Se cree que el sueño es un proceso fisiológico vital a través del cual el organismo logra su restauración, homeostasis y conservación de la energía. La importancia del sueño y el descanso así como la forma en que dormimos (horarios, cantidad de horas, dónde y con quién dormimos) fue variando a lo largo del tiempo a la par de los cambios en la sociedad y en la cultura. En el contexto de cierta desvalorización respecto de esta necesidad, se presenta a la vez la dificultad para dormir, de la que nos ocuparemos en esta nota.
El insomnio es un problema de salud altamente prevalente, es decir, significativamente extendido en la población general, que se manifiesta en los consultorios médicos y psicoterapéuticos con la queja explícita de la dificultad para dormir.
Esta dificultad no siempre llega al ámbito de la consulta profesional, muchas personas buscan resolver el insomnio por sus propios medios, lo que implica opciones que van desde la autoayuda hasta la automedicación o el abuso de sustancias (alcohol). Una de las posibles razones por la que los que sufren este síntoma no consultan es tal vez el trasfondo culposo que trasciende cuando se piensa que el dormir es un hábito normal y necesario, por lo tanto, existe un deber que el individuo no logra y que finalmente es responsable de solucionar, demorando o perdiendo la oportunidad de pedir ayuda. Definirlo como un “problema de salud” no es una expresión caprichosa, ya que el insomnio, como veremos, repercute dañinamente en la salud de la persona.
Gran parte de los conocimientos (datos) que se vuelcan aquí fueron recogidos de estudios basados principalmente en encuestas realizadas en diferentes países. Estos estudios fueron realizados desde la perspectiva médica, pero no podemos obviar que se encuentran enmarcados de forma ineludible en los intereses, preocupaciones y lecturas propias de nuestra cultura.
Establecer la epidemiología del insomnio no ha sido sencillo, la definición misma de insomnio y la metodología de los estudios que evaluaron su prevalencia no fueron las mismas para cada estudio en particular. Sin embargo, podemos decir que alrededor del 30 % de la población general en el mundo occidental refiere alguna dificultad respecto del sueño y cerca del 10 % presenta insomnio crónico.
Actualmente se define como insomnio crónico a la dificultad para conciliar el sueño o dificultad para mantener el sueño o despertares tempranos que está presente al menos dos o tres veces en la semana durante un mes por lo menos, que se da en un contexto adecuado para lograr el sueño y no está asociado a otra condición médica. Implica también consecuencias en el funcionamiento diurno, como cansancio, somnolencia, irritabilidad, falta de concentración, propensión a los accidentes.
Estas consecuencias diurnas han sido también motivo de estudio y se ha encontrado una asociación con menor rendimiento laboral, mayor propensión a accidentes laborales y mayor ausentismo en el trabajo. Asimismo se relacionó con un incremento del gasto en salud.
El insomnio agudo no ha sido jerarquizado en los estudios, es de carácter transitorio, y se definió por su duración menor a un mes, precipitado por algún estresor.
Alrededor del 30% de la población general en el mundo occidental refiere alguna dificultad respecto del sueño y cerca del 10% presenta insomnio crónico
El insomnio no se define en relación a la cantidad de horas de sueño que cada persona considera necesarias para un adecuado descanso, además esto va modificándose con la edad. Existen personas que requieren más horas de sueño que otras, así como quiénes están más alertas por la mañana y otros por la noche, esto no implica un problema para dormir.
Si bien estas definiciones dan un marco clínico, son especialmente útiles en los estudios, pero poco relevantes en la práctica que, como mencionamos al inicio, el problema se pone de relieve sencillamente frente a la queja y el sufrimiento de la persona.
En varios estudios se ha observado que el insomnio es más frecuente en la mujer que en el hombre. Una de las interpretaciones de este dato es que los trastornos de ansiedad son más frecuentes en las mujeres y estos suelen asociarse a insomnio.
El insomnio también es más frecuente en los adultos mayores, independientemente de los cambios que naturalmente se observan a mayor edad en cuanto a la cantidad de horas necesarias para el descanso. En un estudio de personas de edad avanzada, mayores de 65 años, cerca del 50 % tenía problemas para dormir, y sólo el 12 % refirió tener un sueño normal. Probablemente la presencia de otras enfermedades en este grupo etario favorezca la presencia de insomnio.
El insomnio se vio también asociado más frecuentemente a las personas que están desocupadas, divorciadas, viudas o pertenecen a una población de menores recursos socioeconómicos.
La combinación de hábitos y factores vinculados al estilo de vida poco saludables como el tabaquismo, el consumo excesivo de alcohol, la obesidad, el sedentarismo y la mala alimentación parecen estar asociados con dificultades para dormir.
Los trabajadores que tienen turnos nocturnos son más propensos a presentar trastornos del sueño. Existe también un fenómeno denominado “jet lag” que se presenta ante viajes largos donde hay cambios del huso horario y que pueden aliviarse mediante el uso de melatonina. Estas dos situaciones no entran estrictamente en lo que denominamos insomnio, dado que la dificultad está en relación a condicionantes externos.
El insomnio es un síntoma frecuente en personas que presentan trastornos de ansiedad, depresión, abuso de sustancias y otras entidades psiquiátricas. Se estima que el 40 % de los pacientes con insomnio crónico presentan alguna entidad psiquiátrica siendo las más frecuentes la depresión y los trastornos de ansiedad.
También se ha observado que las personas que presentan insomnio tienen mayor riesgo de desarrollar depresión. Es difícil establecer si el síntoma es o no independiente de estas condiciones, pero se ha demostrado que el tratamiento de ambos problemas colabora en la buena evolución tanto del insomnio como de la comorbilidad.
El insomnio también se asocia a problemas como prostatismo, climaterio, reflujo gastroesofágico, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, insuficiencia cardíaca, cáncer, entre otros, donde se presentan síntomas como la necesidad de orinar por la noche, la dispepsia, “los calores” de la menopausia, la dificultad para respirar o el dolor respectivamente. En estas circunstancias cabe valorar si el alivio de los síntomas vinculados a la patología subyacente puede resolver el insomnio.
En un estudio de personas de edad avanzada, mayores de 65 años, cerca del 50% tenía problemas para dormir
Existen otros trastornos del sueño como el síndrome de apneas obstructivas del sueño o el síndrome de piernas inquietas que también se han visto asociados a insomnio.
Se han identificado algunos factores predisponentes como: episodios previos de insomnio, antecedente familiar de insomnio, predisposición a despertar fácilmente, autopercepción de poca salud y dolores corporales y predisposición a presentar dificultades con el sueño ante eventos estresantes. Los factores predisponentes son características encontradas en la historia de las personas que presentan insomnio.
El impacto del insomnio crónico en la calidad de vida fue evaluado mediante cuestionarios que evidenciaron claramente su deterioro.
Otra consecuencia importante, es el aumento de riesgo de accidentes que en un estudio resultó 2,5 a 4,5 veces superior que en las personas que no presentan insomnio.
También ciertas patologías como la diabetes, las enfermedades cardiovasculares, la obesidad y la depresión fueron más frecuentes en la población insomne.
Se han analizado múltiples asociaciones, factores predisponentes y posibles causales, pero hasta el momento es complejo establecer la etiología del insomnio con alguna certeza. Es sabido que en el ciclo sueño-vigilia intervienen múltiples neurotransmisores y el sistema neuroendócrino, por ejemplo, la melatonina es una hormona que juega un papel importante sincronizando el cuerpo con el ciclo de luz-oscuridad, pero existen muchas otras interacciones y en esta fisiología compleja queda mucho por dilucidar. De igual forma la causa o mecanismo por el que se produce el insomnio no es precisa, pero se ha atribuido este problema a un estado de hiperexcitabilidad o hiperalerta a lo largo del día que se presenta como respuesta al estrés persistente o la ansiedad. Varios estudios mostraron una actividad del metabolismo (neuroendócrino, cardiovascular y de la corteza cerebral en el electroencefalograma) aumentada en los pacientes que presentan insomnio.
También existen indicios de que la exposición a la luz de las pantallas podría facilitar la aparición del insomnio, cabe mencionar que se relaciona la aparición del insomnio en la sociedad con el descubrimiento de la electricidad y el inicio de la vida nocturna. Otro factor que parece jugar en el origen del insomnio es el genético.
Sin duda el origen del insomnio es complejo y aún quedan muchas preguntas por responder.
Como el lector apreciará este texto está orientado específicamente a describir, sin abrir juicios ni mediar interpretaciones, algunos datos de la epidemiología del insomnio. La vulnerabilidad de nuestro sueño requiere probablemente de otro tipo de acercamiento que excede a la frialdad de los datos duros. El sueño es un fenómeno complejo, las tendencias muestran que existe una tensión entre la duración y el horario del sueño y las exigencias, las actividades sociales y experiencias gratificantes que condicionan nuestras elecciones respecto de cuándo y cuánto dormimos. Es probable que los cambios en los patrones de sueño tengan influencia en la regulación del ciclo de sueño-vigilia, aunque demostrar esta asociación resulte difícil. En la práctica clínica nos encontramos con la singularidad del ser que sufre, y nuestro empeño debe estar “simplemente” dirigido a la “compleja” tarea de colaborar en el alivio.
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Viñeta: Tipo de insomnio raro (Haroldo Meyer)