El acompañamiento de adolescentes en nuestra época es un gran desafío. Estamos embarcados con ellos en la travesía de una experiencia que conocemos poco y mal: ser adolescente en una época de plena expansión tecnológica es una vivencia que nos es completamente extranjera. Al mismo tiempo, los desafíos, atravesamientos y dificultades de la adolescencia son universales y comunes a todas las épocas.
Aunque muchos adultos seamos totalmente inútiles tecnológicamente, seguimos siendo los garantes, los iniciadores de la cultura, de la ley y del tejido de las relaciones
Soportar que sean ellos quienes nos hagan descubrir la tecnología, protegerlos de sus aspectos peligrosos. Hay en esta nueva realidad, suficientes incógnitas para desestabilizarnos, sentir que perdemos nuestra legitimidad y experimentar hasta qué punto nuestro lugar en la sucesión de las generaciones se ve sacudido, cuestionado -por ellos o por nosotros mismos-.
Sin embargo, aunque muchos adultos seamos totalmente inútiles tecnológicamente, seguimos siendo los garantes, los iniciadores de la cultura, de la ley y del tejido de las relaciones. La autoridad ya no reposa sobre el saber. Nuestro lugar, nuestras responsabilidades deben integrar un cambio considerable de la articulación entre estas dos nociones.
El título de este trabajo propone la idea de que la tecnología puede ocupar distintas funciones, individual o socialmente:
En todo caso, ya no podemos negar que nuestra autoridad y nuestra legitimidad de adultos frente a los adolescentes no puede reposar sobre el contenido de nuestros conocimientos. Michel Serres plantea que a partir de la invención de Internet, el saber está en todos lados, todo el tiempo. Si bien su libro Petite Poucette3 es excelente, me parece que una precisión es importante: lo omnipresente es la información, no el conocimiento.
Ningún programa informático, ningún robot sabe, por el momento, transmitir un saber afectivo. La escuela nunca lo hizo, no parece ir en esa dirección y no será la tecnología la que tome el relevo
La información no es conocimiento ni saber: los adultos tenemos mucho para transmitir sobre la jerarquización de las informaciones, su ordenamiento, las normas y las reglas necesarias para poder intercambiar con otros vía la tecnología (algunos ejemplos entre tantos otros: no se pueden hacer los deberes basándose en Wikipedia, no se pueden difundir fotos íntimas propias ni de amigos, no se pueden mandar seis mails el mismo día reclamando respuesta, etc., etc.).
El adulto ya no es “el que sabe”. Sabe e ignora, según de qué hablemos… pero es quien ideal y potencialmente atravesó ciertas experiencias, sabe hacer conexiones y lazos entre las cosas y las personas, no se deja sobrepasar, conserva la calma, soporta la frustración, y transmite un “saber hacer”: dónde buscar, qué hacer frente a las dificultades, a quién, cómo y cuándo pedir ayuda, qué significa “desconectar”, cómo hacerlo.
Un adulto tiene (o debería tener) un saber sobre el deseo y el placer, sobre la capacidad de contener, transformar y/o evacuar las emociones negativas y las frustraciones. Ningún amigo, por más despierto que sea, ningún programa informático, ningún robot sabe, por el momento, transmitir un saber afectivo. La escuela nunca lo hizo, no parece ir en esa dirección y no será la tecnología la que tome el relevo. Nos incumbe entonces a nosotros, adultos, ya sea en posición de terapeutas, de padres o de educadores, no renunciar a esta tarea fundamental de transmisión. No podemos dejarnos desvalorizar bajo pretexto que no conocemos el mundo de los adolescentes, sus maneras de comunicar, sus códigos. Eso equivaldría a abandonar a nuestros adolescentes frente a la tecnología. No podemos olvidar que la tecnología es la puerta de entrada privilegiada al consumo. Sin nuestra guía, sin transmisión de las nociones de base para la supervivencia psíquica y emocional, les será muy difícil posicionarse como consumidores lúcidos y no dejarse transformar en objetos de consumo vía la “aspiración” de datos personales que nos acosa detrás de cada “click” del mouse.
No estoy muy segura de que estos cambios profundos y tremendamente veloces aporten algo positivo a la humanidad. Intento creerlo, creer al menos que algunos aspectos, algunas funciones y descubrimientos pueden serlo, que ciertos humanos en dificultad pueden encontrar refugio, soluciones, remedio gracias a los avances tecnológicos. Pienso particularmente en ciertos autistas literalmente “salvados” por las posibilidades de contacto controlado que ofrecen las computadoras. De todas maneras, vivimos en un mundo tecnológico que no nos pregunta si estamos de acuerdo… no tenemos opción y tenemos que poder conceptualizar y teorizar estas problemáticas. También nos incumbe reflexionar acerca de cómo los tiempos y los ritmos se organizan: ¿tendríamos que enseñarles a desconectar? ¿Ayudarlos a crear “pasajes” entre momentos conectados y desconectados, más que predicar la desconexión total o criticarlos? Pero nuestra dificultad mayor es que nosotros mismos no sabemos desconectar… para transmitir la desconexión hay que saber hacerlo uno mismo y estar dispuesto a sostener una calidad de presencia muy profunda que ya no cultivamos… Por otra parte, para “arrancar” a un adolescente conectado de su pantalla, hay que desplegar una energía con la que no contamos siempre… la tentación de servirnos de la tecnología como “niñera virtual” de nuestros niños y adolescentes es muy fuerte… tanto como las presiones que sufrimos para cumplir con nuestras múltiples obligaciones de adultos… Y la cantidad creciente de adolescentes que he llamado “no verticalizados”4 -a falta de un término mejor- es impresionante, al menos en la muestra de aquellos que están mal y consultan.
Debemos ejercer una función tercerizante entre la tecnología y los jóvenes, recordarles la existencia de la tercera dimensión, la importancia del volumen, de la sensorialidad del contacto piel a piel, de la presencia real
¿Acaso estas nuevas generaciones con padres más presentes (o al menos más implicados en la educación de sus hijos) e Internet omnipresente estarán privadas de la experiencia de la soledad?
¿Sin alternancia entre presencia y ausencia, como se construyen el aparato psíquico y la imagen del cuerpo? ¿Existe un equivalente del “juego del carretel” en la era virtual? Lo que está en juego aquí y ahora es la supervivencia psíquica y emocional de los adolescentes. Debemos ejercer una función tercerizante entre la tecnología y los jóvenes, recordarles la existencia de la tercera dimensión, la importancia del volumen, de la sensorialidad del contacto piel a piel, de la presencia real. Debemos buscar y encontrar una posición que integre la tecnología y que la “envuelva” psíquica y relacionalmente, y esa es una tarea eminentemente adulta y que no podemos eludir ni delegar.
Notas
1. Ese texto fue escrito para la segunda Jornada de estudio sobre Adolescencia, organizada por la Asociación Cultural de la Clínica de Saumery, el 14 de octubre de 2016 en Blois, Francia. El título de la jornada fue el de este mismo trabajo.
2. Entre otros, Arnaud Sylla, de la Asociación Hébé, en Tours, Francia.
3. Michel Serres, Petite poucette, Editions Le Pommier, 2011.
4. Cf. la verticalización en la obra de Geneviève Haag, quien teorizó en forma brillante la construcción de la imagen del cuerpo en el autismo y sus defectos de lateralización, simetría y verticalización. Por ejemplo, en “Grille de reperage clinique des étapes de l'autisme infantile traité”, investigación INSERM de 2014, disponible en Internet.