Analistas y pacientes afectados. Malestares, angustias y potencias | Topía

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Analistas y pacientes afectados. Malestares, angustias y potencias

 

I

Dos años después de comenzada la pandemia, en medio de una tercera ola y sin que se avizore aun un final -si es que éste llegara alguna vez a producirse- me parece interesante ponernos a pensar que pasó entre nosotros, analistas, cuál viene siendo el resultado de nuestro pasaje por la tempestad.

Tenemos el desafío de la contemporaneidad de la experiencia, del barro común en el que estamos metidos, obligados a hacer y pensar en lo que hacemos al mismo tiempo, mientras tratamos de sobrevivir al desastre e intervenir en el sufrimiento que nos acecha desde nuestras propias vidas y las de ellos, quizás como nunca antes.

Me propongo entonces pensar en los malestares, en las angustias, pero también y quizás fundamentalmente, en las potencias desplegadas en estos casi dos años. Arrojados sin más a la virtualidad aun antes de pensarla -más allá de que muchos de nosotros ya veníamos hace años trabajando con Skype o sucedáneos, la obligación de hacerlo sin otra elección posible no había sido pensada-. ¿Qué pasó con los análisis? ¿Qué pasó con lo que ya venían y con los nuevos que se fueron inaugurando? ¿Qué efectos produjo la pandemia sobre nuestros modos de trabajar?

Pensar lo hecho, es una responsabilidad contemporánea, quizás hasta una obligación con el psicoanálisis. Aludo a un conocido y maravilloso texto de Agamben (2008) sobre el tema. Solo quiero recordar el centro de su idea para tomarlo como punto de partida. Para él, ser contemporáneo no alude a quien habita las luces de su tiempo, a quien se enceguece con el brillo de lo actual, sino justamente lo contrario. Contemporáneo será aquel que logra transitar en las tinieblas de su tiempo, quien logra caminar entre su oscuridad, recorrer sus conos de sombra, habitar su carencia.

Entonces, veamos algo de esas tinieblas.

II

Juanita cumplió sus ochenta y cinco años en cuarentena. La vi por primera vez a los cuarenta y pico cuando las brujas la perseguían por las calles, acusándola de un aborto que se había hecho a los treinta. El rasgo, la señal que daba cuenta de que esas personas formaban parte de la persecución, era que todas ellas estaban tomando alguna bebida. Agua mineral o gaseosa en verano, café en invierno. Juanita, ya sabía descubrirlas.

La vi y la dejé de ver muchas veces en este tiempo en períodos más o menos prolongados. En la primera década después de haberme recibido, la supervisé con todos mis maestros. Uno de ellos me dijo una vez: el análisis es la única alternativa para que esta mujer no termine en el Moyano. Nunca fue necesario internarla, pero sí medicarla. A veces, medicarla mucho. Juanita no tiene familia. Ni padres ni hermanos. Ni marido ni hijos. Solo un aborto en su haber después de la única vez que se abrió al sexo.

Me llamó en plena crisis de angustia. La pandemia volvió a brotarla después de mucho tiempo. Ahora sí, las cartas están echadas. Ellos encontraron la forma final de ganarle la batalla. Si no moriría ella, morirían los cercanos, las amigas, muchas de ellas ochentosas y más. No había duda alguna. No saldría viva de esto.

III

En un trabajo publicado a principios de la pandemia, retomé la relación entre trauma, acontecimiento y catástrofe (Waisbrot, D. 2020). Allí recordaba que alrededor de la crisis de finales de 2001 y 2002 en la Argentina, habían surgido discusiones muy fértiles alrededor de la diferencia entre los distintos modos en los cuales una estructura o un sistema de pensamiento, podía encontrarse con lo nuevo. Sin dudas, Ignacio Lewkowicz (2002, 2004) fue uno de los pensadores más lúcidos al respecto. Su potencia sigue vigente para pensar en los problemas que hoy se nos están presentando, tanto en nuestras vidas como en las formas de posicionarnos frente al sufrimiento de aquellos a quienes atendemos.

Decía en aquella ocasión que trauma, acontecimiento y catástrofe eran modos diferentes de procesar la irrupción de lo nuevo. En todos, el punto de partida es el impasse en la lógica de una estructura. Algo ha ocurrido por lo cual el sistema de pensamiento se encuentra con ese impasse. I. Lewkowicz sostenía que cada una de estas alternativas producía una subjetividad diferente.

Si el trauma permite recomposición después del impasse y elaboración del excedente. Si a su vez, el acontecimiento inventa una salida diferente ante el impasse porque lo que emerge ya no entra en la estructura previa, la catástrofe alude a una irrupción que no recompone y no permite inventar salida alguna. En la catástrofe, la causa que desmantela no se retira y, por lo tanto, no permite ni la recomposición del trauma ni la invención del acontecimiento. La novedad que emerge, produce desmantelamiento y devastación.

Sostuve, en aquella oportunidad, la posibilidad de que trauma, acontecimiento y catástrofe, constituyeran tres modos de la realidad que operan en simultaneidad en una época dada, afectando los procesos de subjetivación de forma diversa.

¿Cómo pensar las crisis de angustia? La crisis también es un impasse. Hay algo que era de determinada forma y ya no lo es. Algo se destituye y -en el mejor de los casos- algo nuevo podría fundarse

Frente a la pandemia, pensar en una clínica compleja no nos permite igualar situaciones. Quienes atienden y atendieron niños no se encontraron con los mismos problemas que quienes lo hacemos con adultos. Asimismo, los que trabajan con adolescentes no se encontraron con los mismos sufrimientos que quienes atendemos parejas y allí adentro, en ese universo “parejas” tampoco fue lo mismo aquellos que vivían con hijos pequeños que los que ya no convivían con ellos, y ni que hablar de las diferencias sociales, económicas, habitacionales. Nunca se hizo más cierto aquello del “uno a uno de cada consulta”.

En la crisis de angustia neurótica, se señaliza un peligro por venir. Pero si el yo ha fallado en esa posibilidad, la angustia se vuelve -según la mismísima definición freudiana de “Inhibición, síntoma y angustia”- en automática, multiplicando el efecto traumatizante

Ahora bien: ¿cómo pensar las crisis de angustia? La crisis también es un impasse. Hay algo que era de determinada forma y ya no lo es. Algo se destituye y -en el mejor de los casos- algo nuevo podría fundarse. Esta parecería ser una posibilidad más ligada al campo neurótico. La angustia como señal, como indicio de un peligro que se acerca. Pero en el campo de las patologías más serias, sobre todo en las descompensaciones psicóticas, se trata más de la angustia automática que de la angustia señal. En la crisis de angustia neurótica, se señaliza un peligro por venir. Pero si el yo ha fallado en esa posibilidad, la angustia se vuelve -según la mismísima definición freudiana de “Inhibición, síntoma y angustia”- (Freud, S. 1926) en automática, multiplicando el efecto traumatizante: no me estoy acercando a un abismo. Estoy cayendo por él.

La crisis de angustia en Juanita preanuncia un devenir caótico que corre el riesgo de no poder recomponerse. Sin embargo, me propongo pensar a través de esta viñeta, en algunos nuevos jirones de verdad al que hemos arribado, fundamentalmente, en torno al ensamblaje de lo traumático, a la transferencia y a los dispositivos.

IV

En cuanto al ensamblaje de lo traumático, me interesaría decir que encontrarnos frente a subjetivaciones diversas en torno a los efectos de la pandemia en los pacientes que atendemos, nos obliga a realizar algunas distinciones a la hora de operar clínicamente.

La primera distinción necesaria es reconocer en nuestros “pacientes” la condición de “afectados por la pandemia”. Y la diferencia no es banal, ya que muchas veces nos encontramos con trastornos y no con síntomas, en tanto no son transacciones entre deseo y defensa, sino consecuencias del exceso, y de lo que a partir de allí es disparado.

Del exceso con valor traumatizante, podía salirse en el mejor de los casos con un efecto de producción acontecimental o, por el contrario, inaugurar un camino catastrófico, con efectos de desmantelamiento subjetivo

Pensar en un psiquismo no clausurado en el Edipo, implica que la vida da lugar a una permanente inscripción y trascripción de marcas nuevas, obligando a un trabajo metabólico permanente con la irrupción de aquellas categorías que fuimos describiendo como semejanza, diferencia y ajenidad.

El engarce entre la noción de acontecimiento con la pregnancia de lo traumático, hizo eco fecundo. Pudimos pensar que, del exceso con valor traumatizante, podía salirse en el mejor de los casos con un efecto de producción acontecimental o, por el contrario, inaugurar un camino catastrófico, con efectos de desmantelamiento subjetivo cuando sus componentes, de no ser re-inscriptos en una red, quedaban destinados a una circulación anárquica por la tópica psíquica poniendo en riesgo su estabilidad. Se trata de comprender que muchas veces nos encontramos con elementos no ligados, no pasibles de articulación inconsciente y, por ende, no simbolizables. Estos últimos dos años nos confirmaron que el traumatismo “arrastra restos de lo vivenciado” que no logran entrar en relato.

Es tarea del analista propiciar la generación de un relato que permita significar, más cerca de lo vivencial, la magnitud de lo real vivido

Es allí donde implementamos “simbolizaciones de transición”, cuyo sentido sería el de posibilitar “la captura de los restos de lo real, y permitir la apropiación de un fragmento representacional que no puede ser aprehendido”. (Bleichmar, S. 2004). Es tarea del analista propiciar la generación de un relato que permita significar, más cerca de lo vivencial, la magnitud de lo real vivido. Por eso, no estamos pensando en términos de resiliencia. No creemos en esa formulación que dice que “todo sirve finalmente para algo” o que “de todo se puede extraer una enseñanza o un aprendizaje”. El horror tiene que ser reconocido en su pura capacidad mortífera que desmantela la capacidad simbolizante.

Frases como “no doy más”, “no tengo palabras”, aluden al efecto traumatizante que se resiste a toda narratividad. El análisis debería dirigirse a volver esa vivencia articulable a la vida, apropiarse de ella para transformarla en experiencia.

Hacer con los signos de percepción, una red, con la huella un recuerdo y con los recuerdos, memoria, narración, sentido. Allí se define mucho de nuestra tarea. Ir haciendo de la pura vivencia, experiencia, es dejar de sufrir lo que pasa, para cambiar la manera de relacionarnos con eso que pasa y abrir así la generación de “nuevos posibles”.

V

En cuanto a la transferencia: Juanita se fue estabilizando. Ahora, los ochenta y cinco años la habían sorprendido en cuarentena. Luego de su jubilación a la que no fue fácil llegar trabajando en un puesto de alto rango y con brotes sucesivos, cada vez menos graves y menos duraderos, fue pudiendo dedicarse a una de sus pasiones: la filosofía. Mucho del análisis sucedía entre esos pensadores que la ayudaban a situar su convicción como delirio. A veces lo lograba. Otras, muchas, no. Aquello de lo contemporáneo que comenté al comienzo, fue traído por ella. Meterse en las tinieblas, en sus propias oscuridades. Castoriadis, fue todo un descubrimiento de los últimos tiempos. Durante los últimos quince o veinte años había logrado cierta armonía. Circulaba entre sus amistades, la recuperación de algunos familiares lejanos en otras provincias y el amor a la filosofía.

Volvió a llamarme luego de algunos años sin verla, el día siguiente a que se decretó la cuarentena, en marzo de 2020. La angustia la desbordaba. La convicción de que ahora sí, finalmente vendrían por ella, era muy fuerte. Todo el mundo estaba en sus casas, había mucho más ruido que antes, las luces de los departamentos de enfrente y cercanos estaban prendidas todo el día y todas las noches. Ellos habían armado todo para copar el barrio e ir por ella. Además, ahora debíamos vernos por Skype, ya no como antes y no aceptaba volver a la medicación. Necesitaba que yo le creyera que esta vez, era verdad. Juanita no señalizaba un peligro, sino que éste ya había sobrevenido y la angustia -automática- daba cuenta de ello.

No pretendo abundar en la locura en la que me sentí involucrado, sin poder verla en presencia ni contar por el momento con una ayuda medicamentosa. Tan solo relatar una escena que permitió encontrar una brecha en la consolidación del malestar y reiniciar un nuevo período donde la angustia encontrara un borde.

Juanita me llamó un domingo. La vi al día siguiente, después de una larguísima conversación telefónica. La llamada resolvió el problema -me dijo-. No jodieron más. No voy a ser su esclava. Esclava no -aclaró Juanita.

¿Su esclava? Le pregunto. Ya sabés Daniel cómo son, esclava o muerta. ¿Se acuerda Juanita de lo impactada que se había quedado al pensar lo que Castoriadis había dicho sobre los esclavos? Sí Daniel, era una frase enigmática, algo así como que el amo es el esclavo del esclavo.

Exactamente, Juanita, esa idea. Juanita se quedó en silencio. Claro -reflexionó- por el poder que el esclavo le asigna al amo. ¿Eso me querés decir, que yo les doy más poder del que tienen? De pronto, Juanita comenzó a reír sonoramente.

¡Y después cuando los esclavos se dieron cuenta del poder que tenían, crearon los sindicatos!

Eso dijo el Maestro. Gracias, Daniel, querido. Y concluyó: Vos sos mi Moyano.

Quedé inmóvil ante el comentario. Yo era quien la defendía de los abusos. Tardé en caer en la cuenta de la polisemia del significante “Moyano”. No se trataba solamente del sindicalista, sino también del Hospicio de mujeres de la CABA, donde ella había sido amenazada con ser internada antes de conocernos. Aquel lugar al que mi querido supervisor me había dicho que debíamos evitar. Ahora, la frase “vos sos mi Moyano” alcanzaba una dimensión fabulosa. Esta viñeta me permitió pensar que la transferencia instalada ayudo a domeñar algo de la irrupción brutal de una angustia desbordante que la aniquilaba. La transferencia atravesó el modem, las computadoras, los celulares y todo tipo de dificultades tecnológicas que se nos fueron presentando y perduró viva e inmune a las dificultades del encuentro.

VI

Finalmente, en cuanto al dispositivo. Hemos confirmado una y mil veces que la intimidad se construye. Hemos aprendido que se puede tener una sesión intensa desde el auto, desde una plaza o simplemente caminando por la calle. El análisis virtual, con las “nuevas presencialidades” (Del Cioppo, G. 2020) que ha sido profusamente trabajado en estos dos años, en diversos escritos de múltiples instituciones y de la que el libro publicado por Topía es un claro ejemplo (Vainer, A., 2021) ha pasado a constituirse en un dispositivo en sí mismo, con sus posibles y sus imposibles, como cualquiera de los otros y ha adquirido carta de legitimidad en este tiempo y hacia adelante, más allá de la pandemia.

Si algo nos faltaba para desacralizar el tan mentado encuadre, hemos sido testigos privilegiados y actores de la caída de toda pretensión de neutralidad y opacidad extrema del psicoanalista. Aquella metáfora del analista “siempre con el mismo traje gris” que alguna vez fue verdad absoluta y que potenció un modo de trabajar, otrora altamente eficaz, ya no existe. Hemos colaborado en trabajar el sufrimiento de los pacientes en los lugares que ellos pudieran. Nos hemos bajado de cualquier pedestal a la llanura del encuentro franco, ese que muchas veces comenzaba con la pregunta sincera de los pacientes acerca de cómo estábamos nosotros, preocupados verdaderamente por ser ambos seres de la pandemia. Hemos disfrutado del privilegio de poder trabajar y lo hemos sabido aprovechar para continuar los tratamientos a como diera lugar, cambiando horarios como nunca, cuando la siesta de la nena se interrumpía inesperadamente y no permitía la sesión, cuando el pedido de Coto aparecía una hora más tarde o más temprano de lo previsto, en sus casas o en las nuestras, o cuando la intensidad de las noticias sobre el desastre avanzaba sobre todos nosotros. Y lo mejor de todo: hemos aprendido que nada de todo eso era en general interpretable, que no se debía a ninguna resistencia a la tarea sino de todo lo contrario, del esfuerzo por seguir analizando, sosteniendo los tratamientos, disponiendo del espacio empáticamente, profundizando cuando se podía y priorizando la vida, el cuidado físico y psíquico, muchas veces en estado de emoción violenta. Hemos aprendido mucho, hemos crecido como colectivo de analistas y nos toca ahora, de a poco, conceptualizar la experiencia.

Estamos ahí, metidos en el barro, nos guste o no, implicados inexorablemente en la necesidad de transitar nuestros propios conos de sombra, más allá del destello de las luces, caminando entre tinieblas impiadosas y muchas veces como en estos tiempos, ciegos, tratando de mirar.

Bibliografía

Agamben, G. “¿Qué es lo contemporáneo?” en https://19bienal.fundacionpaiz.org.gt/wp-content/uploads/2014/02/agamben..., 2008.

Bleichmar, S.: “Simbolizaciones de transición. Una clínica abierta a lo real” en Docta - Revista de Psicoanálisis, Asoc. Psicoanalítica de Córdoba, año 2, otoño-invierno 2004.

Del Cioppo, G. “El dispositivo de análisis virtual: de lo previsible e inevitable a lo pertinente y específico”, Actas del XII Congreso Internacional de Investigación y práctica profesional en Psicología, UBA, noviembre de 2020.

Freud, S. (1926), “Inhibición, síntoma y angustia”, Amorrortu, Tomo XX, Buenos Aires. 1984.

Lewkowicz, I. (2002) “Conceptualización de catástrofe social. Límites y encrucijadas” en Waisbrot, D, Wikinski, M. y otros, Clínica psicoanalítica ante las catástrofes sociales. La experiencia argentina, Buenos Aires, Paidos.

Lewkowicz, I., Pensar sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez, Buenos Aires, Paidós, 2004.

Lewkowicz, I., Del fragmento a la situación: notas sobre la subjetividad contemporánea, Buenos Aires, Altamira, 2005.

Vainer, A. (comp.), Contigo a la distancia. La clínica psi en tiempos de pandemia, Editorial Topía, Buenos Aires, 2021. Disponible en https://www.topia.com.ar/sites/default/files/contigo_a_la_distancia_eboo...

Waisbrot, D.: “Trauma, acontecimiento, catástrofe. Subjetividades… ¿migrantes?” en http://coldepsicoanalistas.com.ar/conferencia-de-daniel-waisbrot-28-de-m...

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Articulo publicado en
Abril / 2022

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