Ver desde hace casi ya dos años la ciudad luz apagada no deja de ser un golpe fuerte al imaginario y a nuestro cotidiano. La pandemia ataco Panam podríamos decir que por etapas. En un primer momento, y como siempre, el famoso virus era algo que les pasaba a las gentes que viven “por ahí”, es decir, lejos de París, lejos de Francia, después empezó a llegar, dicen que por un avión militar que venía de China, por una reunión de evangelistas…no se sabe, un turista chino murió en el hospital “Hôtel Dieu”, que está a 50 metros de la catedral de Notre Dame, pero bueno era un turista, un chino y no muy joven. La cuestión es que una semana después que el ministro de salud dijera formalmente que no había ya ningún caso de coronavirus en Francia, la pandemia se invitó solita y se nos cayó arriba.
Apenas algunos intelectuales señalaron el hecho de que, pandemia o no pandemia, estábamos asistiendo a un control de la población a pasos agigantados, un avance increíble del biopoder
Recibimos una creciente información sobre los peligros que nos amenazan y nos sentimos impotentes para afrontarlos. Como una reacción al optimismo de la Modernidad, el pesimismo de la Posmodernidad se muestra tanto o más exagerado. Nada de ilusiones, de sueños de utopías: la roca sobre la que reposa la ruptura histórica que representa el fin del mito del progreso y único valor creíble de esta época de crisis es el individuo. Para ponerlo en otros términos: es cada uno de nosotros en tanto que individuos pendientes de sus ocupaciones y preocupado por sus intereses; mi cuenta en el banco y mi estado de salud, los dos ejes “reales” que sostienen y limitan el mundo-embudo del individuo.
Si nos aproximamos un poco más a este personaje que es el individuo, vamos a constatar que esta deterritorialización, esta no pertenencia radical sobre la cual se funda va mucho más allá de lo que parecería de entrada. El individuo de la posmodernidad se percibe como no perteneciendo más a un pueblo, a una nación o a una cultura, y apenas a una familia o a una relación afectiva cualquiera.
Solamente el escribir el título de este texto me da escalofríos, creo escuchar, o por lo menos lo imagino, una risa “diabólica”, la amenaza se actualiza, la fragilidad de la vida se manifiesta: ¡el mal existe!
En efecto, si bien la cuestión del mal evoca inmediatamente un territorio teológico, místico, la diferencia reside en el hecho que siempre hizo falta mucha tinta y mucha fe para creer en dios y que, por el contrario, nadie duda de la existencia del mal.
Pero ¿qué es el mal? y ¿cómo podemos pensar hoy, en 2012, esta cuestión?
El último viernes 23 de septiembre la «compania de la follia» presentó en París un espectáculo que ya han mostrado en muchos lugares del mundo, se trata de su obra sobre la vida de Franco Basaglia.
La «compania de la follia» es (como muchos lectores de Topía deben saberlo) el Grupo de Teatro de Trieste, ese que acompañó la gesta de Basaglia en el cierre de los manicomios. A la velada asistían los «históricos» de Trieste, como por ejemplo Pepe Dell’Acqua, entre otros. De qué manera una tal velada terminó en profunda mufa y bronca… es lo que trataremos de contar.
EDITORIAL: La cólera neofascista y la trama corposubjetiva en la que se desarrolla el miedo. Enrique Carpintero
DOSSIER: LA POTENCIA DE LA ALEGRÍA EN TIEMPOS DE CÓLERA Cristián Sucksdorf, Tom Máscolo y César Hazaki Además escriben:Ariadna Eckerdt, Juan Duarte, Mabel Bellucci
Trotsky y el psicoanálisis. Helmut Dahmer
ÁREA CORPORAL: Signos de identidad. Tatuajes, piercings y otras marcas corporales. David Le Breton
TOPÍA EN LA CLÍNICA: EL PSICOANÁLISIS A DISTANCIA TRAS LA PANDEMIA. Eduardo Müller, Marina Calvo, Lucía Plans y Agostina García Serrano
Carla Delladonna (compiladora), Rocío Uceda (compiladora), Paulina Bais, María Sol Berti, Susana Di Pato, Marta Fernández Boccardo, Romina Gangemi, Maiara García Dalurzo, Bárbara Mariscotti, Agustín Micheletti, María Laura Peretti, Malena Robledo, Georgina Ruso Sierra