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Canción de Alicia en el país de la guardia

 

Cuando condenaron a Monzón por hacer volar a su mujer por el aire, después de darle una tunda de aquellas, la admiración se mezcló con la pena. Pobre Carlitos, el héroe del ring. Pobre, es que de tantos golpes quedó así, medio fallado y por eso es violento. Las justificaciones se suceden una tras otra, en un intento de “entender”.
Todos tratan de entender lo que nunca se arma en la violencia, por eso, Mirtha le pregunta a una invitada víctima de violencia doméstica si ella hizo algo para que el tipo le pegara. Porque Mirtha, como la mayoría, cree que detrás del golpe siempre cabe una justificación.
Pero si a vos en el hospital te tratan como un felpudo, a nadie le da pena. Si hay “mobbing” como le dicen ahora al acoso/maltrato laboral, difícilmente tengas siquiera una justificación: primero, porque no sos boxeadora fallada y segundo porque en el escalafón denigrante de la municipalidad sos Alicia Muñiz y naciste para recibir piñas, para que una Mirtha cualquiera te haga la preguntita de lo que hiciste, flor de perra.

1- Vizzolini no ama a Cristina

La justificación de los demás es: “dejalo, está loco, no le des bola”. Que en dialecto hospitalario significa: “nadie hará nada por ti”.
Y Cristina fue juntando zurdazos y ganchos a la pera.

Una noche, una madre se va con su hijo sin el alta de la sala. Cristina sube y pregunta a la médica a cargo si el paciente revestía peligro de vida inminente para dar aviso al Consejo. La médica responde que no, pero que el jefe de guardia dice que sí y que no hay forma de que la escuche.
El jefe de guardia que ya sabemos quién es.
Cristina, de todas maneras, da aviso.
Entonces, al día siguiente, la llama pos guardia, le dice que es una inepta y que él no está para hacer su trabajo. Qué trabajo, pregunta Cristina. El tuyo, le responde. Yo hice mi trabajo, vuelve a decir ella. ¡No! Le grita ¡No lo hiciste, ese pibe revestía gravedad y yo tuve que hacer la denuncia a la policía!, grita el energúmeno. Ya no hay que hacer la denuncia, Vizzolini, eso ya no... ¡Callate!

A la guardia siguiente nos tocan tres o cuatro protocolos por traumatismos (¿viste cuando te descuidás y los chicos rolan por la cama o la mesa y pum, se cayeron y no sé cómo pasó?) Bueno, esos se llaman protocolos para maltrato, pero la mayoría terminan siendo accidentes domésticos. Lo paradójico es que muchos de los médicos, cuando se los decís, dudan, te tiran la mirada misteriosa del “mmmh, no sé, a mí me parece que al chico lo maltratan” y cuando tu jefe te caga a puteadas se van a preparar el mate, como si eso fuera la caricia del céfiro.
La cuestión es que nunca nos dijeron que había que informar los protocolos en el pase.
Hasta que leímos el guasap del grupo de guardia. También, al día siguiente.

VIZZOLINI: Grupo psi ¿por qué no hicieron los protocolos?
YO: Sí los hicimos, están en la carpeta de oficios
VIZZOLINI: Cristina, ¿por qué no los pasaste?
CRISTINA: Nunca nos dijiste
VIZZOLINI: ¿Y yo tengo que decirte cómo hacer tu trabajo? ¿Para qué estás?

2- ¿Qué tiene que ver el amor con esto?

Eso le cantaba Tina a Ike Turner cuando le dejaba los ojos en compota y le rompía alguna que otra costilla.
Nada, el amor no tiene nada que ver con esto. Pero Cristina-Tina no pedía amor, apenas respeto.
Pero, como en toda violent story, la cosa se puso cada vez peor: Ike Vizzolini empezó a abrir la puerta de nuestra habitación durante las tardes y las noches para saber si estábamos ahí. Antes de firmar las licencias (que por derecho nos corresponden) nos pedía los teléfonos de nuestros reemplazos para saber si coincidían y si era verdad que iban a venir. Y claro, hacía valer el escalafón: al psiquiatra se la firmaba con los ojos cerrados, a mí me hacía esperar una media hora y a Cristina se la hacía parir toda una tarde con la amenaza de que si no tenía reemplazo, no podría tomarse las guardias.
Ike no aflojaba y Tina no quería levantar ninguna queja. Se consumía por los nervios, hablaba de su angustia conmigo y cada vez, se daba cuenta que la cosa no iba a mejorar. Decidió esperar a que pasara su licencia por estrés, luego vería. Quiero bajar, así no puedo hacer mucho, me decía, se la va agarrar peor conmigo.
Las dos nos tomamos la licencia al mismo tiempo: yo no quería ser su reemplazo del maltrato. Pero, tarde o temprano, la piña llega.

3- Malo, malo eres

Fue al volver de la licencia.
Me encargaron organizar unas jornadas de salud en otro hospital. Le dije a Tina: nos pedimos congreso, es una guardia menos para aguantarlo.
El jefe de urgencias había colocado un cartelito bien claro de que los profesionales de la guardia teníamos DOS GUARDIAS POR CONGRESO. Y pedimos, como derecho, una de esas licencias.
Tina, casi tranquila de que Ike no le daría un rebencazo, fue la primera en decirle:
-El jueves que viene no nos vemos, me tomo la guardia por congreso, Vizzolini.
-¿Quién te dijo?

Al volver de una consulta, Tina vio pegado en el corcho del office médico su licencia con una leyenda debajo: “Rechazada por falta de documentación”. Abrochada, encontramos la fotocopia de un mail enviado a la dirección de las jornadas. Ike, en su paranoia constante, había escrito para solicitar información sobre las mismas.
Era demasiado.
Yo, que tenía mi licencia en la mano, le dije a Tina: vos tranquila, lo vamos a arreglar.
Fuimos a su oficina, junto al estar médico. Tina empezó con cierta discreción:
-Vizzolini... ¿por qué no me quisiste firmar la licencia...?
-¡Porque me mintieron! ¡No fueron honestas conmigo! ¡Me quisieron pasar por encima!- fue el estallido que, por supuesto, todos escucharon.
-¿De qué hablás? ¿Qué honestidad?- le dije ya entrando en el ring.
-¡De que me mintieron con la carga horaria! ¡Esto no es un congreso, son seis horas! Si hubieran sido más honestas, venían y me pedían y yo las dejaba ir... si es acá nomás. No te pienso autorizar seis horas porque no es un congreso.
-Perdoname -intenté razonar- Nunca hay que poner la carga horaria en el pedido de congreso, sólo la constancia de inscripción, y eso está, lo mismo que nuestros reemplazos, no te estamos dejando la guardia descubierta...
-¡Me mintieron!
-Bueno, si no querés veinticuatro, firmanos por doce- insistí.
-¡No! ¡Son seis horas, no es congreso!
-¡Es un derecho! -eso ya fue mi grito-piña- ¡Está escrito por el jefe de urgencias!
-¡No te pienso dar nada!
-¡Nos corresponden y no te podés negar a firmarlas!
-No te pienso dar un día por seis horas de jornada. Y sí, yo soy el que decide, yo hago lo que quiero, soy el jefe- dijo en ese tono amenazante que precede al golpe.
-Bueno, danos seis horas- le dije sin dejar de mirarlo.
-¡Ahora no quiero!

Entonces lo supe: tenía que darle un gancho a Ike. Un metro ochenta frente a mi metro cincuenta y dos. Peso pesado versus mini mosca. Pero no había otra opción, era demasiado atropello. Y tenía que gritar. Y grité, todo lo que pude. Hasta enfermería escuchó.
-¡Perfecto! ¡No sólo voy a ir a hablar con el director por este atropello, sino que además tendrías que vigilar mejor a los médicos de tu guardia cuando se van al cumpleaños del nieto durante doce horas y no dejan a nadie!
-¿Quién se va? ¿Qué decís?
Sólo en ese momento, me di cuenta que en el gancho que me valdría la victoria, había mandado al frente a una médica (tampoco es que me arrepentía demasiado) que dos jueves atrás había hecho exactamente eso.
-Que te fijes a quien le das permisos y quienes se los toman solos- retomé casi tranquila, jadeando sobre la arena del ring- Y voy a ir a hablar con el director.
-¡Perfecto! ¡Hablá con el director!
Eso fue lo último que le escuchamos decir. Cuando volví en mí, todos me miraban como a una loca desquiciada (figura de la que no reniego en lo absoluto) y Cristina-Tina, se debatía entre la sorpresa y la carcajada:
-Menos mal que me dijiste que me quedara tranquila.
-¿Fue mucho, no?
-Nunca te vi tan sacada.
-Yo tampoco.
A la mañana siguiente interceptamos al director, antes del pase. El director revoleó los ojos, suspiró.
Habló con el jefe de urgencias, que habló con Vizzolini, que me mandó un guasap y me mandó de vuelta con el jefe de urgencias para que nos firmara las licencias.
El jefe de urgencias me dijo de todo menos linda, que lo quisimos pasar por arriba y que sólo nos daba doce horas porque al ser en CABA no teníamos derecho a ninguna otra cosa.
Aceptamos, queríamos ir a las jornadas que por derecho, nos correspondían. No quisimos volver a dormir al hospital y pagamos media guardia a un reemplazo. No se hace, está mal. Pero en ese momento se sintió bien no verlo, se sintió casi como una pequeña victoria.
A la semana siguiente, cuando le llevamos el certificado a Mabel, nuestra aliada de Personal, nos preguntó por qué no nos habíamos tomado toda la guardia.
-Porque nos dieron doce horas- le dijo Tina.
-No, yo le expliqué al jefe de urgencias que no pueden partirse las licencias en dos. Ustedes tenían las veinticuatro horas.
-¿Entonces cuando nos firmó, ya sabía esto?- preguntamos, al borde del ataque de caspa.
-Obvio, por eso me llamó, quería saber cómo era lo de las licencias. La próxima vez, vengan a hablar conmigo primero, acaban de perder media guardia.
No habíamos ganado nada. O sí: que Monzón nos revoleara de nuevo por el balcón.

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Articulo publicado en
Noviembre / 2015