Enero en el hospital es un playón lleno de turistas. En otros términos: la mayoría estable raja en cuanto puede, especialmente los que tienen antigüedad desde la Edad Media y gozan del privilegio de 50 días de vacaciones. Claro que esto rige más para los pediatras. Para los de Salud Mental, que somos nuevos, la cosa es más escueta: dos semanitas.
Así que acá estoy yo; sola, con Sonia, el reemplazo de Cristina, la trabajadora social y sin psiquiatra porque hay una sola suplente que también se fue de vacaciones. O sea, si hay brote, llame al SAME o rece.
16.45: Sonia me dice que tiene que ir a ver a las “hermanitas Vázquez” a la sala 5, unas nenas de uno y dos años que están internadas con su mamá de 21, embarazada de 8 meses. Lo de siempre: van a venir los del Consejo de Niños, Niñas y Adolescentes a quitárselas porque hay situaciones de riesgo, abandono de todo tipo y así sigue la lista.
-Está Anco a cargo-, me dice.
El abogado Dr. Anco, (nunca recuerdo si anco es el nombre del zapallo grande o el de los calabacines) es un tipo de treinta y largos que nos atiende desde la guardia telefónica de abogados, cada vez que lo llamamos por alguna situación de vulnerabilidad de derechos. Ahora, parece que no hace más guardias, sino que viene a intervenir directamente a los hospitales.
17.00: Nos viene a buscar a la guardia un grupo de lo más festivo: Anco, una trabajadora social parecida a una ballena vestida de hippie y los dos operadores del hogar adonde llevarán a las nenas. Menos el abogado, todos los demás parecen salidos de un recital de reggae. Uno de ellos, es un clon de Fidel Nadal, y tiene una remera con la leyenda “SEX WAX”. Fuerte. Me pregunto si tendrá idea de lo que anda mostrando. El otro, que apenas asoma detrás de una gorra de visera y dos aritos, parece el batero del grupo. O el que baila sin tocar nada. Siempre, en los recitales de reggae hay mucha gente que no hace nada arriba del escenario, como que son los amigos de los cuatro que sí tocan algo.
Ya en ese momento todos parecíamos los amigos de los que tocan.
El que es toda una revelación es Anco. El tipo está incrustado en una dimensión paralela: parece vestido para un cóctel en Puerto Madero, pero como en una de esas pelis en donde todo sale al revés de lo planeado, terminó con Fidel Nadal, el amigo y la hippie, yendo a un hospital (o a un concierto de reggae). Remera Tommy Hilfiger, zapatillitas blancas, de esas cancheras y un jean suelto. Es un rico pibe: medio rubión, ojos celestes chiquitos, rosadito. Habla por un celular de pantalla táctil casi todo el tiempo. Nos dice casi suplicando que llevemos una jeringa en caso de desborde o un blister de pastas para frenar lo que suponen será un caos psíquico.
-No sé si quieren venir… el psiquiatra estaría bien que viniera, por las dudas.
Lo miro con cierta pena, tiene una expresión entre angustiada y de deseo de “no quiero estar acá, quiero estar en Puerto Madero tomando un martini”. Pero es mi deber informarle que baje las expectativas:
-Mirá, no hay psiquiatra hasta las ocho. Pero vamos igual.
-Bueno, cuanto más backup, mejor.
Miro los que somos y me da un poco de gracia y vergüenza ajena: la hippie que empieza a transpirar por el calor, Fidel y su amigo que quieren irse tanto como Anco, el residente de psiquiatría que acaba de llegar, Sonia que se tiene la panza y yo. Lindo el “backup”.
17.30: Cuando llegamos a la sala, hay una comitiva policial que ocupa parte del pasillo. Están todos apiñados frente a la habitación de las hermanitas Vázquez: uno es el consigna de civil que le enchufaron a la madre apenas la internaron, por si le daban ganas de fugarse. Los otros dos, de uniforme con charreteras y esos anillos gruesos de sello que se meten en el dedo meñique y que insisten en usar aunque se estén estrangulando las falanges. Como que los canas tienen un fetiche con el oro.
Todos saben que la madre no va a entregar a sus hijas así nomás.
Anco toma aire y entra con la ballena, que levanta los brazos para airear las axilas. Está bastante transpirada. Fidel y su amigo se quedan en la puerta con los canas y nosotros, apartados, frente a la puerta de la habitación.
Llegan los médicos residentes. Lógico: a esa hora lo único que queda en la sala son los residentes. Comentarios varios del tipo: “Y sí, es un desastre, las re descuidaba a las nenas”.
La escena es parecida a un programa de Crónica, de Moria o de Crónica y Moria juntos. Cerca de diez personas entre médicos, canas, madres de otras habitaciones y nosotros, claro, el “backup”.
Entran de a tandas: a veces Anco y la ballena, a veces Anco y Fidel, a veces las médicas residentes que habían atendido a la madre. Nosotros nunca. Porque es inútil ingresar en un contexto tan manoseado y en donde la intervención apuntaría a lo mismo: “Hola, qué tal, somos MAS personas para venir a quitarte a tus nenas”. El tema estaba realmente fuera de discusión: a la madre se le había ofrecido ir a un hogar con sus hijas, primero dijo que sí, después que no, y así. Las nenas estaban en riesgo, una con afección respiratoria, la otra con sarna, historia de adicción por parte de la madre, situación de calle, etc. Pero la pregunta es siempre la misma ¿cómo es que llegamos a esto? Respuesta de Fidel: “Ya lo habíamos trabajado en calle, pero la madre es inestable”. Ah.
18.00: Se viene la salsa. La madre tiene en brazos a la más chiquita y no la suelta. La más grande está asomada al vidrio de la habitación, el consigna de civil se quiere ir y los otros dos aprovechan el rango y se hacen llamar. Se van, excusando “un operativo importante a dos cuadras”. El civil los mira irse con un odio que da miedito.
El dream team ya no sabe qué hacer. En un momento, se quedan Fidel y el amigo, con la madre. La ballena sale y dice al aire:
-Y sí, es la madre.
Gran frase. ¿Recién te diste cuenta?
Se abre la puerta de la sala y entran tres canas de la Federal con gorrito de visera, los bíceps súper torneados y guantes. Parecen salidos de un SWAT tercermundista.
-¿Y éstos?-, pregunta el residente de psiquiatría.
-Esto, hijo mío, es el brazo armado de la Ley, los señores que nos defienden del hampa y el peligro de lo inmundo de las calles-, le explico.
-Ah.
Hacen toda una puesta en escena de “qué pasa, necesitan que le peguemos a alguien”, mientras el consigna suplica, ruega, se arrastra, promete horas extras con tal de que lo dejen ir, que él ya cumplió su misión. Se adivina por la expresión, porque hablan casi en modo mute.
Sale Anco de la habitación. Me mira y me dice:
-¿Cómo hacen ustedes para trabajar con estos casos?
No sé qué decirle a él, que se encarga de ESTOS CASOS.
-No sé qué decirte-, le repito casi al instante mi pensamiento.
Anco sigue, necesita catarsis.
-Es que yo estoy agotado, ¿entendés? Yo trabajo de esto, de sacarle los pibes a las madres. No quiero hacerlo más. No quiero hacerlo más.
Me da pena. Yo tampoco quiero estar ahí. Tampoco en Puerto Madero. Realmente no lo sé, pero no ahí de espectadora inútil, sabiendo que más que eso no puedo hacer.
19.00: la ballena convence a la madre que llora, que le entregue a las nenas. Salen todos hacia el ascensor, para entonces, bajar al patio y dirigirse a la salida. Parece el fin de la operación. Pero no. Siempre hay un no para seguir las historias.
En el patio, el dream team es interceptado por los de seguridad del hospital que les dicen que no pueden salir, al tiempo que la madre, dándose cuenta de lo que acaba de hacer, me mira (no sé por qué a mí) y me pregunta a dónde se fueron. “Salieron”, le contesto. ¿Qué otra cosa podía decirle?
Y sí, es la madre, pienso, parafraseando a la ballena.
Bajamos al patio y ahí, todo se vuelve una dimensión bizarra de personajes que no condicen unos con otros: la madre le ha arrebatado a su hija a la trabajadora social que ya es agua de sudoración, mientras la nena más grande camina descalza entre los canteros, un grupo de madres y hermanas de otros pacientes rodean a la madre y tratan de convencerla de que lo mejor que puede hacer por ella y por sus hijas es dárselas a la ballena y a Anco. Nosotros tres seguimos mirando desde lejos, esta vez debajo del ombú de los 100 años traído por Sarmiento. Anco no para de hablar por teléfono, está al borde del colapso. El residente, comenta:
-Che, como que Anco tiene un aire a Matt Damon, ¿no?
Con Sonia lo miramos y coincidimos.
-Esto podría ser tranquilamente una película protagonizada por Matt-, termina de reflexionar.
En eso, pasa una madre agitando un Barney de peluche, haciendo gracias a un nene que la espera en la puerta de los ascensores y una nena en silla de ruedas le dice a su abuela que encontró un gatito recién nacido, que se lo suba a la falda. Los canas de la PFA observan desde una de las columnas. Esperan no sé qué. Que todo esto se acabe de una vez. Por favor.
Entonces la madre se descompensa. En la guardia no tienen mejor idea que mandar a Garayola, el pediatra. Se me ocurre hacerle una gracia, para divertirme en este suplicio.
-Garayola, si esto fuera una película, ¿qué actor te gustaría ser?
El tipo me mira y entra. Le encanta tener algún protagonismo en algo, aunque sea una película ficticia.
-No sé, sería yo.
Lástima que sea tan literal.
-No, Garayola, el chiste es que te la creas un poco. Yo, por ejemplo sería Celeste Cid, Sonia sería… Uma Thurman porque es alta y rubia, Seba… ¿vos?
-George Clooney-, dice muy seguro el residente.
-¿Entendés ahora?-, trato de llevarlo por el camino fácil, pero Garayola es un ladrillo, un cascote.
Piensa unos minutos y dice:
-Tony. Tony Garayola.
Bueno, no pueden decir que no lo intenté.
Y de repente, la luz.
-¡No, ya sé! Yo soy el Dr. Children, en lugar de Dr. House, Dr. Children porque trabajo con niños.
-Bueno, si te hace feliz.
-¿En dónde está la madre?-, pregunta, ya convencido de su papel.
Después de algunas vueltas, la madre en cuestión, se está yendo. El ahora Dr. Children, la mira y me dice:
- -¿No estaba descompensada, ésta?
“Esta”, dícese, la madre.
- Estaba, pero ahora parece que no más-, respondo.
-Bue, me voy entonces.
Y efectivamente, se va.
No woman, no cry.
María Laura Ormando
Lic. en Psicología
lauormando [at] hotmail.com.ar