Christophe Dejours es un psiquiatra y psicoanalista, profesor del Conservatorio Nacional de Artes y Oficios y director del Laboratorio de Psicología del Trabajo en Francia. Está especializado en temas laborales y posee una vasta producción bibliográfica en su país de origen siendo traducidas al castellano algunas de sus obras, entre ellas, El factor humano (Lumen, 1998), Investigaciones psicoanalíticas sobre el cuerpo (Siglo XXI, 1992) y Trabajo y desgaste mental (Hvmanitas, 1990). El año pasado publicamos La banalización de la injusticia social (Topía, 2006). Su perspectiva implica analizar el sufrimiento en el trabajo en el mundo actual. Sufrimiento negado habitualmente.
Este texto, publicado por primera vez en castellano, implica ahondar en un tema del que mucho se habla, mucho se sufre y poco se profundiza: la hiperactividad profesional. Un concepto mal definido, que Dejours desarrolla en profundidad en este artículo a través de un análisis clínico riguroso.
En el análisis etiológico de los disturbios psicopatológicos vinculados al trabajo, en particular en los casos de suicidio, es difícil distinguir entre lo que resulta propio de la coerción laboral, lo que proviene de la idiosincrasia del sujeto y lo que llega desde los conflictos del espacio privado. En caso de hiperactividad profesional, se tropieza con las mismas dificultades de análisis. ¿Qué contribución puede aportar a la investigación etiológica de la hiperactividad profesional la referencia a la teoría de psicodinámica del trabajo?
Algunas precisiones sobre el uso del término deben ser encaradas antes que nada. La "hiperactividad profesional" es una noción estrictamente descriptiva y no prejuzga acerca de sus causas. Se puede admitir que hay hiperactividad profesional sobre la base de una observación exterior, por simple comparación con el tiempo consagrado al trabajo por los miembros de una comunidad de referencia. En ese caso, el veredicto de hiperactividad se refiere solamente a la cantidad de trabajo o a la duración del trabajo y no concierne a la calidad del trabajo, de la que sabemos que no se puede evaluar por la observación directa (Dejours, 2001). Pero puede admitirse también que hay hiperactividad cuando el sujeto mismo es el que afirma que no logra disminuir una carga de trabajo a la que considera, sin embargo, excesiva. En ese caso, el diagnóstico no responde a la observación de un tercero sino al alegato del sujeto según el cual el exceso de trabajo le es impuesto o se impone a él, a pesar suyo.
Lo que se denomina «workoholism» en cambio, es un diagnóstico que designa a la vez una conducta y una causa precisa: la compulsión, la dependencia psíquica respecto de la actividad y la incapacidad de concederse y gozar de tiempo de descanso. La concepción etiológica subyacente hace referencia, con mayor o menor rigor, a la teoría de la adicción (McDougall, 1978).
El término de hiperactividad profesional remite a la noción de actividad, que conviene distinguir aquí de la de acción. La actividad designa esencialmente gestos, posturas, procesos cognitivos y un compromiso de la afectividad y del cuerpo en la inteligencia práctica que, como la inteligencia astuta, están vectorizados hacia la eficacia del hacer, en el mundo objetivo. Es la referencia a la racionalidad cognitivo-instrumental la que aquí brinda, exclusivamente, los criterios de evaluación de la actividad o de la hiperactividad. La noción de acción implica, por su parte, la reflexión del sujeto acerca de las consecuencias que su actividad pueda tener sobre el prójimo. Los criterios de apreciación se sitúan entonces no solamente en el registro de la eficacia, como para el gestor o el gerente (el actuar estratégico también responde a una estricta racionalidad cognitiva instrumental), sino en el registro moral. En otros términos, la acción supone la referencia explícita a la racionalidad axiológica y a las repercusiones morales y políticas del "trabajar". El diagnóstico de hiperactividad no contiene referencia alguna a la dimensión de la acción en el trabajo.
La hiperactividad, tanto como la actividad, compromete en primer lugar a la subjetividad del trabajador, porque no hay actividad ni destreza profesional sin subjetivación de la materia, de la herramienta o del objeto técnico (Subjektivierendes Handeln, Böhle y Milkau, 1991). Pero el hecho es que a partir de un cierto nivel de intensidad (de cadencia, por ejemplo) o de extensividad (la duración de la jornada de trabajo, por ejemplo), la actividad entra en competencia con la subjetividad. La sobrecarga de trabajo pone en peligro las condiciones necesarias para el juego de la fantasía, la imaginación y la afectividad. La experiencia más elocuente de los efectos deletéreos de la hiperactividad sobre la subjetividad ha sido proporcionada por la "doble tarea" estudiada en particular por Kalsbeeck (1985). Pero hay innumerables ilustraciones de esta situación, tanto en los estudios sobre el estrés (Stora, 1997; Dolan y Arsenault, 1980) cuanto en psicopatología del trabajo (Bégoin, 1957) o en filosofía (Simone Weil, 1941).
La captura gerenciaria
Ha sido desarrollada por V. de Gaulejac (Aubert y de Gaulejac, 1991) y se apoya sobre la hipótesis de una puesta en continuidad o en resonancia del funcionamiento psíquico individual con la cultura empresaria. Del lado del sujeto estarían solicitadas específicamente las instancias ideales, en particular el ideal del yo, las que favorecerían identificaciones heroicas y objetivos de acción prestigiosos o gloriosos. Del lado de la empresa, la "cultura empresaria" y la "comunicación empresaria" ofrecerían bajo formas atractivas promesas de éxito y de realización, de potencia y de riqueza, a cambio de trabajo, entrega a la empresa y adhesión a los valores que esta última promueve.
La captura de las fantasías portadoras de las instancias ideales descansaría sobre el hábil manejo del imaginario por parte de las empresas. Una vez atrapado en esa identificación con los ideales gerenciales, se haría muy difícil para el sujeto liberarse de la manipulación de la que ha sido objeto. Para alcanzar los objetivos fijados por los empresarios y beneficiarse con las promesas que contienen, el sujeto empeñaría su vida entera con riesgo de que en él queden abolidas toda crítica y toda capacidad de resistir al aumento de las prestaciones que de él se esperan.
Los procedimientos autocalmantes
En esta concepción, propuesta por los autores que obran en el terreno de la psicosomática (Szwec, 1998), sólo algunos sujetos predispuestos correrían el riesgo de la hiperactividad. En particular los que, sufriendo precisamente de un déficit de mentalización, es decir de la aptitud para producir fantasías y sueños, tendrían un funcionamiento psíquico caracterizado por la pobreza de la imaginación. Esas particularidades del funcionamiento psíquico mostrarían que en un lugar previo, las defensas psíquicas, en particular la represión, serían poco o nada operantes. Les faltarían por ello instrumentos esenciales para metabolizar la angustia inevitablemente vinculada a los conflictos intra-psíquicos tanto como a los conflictos interpersonales. La actividad psíquica o intelectual ofrecería un exutorio privilegiado para la angustia, pero expondría, como contrapartida, al riesgo del activismo, en la medida en que este último puede, en ciertas condiciones, tener un poder calmante. La hiperactividad funciona entonces como un "procedimiento auto-calmante". Hermosas ilustraciones de ello han sido presentadas, en particular entre los "remeros voluntarios" (Szwec).
Una defensa contra el sufrimiento proveniente del trabajo
En este enfoque, lo que está primero son los apremios laborales. Las cadencias infernales impuestas por el trabajo repetitivo bajo apremio de tiempo, pero también la intensificación del trabajo por efecto de nuevas formas de evaluación individualizada de los resultados, tanto para los obreros cuanto para los técnicos o los ejecutivos (contrato de objetivos), entran en competencia con el funcionamiento psíquico y afectivo. El funcionamiento psíquico y, más ampliamente, el pensamiento movilizado por los afectos, se convierten en un obstáculo para la concentración que la prestación productiva exige. Para minimizar el parasitaje de la actividad por parte de los afectos de sufrimiento, de angustia o de cólera, tanto como por la del ensueño y la distracción, el trabajador se auto-acelera o intensifica su esfuerzo. Gracias a esta estrategia, consigue ocupar con la actividad misma el aparato psíquico en su totalidad y neutralizar todo pensamiento que no estuviera estrictamente vectorizado por la producción. Aunque el origen del proceso esté en los apremios laborales, la "represión pulsional" obtenida con la auto-aceleración supone una parte de consentimiento del sujeto para achicar el espacio necesario al juego de la subjetividad.
Para la primera concepción, la hiperactividad resulta de una manipulación social del imaginario individual. La sobrecarga de trabajo es de origen social. Según la segunda concepción, es por el contrario el déficit de imaginación el que hace del sujeto un hiperactivo compulsivo, dependiente del activismo para calmar su angustia (workoholism), como el alcohólico depende del alcohol o el toxicómano de una droga, para mantener su equilibrio psíquico. Para la tercera concepción, es la estructura de la actividad en tanto está determinada por una organización del trabajo, la que está en la base de un proceso que puede llevar a la alienación.
Cualquiera sea la interpretación etiológica que se adopte, la hiperactividad implica siempre un riesgo para la salud, en la medida en que los procesos intra-subjetivos, en particular aquellos que están implicados en la autoprotección (cf. los "intereses del yo" constituídos por supletoriedad de la auto-conservación), están trabados. Los riesgos para la salud son tematizados como "estrés organizacional" por los defensores de la etiología gerenciaria, como "somatización" por los partidarios de los procedimientos autocalmantes, como "patología de sobrecarga" por los defensores de la etiología de la auto-aceleración defensiva.
En las tres interpretaciones sin embargo, el papel del trabajo en la etiología de la hiperactividad no es en absoluto equivalente. En la tesis del sistema gerenciario, el imaginario de la empresa entra directamente en relación con las instancias psíquicas y la naturaleza de la actividad es contingente. En la tesis de los procedimientos autocalmantes, solo cuenta el activismo. Las especificidades de la actividad también aquí son contingentes. Para la tercera tesis, la estructura de la tarea es una mediación determinante de la hiperactividad.
La tesis "gerenciaria" da cuenta de ciertas coyunturas clínicas, pero se le pueden oponer varios argumentos. El primero viene de la concepción que se hacen los autores de las instancias ideales y de su funcionamiento, por un lado, y de la continuidad que esa concepción supone o afirma entre una instancia psíquica singular (el ideal del yo) y una evolución general de los principios de dirección de las empresas, por el otro.
Volveremos más adelante sobre ésto. El segundo argumento proviene del trabajo: las patologías de sobrecarga surgen también entre trabajadores de los que no se puede suponer que hayan sido manipulados por promesas de status y de posición social prestigiosos o heroicos: por ejemplo los trabajadores en cadena de los mataderos de aves, los trabajadores sociales que sufren de "burn-out", las mujeres, descuartizadas entre el trabajo flexible en las horas libres por un lado, el trabajo doméstico por el otro, etc. La captura gerenciaria es aquí poco verosímil. Las patologías de sobrecarga que más crecen, en los países occidentales, son los trastornos músculo-esqueléticos. Afectan sobre todo a los trabajadores ubicados al pie de la escala socio-profesional que tienen pocas razones para creer en un destino principesco ofrecido por la empresa.
La tesis de los procedimientos autocalmantes supone que sólo los sujetos predispuestos ceden a la hiperactividad. Los otros estarían protegidos. Que tales personalidades existan y que se las encuentra efectivamente entre los hiperactivos es incontrastable. Pero la clínica laboral muestra que, lejos de calmar y de proteger de una descompensación somática a todos los sujetos, la hiperactividad es fuente de sufrimiento y de enfermedades somáticas que seguramente habrían sido evitadas si hubiera sido posible sustraer a esos sujetos a la sobrecarga laboral. Es fácil mostrar también que, desembarazados de la sobrecarga de trabajo impuesta, numerosos sujetos recuperan un funcionamiento psíquico que no tiene nada de "operatorio" (Boyadjian, 1978).
Si se toman en cuenta esas discordancias que la cínica corriente del trabajo opone a las tesis de la captura gerenciaria y de los procedimientos autocalmantes, debe admitirse que el determinismo de la hiperactividad no es simple y que plantea, quizá más fundamentalmente que otros, la cuestión de las relaciones entre libertad y coerción.
La discusión principal cuando se encara la hiperactividad sin patología asociada y sin descompensación, concierne a la interpretación que conviene dar a la queja formulada por una masa de trabajadores que denuncian la sobrecarga laboral y el sufrimiento que ésta les ocasiona. Una queja pues que se enuncia en un contexto en el que la "normalidad" psíquica y somática está conservada.
Llega entonces, inevitablemente, la cuestión planteada por el masoquismo, tan a menudo invocado, en particular por los psicopatólogos, para dar cuenta de la supuesta complacencia de numerosos plañideros con su martirio.
Algunas precisiones acerca de la noción de masoquismo serán sin duda útiles. Se distinguen teóricamente dos niveles en los que se despliega el masoquismo. El masoquismo primario erógeno y el masoquismo secundario. El masoquismo primario erógeno corresponde a una erotización primitiva del incremento de tensión o de excitación que sobreviene en el niño debido a un retraso en la satisfacción de una necesidad o al apaciguamiento de un movimiento pulsional. El incremento de la excitación en el aparato psíquico genera un régimen económico que se opone al principio de placer, es decir al principio según el cual el placer acompaña a la reducción de tensión en el interior del aparato psíquico (principio de Nirvana - Freud, 1920). El masoquismo primario da cuenta del placer paradojal experimentado correlativamente con el mantenimiento de una tensión psíquica elevada. Es llamado erógeno porque es considerado por ciertos autores como el punto de partida de toda la economía erótica, por un lado (Michel Fain, 2000), y de la aptitud para dejar en espera la descarga de la excitación, por el otro. Esa aptitud para la espera, conferida por el masoquismo primario erógeno, ha sido interpretada por algunos como la condición sine qua non para el advenimiento de la fantasía. Entendido de esa manera, ese masoquismo es presentado como el pivote de la transformación de la cantidad (la excitación) en calidad (la representación o la fantasía). Daniel Rosé sintetiza esa aptitud bajo el nombre de "tolerancia (endurance) primaria" (Rosé, 1997).
Aun admitiendo la connotación de la tolerancia, deberá destacarse que el masoquismo primario concierne solamente a procesos rigurosamente intrapsíquicos en los que la subjetividad es puesta a prueba en su capacidad de soportar lo que le llega desde el interior, es decir desde la pulsión y del inconsciente. El exterior, stricto sensu, el medio, no está implicado en lo que designa el concepto de masoquismo primario erógeno, que constituye más bien un eslabón intermedio sobre el cual se apoya el desarrollo psíquico entero.
El masoquismo secundario no remite solamente a la perversión sexual comúnmente designada con ese nombre. Y tampoco se apunta directamente a esta última cuando se lo evoca a propósito de la sobrecarga de trabajo para dar cuenta de la complacencia del sujeto que se queja. El masoquismo secundario descripto por Freud en El problema económico del masoquismo (Freud, 1924), concierne más ampliamente al proceso por el cual el dolor puede gozar del beneficio de una erotización directa. Para Freud, se trata de una disposición casi universal que ya había descripto en 1905 en Tres ensayos de Teoría Sexual. Citándose a sí mismo, Freud escribe: "En los Tres Ensayos de Teoría Sexual, en la sección sobre las fuentes de la sexualidad infantil, planteé que «la excitación sexual aparece como efecto marginal en una amplia serie de procesos interiores, a partir del punto en que la intensidad de ese proceso ha superado ciertos límites cuantitativos». E incluso que «no ocurre quizá nada más o menos significativo en el organismo que no tenga que proporcionar su componente a la excitación de la pulsión sexual». Según ésto, aún la excitación de dolor y de infelicidad debería tener necesariamente esa consecuencia. Esa coexitación libidinal durante la tensión de dolor y de infelicidad sería un mecanismo infantil fisiológico que luego se marchita. Tendría una extensión distinta en las diversas constituciones sexuales, y en todo caso proporcionaría el fundamento fisiológico al que luego se le provee de esa estructura psíquica que es el masoquismo erógeno" (Freud, 1924). En este fragmento Freud se refiere sobre todo al masoquismo primario. Es recién con ulterioridad que esa base puede servir para formar un masoquismo secundario organizado y autónomo: "No nos asombrará enterarnos de que, en determinadas circunstancias, el sadismo o pulsión de destrucción orientado hacia el exterior, proyectado, puede ser reintroyectado, vuelto hacia el interior, regresando de la suerte a su situación anterior. Da entonces el masoquismo secundario, que viene a sumarse al masoquismo original" (ibid. página 16).
No hay, hablando con propiedad, masoquismo secundario (masoquismo común) sino cuando el masoquismo goza del beneficio de la ayuda complementaria del sadismo volcado contra la propia persona o transformado en su contrario. En el origen del masoquismo secundario, está pues el sadismo, considerado por Freud como el movimiento pulsional primordial. Para completar este resumen esquemático habría que darle un lugar particular al masoquismo moral.
Pero estos elementos alcanzan para extraer dos puntos esenciales a nuestro debate; a saber:
Admitiremos que en el sufrimiento laboral, el masoquismo casi siempre acude a la cita y que se forma a partir del sufrimiento, gracias a la coexcitación sexual. La imputación de la tolerancia a la sobrecarga laboral al masoquismo no es una concepción errónea. Donde las interpretaciones divergen es acerca de la parte que le toca a ese masoquismo en la hiperactividad. Para los psicopatólogos que ignoran o niegan las cuestiones específicas de la organización del trabajo, el masoquismo es considerado como el primum movens de la sobrecarga de trabajo: es para gozar de ese sufrimiento que el trabajador se hace hiperactivo.
Para el clínico laboral, esa imputación es a menudo recusable. El origen de la sobrecarga laboral no estaría en el masoquismo sino en la organización del trabajo y en el establecimiento de una estrategia de sometimiento de los trabajadores, debidamente orquestada y que utiliza métodos específicos de gerenciamiento. Si el masoquismo acude a la cita del sufrimiento, sería secundariamente, como defensa y no como primum movens. Y, como cualquier defensa, contribuye efectivamente a la perennización de la situación, así ésta fuera deletérea para la subjetividad y la salud del interesado.
Si el masoquismo es una defensa contra el sufrimiento de la sobrecarga laboral, ¿cuál sería entonces el primum movens de la hiperactividad cuando es cosa de sujetos que no son ni perversos ni "esclavos de la cantidad" sino neuróticos comunes?
La libertad de salirse del trabajo cuando este último lleva al exceso de esfuerzo y a la sobrecarga está limitado por coerciones por una parte y por conflictos internos por la otra.
Coerción
Para la mayoría de la gente común, acceder a un empleo y conservarlo, aún cuando genere una sobrecarga laboral y ponga en riesgo la salud, resulta de la "disciplina del hambre". ¡El trabajo es antes que nada un medio de sustento!
El empleo es también, como recientemente han insistido ciertos autores (Castel, 1995), un medio esencial de afiliación social y una condición para acceder a ciertos derechos, en particular el derecho a la protección social y a los cuidados para sí mismo y para su familia en caso de enfermedad.
La desigualdad de los interlocutores en el contrato laboral, en tanto resulta de las relaciones de dominación, permite ejercer una coerción sobre el asalariado y es eso mismo lo que constituye la causa principal de la sobrecarga laboral. Antes de que el movimiento obrero se hubiera construido a fines del siglo XIX y que las leyes sociales acerca de la reducción de la jornada de trabajo hubieran sido arrancadas por la lucha, hombres, mujeres y niños sufrían y a menudo morían de sobrecarga laboral (Villermé, 1840). El masoquismo seguramente no era el primum movens de ese estado de cosas. La erosión actual del derecho laboral y las múltiples derogaciones y soslayos de la ley a partir del viraje neoliberal, amenazan hoy a una porción creciente de los trabajadores con patologías de sobrecarga.
Conflictos
El término conflicto no remite aquí a su significación social (los conflictos laborales y las huelgas), sino a los conflictos intrapsíquicos. Las investigaciones interdisciplinarias entre psicodinámica laboral y ciencias sociales han mostrado que, en las relaciones laborales, se disputan varias dinámicas, que han sido tematizadas bajo el nombre de "centralidad del trabajo", esenciales tanto para la subjetividad cuanto para la sociedad. El acceso a un empleo es, se sabe, algo en lo que está en juego el reconocimiento social, por vía de la identidad atribuída, conferida desde el exterior a un sujeto por su estatuto profesional (Dubar, 1996; Sainsaulieu, 1977). El trabajo es también un mediador esencial de la construcción de la identidad psicológica (psicodinámica del reconocimiento con sus dos partes: la pertenencia y la identidad propiamente dicha). El trabajo además, por el intermedio del entender la práctica que involucra al cuerpo, es una prueba para la subjetividad en la que lo que se juega es el crecimiento de la subjetividad. Por ello, el trabajo puede desempeñar un papel capital en la realización de sí mismo.
Pero el trabajo es también un poderoso medio para aportar una contribución a la evolución de la sociedad, es decir que es un mediador de la acción. En ciertas condiciones, es un medio de emancipación (la emancipación de las mujeres respecto de la dominación de los hombres pasa por el trabajo).
Finalmente el trabajo es una prueba en la que la Kultur se reitera en cada subjetividad o, por el contrario, choca en ella contra una negativa que la descalifica, por lo que cada subjetividad es también responsable de la conservación de dicha Kultur: «Kulturarbeit» para retomar el término de Freud que ha sido bien comentado por Nathalie Zaltzman (1999).
En razón de las múltiples dimensiones psicodinámicas implicadas por el trabajo, la constitución de un ajuste viable y evolutivo entre subjetividad y trabajo no es fácil. Cuando un compromiso ha sido constituído, lo que proviene por una parte de la suerte y por la otra del talento del sujeto para sacar el mejor partido de las situaciones, constituye una verdadera conquista que tiene por precio los esfuerzos que le han sido consagrados. En ese caso se constituye un verdadero apego a su trabajo, el cual es fácil distinguir de una adicción (el comentario acerca de la relación subjetiva con el trabajo no es para nada parecido en ambos casos). Cuando la situación se degrada bajo los efectos de la sobrecarga laboral, no es fácil liberarse de esa relación con el trabajo, ya que hay mucho que perder: "más vale pájaro en mano que cien volando"; "se sabe lo que se deja pero no lo que se gana". La liberación no ofrece, en efecto, seguridad alguna de un compromiso o de un mejor devenir. La vacilación es el compañero consciente de un conflicto de investidura que compromete a toda la subjetividad.
Este recuerdo esquemático de lo que se juega en la relación subjetiva al trabajo para la protección y la realización de sí mismo está destinado sobre todo a mostrar que el activismo no puede ser fácilmente efecto de una captura directa por parte del imaginario social, ni de una compulsividad sin contraparte. El ajuste personal a una situación laboral supone demasiadas etapas complejas para que determinismos directos puedan ejercerse sobre las conductas humanas sin conflictos, es decir sin perplejidad, sin angustia, sin vacilaciones, sin reflexión, sin esfuerzo sobre sí mismo.
Sin embargo, las situaciones descriptas bajo la rúbrica del sistema gerenciario y de los procedimientos autocalmantes existen. Pero no alcanzan a dar cuenta del conjunto de las situaciones de hiperactividad. ¿Es posible entonces hacer de cada configuración etiopatógena un diagnóstico diferencial? Sin duda, pero hay que pasar por una investigación difícil, en la medida en que hay que tomar en cuenta tres trampas clínicas y pesados apremios teóricos.
* Cuando la hiperactividad ocasiona una sobrecarga psíquica, siempre se encuentra en primer plano un embotamiento del pensamiento que se impone para derivar en un pensamiento operatorio en el sentido que este término tiene en psicosomática (Marty, de M’Uzan, 1963). Y si no se avanza más allá que este primer diagnóstico clínico, resulta muy tentador atribuir la etiología a una estructura de personalidad subyacente, de tipo neurosis de carácter o de comportamiento, en busca de procedimiento autocalmante. De hecho este pensamiento operatorio también puede ser el término de un proceso que parte de una personalidad psiconeurótica, vencida finalmente por la intensidad del trabajo y la autoaceleración defensiva contra el sufrimiento resultante del apremio productivo.
* El discurso manifiesto, en caso de sobrecarga psíquica, no siempre es operatorio. A veces puede estar organizado en base a los estereotipos masivamente propuestos por la cultura empresaria y la celebración del prestigio y de la grandiosidad de la excelencia y el rendimiento. El discurso manifiesto refleja entonces la ideología triunfalista, pero funciona sobre todo como una racionalización, en el sentido psiquiátrico del término, es decir como una justificación paralógica de la conducta de hiperactividad que permite defenderse contra la ambivalencia ideo-afectiva que acarrea el sufrimiento laboral. El discurso manifiesto presenta al sujeto como un campeón de la ideología gerencial. En ésto, como en el caso precedente, si no se va más allá de este discurso manifiesto, se corre el riesgo de considerar a la captura gerenciaria como el primum movens de la hiperactividad, es decir de confundir la racionalización defensiva con un deseo o aspiraciones auténticas del sujeto1.
* El masoquismo: en casi todos los ejemplos se encuentra algo de masoquismo en la palabra del paciente que se queja de sobrecarga laboral. Resulta tentador para algunos clínicos apoderarse de este elemento para explicar el activismo profesional y considerarlo suficiente. Pero como hemos visto más arriba, el masoquismo es a menudo un efecto secundario del sufrimiento y no su primum movens. El diagnóstico etiológico del masoquismo como causa de la hiperactividad, no es admisible más que cuando el masoquismo como efecto secundario ha sido debidamente refutado por una argumentación clínica.
Cuestionar la congruencia simple entre el diagnóstico de superficie y la etiología subyacente (entre los síntomas y la "estructura" de personalidad) supone una experiencia profundizada del manejo coordinado de tres corpus teóricos: la teoría psicoanalítica del sujeto, la teoría de las relaciones sociales de dominación y de género, la teoría del trabajo y de la actividad.
Si para mantener juntas las referencias a los tres corpus teóricos evocados es necesario pasar por un sincretismo, no hay que esperar de ello ventaja alguna en cuanto al psicologismo o al sociologismo2. ¿Por qué? Porque la dosificación entre las tres series de determinismos en la etiología de la hiperactividad sería entonces arbitraria y dependería de las preferencias de cada clínico. El sincretismo arruina el poder discriminador de la teoría para confirmar o rechazar una interpretación etiológica. La psicodinámica laboral propone una teoría no sincrética de la relación subjetiva con el trabajo. Pero su manejo, hay que reconocerlo, es difícil. Dentro de la investigación etiológica, para poder rechazar o confirmar el análisis hay que resignarse a tomar la palabra del que se queja de sobrecarga. Pero es dudoso que se logre la validación de una interpretación a partir de una sola entrevista. Porque en última instancia, es el trabajo psíquico del paciente mismo y la evolución, la profundización de ese trabajo, lo que constituye la verificación de la interpretación etiológica, y no el diagnóstico del experto. Cuando se da al paciente el tiempo necesario para la elaboración de su experiencia de la hiperactividad, se constata en efecto que la vacilación diagnóstica no sólo está del lado del clínico, también está en el paciente mismo. Si se le dan al paciente las condiciones para ese trabajo psíquico, siempre se llega, después de un plazo, a una delimitación precisa de lo que corresponde a la coerción organizacional en la hiperactividad y eventualmente en la patología de sobrecarga que es su consecuencia (burn-out, TMS, patologías cardiovasculares, depresión, tentativas de suicidio).
El diagnóstico etiológico queda firmemente establecido cuando el paciente ha logrado captar, por una parte, el proceso por el cual se ha dejado arrastrar, y por la otra, las razones por las cuales no puede librarse de su sumisión a la organización del trabajo y a la hiperactividad. En general, la validación es brindada por la readecuación de la relación con el trabajo (incluso con el empleo) que el paciente logra hacer. La perlaboración del sufrimiento funciona en efecto simultáneamente como una reapropiación que permite al paciente volver a tomar su situación en sus manos.
La investigación clínica sobre la hiperactividad realizada con los pacientes llegados a consulta por síntomas de sobrecarga laboral muestra en todos los casos que la hiperactividad es la consecuencia evolutiva de los esfuerzos considerables, desplegados con anterioridad por el sujeto para asumir los apremios crecientes impuestos por la organización del trabajo sin dejar de producir un trabajo de calidad. Para decirlo en otros términos, cada vez que un trabajador consigue implicarse subjetivamente en su trabajo, es decir hacerlo concienzudamente, se vuelve como contrapartida vulnerable al riesgo de la hiperactividad. Y esto vale para cualquier trabajador, cualquiera sea su estructura mental y cualquiera sea la ideología gerencial de la empresa o del servicio que lo empleen.
Ahora bien, las nuevas formas de organización del trabajo integran progresivamente dentro de sus técnicas medios específicos de manipulación de la conciencia profesional, en particular la evaluación individualizada de los rendimientos y los contratos de objetivos. Muchos trabajadores, padeciendo sobrecarga laboral, son víctimas de esas técnicas3.
Devolver la responsabilidad de la hiperactividad únicamente al trabajador, es prescribirle de facto que ceda sobre al menos una parte de su conciencia profesional: ¡si quiere sufrir menos, que mantenga los objetivos cuantitativos aunque tenga que disimular los incumplimientos en cuanto a la calidad!
Los que se muestran irónicos respecto de los hiperactivos o que los califican con facilidad de "workoholics", harían bien en darse cuenta de que con la generalización de las nuevas formas de organización del trabajo, de gestión y de gerenciamiento sólo permanecerán "normales" (es decir capaces de escapar a la hiperactividad) aquellos que hayan deliberadamente, incluso racionalmente, decidido ceder en cuanto a su conciencia profesional.
CRISTOPHE DEJOURS
Psiquiatra y Psicoanalista.
dejours [at] cnam.fr
Traducción: Miguel Carlos Enrique Tronquoy
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Notas
1 La manera en que los conceptos de ideal del yo y de narcisismo son utilizados en esta concepción merece una discusión teórica, pero no es indispensable para el análisis etiológico aquí presentado.
2 El sociologismo consiste en desconocer el funcionamiento de las defensas psíquicas y lo que opone a la dominación en cuanto recursos defensivos. El psicologismo consiste en desconocer las coerciones de la dominación, de las relaciones sociales y de género.
3 Otrora, en el trabajo repetitivo bajo coerción de tiempo, se percibía fácilmente la diferencia entre dos tipos de situación: la del trabajo "por tarea", del trabajo "a destajo" o de las primas por rendimiento por una parte, la del trabajo por hora o mensualidad fija, por la otra. Aunque la primera fuera netamente más penosa y acarreaba a menudo patologías de sobrecarga, nunca se habría evocado a su propósito un workoholismo cualquiera. En cuanto a la segunda, no excluía los fenómenos de autoaceleración defensiva. Pero tampoco se hablaba a ese respecto de workoholismo.
La evaluación individualizada de los rendimientos funciona sobre otros resortes psicológicos y puede ponerse en práctica en casi todas las formas de producción y no solamente en el trabajo repetitivo bajo apremio de tiempo. Cuando esta evaluación se acopla con la amenaza de despido, es capaz de producir estragos que van mucho más allá de la sobrecarga laboral, en particular las patologías de la soledad y la degradación de la calidad, de la seguridad laboral, y del sentimiento subjetivo de seguridad. (Dejours, 2003).