Bandersnatch Hospitalario | Topía

Top Menu

Titulo

Bandersnatch Hospitalario

 
Escritos de guardia

Si no son seguidores de la serie Black Mirror, probablemente no entiendan el porqué del título. Lo spoileo brevemente: Bandersnatch es un capítulo laaaargo de la serie, una versión televisiva de “Elige tu propia aventura”: en vez de ir a la página tanto, tenés que seleccionar con el control de la tele opción A u opción B. De eso depende que el personaje se salve o se hunda.

Seguro han leído “Elige tu propia aventura”. ¿A qué sí? Esos libros de calidad literaria dudosa pero que te atrapaban desde la primera página al hacerte sentir que vos misma o mismo o misme (léase la clave inclusiva) eras un poco el artífice de la historia.

Esta columna trata un poco de meterse en ese juego: van a tener que elegir qué quieren leer, qué opciones para mí en esta guardia del infierno. De ustedes depende que me salve o me hunda.

START ON

¿Por qué se muere un nene de tres años, doctora?, me pregunta el pibe de 23, flaquito, debajo de una gorra que le queda grande. Por qué se muere si yo era buen padre, me repite y mira a su mujer de la misma edad que no habla, sólo llora. No tengo respuestas para la muerte, entonces miro al cura que los acompañó desde la villa 21. Parece alcoholizado por los ojos inyectados y una traba en la lengua para hablar. Pero no; está cansado y triste: él tampoco tiene respuestas, dice tocándose el cuello libre de camisa. Me doy cuenta que cada vez me cuesta más la disociación y que no tolero la muerte tan temprano ni tan temprana. Me voy al office. Alguien trajo chocolates Lindt de su viaje a no sé dónde. No puedo, estoy a dieta, digo y la restricción me dura lo que mi mano tarda en arrebatar un bombón de papel negro, 70% cacao. Lo muerdo a la mitad y el dulce me calma. No tengo respuestas para la muerte ni convicciones para las dietas.

¿Por qué no me dan el alta si ya estoy mejor?, me pregunta la adolescente desde la cama mientras sacude el brazo con una vía de suero y los ojos demasiado grandes para su cara huesuda. Le hablo sobre ciertos cuidados, le digo que veremos. Algo de chocolate me ha quedado en el paladar y me recuerda, como una pista, la humanidad de mi cuerpo frente a ese otro, en suspenso, con dificultades para ingerir. Busco un plato grasoso del office para ir a buscar los cosos de pollo con ensalada. Los trago: tienen tanta pimienta que me queda el gusto en la nariz y más atrás de la garganta. Ya no hay chocolate y el cuerpo se anestesia con esa invasión. Por eso me compro una coquita light, el líquido que afloja tornillos, y voy a otra sala.

¿Por qué tiene que ser así?, dice la madre con su hija que tapa los moretones que le dejó el padre dos noches atrás. Hay que hacer la denuncia y después esconderse para que no haya represalias. Por qué si nosotros no hicimos nada. Lo sabemos. Hablar es el primer paso, le decimos con mi compañera. Que el cuerpo hable para dejar de mortificarse, que el cuerpo pueda descansar. Lo último me lo digo para mí, porque daría lo que fuera por estar en Tailandia o en el Tigre, da lo mismo.

No llego a la torta de cumpleaños de Caro, pero me guardan un pedazo para después. Me quedo un ratito en la plaza: es un día precioso; pienso que Lina estará en el parque con la chica que la cuida los jueves. ¿Por qué yo no estoy con ella eligiendo en qué caballo de la calesita va a subirse? La chica me manda un mensaje: la están pasando genial. Me alivio y me angustio: ¿me habrá olvidado ya mi hija? Se me cierra el pecho como al pibe de 23, trato de no llorar, de rescatar el chocolate de la mañana y de seguir anestesiada con la pimienta porque me quedan doce horas acá adentro.

¿Por qué mi mamá no me quiere?, pregunta una adolescente a las residentes a las que mandé a hacer la entrevista. No tenemos respuestas para eso. Pero la piba se quiere morir y no quiere internarse de nuevo en la clínica. Intervino la guardia de abogados del consejo. Tenemos un debate que nos deja estúpidos hasta las tres de la mañana con el armado de un informe que explica nuestro proceder. Hay que fundamentarlo todo, dejarlo por escrito y aún así, cuestiono, dudo, afirmo, niego, pacto, firmo el informe. Me sobraron sólo tres horas y veinte minutos para dormir, nada más. Es lo que me queda de los 24 palotes que voy tachando como presa. La guardia es eso: un apresamiento de la cabeza y del aire. Tengo que irme, es inminente, pero no me cierran las cuentas.

SI QUERES QUE ME QUEDE, ANDA A LA OPCION “A”

SI QUERES QUE ME VAYA, ANDA A LA OPCION “B”

 

OPCION A

Hoy es una de esas noches en que la escapatoria mental y física no me funcionan. El día se me vuelve dolor de espalda, ni siquiera tengo energía para putear. Me pregunto cómo y si quiero esta vida hasta los sesenta y cinco años. Pero qué otra me queda si todo va para atrás. Si todavía sigo alquilando y tengo una nena de dos años que criar.

Irme implica perder guita, bastante, porque el plus de guardia es un billete. Irme es perder un cargo de cuarenta horas que también me sube los porcentajes a fin de mes y me aumentaría la jubilación.

Qué hacer si la guardia es lo que mejor paga en el sistema. El que mejor paga la quemazón y las ganas.

Después de tragar los ácaros del locker donde guardamos sábanas y frazadita, hago la cama en la cucheta de abajo. El celular ya casi no tiene batería, como yo. No me voy a volver caminando, meto taxi. Busco el monederito azul para separar el dinero. Entre los billetes aparece una ficha roja y gastada de la calesita. Ni sé cómo llegó ahí, pero por las dudas, me meto rápido en la cama: pongo el monedero con la ficha debajo de la almohada, como una pista, para que el sueño me devuelva el cuerpo, un caballito blanco y a Lina, mi niña, mostrando los dientes con un resto de chocolate.

 

OPCION B

A ver si la mayéutica me ilumina para la decisión:

¿Quiero quedarme haciendo guardia hasta los sesenta y cinco años?

¿Quiero psiquiatrizarme hasta nadar en mis propias babas?

¿Quiero ver cómo mi estómago se transforma en un basurero nuclear de desechos alimenticios?

¿Quiero seguir soportando a Vizzolini y sus bizarreadas?

Pará. Si me paso al Servicio de Salud Mental la que me espera es tres veces peor. Si Vizzolini es mono con navaja, la jefa del servicio es la madre de la guillotina.

Pero quien no arriesga no gana. Se está por jubilar la de Interconsulta, eso me gusta. No iría a Consultorios Externos, porque es la muerte. Pero si se abre ese cargo, me presento. Está dicho. Ya veré cómo hago con la guita. Me pondré un microemprendimiento de empanadas, algo para compensar lo que pierdo. Estoy en ese momento de la intervención automática, de la necesidad de cambiar, con el burn out a punto caramelo. Estoy en el momento en que mi hija me ve al cabo de treinta y seis horas. Y la vida se pasa rápido.

Tengo que rajar de la guardia antes de que se me filtre la vida.

Temas: 
 
Articulo publicado en
Agosto / 2019