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Pandemia en Panam

 

Ver desde hace casi ya dos años la ciudad luz apagada no deja de ser un golpe fuerte al imaginario y a nuestro cotidiano. La pandemia ataco Panam podríamos decir que por etapas. En un primer momento, y como siempre, el famoso virus era algo que les pasaba a las gentes que viven “por ahí”, es decir, lejos de París, lejos de Francia, después empezó a llegar, dicen que por un avión militar que venía de China, por una reunión de evangelistas…no se sabe, un turista chino murió en el hospital “Hôtel Dieu”, que está a 50 metros de la catedral de Notre Dame, pero bueno era un turista, un chino y no muy joven. La cuestión es que una semana después que el ministro de salud dijera formalmente que no había ya ningún caso de coronavirus en Francia, la pandemia se invitó solita y se nos cayó arriba.

Apenas algunos intelectuales señalaron el hecho de que, pandemia o no pandemia, estábamos asistiendo a un control de la población a pasos agigantados, un avance increíble del biopoder

Entonces las cosas tomaron un carácter serio, si podemos decir así, es decir, el ministro, varios ministros, profesores y gente que sabe, dijeron, no hay que besarse, no hay que abrazarse, y sobre todo no hay que ponerse barbijos porque eso puede ser muy grave…

Finalmente, con fechas más o menos paralelas a la Argentina el joven presidente Macron tomó aires de mariscal y por la red nacional de difusión nos dijo que estábamos en guerra, que empezaba el confinamiento que, por supuesto, íbamos a ganar patrióticamente la guerra, y bueno, todo el mundo a casa.

Una vieja y simpática tradición francesa re emergió del fondo del “patriotismo”, y los vecinos denunciaban y atacaban a los otros vecinos, que osaban salir más de media hora por día o que aparentemente no se comportaban como se debe… en una guerra.

Pero, no olvidemos, estamos en el país de Pasteur, la vacuna… la vacuna, debíamos esperar y confiar en la ciencia. Recordemos que una característica muy cómica del pueblo galo es de creer en la racionalidad, es una creencia que incluye, por ejemplo, entre otras cosas, la creencia dogmática y ciega en la laicidad, todo francés desde el profesor que sabe, hasta el analfabeto o semianalfabeto más profundo, dice muchas veces por día; “nous sommes cartésiens”. Dicho de otra manera, si la mayor parte de los galos ignoran absolutamente quien fue el autor del Discurso del Método, los descendientes de Asterix son, genéticamente racionales.

De esta manera, por ejemplo, nunca un francés te preguntará si has leído tal o tal libro, eso sería tomado como una ofensa, simplemente te dirá, ¿Hace mucho que no relees a Tolstoi? O bien, estoy releyendo Hugo…

Para nosotros, los metteques3, la cosa es sorprendente, finalmente uno llega a la conclusión que los franceses nacen habiendo leído todo y después durante sus vidas, a veces, releen algún libro…o no.

De este modo no fue complicado explicar que los que saben y los que no saben, no saben. La hora del mariscal científico, del especialista había llegado, un comité científico debía explicar qué hacer y cómo hacerlo. Una suerte de república platónica donde los consejeros del rey no eran ya filósofos sino científicos, no tardó en instalarse.

Estado de excepción, urgencia de guerra… en síntesis, una semana antes de esta “declaración de guerra” al virus, (recordemos que dado que un virus no es realmente un ser vivo, difícilmente estará al tanto de una tal declaración), una semana antes decíamos, los chalecos amarillos hacían temblar al presidente empresario, Macron.

Por supuesto que las libertades democráticas -el derecho a manifestar, las disidencias- en un estado de guerra son traiciones… terrorismos. De esta manera, los miembros del cuerpo médico y paramédico que estaban sufriendo un terrible plan de “ajuste”, es decir, despedían personal y cerraban servicios y dispensarios, comprendieron, o debieron comprender que no era el momento de desertar, ellos estaban designados como la primera línea en la lucha. Pese a tanto heroísmo, en los peores momentos del primer confinamiento el plan de ajuste siguió su camino. No hay que olvidar que la “realidad económica” es la verdadera realidad.

Los jubilados, los trabajadores de todos los sectores que desarrollaban hasta marzo de 2020 luchas muy fuertes debieron ellos también hacer prueba de su patriotismo, o por lo menos mostrar que no eran traidores a la patria.

Así nos encontramos en un estado muy particular de la democracia francesa. El gobierno decía a los/as ciudadanos/as, ustedes no saben, no pueden, ni deben opinar. De esta manera, cada vez que algún ciudadano/a, o algún líder político trataba de transmitir un punto de vista crítico a la respuesta oficial, ampliamente difundida por los medios, se planteaba que los que no son técnicos no pueden decir nada. Lo cual es en sí increíble dado que el mismo argumento debería poder ser enunciado en cada ocasión de una elección; después de todo; qué saben los electores sobre la macroeconomía, sobre el mundo digital, sobre los organismos genéticamente modificados… ¿Qué saben?

O sea que a la sombra del estado de urgencia, los franceses vieron aparecer un desprecio total hacia su capacidad de entender lo que estaba pasando, o de entender cualquier cosa. Pero a medida que la vida cotidiana, el mundo mismo, se volvía incomprensible, oscuro, amenazador, menos debía el ciudadano meterse en lo que no le importa, es decir, su vida.

La articulación entre el sentido común y el pensamiento crítico o lógico que, cuando funciona bien, puede crear un “buen sentido”, estaba rota. Los médicos, enfermeras, maestros, barrenderos, operarios, etcétera, a los que se les había dicho que sus reivindicaciones eran infantiles, que el principio de realidad debía mostrarles que cuando no hay plata, no hay plata…, el gobierno, tomando una actitud paternal y al mismo tiempo pedagógica, mostraba a los trabajadores los bolsillos vacíos. No hay plata y todo ciudadano responsable no pide lo que no hay. Sin embargo, los mismos ciudadanos vieron aparecer de la galera miles y miles de millones de euros. ¿De dónde salían? ¿A qué economía correspondían? ¿Por qué no había nada antes y ahora había tanto?…

Macron había ganado las elecciones para poder imponer el proceso neoliberal hasta el fondo y sin ningún freno, la pandemia solo aceleró este proceso

Pese a tantas incoherencias, en Francia no hubo durante mucho tiempo una contestación a las medidas sanitarias impuestas. El mismo ministro que desaconsejaba doctoralmente el uso de barbijos, impuso autoritariamente su utilización. Apenas algunos intelectuales señalaron el hecho de que, pandemia o no pandemia, estábamos asistiendo a un control de la población a pasos agigantados, un avance increíble del biopoder. Es decir, cuando el poder toma como objeto de su acción los cuerpos, la masa biológica, la vida misma, dejando de lado todas las dimensiones conflictivas y simbólicas.

Las idas y venidas del poder francés no fueron muy diferentes que la de los otros gobernantes, Macron había ganado las elecciones para poder imponer el proceso neoliberal hasta el fondo y sin ningún freno, la pandemia solo aceleró este proceso.

Ni el neoliberalismo que incorporó la sociedad, ni el avance de la digitalización disciplinaria, la virtualización de los lazos sociales, la delegación masiva de las funciones sociales e individuales hacia las “maquinas inteligentes”, no hicieron más que acelerarse rápidamente, sin ninguna resistencia durante más de un año.

Quizás la sorpresa, o lo poco esperado es lo que está sucediendo en Francia en estos dos últimos meses. En plena campaña de vacunación masiva una ola de contestación gana cada sábado (como con los chalecos amarillos) más y más adeptos.

Los contestatarios son antivacunas, de extrema derecha, de extrema izquierda, chalecos amarillos, complotistas, una suerte de cambalache antisistema, pero sin ningún proyecto común evocable

Estos grupos contestatarios, múltiples y muy variados que no tienen un eje único; sin jefes, sin programa, pero que reúnen cada sábado en pleno verano unas 300.000 personas que protestan contra el pasaporte sanitario, contra la vacuna, sin los cuales es imposible ir a un bar, un restaurante, un cine o un teatro o a un centro comercial. Los contestatarios son antivacunas, de extrema derecha, de extrema izquierda, chalecos amarillos, complotistas, una suerte de cambalache antisistema, pero sin ningún proyecto común evocable.

Pero, lo que sí es común a estos contestatarios, es una particularidad francesa, la desconfianza total en la racionalidad científica, en las vanguardias, en las llamadas “elites”. Existe de forma difusa pero profunda, una crítica a lo que podríamos llamar el fracaso de la racionalidad moderna. En estas manifestaciones se critica lo que es considerado como la dominación del racionalismo cartesiano que ignora, según ellos, todo sobre la vida.

Es muy complicado situarse frente a estas tendencias críticas. Por un lado, no podemos negar que uno de los procesos históricos actuales más profundos se estructura alrededor de la conciencia del antropoceno, sus consecuencias, las amenazas que existen sobre toda forma de vida. En efecto, el sujeto cartesiano, moderno, ese que se extraía del mundo para mejor conocerlo y manejarlo, ese que obedecía a la consigna de Descartes: “hacerse amo y poseedor de la naturaleza”, ese hombre viril y conquistador está hoy en el banquillo de los acusados.

En Francia la sociedad se encuentra claramente dividida y enfrentada, están los pro vacuna, pro control, pro disciplina, en nombre de “los que saben”, y la oposición que en la mayor parte de los casos evoca un cierto oscurantismo anticientífico

Pero, por otra parte, es difícil de adherir a una crítica oscurantista de la racionalidad. Difícil adherir a un populismo que manipula a las gentes diciéndoles que se piensa con la panza, con los pies, etcétera.

Desde este punto de vista, en Francia la sociedad se encuentra claramente dividida y enfrentada, están los pro vacuna, pro control, pro disciplina, en nombre de “los que saben”, y la oposición que en la mayor parte de los casos evoca un cierto oscurantismo anticientífico.

Si queremos decir entonces qué punto central caracteriza hoy en Francia esta etapa de la pandemia, desde mi punto de vista, esta oposición, donde los dos polos son dogmáticos y oscuros, los dos basados en creencias diferentes, los que creen en la ciencia y los que creen en una serie variopinta de intuiciones. Entre estos dos polos hay seguramente una ruptura con la tradición jacobina, central en el pensamiento francés.

Pasteur habría escrito: “no te pregunto a qué raza perteneces, ni a que religión perteneces, si sufres me perteneces, y te aliviaré”. Es esta promesa, fundadora de toda vanguardia, que en Francia no funciona más y esto es en sí una novedad que ya existía en forma larvada antes de la pandemia.

Notas

1. Panam es el nombre lunfardo de la ciudad de París.

2. Psicoanalista argentino residente en París hace más de 40 años.

3. La traducción sería “latinos chorros, sucios”.

 

Miguel Benasayag
Psicoanalista argentino residente en París hace más de 40 años.
miguel.benasayag [at] wanadoo.fr

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Articulo publicado en
Noviembre / 2021