Liliana pinta. Pinta que te pinta. Pinta cuadros, acuarelas, cada vez más lindas, cada mes más reconocidas en el medio.
Liliana no siempre ha pintado, aunque siempre lo ha deseado. Durante estos treinta años de casada se ha dedicado a su profesión de médica, a la clínica que tienen con su marido, también médico, y fundamentalmente, a sus hijos. Ellos están grandes, ya no la requieren tanto, así que Liliana pinta. Acuarelas con transparencias, cuerpos sexuados, algunas mujeres, muchos hombres, mucha sexualidad implícita en sus transparencias.
¿Qué sucede con las alianzas inconscientes en una pareja en el transcurrir del tiempo? ¿Qué trabajo vincular supone el permanecer?
Agustín no pinta. Él trabaja. Porque pintar no es trabajar, es hacer lo que te da la gana. Es despreocuparte de todo, es abandonar la empresa familiar que construimos.
Agustín se queja de que Liliana pinte. Y estalla no solo por eso, sino fundamentalmente estalla por lo que Liliana pinta. Por esos cuerpos de hombres bellos, esas escenas sexuales que ellos nunca han tenido.
Para Agustín, Liliana pinta sus fantasías con otros hombres que no son él, a quien ha abandonado por sus pinturas. Agustín se queja de que Liliana se haya alejado de la empresa médica que tenían, que haya dejado todo en sus manos, que ya no atienda consultas, ni ayude en la administración. Que ni aparezca por allá. Siente que le pesa la economía familiar que hoy está casi totalmente a su cargo. Liliana pinta y la pasa bien, pero de dinero ni hablar. Ella no gana más que un diezmo de lo necesario. El grueso recae en Agustín, y ese grueso le pesa.
Liliana y Agustín estuvieron siempre juntos, desde aquel primer examen universitario en el que se cruzaron miradas nerviosas, en plena adolescencia. Comparten la profesión y han creado la empresa. Les ha ido muy bien, mucha realización laboral y económica, ni que decir la familiar, cuatro hijos bien avenidos, todos sanos, hermosos, universitarios, trabajadores, con novias y novios adecuados a las expectativas familiares. Una pareja perfecta. Una familia ideal. Y a ella se le ocurre pintar. Quien me la deriva se sorprende ante el pedido de un analista de pareja. Ellos son LA pareja entre el grupo de amigos, admirados por ello. Se los ve siempre bien y la verdad es que siempre estuvieron bien, así que no se entiende por qué ahora piden terapia de pareja.
Agustín se quiere separar. Ésta no es la misma mujer que tuvo durante treinta años y ésta que ella es ahora, no le gusta. El planteo es firme. Fuerte. Liliana se asusta, no quiere separarse. Lo ama. Dice que ella no puede dejar de pintar, pero que sí podría volver a trabajar como médica y ganar algún dinero, aunque la verdad es que la medicina nunca le gustó demasiado y ahora que descubrió el placer de pintar (no ahora, hace mucho, mucho tiempo, solo que ahora puede dedicarle todo el tiempo y es feliz con eso) le cuesta dejar de hacerlo. Incluso vendió algunos cuadros, da algunos talleres y gana algo de dinero. Agustín dice que el asunto no tiene vuelta atrás, que él tampoco soportaría que ella dejara de pintar porque a él le molesta y, mucho menos, que trabaje a desgano. Que esto es así, que ella cambió, es otra y a él no le gusta. No te amo, ya no te amo, le dice mientras llora, para escándalo de Liliana que sostiene que no es así, vos me amas, lo que pasa es que estás enojado como en otras crisis. Pero Agustín dice que no, que esta vez no es crisis. Es ruptura. Así como sos ya no te quiero, no te amo más, no me sale.
Para que haya construcción vincular, la ilusión de identidad debe dejar lugar a un anudamiento posible entre lo ajeno, lo semejante y lo diferente
Atenderlos me generó una serie de preguntas que quiero compartir con ustedes.
¿Qué sucede con las alianzas inconscientes en una pareja en el transcurrir del tiempo? ¿Qué trabajo vincular supone el permanecer? ¿Cómo “trabaja” el vínculo las diversas categorías del otro, ya sea como idéntico, semejante, diferente y ajeno?
Liliana y Agustín se conocieron a los 18 años. Se casaron a los 24 y hoy tienen 55. Sabemos que el transcurrir del tiempo no es sincrónico para dos sujetos, más allá de ser integrantes de una pareja. La diacronía, que puede abarcar tanto las realizaciones sexuales y sociales, los despliegues múltiples ligados a la familia que armaron, a los intereses por las diversas cosas de la vida, los encuentra aunados en algunos puntos y no en muchos otros.
Los pactos y acuerdos de inicio de una pareja adolescente, que tiene como sentido abrir la exogamia, poco tiene que ver con aquello que puede anudar entrados los 50, siempre tomando este caso como testigo. Podríamos pensar que algo estabiliza un cierto tiempo, mientras las cuestiones que arman comunidad entre ellos, eso común que origina un proyecto en el horizonte, se va construyendo. La realización de ciertos ideales en torno a “como queremos ser”, va generando en muchos casos una ampliación de ese horizonte.
Quiero hacer una aclaración necesaria: me estoy refiriendo a parejas “suficientemente buenas”. No entra en este análisis la situación de aquellos vínculos estallados desde ya mucho tiempo que perduran inercialmente. Intento pensar en aquellas parejas que funcionan como experiencia amorosa, o al menos funcionaron durante largo tiempo, más allá de los múltiples pasajes por períodos más o menos estables, más o menos inestables.
Si lo nuevo en el vínculo adquiere un lugar, podrá potenciar la vincularidad, pero también puede ocurrir que su emergencia genere una diferencia radical que imposibilite la continuación del vínculo
Entonces, en aquellas parejas que definí como “suficientemente buenas”, múltiples sismos pueden ir jalonando la historia vincular.
Badiou critica la concepción romántica del amor. Es una versión que hace centro en el nacimiento del amor, en su magia. Es una versión que apunta a que el amor se consuma y se consume, se quema. “Ahí, algo llega que es del orden del milagro, una intensidad de existencia, un encuentro fusional. Pero cuando las cosas se despliegan así ya no estamos ante la “escena de lo Dos”, sino ante la “escena de lo Uno”. Es la concepción fusional del amor.”1
Badiou sostiene que esta concepción puramente romántica debe ser rechazada, más allá de su belleza fascinante, porque tiene como problema que reduce el amor al encuentro, a las condiciones de ese encuentro. Él, en cambio, sostiene que una vez ocurrido el éxtasis del encuentro como acontecimiento, el amor es una construcción duradera. “Digamos que el amor es una obstinada aventura. El lado aventurero es necesario, pero no lo es menos la obstinación. Dejarse caer al primer obstáculo, a la primera divergencia seria, en los primeros aburrimientos, no es sino una desfiguración del amor. Un amor verdadero es aquel que triunfa duraderamente, a veces duramente, sobre los obstáculos que espacio, mundo y tiempo le proponen.”
No acuerdo plenamente con su pensamiento, sobretodo por aquello de “un amor verdadero”, como si hubiera amores verdaderos, los que duran, y otros falsos, los que aparecen se consuman y se consumen, como si los fugaces no fueran amores. Pero me parece que su modo de pensar filosófico -no psicoanalítico- nos puede ayudar a pensar en los amores que duran, se obstinan, aventuran.
Esa pareciera ser la situación de Liliana y Agustín. Pero algo transformó el sismo en terremoto. O así parece. ¿Ella es otra? ¿O apareció algo de lo ajeno2 que no se pudo procesar?
Sabemos que siempre hay algo del otro que no se puede representar, que no hace ni a la ilusoria identidad, ni al encuentro con lo semejante. Que ni siquiera es diferente, aunque podría llegar a serlo. Es ese “algo” que se resiste tan fuertemente al “yo te conozco”. Y es su presencia pura, aquello que no hay manera de representar, de simbolizar. Y Agustín puede hacer todo lo posible para aceptarlo, para pensarlo como diferente y poder de alguna manera bordear aquello de la imposibilidad vincular y soportar eso del otro que no se puede representar. Pero, a veces, no se puede: lo ajeno hace su aparición en su carácter ominoso y no tiene retorno. Para que haya construcción vincular, la ilusión de identidad debe dejar lugar a un anudamiento posible entre lo ajeno, lo semejante y lo diferente.3 Su desanudamiento puede romper la ilusión necesaria del amor.
Me gusta pensar que la aparición de lo ajeno del otro es una de las categorías de lo nuevo en el vínculo. Ahora bien, una vez que eso nuevo adviene, no necesariamente va a ser posible de procesar en el vínculo. Esta que sos ahora, no me gusta, le decía Agustín a Liliana. Si eso nuevo adquiere un lugar, podrá potenciar la vincularidad, pero también puede ocurrir que su emergencia genere una diferencia radical que imposibilite la continuación del vínculo.
Liliana y Agustín transitaron treinta años en los cuales la diferencia se presentó innumerables veces. Algunos intentos anteriores de análisis de pareja dan cuenta de esas “crisis” como ellos mismos las llamaron. Pero por lo menos para Agustín, esto no es una crisis, sino una ruptura. De a momentos parece ceder. Me recuerda los versos de Neruda. Ya no la quiero es cierto, pero cuanto la quise. Eso explica su llanto, su pena. Pero Neruda continúa: Ya no la quiero es cierto, pero tal vez la quiero. Ahora, dice Agustín, nos queda la familia. Por eso no me puedo ir de casa, pero la pareja ya no la siento. No quiero tocarla, no me atrae más. Seguís muy enojado, insiste Liliana, no te bancas mi cambio. Puede ser, finaliza él, pero tengo derecho.
Lo ajeno aparece como novedad. Enojo, crisis, ruptura, ¿final?
Notas
1. Badiou, A., Elogio del amor, Flammarion, 2008.
2. “Pero a pesar de la identificación algo del otro se resiste, no se puede incorporar y aun en lo semejante y lo diferente una parte no puede inscribirse como propia, permanece no conocida: es lo “ajeno” (“alien”, “l”étrangete de l”autre”) y es inherente a la presencia del otro.” (Berenstein, I., El sujeto y el otro, Paidos, 2001.)
3. Matus, S.: “Una clínica atravesada por la imposibilidad vincular”, Publicado en www.susanamatus.blogspot.com, Bs. As, 2011.