¿Cómo trabajar en la clínica psicoanalítica el encierro narcisista? Ante esta pregunta abierta sobre una cuestión tan vasta, que ha promovido a su vez intervenciones de lo más diversas, trataremos de circunscribir algunas –pocas- generalidades que operen como referencias posibles con el objeto de establecer una comprensión conjunta sobre el asunto propuesto
En principio, trataremos de definir qué vamos a entender aquí como “encierro narcisista”. En segundo lugar procuraremos verlo en algunos casos. Por último, propondremos ideas que sostienen algún procedimiento (aun poco convalidado como intervención psicoanalítica) para abordarlo.
1- EL ENCIERRO NARCISISTA
Para decidir qué entenderemos por “encierro narcisista” necesitamos referirnos aunque sea muy sucintamente –y por remanido que resulte– al invento freudiano.[1]
Freud utiliza el término “narcisismo” en dos sentidos: como una investidura inicial del yo y para definir un tipo de elección de objeto. Ambos usos nos conducen a entender el narcisismo en el marco de la teoría libidinal: las dos entidades, en tanto conceptos, están indisolublemente acopladas. Siguiendo las formulaciones que se enuncian en “Tres ensayos…” (1905), Freud presenta a la libido yoica o narcisista como la “subrogación psíquica de la libido sexual”. De modo que insistiremos en subrayar que el narcisismo es siempre libidinal y sexual y además, nunca se resigna[2] . Esta investidura originaria se cede a los objetos. Si llegase a haber un desengaño, una frustración o una gran desilusión con ellos, la libido se deshace de los objetos investidos y retorna al yo[3].
Precisamente, en Introducción del narcisismo en la teoría libidinal (1914) Freud produce un enunciado revolucionario: el objeto está, de alguna forma, dentro del sujeto. En consecuencia, el sujeto es, en cierto modo, el objeto. Diríamos que el exterior forma parte ontológica del interior puesto que si en el funcionamiento del yo primitivo el narcisismo fracasa en su omnipotencia ilimitada, construye el Ideal del Yo. A su vez, si la unión a la fuerza omnipotente de ese Ideal también se lesiona (lo que significa que queda herido el propio Yo Ideal) se produce un derrumbe de las representaciones de sí que termina por llevar al sujeto a un encierro narcisista.
Entenderemos como encierro narcisista aquel estado en el que, ante lo que un sujeto considera un revés frente a los requerimientos que estima vitales en la constitución de su subjetividad, la libido –al decir de Freud– deja de emitir sus pseudopodios desde el cuerpo de la ameba narcisista y aminora drásticamente sus relaciones objetales. En estos encierros, el movimiento libidinal se estanca y su implosión puede llegar a destruir las funciones esenciales, sobre todo, las del terreno lingüístico. Este terreno, en tanto dotación biológica, es base de los procesos de subjetivación. Las respuestas defensivas frente a cada tipo de derrumbe, configurarán la modalidad de lo que aquí se dio en llamar encierro narcisista.
Ahora bien, no todos los repliegues responden a las mismas causas y por ende, tampoco las estrategias de posibles salidas son iguales. Nos detendremos a continuación sobre dos configuraciones de respuestas neuróticas: la obsesiva y la histérica. Tomamos estas dos –entre muchas otras– a modo de ejemplo, porque nos permiten señalar ciertas cuestiones generales, al tiempo que encuadrar algunos rasgos que el encierro presenta en cada una de ellas.
2- LAS REPUESTAS
¿Podríamos acaso sostener que existen determinantes para definir un tipo de respuesta?
Como se sabe, existe una multiplicidad de respuestas posibles ante condiciones patogénicas semejantes. Además, aunque la estructura patológica presente la recurrencia de un prototipo definido de respuesta, observamos filtraciones de otros patrones. En ese sentido, cualquier búsqueda de sistematización que quiera identificar determinantes que condicionen un cierto tipo de respuestas resultará, de algún modo, esquemático y reduccionista frente a la gama de juegos que se presenta en la clínica. Aun así, nos interesa realizar algunas observaciones que en nuestra práctica pueden resultar de utilidad.
A- Respuesta histérica ante la imposibilidad de presentarse ante sí como se cree que se espera que se sea (la insatisfacción)
En la histeria se hacen visibles algunos excesos en:
- la necesidad de sobresalir
- la necesidad de creerse con una preferencia absoluta (a veces muy mal disimulada)
- la intensidad de los celos (sobre todo, aquellos que identificamos como primarios)
- una rivalidad extrema, resultado de los tres excesos anteriores
- la permanente búsqueda (casi desesperada) de presentarse como objeto de deseo. Sin embargo, al mismo tiempo,
§ con grandes dificultades de aceptarse como tal
§ y con un afinamiento de algún artilugio para conseguirlo (que se presenta en diferentes formas: intelectual, laboral, artística, económica, sexual, etc.)
- la polaridad en relación con la sexualidad: al mismo tiempo que rechaza los aspectos más perversos del agente atractor, se siente, justamente, atraída por ellos: los re-pulsa.
Veamos un caso: Z quería morir escandalosamente. Descubrió que su marido la había engañado con otra mujer con quien se había ido de viaje. Aunque hacía tiempo que no tenían relaciones sexuales, para ella fue una traición insospechada. Lloraba, estaba permanentemente recostada en el sofá de su casa, o agredía a su marido vociferando insultos. Había ido a ver psiquiatras, neurólogos y chamanes. Simultáneamente, se produjo el regreso –después de una prolongada licencia– de la jefa de Z, a quien esta última había reemplazado, y por tanto Z tuvo que volver a su puesto anterior.
Cuenta que su madre fue una persona impasible, exigente hasta la crueldad física; burlona y humillante con sus traspiés; nada le enseñaba. Sus salidas intempestivas sometían a los hijos y al marido a su voluntad.
Z tenía una relación especial con el papá. Dormían juntos la siesta, solos, en paños menores, en la cama “grande”. En el transcurso de esas siestas, la madre aparecía en el cuarto, le decía que se fuera porque ella tenía que hacer “algo” con el padre, y Z veía como cerraba las persianas. Sin embargo, cuando la mamá hablaba mal del padre, Z se aliaba a ella. De modo que ambos padres traspasaron largamente aquellas actitudes que podrían estar encuadradas dentro de lo admisible del Principio del Placer: Z quedó sometida al sadismo materno y a la perversión del padre, A su vez, aprovechó sus pulsiones parciales con ambos, pero quedó encerrada en una complicada configuración en la que perdía gran parte de libertad en la movilidad objetal. Así, la satisfacción pulsional terminó estando divorciada del deseo pero dependiendo de una madre que, al mismo tiempo que imponía el goce, lo prohibía de un modo brutal.
El ingenio identificatorio (en este caso de Z con sus padres) –por terror a perder al objeto o por aliarse con él para quedar eximida del maltrato– constituye el cimiento de la respuesta histérica. Esta configuración parece señalar aquello que faltaría en la sexualidad paterna para que la madre sea totalmente feliz. Vira hacia el padre creyendo sostener el deseo masculino con el fin de que la madre se satisfaga. La pareja visible y pública se nutre de aquello que su respuesta estimula, “sabiendo” que el verdadero deseo es hacia el sujeto de la respuesta histérica[4]. De este modo re-habilita a un padre ideal ¡pero castrándolo como su madre lo hacía!
La crisis narcisista tuvo lugar cuando Z advirtió que ella no había logrado amputar el deseo en su marido, y que en el ámbito laboral el equipo que ella había estado dirigiendo continuó su labor sin su presencia, mientras que ella debió regresar a su lugar secundario. La convicción del no-deseo hacia ella tanto del grupo laboral como de su cónyuge produjo una catástrofe en las representaciones de sí. Excluida de la predilección y de la función de productora y sostenedora del deseo y de su castración, se derrumbó su utópica ilusión fálica y se vio como un trasto laboral y amoroso.
En el comienzo del tratamiento, Z parecía una persona inaccesible. No sólo no se dejaba calmar, sino que las palabras que pretendían ayudarla parecían rebotar contra un muro inafectable. Y aunque en el tratamiento se abordaron los momentos de depresión narcisista, por todas las desenfrenadas escenificaciones que realizó en su hogar y fuera de él[5], la estrategia clínica tomó finalmente otros caminos.
En principio, ante la respuesta histérica, el tenaz y perseverante trabajo psicoanalítico intenta propiciar tanto la desidealización como la desidentificación de los padres, así como también el mayor agotamiento posible de las identificaciones proyectivas sostenidas por las pulsiones parciales. Sin embargo, ¿se podría pensar en algún aspecto adicional para desmontar en el encuentro clínico este encierro narcisista?
B- Respuesta obsesiva ante la imposibilidad de presentarse ante sí como se cree que se espera que se sea (la imposibilidad)
En la repuesta obsesiva la subjetividad parece trabada, estacada. Señalemos algunos de los excesos:
- búsqueda de consistencia en ideas y situaciones que no lo son
- creación de escenarios dilemáticos; de allí,
- cavilaciones
- demandas para que se cierren los problemas con “soluciones” veloces
- construcción de esclavizadores inhumanos a quienes conformar; de allí,
- una extrema ambivalencia de amor y odio
- consideración de que cada representación es signo de “algo”
- una moralina absoluta
- perfeccionismo; de allí
- dificultad en pasar a la acción
- nunca arriesga (no puede jugar) para
- mostrarse inalterable e inmutable
- “cortes de mangas” al deseo de los demás
- el descontrol
R es economista y nació en el exterior. Su padre fue militar de alto rango. A los 16 años, y ante la muerte de su padre, se hizo cargo de su madre y de sus tres hermanas. Sin embargo, ya desde niño había sido inducido a la exigencia de reunir dinero para adquirir los enseres que su madre, sordamente, daba a entender que quería. Situación que el padre parecía no notar. La muerte del padre, contemporánea a la emigración que lo trajo a la Argentina y al inicio de una militancia política intensa, precipitó a R a una adultez prematura.
En la historia de R se cuentan hechos que él cree excepcionales y heroicos: haber quedado vivo después de nacer (nació nueve meses después de que el primer hijo de sus padres falleciera de muerte súbita); haber sido elegido ayudante del sacerdote (R fue “entregado” antes de nacer a la iglesia para poder conseguir –mágicamente– que D’s se apiadara de él y le permitiera seguir con vida); haber logrado concentrar la atención de un número grande de seguidores desde su pubertad; también haber militado en política y haber conseguido un lugar de prestigio dentro de su grupo militante; haber actuado en situaciones de riesgo y haber salido indemne; etc. R se presenta a sí mismo como sacralizado e irreductible.
Si se repasa su historia, se observa que R no pudo sostener en el tiempo ninguna relación. También lo hizo con su tratamiento: fue y volvió varias veces. Parecía que no quería nada, que nada necesitaba.
R cree ser el aval para que las cosas sucedan como deben suceder porque sabe lo que hay que saber. Nada fuera de lo conocido y habitual debería ocurrir. Sin embargo, un día ocurrió que los integrantes de su grupo se dispersaron y todo su afán ideológico y militante quedó en ruinas. Llegó a su primera consulta como petrificado y casi en mutismo. El desengaño y la adversidad de todo lo comprometido en su accionar político, lo derrumbaron.
En esta respuesta – como en todas las respuestas configuradas obsesivamente- la torturante ambivalencia refiere al engranaje del sadismo y el masoquismo. El descontrol, a su vez, tiene que ver con la imposibilidad de sostener las defensas. Cuando el deseo que un sujeto pretende mantener suprimido se manifiesta en una representación o en una acción, la respuesta obsesiva desesperadamente, mágicamente, cree abolirlo retroactivamente con otras acciones y representaciones inversas. Este segundo tiempo de la anulación se conjuga con el segundo tiempo de las formaciones reactivas que también están vinculadas al sadismo. Lo visible es una renuncia “amorosa”, pero una renuncia al fin. Siempre renuncia, retirándose de las coyunturas. Muestra que su fortaleza yoica es invulnerable, tanto como su moral. Asimismo, la parsimonia obsesiva se desencaja cuando falla el aislamiento, y sus actos se asocian con las representaciones de sí como falible o débil. Representaciones que, con gran gasto y esfuerzo, trataron de ser escindidas. Todos estos fracasos, que exhiben sus imposibilidades, originan el estado de descontrol.
Durante el inicio del tratamiento, las actuaciones de R parecían psicopáticas. Sin embargo, después de ellas caía enfermo y quedaba postrado, casi inmóvil, por días. Tenía varias operaciones en su haber. Estos últimos hechos, que indican un sentimiento de culpa y una necesidad de castigo desmesurados, nos llevaron por caminos clínicos divergentes a lo que fenoménicamente aparecía. Algo imposible de ser representado había ocurrido en la vida de R, y su lesionado narcisismo lo precipitó a un derrumbe subjetivo. Algo impensado, de otro tenor, deberá ocurrir en el tratamiento para que se instale la transferencia y el psicoanálisis tenga lugar.
3- HACIENDO HUELLA
a-
La dialéctica planteada por Freud entre biología y cultura ha dado y sigue dando lugar a polémicas entre los representantes de diferentes orientaciones psicoanalíticas.
En la actualidad, algunos filósofos han tomado esta problemática. Entre ellos, Simondon[6], antecesor y antecedente de Virno, y el mismo Virno. Para este último, filósofo político, lingüista y estudioso de los medios de comunicación social, la historia es Historia Natural. Ésta trata de las formas de vida distintivamente humanas. Conjuga en este concepto la comprensión de la Historia como “la contingencia de los sistemas sociales y la sucesión de los modos de producción y como Natural la constitución fisiológica y biológica de nuestra especie” (Virno, Paolo- Cuando el verbo se hace carne- Lenguaje y Naturaleza humana- Cactus/ Tinta Limón Ediciones, pág 153-4. Bs As, 2004), sobre todo, la facultad del lenguaje. Según este autor, es el “inmodificable núcleo biológico lo que califica la existencia del animal humano en los más diversos conjuntos económico-sociales” (ibid). Con el nacimiento, se enlaza la invariabilidad biológica con la contingencia social. Para que sea verdaderamente humana e histórica, la naturaleza humana precisa de la mayor variedad de experiencias y prácticas. Nuestras facultades son biológicas, pero su puesta en acción, sus modos, son históricos. Lo innato es impensable desligado de lo social. Es necesario, a su vez, que los procesos históricos cambiantes se ocupen –concreta y materialmente– de las invariantes biológicas.
Virno[7], basándose en Simondon, postula una realidad preindividual que incluye todo el fondo biológico del ser humano pero en la que nada está singularizado[8]. En este sentido, lo colectivo no sólo potencia los procesos de individuación, sino que también los sostiene y los extiende[9].
Si bien Virno habla específicamente de la facultad del lenguaje, en realidad todas las disposiciones humanas se humanizan, precisamente, en un proceso inacabable que él llama antropogénesis. Nuestra laboriosa construcción de las condiciones para que las potencialidades tengan una práctica humana (social) es permanente. Nadie está exento de construirlas una y otra y cada vez; y esta labor nunca tiene final. No habría un estadio conclusivo en la concreción de nuestras potencias porque éstas coexisten con las facultades que se ponen en actos. Si bien en la práctica la facultad y la praxis aparecen como un solo hecho, la antropogénesis es crónica. Esto ocurre porque no somos animales especializados y porque tampoco tenemos un ambiente determinado: somos desambientados. En nuestra práctica adulta, que creemos acabada, existe siempre una condición lacunosa que refiere al trabajo permanente de apropiarse de las facultades potenciales e indefinidas. Esta condición, Virno la identifica con el componente transindividual de la mente humana que pertenece y alude sólo a la relación entre individuos. Es éste el elemento que liga y fusiona lo psíquico y lo colectivo. Sólo así se materializa el proceso de individuación que, insistimos, es psíquico y es colectivo. Por eso nuestra mente tiene un factor que la hace pública: la naturaleza humana está inserta en el plano privado, en el político y en el social.
Si bien el interés de Virno se centra en la acción política, podríamos decir que el encierro narcisista resulta un refugio para crear –justamente– un ambiente de orientación segura. El contacto con el mundo se ha vuelto hostil y peligroso y el encierro es una vuelta a un baluarte de apariencia inexpugnable, inquebrantable y protegido. Pero el trabajoso proceso de individuación ha quedado detenido y de ese modo se des-materializa la transindividuación en donde lo psíquico es colectivo y lo colectivo es psíquico. De ahí el encierro.
b-
En su artículo La mater del materialismo histórico (de la ensoñación materna al espectro patriarcal)[10], León Rozichner –filósofo y conocedor del Psicoanálisis– despliega el principio de los principios para una concepción material de lo espiritual en el ser humano. Según propone el autor, en nuestro origen hay un Uno absoluto donde nada está separado todavía. El llamado “mundo exterior” se expande allí desde adentro hacia afuera; la materia es ensoñada. Dice Rozichner: “este capullo de imágenes y sensaciones que va floreciendo y se abre en el cuerpo del niño, cuyas raíces se despliegan sin distingo en la tierra de la madre en la que siguen buscando todavía su savia más profunda, esa madre queda contenida como fuente viva en una memoria que, por ser originaria, no tiene espejo para reflejarse porque las palabras como meros signos aún no existían. Cuando el sueño y la vigila se separan, el Uno sensible se mantendrá como el secreto de la unidad imborrable con la madre”. Lo ensoñado penetra en la materia y será el nutriente inconsciente de todo pensamiento. El cuerpo es el que habla (nuestras representaciones pertenecen al cuerpo[11]). En ésta, nuestra primera lengua, no existe la diferencia entre significado y significante. Pero ella abre el sentido de las vocalizaciones de la madre: aquello que debemos suponer cuando hablamos o nos hablan[12]. “El ensueño materno es el éter en el cual el sentido circula”. El sentido tiene lugar en los cuerpos sensibles y sonoros: tiene soporte material. Es en la experimentación desde la propia geografía, donde la superficie es lo profundo y lo profundo es superficie, que tienen lugar las resonancias conjuntas de cadencias, ritmos, aromas, texturas, temperaturas y melodías.
La materia de nuestros sueños es el recibimiento materno. El modo del acogimiento hará marca en las configuraciones de sensaciones y en los discernimientos. Organiza –y así se vuelven concretas– las primeras representaciones perceptuales. Eso que León Rozichner llama “ensoñamiento”, que va más allá del pensamiento pero que lo nutre, se abre en el cuerpo investido en el vínculo materno, en cada momento vivido[13]. Incluso en el pensamiento de mayor abstracción, es el afecto el que contiene el sentido. Si nuestras relaciones adultas son amorosas y generosas es porque están sostenidas por el indestructible e indeleble amor materno que burla al tiempo cronológico[14].
Ahora bien, ¿cómo se construye la barra que separa al significante del significado? ¿Cómo se produce el sujeto? ¿Qué es lo que será necesario transformar en inconsciente y con qué fuerza? ¿De qué manera nos escindimos? ¿Y qué queda escindido en cada quién?
Rozichner apunta a los espectros del mundo exterior materializado en la lengua patriarcal, que desplazan el inicio de nuestra mismidad adecuándonos al mundo social y nos vuelven extranjeros dentro de nosotros mismos. El autor señala que podría decirse que esta operación de desplazamiento tiene lugar a través del terror. La racionalidad (el espectro) desplaza la imagen originaria materna que es, en origen, la propia de cada quien. El espectro es amenazante y compite con el ensueño en el mismo terreno. Cuando el terror aparece, transforma lo ensoñado en espectro de muerte. Frente a él, la madre ensoñada está ausente o se rinde y el cuerpo pierde su natural naturaleza material.
Estos modos de introducir al hijo en el campo del Otro, las maneras de conducirlo, definirán también la condición de la castración en cada sujeto[15].
4- UN PRINCIPIO DE RESPUESTA
Habíamos comenzado nuestro artículo preguntándonos cómo trabajar en la clínica psicoanalítica el encierro narcisista. Los autores arriba mencionados legitiman ciertas operaciones clínicas que algunos profesionales secretamente utilizan. Intervenciones en las que el deseo del analista debe tener lugar, y que parecen disciplinariamente vedadas (quizás por ciertas desmesuras en las que algunos psicoanalistas han incurrido de hecho). Desde ya, no nos referimos a meros comportamientos espontáneos, sino a los estratégicamente ajustados a las condiciones del analizando y al momento del proceso terapéutico.
En este orden de cosas, si es que se ha dado algo de tersura y calidez en el ingreso a la vida social, y si se admite que se siga dando, el encierro narcisista tendrá un nivel más neurótico. A su vez, la imposibilidad de ir creando una melodía y una cadencia conjunta entre analizado y analizante, dificultará enormemente la operación clínica y será indicio para que sea examinado un campo no-neurótico. Así entendida, concebimos la operación clínica como una experiencia en sí, en la cual las intervenciones psicoanalíticas son generadoras de representaciones y afectos novedosos que se producen en el entre de la relación terapéutica[16].
Es desde el modo de entender psicoanalíticamente los caminos que sigue un sujeto para recomponerse frente al sufrimiento, y desde las posiciones arriba expuestas, que aquí proponemos trabajar el encierro narcisista.
BIBLIOGRAFÍA
Freud, Sigmund- Obras Completas- Amorrortu Editores. Buenos Aires, 1988
Virno, Paolo- Cuando el verbo se hace carne- Lenguaje y Naturaleza humana- Cactus/ Tinta Limón Ediciones. Buenos Aires, 2004
Simondon, Gilbert- La individuación a la luz de las nociones de forma y de información- Editorial Cactus y La Cebra Ediciones. Buenos Aires, julio de 2009
Zelcer, Mirta- La Representación. Del paciente y del terapeuta en la sesión psicoanalítica. Editorial Polemos. Buenos Aires, 2002
Edición: Lic. Mariano Zelcer
Buenos Aires, enero de 2011
[1] No haremos el recorrido que Freud realiza desde “Tres ensayos…” hasta el “Esquema…”. Lo tomaremos como tácito y nos ocuparemos de lo necesario para el abordaje de lo aquí requerido.
[2] “…la investidura libidinal narcisista del yo, sería el estado originario realizado en la primera infancia, que sólo es ocultado por los envíos posteriores de la libido, pero se conserva en el fondo, tras ella” (revisiones hechas en 1915 de “Tres ensayos…” (1905).
[3] A este regreso lo llama narcisismo secundario y designa como narcisismo primario al estado inicial previo a cualquier investidura de objeto.
[4] Durante el tratamiento Z recordó cómo –ingenuamente- preparó a su marido para “entregarlo” a la aventura amorosa con su amante: no sólo lo ayudó a acicalarse sino que le dijo a la mujer con la que él viajaba: “te lo dejo para que lo cuides”.
[5] Exhibía frente a quien podía sus desventuras, para despertar compasión y adhesión.
[6] Simondon fue filósofo, físico, profesor en la Universidad de la Sorbona. Dirigió un laboratorio de Psicología General en la Universidad de París V.
[7] Virno tiene como antecedente a Simondon, pero bajo las mismas designaciones, incluye concepciones distintas, aunque no divergentes. Habrían tres conjuntos de factores preindividuales: los de carácter biológico, los de la lengua comunal y los del modo de producción dominante que están en el trasfondo de de la subjetividad en proceso de individuación.
[8] Señala Simondon que “…los conceptos son adecuados solamente a la realidad individuada, y no a la realidad preindividual.” (La individuación a la luz de las nociones de forma y de información- Editorial Cactus y La Cebra Ediciones. Buenos Aires, julio de 2009- pág. 29)
[9] “…la relación no brota entre dos términos que ya serían individuos; es un aspecto de la resonancia interna de un sistema de individuación; forma parte de un estado del sistema. Ese viviente que es a la vez m´s y menos que la unidad conlleva una problemática más vasta que su propio ser. La participación, para el individuo, es el hecho de ser elemento en una individuación más vasta por intermedio de la carga de realidad preindividual que el individuo contiene, es decir, gracias a los potenciales que encierra.”
[10] Artículo no-publicado. Mi agradecimiento a Diego Sztulwark por haberlo facilitado. Intentaré comunicar los conceptos. No podré transmitir su poética.
[11] Zelcer, Mirta- La representación. Del paciente y del analista en la sesión psicoanalítica- Editorial Polemos- Buenos Aires, 2002
[12] Afirma Rozichner: “…la matriz de toda lengua hablada tuvo que formarse para cada uno, y también en nosotros, en ese interregno surgente de la propia historia donde todavía el significante coincidía con el significado sin poder distinguirse, allí donde el sonido rosa melodiosa coincidía con la rosa misma, era la rosa-rosa la misma Cosa en la cual se confundían, porque era allí donde se incubaba la representación-cosa antes de incluirse en la representación-palabra.”
[13] Dice León Rozichner: “si la madre no hubiera abierto con el hijo el espacio de ensoñamiento que es la trama del pensamiento, ninguna lengua hubiera podido crearse, porque no habría habido una materia ensoñada en la cual inscribirse. No hubiera habido un materialismo histórico.”
[14] Señala Rozichner: “No se puede hablar entonces de materialismo, de cuerpo humano, si no recuperamos el “sentido” que, por ser histórico, la experiencia ensoñada con la madre le agrega para siempre a la materia.”
[15] Desde ya, sin eludir que cada época histórica promueve sus modos de alentar o desactivar funciones que producen subjetividad. Los casos aquí presentados son paradigmáticos de la modernidad. En la actualidad, podemos mencionar otras subjetividades en el post-fordismo: la perversión narcisista, lo que se da en llamar “ataques de pánico”, etc.
[16] Zelcer, Mirta- ibid
El sillón de Narciso
1.
El narcisismo tiene mala imagen, vaya paradoja. Tanto entre colegas como entre gente no formada en psicoanálisis suelen escucharse exclamaciones del estilo de “no hay que ser narcisista” o, más enfáticamente, “¡qué narcisista es este tipo o aquella mina!”, etc. etc. Fácilmente se advierte la condena moral: lo del narcisismo está mal y no es difícil inferir que este modo de opinar suele disimular posiciones… narcisistas.
Comenzaré por una provisoria definición de narcisismo: concierne a cierto arrobamiento con la imagen de uno mismo, tengamos presente la leyenda de Narciso capturado por la imagen que le devuelve el agua de un río. De esto puede derivarse que quien esté en esta posición habrá de expresarse con engolada soberbia. No obstante, tampoco la soberbia es un concepto sencillo -ninguno lo es, claro está- ya que al acto relevante de alguien solemos calificarlo de soberbio, y a nadie se le ocurriría asociarlo con lo fatuo. Y próximo a la soberbia tenemos la autoestima, imprescindible para acometer cualquier emprendimiento.
Otra es la cuestión si ubicamos al narcisismo como encierro, lo que acabo de mentar es su opuesto, bajo la forma de acto relevante o emprendimiento. Efectivamente, hay una polarización entre “encierro” y “acto”. El encierro del analista es el de Narciso si el confort del sillón lo disimula, allí donde, ignorante de su situación, queda apresado en su imagen ideal, construida en abigarrado collage con principios no examinados, sus vástagos los axiomas -esas etiquetas que usamos para no perder el equipaje cuando estamos de viaje-, citas memorizadas y a menudo extrapoladas de los maestros que dan ilusoria sustancia a los rasgos que creemos propios. Y no sólo se trata de un equívoco fácilmente visible desde fuera porque también intervienen, como baluartes segundos del encierro, formaciones teóricas y modalidades clínicas resultantes de la “propia” trayectoria que ejercen tiranía; es el caso, muy difundido, de quienes una y otra vez reiteran, como imagen de mismidad, los mismos puntos de vista. Hace años (muchos), en el transcurso de un ateneo clínico en la Asoc. Psicoanalítica Argentina me contaron que un analista presentaba un caso; a cada ocurrencia del sufrido paciente interpretaba, en lo que dimos en llamar “traducción simultánea”, a veces el enfrentamiento con el padre, otras su apetencia por el celo materno, sin descuidar la rivalidad con los hermanos, centrado en la noción imperante acerca del Edipo. En un momento intervino Enrique Racker, quien le habría dicho al terapeuta encerrado en el canon algo del estilo de: “El problema no es que te equivoques, sino que al interpretar todo según el Edipo no te equivocás nunca”. La anécdota es vieja, pero sin dificultad se la puede trasladar a cualquier época modificando el referente teórico.
Antes de ir a la cuestión de fondo, diré que entiendo de importancia, como alternativas al encierro del analista, tres instancias que paso a enumerar: 1) La supervisión, palabra poco feliz porque no se trata de la vista super de alguien sino de poner en foco la escena del análisis, que habilita una mirada tercera que sacuda la tentación narcisista de corroborar con la mediación del paciente en especular puesta en abismo, el antes mencionado ideal analítico. 2) Las presentaciones clínicas en rueda de colegas, donde al quedar uno expuesto se propicia discurrir sobre los fundamentos de la práctica. 3) La escritura de la clínica, con el ejercicio de los múltiples desdoblamientos entre narrar y ser narrado, escribir(se) pero también, luego, una vez alcanzada cierta distancia simbólica, leer(se), argumentar y rebatir(se) contra-argumentando, intentar la narración subjetiva desde quien se analiza quedando uno entre paréntesis o abordar la escena del análisis desde una voz en off y muchas otras alternativas que me llevan a sostener que no es posible sortear el encierro sin las operaciones inherentes a una escritura de la clínica.
2.
Encierro narcisista, inacción. No estará de más una sucinta reseña de la leyenda de Narciso: en Beocia corrían las aguas del dios-río Cefiso; cierto cálido día de verano Liríope, espléndida ninfa acuática, paseaba por sus márgenes cuando el impetuoso Cefiso la hizo suya en su torrente. Nueve meses más tarde, Liríope paría un niño de impar belleza; queriendo saber su futuro consultó al ciego Tiresias, quien inaugurándose como vidente vaticinó crípticamente: “Tendrá larga vida en tanto no se conozca a sí mismo”. El pequeño creció concitando a dioses, ninfas y mujeres mortales con su belleza, pero a todos era indiferente. Entre sus amantes no correspondidos estuvo la ninfa Eco, quien consumida de amor terminó incorporada al granito de los cerros, restando de ella sólo una voz repetidora en eco. Otro de sus pretendientes fue Amenio -también un personaje acuático, hay un río con su nombre- al que Narciso obsequió una espada y desairado terminó suicidándose con ella luego de clamar venganza a los dioses. Artemisa escuchó su rabiosa súplica y preparó una celada. Poco después, luego de una extenuante caminata Narciso divisaría, sediento, un apacible arroyo de plateados destellos que corría en medio de la espesura del bosque; al tenderse a su orilla para calmar la sed lo sobresaltó la visión del doncel que el espejo de agua le devolvía. Extasiado, Narciso no atinaba a moverse y podemos preguntarnos qué veía a través de esa imagen que siendo suya no estaba exenta, en su engañosa calma, del ímpetu paterno, de la hermosura materna y del desairado Amenio, causante de la celada, todos personajes acuáticos, y allí permaneció, absorto en su encierro hasta hundir una daga en su pecho para arrastrar consigo a la muerte la imagen de sí que a nadie pertenecería. Interesa citar a Ovidio, relator de la historia[1], quien le dirige estas palabras: “¡Crédula criatura! ¿De qué te sirven tus vanos esfuerzos por poseer la apariencia fugitiva? El objeto de tu deseo no existe. Al darte vuelta desaparece el destinatario de tu amor. Nada es por sí mismo. Es por ti que aparece y persiste; y sin ti desaparecería, si tuvieses el coraje de partir”.
El vaticinio de Tiresias revela su ambigüedad: en un plano, Narciso reconoce sus rasgos y queda prendado de sí, al igual que sus amantes no correspondidos; si hubiese comprendido la ilusoria pretensión de su deseo, confrontado con los personajes acuáticos que platearon el espejo de agua y con Eco, la fatal repetidora que terminaría inmovilizada, podría haber alcanzado el acto impulsado por el coraje de partir. Y nunca más cierto lo de partir, morir un poco, un desfallecimiento del ideal, condición y posibilidad de la partida. Esa partida, que requiere la declinación del ideal, hubiera sido un acto vital, pero primó la soberbia contraria al acto, la del encierro que cancela la vida, dramatizada en el postrer parlamento de Narciso (versión Ovidio): “¡Desdichado yo que no puedo separarme de mí mismo! A mí me pueden amar otros, pero yo no me puedo amar… Mas no ha de aterrarme la muerte liberadora de todos mis tormentos. Moriría triste si hubiera de sobrevivirme el objeto de mi pasión. Pero bien entiendo que vamos a perder dos almas una sola vida”.
Ubicados ante la disyuntiva de encierro o acto, la lúcida estima de Miguel de Unamuno acerca de la soberbia es aclaratoria[2]. Comienza señalando que “a menos pensamiento, pensamiento más tiránico y absorbente. Es como la soberbia, que aun siendo menor llena más en los espíritus más pequeños”, no puedo menos que pensar en aquello del “burgués pequeño pequeño” de la excelente película protagonizada por Alberto Sordi. Unamuno hipotetiza que si un espíritu tiene una capacidad de cien y su soberbia alcanzara a veinticinco, sería menor que la de quien la tenga en cien, pero si su capacidad espiritual fuese de mil, en el primero la soberbia ocuparía la cuarta parte y en el segundo sólo un décimo. “De aquí lo ridículo de la soberbia de los espíritus pequeños” afirma, dándonos una pista para entender la cristiana promesa de un reino celestial para los pobres de espíritu.
Luego de una serie de consideraciones asevera que es mala la soberbia ociosa, que reverbera en la propia contemplación, y agrega: “Mas desde el momento en que, persuadido uno de su superioridad, se lanza a obrar -en Ovidio se trata del coraje de partir- y desea que esa superioridad se manifieste en obras, cuando su soberbia pasa de contemplativa a activa, entonces pierde su ponzoña, y hasta puede llegar a ser, y de hecho llega a ser muchas veces, una verdadera virtud, y virtud en el sentido más primitivo, en el etimológico de la palabra virtus, valor. Soberbia cuyos fundamentos se ponen al toque de ensayo y comprobación de los demás, deja de ser algo malo. La soberbia contemplativa es la que envenena el alma y la paraliza. La activa, no -damos con la polaridad antes señalada entre encierro narcisista y acto-. La mala es la soberbia del que por no ver discutida, o aun negada, su superioridad no la pone a prueba. La lucha purifica toda pasión... Obrar es ser humilde, y abstenerse de obrar suele, con harta frecuencia, ser soberbia. Observad que las pinturas más sombrías de los males de la soberbia proceden de los abstinentes, de los que se abstienen de obrar, de los más puramente contemplativos. Las más acabadas pinturas de los estragos de la soberbia vienen de los profesionales de la humildad, de los que toman la humildad por oficio, presos de la soberbia contemplativa, como las más vivas pinturas de la lujuria vienen de los que han hecho voto de castidad”.
Narciso es casto, enorme precio pagado a una pureza suicida. Consecuentes con la estima de Unamuno debiéramos preguntarnos cuánto de narcisa castidad hay en nuestros cotidianos encierros, sean del orden que fuere. Y el pensador vasco concluye, según su estilo, con palabras enfáticas: “Muchas veces se ha fustigado, aunque nunca tanto como se merecen, a nuestras clases neutras, a los que se están en sus casas, so pretexto de que corremos malos tiempos para que los hombres honrados se den a la vida pública; pero no sé si al fustigarlos se ha visto que es soberbia lo que principalmente les retiene en sus casas”. Clases neutras, nulas, de inacabada y sombría soberbia, narcisos blandamente suicidados en el confort de sus sillones.
Carlos D. Pérez
Psicoanalista
correodecarlosperez [at] gmail.com
Notas
[1] Las Metamorfosis (libro tercero). Colección Austral de Espasa-Calpe. Madrid, 1980.
[2] “Sobre la soberbia”, en Almas de jóvenes. Colección Austral de Espasa-Calpe. Madrid, 1968.
Cómo trabaja con… el encierro narcisista
Conceptos para enfocar el tema
Las personas que consultan por distintas formas de encierro narcisista reúnen ciertas características:
1) Dificultad para relacionarse adecuadamente con otras personas, diversas formas de retracción, y escaso contacto con los demás. También es frecuente cierto alejamiento respecto a las propias emociones y fallas en el reconocimiento de las del otro.
Estos problemas se originaron en experiencias vitales infantiles traumáticas que actuaron sobre un terreno constitucional predispuesto, conduciendo al paciente a un encierro en sí mismo de índole defensiva. Esta modalidad está inscripta en registros arcaicos, profundos, en lo que ha dado en llamarse inconsciente escindido, registrado como memoria procedural. Es sobre estas inscripciones que intentará actuar la psicoterapia. Además, el modelo social actual suele reeditar de distintas maneras las experiencias traumáticas iniciales.
Muchos pacientes consultan por una obvia y consciente retracción narcisista. Sin embargo otros tienen -por medio de un falso self- una buena socialización aparente.
Hay quienes se desafectivizan, otros asumen estilos agresivos con propósitos defensivos, o se muestran activos en diversos planos (sexualidad, trabajo, deporte) para ocultar aspectos de su yo.
Otros racionalizan y tienen una presentación más fóbica, adjudicando la causa de su no salida al mundo a diversos miedos bastante alejados de su terror real: el contacto con el otro.
2) Debido a la sensibilidad narcisista de estas personas y al encierro que conlleva, aspectos valiosos de su identidad permanecen confinados, se compromete su creatividad y productividad, y su vida se empobrece en comparación con el potencial que tienen. Si no logran expresar y desarrollar tales núcleos genuinos y vitales el trasfondo vivencial es de fracaso, angustia, y vacío.
3) Se propusieron intentar un tratamiento, lo que implica que poseen algún grado de esperanza. La depositan en nosotros, quienes somos responsables de reconocer la fragilidad, precariedad y angustia de su solicitud, así como la demanda de amor, paciencia, capacidad de frustración y resistencia que exige el trabajo con ellos.
Primeras entrevistas: diagnóstico y aproximación
Cuando constato que un problema relevante para una persona es su encierro narcisista, intento generar en varias entrevistas un perfil diagnóstico.
En este momento crucial comienza la psicoterapia -aunque todavía no se haya formalizado el encuadre-, el vínculo que para estos pacientes será el más importante instrumento terapéutico.
El paciente ha solicitado ayuda y se encuentra vulnerable, abierto al contacto, expuesto. Por ende es una etapa en que el entrevistador podría arruinar las cosas si actúa de modo rígido, apresurado o “inteligentemente” incisivo. Pero también puede afianzar la relación terapéutica si procede de forma adecuada.
Mantengo una actitud continente, abierta y cálida, aunque el paciente parezca en un principio no valorarla. Al mismo tiempo evito cuidadosamente aproximarme más allá de la cuenta: estos pacientes -que mantienen distancia como forma de relación habitual- están atentos a cualquier crítica, rechazo, cuestionamiento o inestabilidad que puedan percibir, y responden con hostilidad y/o miedo, alejándose, retrayéndose.
Demuestro explícitamente un minucioso interés por todo detalle de la historia y personalidad del entrevistado, lo que tiende a satisfacer sus aspectos narcisistas y afianzar el vínculo.
Busco investigar el desarrollo del self, estructura y recursos de personalidad, funcionamiento interpersonal, sufrimiento subjetivo, expectativa de ayuda, factores estresantes externos e internos, apoyo sociofamiliar, etc.
El diagnóstico clínico (frecuentemente un trastorno de la gama esquizoide, o trastorno por evitación, u otras problemáticas de corte neurótico) puede ser valioso como pronóstico, pero muchas veces la singularidad de cada persona queda más allá de toda clasificación. No aspiro a una serie diagnóstica exhaustiva, pero tomar en cuenta el equilibrio de los distintos aspectos permite un mejor plan terapéutico.
Algunos lineamientos de la terapia
Con estos pacientes voy despacio, de modo que no se sientan amenazados. Privilegio el trabajo centrado en el vínculo; es allí donde se han generado los problemas y donde deberá intentarse resolverlos. La empatía y el reconocimiento son ejes fundamentales para aproximarme gradualmente.
Mi propósito es ayudarlos a objetivar y consolidar sus fortalezas para que se sientan más seguros de sí mismos y se permitan dejar emerger sus aspectos valiosos, genuinos (por tanto más vulnerables). Estos serán reconocidos en la terapia al principio y luego en la vida cotidiana. Pretendo que reafirmen los aspectos narcisistas importantes para contactar con el mundo: autoestima, capacidad de creer en sí mismos y sus habilidades, confianza en que podrán defenderse.
Al mismo tiempo intento que constaten que no siempre su entorno es hostil, y que eventualmente los asistirá en su creatividad y desarrollo. Que integren la idea de que tienen posibilidades de compartir sus vivencias con otro, con una “madre suficientemente buena” que les permitirá ir siendo poco a poco, con un “padre no demasiado agresivo o castrador”.
Esto, como casi todo en psicoterapia, es una tarea artesanal.
Por ejemplo, si el paciente es capaz de disfrutar el humor, trato de jugar con él -en los diversos sentidos de este término- para que se sienta valioso y también para ingresar por ese camino a objetivar y hablar de sus miedos e inseguridades.
Si su fortaleza está en la creatividad, busco celebrar sus logros en la medida de lo justo: compartirlos, acompañarlo.
Si tiene determinados gustos artísticos, deportivos, sociales, etc., me intereso por ellos. En algunos casos me es sencillo dadas mis preferencias y habilidades personales, en otros he tenido que introducirme en tópicos bastante aburridos o fastidiosos. Esto incluye a veces salir del encuadre clásico y concurrir a diversos lugares o involucrarme en actividades hipotéticamente infrecuentes en una terapia.
Con estas personas en algún momento del tratamiento (no al principio, cuando necesitan mucha contención) es importante equivocarse y admitirlo sin ambages. El paciente se reafirmará al constatar que puede tener razón frente a alguien idealizado por él. Y también puede serle valioso ver que alguien idealizado se permite mostrarse tonto, inoperante, aburrido o irritante, incluso capaz de burlarse de sí mismo, y que no por ello deja de relacionarse con el mundo ni se castiga desde un superyo sádico.
También es importante recibir su eventual hostilidad como un hecho no demasiado relevante ni destructivo, de modo que se vaya permitiendo incluir cierta agresividad en el contacto con los demás sin temer dañar o ser agredido retaliativamente.
Estos pacientes muchas veces necesitan hablar y manifestarse sin mayores interrupciones durante largos períodos. Necesitan constatar que su derecho a formular ideas, pensamientos, hipótesis, fantasías, afectos, recuerdos, etc., es validado por otra persona. No se trata de considerar siempre sus procesos y creaciones como valiosos o correctos; sólo de que el paciente tenga libertad absoluta para generarlos, utilizarlos, mostrarlos y desecharlos a su antojo, sin críticas ni interrupciones.
Muchas veces la retracción es producto de censuras a la creatividad o interferencias para transitar libre y tranquilamente por el espacio psíquico propio durante la etapa infantil. La posibilidad de hacer ahora lo que no pudieron antes permite a los pacientes reafirmar su identidad.
Este aspecto particular requiere del analista gran paciencia y capacidad de escuchar por largos períodos material con poco sentido, absteniéndose de intervenir.
Las interpretaciones no son el aspecto más importante del trabajo con estas personas. Sirven fundamentalmente como elemento de intercambio, de construcción mutua, de demostración de la capacidad del terapeuta y el paciente de encontrarse, entenderse y hacer juntos.
Pero sí tienen valor cuando llega el momento de identificar los aspectos infantiles que generaron el encierro, aspectos muy frecuentemente teñidos de odio hacia aquellas figuras que hicieron necesaria la retracción narcisista como forma de defender los núcleos más genuinos y sensibles. Al conseguir los pacientes odiar a quienes los atacaron y/o revivir estos sentimientos en la transferencia, podrán reorganizarse internamente e intentar una comunicación más fluida con el mundo; entender y perdonar a quienes les hicieron daño y también reparar sus sentimientos de culpa.
Aquellas interpretaciones que refieren a otros aspectos inconscientes reprimidos quedan para más adelante, cuando el paciente ha logrado sentirse más firme y no huirá ni se sentirá intolerablemente agredido al enfrentarse a ellos.
Son tratamientos que llevan tiempo. El paciente necesita ir poco a poco constatando fuera de la terapia lo que va consiguiendo dentro de ella: que su confianza en sí mismo va progresivamente permitiendo un contacto más confiado, creativo y abierto con los demás. En este sentido, y particularmente en personas graves, será válido integrar por momentos a la familia y allegados, con objeto de evidenciar junto con el paciente sus formas de intercambio y percepción de la realidad, así como para generar estrategias de apoyo. Estos momentos podrán ser también fértiles para trabajar la confianza tanto en el terapeuta como en su entorno.
En casos específicos utilizo fármacos. Particularmente los antidepresivos mejoran el estado de ánimo y la valoración de los logros propios, facilitando la apertura.
Los resultados del trabajo con estas personas a veces son muy buenos. Otros pacientes mejoran parcialmente, y muchos obtienen muy escasos logros, o ninguno. Pero siempre se trata de tratamientos prolongados, con fluctuaciones, frustraciones y momentos de desconcierto. Todos requieren paciencia, tiempo, esperanza compartida, trabajo artesanal, reforzamiento del yo en el vínculo, y más paciencia.
Rafael Sibils
Psicoanalista*
rafasi [at] adinet.com.uy
*Ex-presidente y ex-coordinador de Comisión Científica de la Asociación Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalítica (AUDEPP). Actual vicepresidente de la Sociedad de Psiquiatría del Uruguay (SPU).