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Adopción y fertilización asistida: los hijos otros

 

Las nuevas elaboraciones teóricas a las que recurrimos ante las consultas que comprometen la intención (deseo-anhelo y necesidad) de adoptar y/o ensayar la fertilización asistida, son las que permiten priorizar como relevantes determinadas variables que intervienen en las actuales organizaciones familiares. Una de esas variables remite a los criterios clínicos: psicoterapéuticos o preventivos, o bien psicoanalíticos que se utilizan en el trato con estas familias.
Dichos criterios reclaman la inclusión de una deontología profesional acerca de la repercusión que tienen las transformaciones sociales, éticas y tecnológicas tanto en quienes consultan como en nuestras prácticas. Esta es una perspectiva que conduce al cuestionamiento del pensamiento lineal con el que alguien podría operar, y su posible sustitución por las modalidades del pensamiento complejo.
Si nos proponemos una comparación elemental entre familias que adoptan como primera alternativa, o que inicialmente recurren a la fertilización asistida, o que apelando a la fertilización asistida “por las dudas” inician los trámites para adoptar, y las familias que siendo adoptantes acuden posteriormente a la fertilización asistida heteróloga, se desprenden nuevos modelos relativos a la génesis y a la construcción de la maternidad y paternidad.
Comenzaré por aquellos que, habiendo optado por la fertilización asistida, al mismo tiempo inician trámites para adoptar.
En un trabajo anterior escribí (Giberti 1999a): “Las parejas que adoptan posicionan al adoptivo, desde el primer día de la guarda, como si formara parte de la familia; se diferencian de quienes, mientras ensayan técnicas de fertilización asistida, inician los trámites para adoptar. En esa circunstancia posicionan al niño que podría ser adoptado en el lugar de ‘por las dudas’. Ese es el lugar de quien puede ser excluido en caso de se produzca el engendramiento. Es un hijo que lleva en-sí la potencia de una exclusión posible, a diferencia del hijo que se “busca” biológicamente, el cual también es un hijo en potencia pero en el nivel de la inclusión.
“En ambas situaciones se parte de un hijo no nacido, pero cuando sólo se piensa en adoptar, la libido y el compromiso psíquico están disponibles para procesar el deseo hacia ese niño que se adoptará. En cambio ¿cuál será la disponibilidad psíquica que esos futuros padres pueden resguardar para un hijo adoptivo al que se adopta porque fracasaron las nuevas técnicas reproductivas?”
Cuando no se puede engendrar, la frustración respecto del deseo de hijo consanguíneo queda administrada por los duelos sucesivos. Es esa administración de las frustraciones (trauma) la que impregna la posibilidad de construir un duelo, la que fragmenta el deseo de hijo (biológico-adoptado) y disocia su representación, tal como la produjo la pareja cuando esperaba concebir. En otro trabajo (Giberti 1998a) me referí al desafío que implica, para la mujer, el recurso a determinadas técnicas reproductivas; desafío que puede partir de una desmentida respecto de “quien” le impide procrear. Ese “quien” correspondería a “aquel” personaje (perteneciente a su mundo interno) al que sería preciso neutralizar, desafiándolo; de lo contrario dicho personaje (neurótico-psicótico) triunfaría definitivamente sobre ella. De acuerdo con Maldavsky (2000) “(Como) toda transacción...” mediante determinados episodios que evidencian “la entrega de una parte de lo anímico a la lógica que posee también el fragmento opuesto”, en algunos casos el psicótico o el neurótico.
Si bien quienes adoptan atraviesan por una situación traumática y también pueden desmentir (Giberti 1981/1997), aceptar la adopción como primera alternativa evidencia el lugar que le otorgan a la castración. La transacción que conduce a asumir la criatura engendrada por otros se utiliza en lugar del desafío a “quien” le impide engendrar; lo que no impide que en determinadas circunstancias, se mantenga latente el deseo del hijo no-habido (el hijo “biológico”). En cambio, aquellas parejas que imaginariamente gestan un hijo “por-las-dudas”, en caso de recurrir a Èl, incorporarán en su familia al hijo-en-lugar-del-que-no-se-engendró-en-la-fecundación-asistida. Es decir, deberán aceptar la particularidad deformante que caracteriza la representación de hijo, clasificado como aquel al que se apelar· “por las dudas”; se encontrarán con una criatura imaginariamente concebida según el modelo del suplente, sentado en el banco esperando ingresar al partido de fútbol o retirarse sin participar.
Dicha suplencia habrá quedado definida por una hipertrofia del lenguaje de pulsión como efecto de un trauma (Maldavsky 2000), sintetizado mediante la expresión “por las dudas” que corrrespondería a “por si acaso” que, paradojalmente, recae sobre el niño cuando en realidad lo que está en duda es la capacidad reproductiva de los adultos. Es decir, el compromiso pulsional se encuentra radicado en ellos. El tratamiento que otorgan a ese hijo supuesto, imaginarizado y en espera de ser convocado, sugiere un enlace entre sexualidad y pulsión de muerte. Dado que ese deslizamiento despectivo que evidencia la frase al referirse a un ser humano en calidad de suplente descalificado (respecto del deseado hijo biológico), indica una negación o el rechazo de un intercambio simbólico con esa criatura.
Esta es una diferencia significativa entre las familias que adoptan sin ensayar fertilización asistida, y las que incluyen la adopción en su proyecto familiar “ganando tiempo”: se inscriben en las instituciones pertinentes como preadoptantes mientras recurren a la técnica fecundante que les fue propuesta.
El fracaso de alguna de las técnicas los conduce a potenciar los trámites para adoptar, como solución resignada (cabalmente se trata de volver a signar la identidad del hijo).El análisis de estas situaciones reclama un espacio del cual no dispongo; me limito a señalar la necesidad de información, por parte de quien asiste a la pareja, acerca de la cultura de la adopción (Giberti 1998b).

Contarles de dónde vienen
Históricamente los adoptantes se negaban a informar a sus hijos acerca de su adopción; en la actualidad los padres se muestran propicios a iniciar el Relato (Giberti 1981/1997) y avanzan en la información más allá de sus miedos y de sus sufrimientos. También los hijos de las NTR deberán asumir su necesidad de conocer las características de sus orígenes. La diferencia reside en lo que se responderá a unos y a otros: al adoptivo, haber sido engendrado en cuerpos ajenos al padre y a la madre adoptantes merced al coito fecundante de otros. ¿Y a los hijos de la fecundación asistida?
Algunos de ellos fueron “hechos técnicamente” pero no engendrados según los cánones que hasta ahora se consideraron habituales (Giberti 1999c), tal como lo planteo al introducir la nomenclatura de hijos agámicos para referirme a las criaturas engendradas a partir de la fusión de dos gametas, ausentes los cuerpos y el deseo de sus progenitores (o de un progenitor y un/una donante NN).
Circunstancia que pone en jaque la representación –acorde con la realidad– de la escena primaria que para estos chicos se desarrolla entre dos gametas exteriores a los cuerpos parentales. La construcción simbólica de esta escena, matriz filogenética mediante, y también fantasías matriciales mediante, ¿incluirá un saber acerca del engendrar excluyendo el coito e incorporando otro proceso fusional regulado en laboratorio? No me parece pertinente recurrir a la idea de bizarrez o bizarrería para clasificar esta índole de engendramiento; pero dado que estamos comparando hijos producto de la adopción e hijos producidos por fertilizaciones asistidas, es posible registrar, para estos últimos, la sensación (posteriormente la vivencia) de extrañeza ante este origen. Uno de los motivos que condicionan la explicación acerca del origen, cuando se torna necesario informar a los hijos de la fertilización asistida, reside justamente en la complejidad de un discurso que, según sea la técnica empleada, desemboca en describir la unión de gametas y no de personas.
Durante varios años acompañé a parejas que se encontraban en esa situación y que iniciaban un ciclo de consultas, que habitualmente interrumpían para retornar meses más tarde, reiterando la preocupación frente a determinadas conductas o palabras de los hijos.
Informar acerca del origen constituye un campo con características propias cuando se trata de adoptivos o hijos de fertilización asistida. En ambas situaciones se produce un rechazo del discurso esclarecido y esclarecedor: las palabras que transportan la información se convierten en emisiones temidas por los padres, como si ellos produjesen daño por el hecho de pronunciarlas. Tanto frente los adoptivos cuanto frente a los hijos de la fertilización asistida el decir adquiere, paradojalmente, la dimensión de lo inefable, de aquello que no puede y no debe ser mencionado.
Siguiendo los textos de Freud (1895) y de Maldavsky (1990) es posible conjeturar que, en algunas circunstancias, aparecerán cuadros de toxicidad debido a la represión de la representación vinculada con la escena en la cual se producirá el diálogo informativo. Se trataría de cuadros por autointoxicación debido a una representación sobreinvestida pulsionalmente, no expresada, no procesada. Según estos autores las representaciones, ideas, vivencias que no logran expresarse arriesgan ser aisladas de lo cotidiano sobrecargándose libidinalmente; de esta manera se produce una estasis libidinal-pulsional.
Dicha estasis es el producto del desvalimiento del sujeto ante la libido estancada que no logra procesarse, y que se expresa en forma de síntomas, a veces transitorios, pero que arriesgan cronificarse cuando los padres estructuran el mantenimiento del secreto.
La diferencia entre el secreto que podrían silenciar los adoptantes y quienes recurrieron a la fertilización asistida es obvia; también está regida por la transgresión en diversos niveles: por ejemplo, la fertilización mediante donantes NN no está legislada entre nosotros, de modo que la inscripción de la criatura como hijo de esta pareja implica sustitución de identidad para el hijo. Amen de la que podría considerarse transgresión de “lo natural”.
En cuanto a la utilización del lenguaje, quienes adoptaron un hijo “por las dudas”, se encontrarán ante la alternativa de explicitar o no dicho segmento histórico y reinstalarlo en la cotidianeidad.
Los avatares del lenguaje relacionado con padre-madre, las palabras fundacionales de cada historia personal, nos aportan alternativas de diversa índole. Por ejemplo, y como derivación del imaginario social, se generó una correspondencia semántica que no me parece admisible: no sólo los consultantes, sino algunos/as colegas me han preguntado si una fertilización asistida con donante NN no sería “lo mismo” que una adopción. Ya fuese que la mujer incorporase esperma de donante desconocido o bien óvulo también de origen desconocido.
Quienes así interrogan no advierten que en estos ejemplos existe un notorio compromiso corporal entre la mujer que engendra y gesta y el propio bebe en la realización de una tarea en común: construir, compaginar, poner en funcionamiento y mantener la relación feto/placenta (por ejemplo la producción del progresivo tejido de las membranas fetales). Complejidad embrionaria-fisiológica coronada por la parición y el nacimiento, circunstancias todas que distinguen netamente el vínculo con un hijo adoptivo (Giberti 2000).
Homologar la adopción con hijos de donantes NN pretende equiparar los efectos de la aplicación de la Ley: instituto-de-la adopción, con los efectos de la violación de esa Ley: sustitución de la identidad-de-criatura-hija-biológica-de-la-madre, inscripta en su partida de nacimiento como hija biológica del padre (cuando su ADN responde a un donante desconocido).
El recurso a “la lectura simbólica” (a la que suele apelarse como el non plus ultra de cualquier construcción psíquica) para trasladar la adopción a la “adopción de embriones engendrados con donantes NN” evidencia un reduccionismo simplificador de los conceptos que convergen en la génesis de lo simbólico. Al mismo tiempo que un intento de negar la eficacia de lo corporal como soporte inaugural de los procesos psíquicos.
La comparación entre estos grupos familiares reclama otro tiempo y otro espacio. Solamente dejo planteada la coyuntura que esta comparación suscita, como enunciación sintética de una serie de consultas en las que intervine.

Eva Giberti
Psicoanalista
egiberti [at] interlink.com.ar

BIBLIOGRAFÍA
FREUD, S. (1895): “Historiales clínicos y Manuscrito 1”; en Obras Completas, Vol.II. Amorrortu.
GIBERTI, E. (1981/97): La adopción, 4º edición. Sudamericana.
–– (1998b): “El lado oscuro de la maternidad”, en Actualidad Psicológica. Cf. también “Nuevas subjetividades para las madres”, en Psicoanálisis y Género. Lugar; Bs. As. 2000.
–– (1998b): “Éticas y adopción”, en Las éticas y la adopción. Sudamericana.
–– (1999a): “Fertilización asistida y novela familiar”, en La adopción. Nuevos enigmas. Sudamericana
–– (1999b): “Nuevas técnicas reproductivas”, en Topía Revista; noviembre. Cf. también “Fertilización asistida ¿Hijos agámicos?” en Actualidad Psicológica, diciembre.
GIBERTI, E., BARROS, G., PACHUK, C. (2000): Los hijos de la fertilización asistida. Sudamericana, en prensa.
MALDAVSKY, D. (1990): “Angustia automática y procesos tóxicos”, en Actualidad Psicológica; marzo.
–– (2000): Lenguajes, pulsiones, defensas; Nueva Visión.

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Articulo publicado en
Mayo / 2001