímico -elipsis es etimológicamente “falta”, “carencia”- ni en la indeterminación metafórica. Las concretas faltas a sesión se me imponen como acting out de elipsis que no acontecen.
Nicolás me ha escuchado llamarlas sesiones, no obstante, para él son entrevistas, del mismo modo no soy psicoanalista -tampoco carece de esa información- sino psicólogo, aunque esté al tanto de que no se corresponde con mi título universitario
Esta vez habla de la madre, de su recuperación luego de una enfermedad, de la visita a una empresa que busca gente idónea en una disciplina que no le es ajena, también menciona el viaje, largo y tedioso, hacia otra empresa, en un barrio alejado, para dejar sus antecedentes. Sin trabajo, sólo tiene de ingreso el alquiler de la casa en la que viviera en Bahía Blanca y algún aporte materno. De aquí para allá anda, de aquí para allá las denotaciones de su discurso referencial.
El relato de su itinerario va encendiendo en mí pantallazos del itinerario más amplio que le tengo escuchado. Un breve paréntesis en la sesión, por lo tanto, para informar de sus estaciones y alguna particularidad: poco después de su casamiento con Daniela, Nicolás trabajaba en una inmobiliaria cuando le llegó la propuesta de los padres de ella, residentes en Bahía Blanca, de radicarse allá y hacerse cargo, en una ciudad cercana, de una sucursal de la empresa de insumos agrícolas del suegro. A la ilusión de Daniela se había sumado el énfasis de las intervenciones del psicólogo que consultaba, instándolo a no desperdiciar la oportunidad. Aceptó y allá fueron. Las cosas marcharon bien, pero ese negocio no era lo suyo -todo un tema, lo que pudiera llamarse suyo-, hasta la vez que en un intercambio de mails con un amigo radicado en Sidney, éste le dijo que llevando dólares era posible instalarse allá, invirtiendo en algún negocio. Según el amigo, la perspectiva australiana era inmejorable. Con los ahorros que tenían y sin preguntarse por la reiteración de traslados allá fueron Nicolás, Daniela y la pequeña Ceci, nacida en Bahía un par de años antes. Las ganancias que producía el negocio les permitirían afrontar los gastos. En Sidney pasó tiempo sin que hallaran la forma de invertir en algo redituable ni se hallaran ellos mismos, hasta la vez que Daniela recibió la noticia de que su padre había enfermado y entendió que debía volver a Bahía Blanca. Nicolás supo que ese viaje era una no declarada separación. Así fue que ella preparó sus cosas y emprendió el regreso con Ceci. Sin tener muy clara su situación, Nicolás permaneció en Sidney sin llegar a establecerse con un negocio. Cierta vez, en medio de una conversación con una psicóloga mejicana con la que solía reunirse, ella le dijo que se daba cuenta que él quería irse, aunque no tuviese en claro adonde. Poco después volvió a Bahía, y poco después del poco después concretó el divorcio con Daniela. Aquí y allá tuvo algunas actividades comerciales, pero se fue convenciendo de que en ese medio su techo era muy bajo. Otra vez apareció alguien que opinó que en Buenos Aires seguramente tendría mayores y mejores oportunidades, también hubo quien le advirtió que no sería nada sencillo. En el divorcio con Daniela había resignado el negocio de insumos agrícolas a cambio de quedarse con la casa; la puso en alquiler y retornó a Buenos Aires. En ninguna oportunidad, a lo largo del tratamiento, Nicolás tomó en cuenta que en vez de arriesgarse a decidir por su cuenta reitera la figura de quien lo insta o le sugiere ir de aquí para allá; las veces que pretendí hacérselo notar fueron recibidas… ignoro cómo fueron recibidas.
Ahora, en su vuelta a Buenos Aires le importó estar cerca de la madre, quien lo ayuda económicamente y con quien se lleva muy bien, es su habitual consultora. No obstante… participó en reuniones de ella y sus amigas, también algún amigo, y estuvo tenso, sin hallarse. Percibo que yo no sabría decir cuánto tiempo del calendario transcurrió desde el traslado a Bahía Blanca, la estancia en Sidney luego, en Bahía por segunda vez hasta el presente de extrañado retorno al inicio. Lo advierto cuando reparo en que dando la razón al tango, Ceci está por cumplir veinte años.
Volvamos a la sesión que permaneció en suspenso: un comentario de Nicolás me espabila: en una madrugada en la que no conciliaba el sueño, lo asaltó la idea de que pudo no ser una buena decisión retornar a Buenos Aires, por más que en Bahía lo del techo, etc. Solicito asociaciones y luego de reiterar comentarios conocidos, se le ocurre que él es un visitante, eso, un visitante, como los equipos de fútbol que juegan en canchas que no son propias. La ocurrencia me resulta relevante, está dicho que Nicolás no frecuenta las metáforas y ésta es una.
En ninguna oportunidad, a lo largo del tratamiento, Nicolás tomó en cuenta que en vez de arriesgarse a decidir por su cuenta reitera la figura de quien lo insta o le sugiere ir de aquí para allá
Decidido a explorarla, le digo que hay una diferencia con los equipos de fútbol que juegan de visitantes, ya que en la fecha siguiente son locales, en tanto él resulta un visitante sin localía. Nicolás acuerda. Luego, lo de ser visitante da paso a una sensación íntimamente relacionada: ser extranjero. No sólo de la realidad que lo circunda, puntualizo, también de sí mismo. De lo primero era consciente, lo segundo lo sacude. Viene a mí el recuerdo de El extranjero de Albert Camus y se me ocurre que si releo esa novela quizá encuentre una clave pero no, me respondo, el escepticismo del protagonista no condice con lo que Nicolás muestra de sí mismo. Meursault, que así se llama el personaje de Camus, observa a los demás con la extrañeza de un extranjero ajeno a la convivencia, en tanto Nicolás se debate por aparentar la cordialidad formal de ser uno entre otros. Quizá un sordo, sórdido Meursault habite su entraña.
Termina la sesión. Antes de retirarse, Nicolás me entrega el dinero correspondiente a los honorarios del día. Le digo que también debe pagar las inasistencias. Pide saber por qué. Dado que su tratamiento cursa a través de Salucard, le informo que la pre-paga lo dispone de esa manera; estoy comenzando a darle mi punto de vista como analista, coincidente, pero me interrumpe con evidente enojo. No puede ser, objeta. Busco mi carpeta con las planillas y comienzo a leerle la parte donde se estipula lo del pago de sesiones pero nuevamente me interrumpe, en creciente ofuscación. Le resulta inadmisible, una intromisión de Salucard en su intimidad. ¡Así no va a continuar! Me pregunta cuándo puede pasar a pagarme las sesiones a las que faltara, contesto que no hay apuro, promete venir la semana siguiente y da por interrumpido el tratamiento.
Un par de días más tarde, recibo varios mensajes de WhatsApp grabados, que a continuación transcribo: Hola Carlos, soy Nicolás. Luego de lo que hablamos me sentí mal, a vos seguramente te dio la impresión de que yo estaba molesto, enojado. Y así fue. Me quedé pensando en el sistema de atención de Salucard, no lo conocía. Al fin y al cabo, no está tan mal, teniendo en cuenta lo que debe ser atender en psicología. Con los pacientes que faltan, que van de aquí para allá, al psicólogo se le despelota la agenda y le genera un inconveniente económico. Vos me dijiste que las entrevistas a las que falté podía pagarlas en otro momento. Fue desconocimiento mío… y cansancio, yo estaba muy cansado. Me pongo mal, no puedo parar la pelota y pensar un poco. Vos conocés mis bajones, los problemas que estoy afrontando, no estoy nada bien. Te quería decir esto, pedirte disculpas por mi modo, si te molestó estás en tu derecho. No era ésa la idea ni lo merecés, al contrario. Así que te pido disculpas. Lo mejor sería verlo en una entrevista la semana que viene, si te parece.
Nicolás se debate por aparentar la cordialidad formal de ser uno entre otros. Quizá un sordo, sórdido Meursault habite su entraña
Le remito la siguiente contestación: Efectivamente, Salucard estipula el pago de las sesiones a las que no se asiste. Las consideraciones que hiciste sobre las faltas son pertinentes, a tal punto que en su momento el propio Freud advirtió algo de ese tenor, debido a variadas resistencias al análisis. Por esa razón, los analistas adoptamos el criterio de que el paciente deba hacerse cargo de las sesiones a las que no asista, lo que es decir que debe hacerse cargo del ir de aquí para allá, según tus palabras. Que una cosa es tener derecho a proceder de ese modo y otra no hacerse cargo. Nada de esto es invento de Salucard. Si te parece, podemos programar un próximo encuentro, un saludo.
No se produjo.