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Los cuerpos del miedo

 

(Ponencia presentada en las Jornadas sobre Identidad,
Representaciones del Horror y Derechos Humanos.
                                              Marzo de 2008.
Facultad de Filosofía y Humanidades.
Universidad Nacional de Córdoba.

 

RESUMEN 100 PALABRAS: Eso está acallado. Las presentaciones sintomáticas de dos sujetos en nada aluden aparentemente a las vicisitudes de la desaparición y exterminio. Nada más lejano a mí, parecen decir. A través de dos relatos de la clínica intentaremos situar el punto en el cual la pequeña historia se abre a la gran historia. Los ribetes del paso de esos sujetos por distintas instituciones constituyen el marco, o la ventana  en la cual se plasma el malestar. El barniz de productividad, eficacia y eficiencia que propone la dictadura del mercado no alcanza a borrar las huellas de un pasado que continúa su lento trabajo de reescritura en los cuerpos 

 

La locura es investigadora. Investiga las catástrofes en el lazo social. Esta afirmación, recogida de Francoise Davoine a través de sus distintas producciones orales o escritas,  nos pone sobre una pista. Davoine, al igual que otros –Pichón Riviere, Felix Guattari, por ejemplo- sacan a la locura de la impronta deficitaria con que fue marcada por la psiquiatría y la medicina, para devolverle su estatuto de trabajo, de búsqueda y por lo tanto de oportunidad de subjetivación. La locura -como cualquier producción humana- tiene un potencial transformador, genera trayectos, aporta lecturas del mundo de las que se beneficia cualquiera que esté dispuesto a escuchar.
De modo que no es loco pensar que el discurso psicoanalítico, en la medida en que funcione –no siempre lo hace- como dispositivo ideado para acoger esa producción, ese saber, tiene mucho que decir respecto a la historia. Son los psicoanalistas los que a veces no se animan a dar ese paso.

Davoine propone dar ese paso. Nos invita a leer “la gran historia” como ella le llama, a través del lente de la pequeña historia. Claro que tenemos que entender para eso las lecturas como operaciones de creación de sentido, abiertas a la creación y a lo inédito.

En el trabajo clínico, tenemos oportunidades de dar ese paso, de hacer ese paso, de posibilitar al otro ese pasaje. Pasajes entre la gran historia y la pequeña historia. Abrir ese pasaje, y transitarlo, implica una postura clínico-política. Solidaria de una postura política dentro del psicoanálisis.

Oportunidades de subjetivación.
Posibilitarle a otro abrir ese pasaje, asentir frente a su descubrimiento, ayudarle a rearmar las coordenadas donde se situó su experiencia, son todos trabajos de recomposición. Recomposición de una trama. Algo se desamarró de esa trama y allí aparece la discontinuidad, la ruptura, el desgarro que impone un trabajo investigativo. La locura, dice Davoine, busca autentificar ese trabajo de investigación que efectúa, y para ello requiere de un destinatario. Un interlocutor. Cuando ese encuentro se produce, se produce allí un psicoanalista. Se abre un campo de trabajo posible, y una oportunidad de subjetivación.
Si por la vía de una escena privada, la pequeña novela del neurótico como Freud le llama, accedemos a una escena social, histórica, encontramos una oportunidad de subjetivación, o dos caras que se articulan y conectan en la medida que horadamos esa superficie permitiendo un pasaje, de una escena a otra. De un lado a otro de la cinta, una cara mira al sujeto, otra a su contexto. En una continuidad.

Habilitar a otro ese pasaje.
Cuando el saber se abre paso se produce un efecto de alivio. Autentificar esa investigación por otro implica ya no estar solo con ese bloque de historia. Es como inscribir la existencia de algo. Certificarla. Producirla como realidad y como existente.
Una oportunidad de subjetivación que se produce mientras se recorren ciertos itinerarios. Se hace camino al andar, y ese andar produce nuevos recorridos y nuevos caminos.

Efectos de subjetivación en el marco de un trabajo de investigación que deviene terapéutico.
Toda investigación tiene como norte un saber. Investigando lo roto, lo dispar, en el lazo social, accedemos a un saber. Ese saber nos recompone, nos junta, y desde allí podemos volver a hacer lazo con otros. Un saber que recompone, que anuda, que transforma. Transforma al sujeto que lo produce. Y al que lo acompaña. Como para Freud era también inseparable: la investigación, el método, la búsqueda, las preguntas, y lo que cura, es decir lo que esa investigación descubre y transforma. El psicoanálisis es tanto un método de investigación como un método terapéutico.

Elegí dos fragmentos clínicos que considero ilustran ese pasaje. Sin pretender dar cuenta en esta presentación de los efectos subjetivos de ese trabajo en cada quien, sí podemos situar la escena privada que desata esa búsqueda, y cómo en la medida que ese pasaje se efectúa, la pregunta es relanzada a buscar su trama en la escena historico-social. Un pasaje de lo privado a lo común, lo colectivo, lo que va junto, lo que se mueve entramado.

 

Ella es estudiante universitaria y viene a Córdoba desde su ciudad natal. En su presentación sintomática predomina la angustia, que la deja en una suerte de detención del tiempo. Esa detención la retrasa para concluir sus estudios, quedando su carrera en una suerte de impas. Por otro lado, su relato hace referencia a una serie de muertes familiares, muertes que anudan algo de su forma de des-existir actual.
Fue criada por los abuelos paternos, frente al supuesto abandono de su madre y visitada irregularmente por su padre.
En su trabajo investigativo, del cual me ofrezco como  co-investigadora, hay preguntas. Una toma la vertiente de estas muertes familiares, devenidas catástrofes para la sujeto.
La otra vía, interroga el supuesto abandono de su madre biológica- a la que llamará de allí en más “progenitora”. Cada vez que se aventura por allí, aparece la versión de los abuelos paternos adoptantes colapsando su investigación, y su relato. Una duda empieza a perfilarse para ella. No fue entregada por la progenitoria a los abuelos. Fue sacada.
Hay un momento de máxima turbación en su trabajo. La angustia se desencadena cuando comienza a ver el ciclo televisivo “TV por la Identidad”. Allí es donde ella puede formular: “yo me siento hija de desaparecidos”. Relata  una cadena de implicancias donde sobresale la posición social del abuelo, su cercanía con las fuerzas de seguridad, y todo el tráfico de influencias que le posibilitan una adopción extorsiva de su nieta.
De qué habla esta “hija de desaparecidos”? Qué filiación establece esta persona con “la época de la dictadura”. Creo que su intento de filiación pone en tensión los resortes en los cuales ella lee adecuadamente su constelación. Aunque no sea hija de desaparecidos, su filiación se entrama en la lógica del poder aniquilante y desubjetivante que marcó los cuerpos y los itinerarios deseantes. Su derecho a la identidad, esas versiones que le faltan y que ella reclama, no pueden ser leídas sólo a partir de su ubicación fantasmática frente al deseo del otro. Aquí ubico el paso que permite acceder a otra escena. Todas las condiciones objetivas de su entorno legitiman esa hipótesis (situación de abuso de poder y autoritarismo, cercanía de sus adoptantes al poder político- militar de ese momento). Y sí hay desparecidos allí, a los cuales afiliarse. Su progenitora, sin ir más lejos, es una desaparecida de la escena social. Su pobreza, su cuasi analfabetismo, su supuesta incapacidad para criar una hija, generan las condiciones para que renuncie a la tenencia. Hacen de ella una desaparecida para esa hija. Por lo tanto, su investigación la puso en una pista correcta. Hay más desaparecidos de la escena social. No se trata sólo de los cuerpos aniquilados y enterrados. Se trata del cuerpo social. De la trama que sostiene los cuerpos.

El segundo relato forma parte de un breve trabajo (no más de cinco encuentros). Se trata de un joven de otra provincia que fracasa en sus intentos por ingresar a la Universidad, sosteniendo un trabajo temporario  “mientras se decide”. Nuevamente aquí un síntoma que da cuenta de una cierta detención del tiempo, con postergaciones que él vive sufrientemente. Por otro lado, aunque en continuidad, vemos que esa detención tiene que ver con frenos. El arma la versión de su detención, y sus postergaciones, como frenos necesarios a su impulsividad.  “Lo que pasa es que soy muy calentón….yo sé que así me va a ir mal, todos me lo dicen, no te calentés, dejá pasar, pero no puedo, y me enfermo”.  Su calentura no es sino impotencia y frustración frente a la injusticia y la desigualdad social. Lo ve en su trabajo temporario y en la explotación que él y sus compañeros viven allí a diario. Lo ve en su paso por la Universidad. Pero todos le dicen que donde él ve esas cosas (injusticia, desigualdad, abuso de poder, explotación) debe ver otra: “desadaptación social”.
Si escuchamos su relato de esa experiencia, su paso por lo institucional, nos encontramos con que está plagado de metáforas bélicas. Habla de su  imposibilidad de mantenerse en “la filas” de los estudiantes universitarios. Las primeras imágenes que trae es cómo sus compañeros iban quedando en el camino “como soldados caídos”. Los sujetos eran “carne de cañón”, la institución una “picadora de carne”, el que inauguraba una mesa de examen “cabeza de playa”, la venida de grandes contingentes de jóvenes a la ciudad era “el desembarco”…, los docentes representantes de grandes estudios jurídicos “terratenientes que custodian a punta de rifle su coto de caza…” Hasta ese momento, en que le hago notar el tono de sus metáforas, él no había reparado sobre lo compenetrado que estaba en hacer una lectura sobre la realidad social de su generación. Tampoco en cómo eso conectaba con nuestra historia reciente, de la cual era un ávido lector de textos, pero también lector de los silencios de su familia al respecto.  Todas esas fracturas de la trama social estaban contenidas en sus metáforas, y desde allí, mostraban tanto su procedencia, como su circulación interrumpida en el cuerpo social. Él se escucha, pero algo de su operatoria requiere -para tomar cuerpo- de otros colectivos que seguramente necesitará invocar y explorar en el afuera, con otros. “Lo que pasa es que nadie quiere agruparse para pelear por nada, todos sienten que están de paso, que tienen que agachar la cabeza y aguantar, o ponerse a laburar en cualquier cosa, como yo ahora…”
La dificultad para construir identidades colectivas que ayuden a soportar –en el sentido de soportes- las operatorias de los sujetos en sus apuestas subjetivas (ambos casos están ligados de algún modo al fracaso académico, las dificultades en el mundo del trabajo, la inhibición para situarse en una escena social más amplia) es parte de ese desguase operado por un proyecto de aniquilamiento político-económico-social-cultural operado por la dictadura militar para asegurar la entrada de otra dictadura: la dictadura de mercado. Los dos relatos no nos hablan sólo de sujetos sufrientes y portadores de síntomas: nos habla también del tratamiento social que las lógicas de mercado imprimen sobre esos cuerpos, sobre esos sujetos. Ambos están, de algún modo, en jaque respecto a su “productividad”. Retrasados, desadaptados, fuera de los tiempos lineales del consumo. Llamados a leerse y a ser leídos como anormales. Atravesados por los efectos arrasadores de esa normalización. Arrasamiento que imposibilita situar las pasiones, con los efectos de  aplanamiento afectivo eso supone. Expropiados de su potencia.
Hoy, “hacer caso” de las formas de padecimiento subjetivo actual requiere más que nunca abrir nuestra clínica a la política.  Una clínica-politica que permita tejer lo desgarrado en la trama social, devolver civilidad al sufrimiento colectivo, aprender a identificar, como dice la propuesta de estas jornadas, las distintas formas de desaparición de los cuerpos de la escena social, generando pasajes que vuelvan a poner en continuidad lo que fue desgarrado e interrumpido como transmisión social y generacional. Si el psicoanálisis aprendió a ponderar el vínculo transformador que el deseo imprime sobre la realidad, una clínica-política que haga caso de ese vínculo debe restituir también –para los sujetos y las comunidades- la potencia transformadora de los actos, los pensamientos, las palabras.

Referencias:
*Davoine, F. Gaudilliere, J. Locura y lazo social: el discurso psicoanalítico del trauma. Seminario inédito dictado en Bs As, 3 y 4 de julio de 1998
*Grande; Alfredo. Psicoanálisis implicado. La marca social en la clínica actual. Topía Editorial. Colección Psicoanálisis, Sociedad y Cultura. 2002
*Hazaki; César. “Huevos y dinosaurios (los otros hijos)”. Revista Topía de Psicoanálisis, Sociedad y Cultura. Año XV- Número 45- 2005/2006
*Deleuze, G; Guattari; F. El Antiedipo, capitalismo y esquizofrenia. Ed. Paidós. 2005

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Articulo publicado en
Noviembre / 2008