Postales de familia: de los Ingalls a los Increíbles | Topía

Top Menu

Titulo

Postales de familia: de los Ingalls a los Increíbles

 

 

I. Mamá amasa la masa y sale a trabajar

  Año 1985. Sentada junto a mi hermana vemos el último capítulo de la Familia Ingalls: el pequeño pueblo de Walnut Grove, decide dinamitar sus propiedades frente a la llegada inminente del ferrocarril, el cual, alterará la ecología circundante. Explotan la iglesia, el restaurante, la casa de la señora Olsen. Todo el pueblito queda destrozado. Indignación. Es lógico: hubiéramos querido un final más alegre después de diez años de calamidades que fueron desde la pérdida sistemática de cosechas, la ceguera de Mary, el frustrado deseo de Charles de ser padre de un varón (cada hijo varón que parió Caroline falleció), la adopción de un huérfano que prometía grandes cambios pero que, a consecuencia de una adicción a la morfina, morirá de una sobredosis durante su juventud y así. Pero Charles, ante todo, era un padre y su misión en esta vida, era la de mantener unida a su prole. La última imagen, fue la de la carreta de capota blanca yéndose a buscar nuevos horizontes, lejos del inmundo ferrocarril, que los debe haber alcanzado inevitablemente en algún otro pueblo, porque, algunas cosas cambian…¿cambian?             Nuestro grupo primario de pertenencia, no es más que una construcción sociocultural. Es recién a fines del Siglo XVIII que se consolida la familia moderna. A diferencia de la tradicional, mancomunada por el arreglo de los padres, ésta basará su lógica en el respeto al amor y la elección de ambos miembros de la pareja. Pero por sobre todo, se afianzan dos pilares que se sostendrán como atlantes: por un lado, se establece la división de trabajo entre los cónyuges y la esfera de lo privado y lo público (ellas adentro, ellos al mundo) y por el otro, el Estado se alía como segunda institución haciéndose cargo de la educación del sujeto-niño-maleable, reforzando, claro, los mandatos cuasi divinos de patria y familia. Se terminan de sedimentar como naturales, las representaciones sobre los roles de género, las imágenes de lo que debe ser un padre, una madre, un hijo...             Sin embargo, a partir de 1960, la iconografía familiar comienza a entrar en crisis, en un mundo que comienza a desacralizar y a cuestionar los paradigmas vigentes, pero sobre todo, en un mundo en donde el avance del capitalismo y el modelo liberal comienzan a cambiar la configuración del mercado laboral. Específicamente en nuestro país, las sucesivas crisis económicas han incidido ferozmente en la vida cotidiana, ergo, sobre la familiar. Susana Torrado, autora de Historia de la familia moderna en la Argentina moderna (1870-2000), explica: “Desde los años ‘70 existen dos registros de vulnerabilidad familiar. El primero deriva del hecho de que el avance de un orden interno contractual -es decir, el avance de una asociación entre sus miembros liberada de tutelas institucionales y basada en relaciones igualitarias- debilita la estabilidad familiar, en tanto ésta sólo depende ahora de autorregulaciones (...) El segundo deriva del hecho de que aquellas familias que por su estatuto social y su precariedad económica son más proclives a perder los beneficios de la seguridad social, son también más proclives a la ruptura (...). Como producto de todo este devenir, en lo que concierne a la familia, las sociedades de capitalismo avanzado enfrentan hoy un interrogante que puede formularse en los siguientes términos. La función de transmisión entre las generaciones y, por vía de consecuencia, la contribución doméstica a la reproducción social (incluida la reproducción idónea de la fuerza de trabajo), ¿puede ser asegurada cualquiera sea la manera en que se organice la vida privada? En especial, esa contribución ¿puede ser asegurada con un grado de autonomía individual y/o aislamiento social tan altos como los que caracterizan hoy en día a la organización familiar? Un interrogante posmoderno, si los hay”[1]   Un hecho que comienza a marcar una diferencia sustancial es la feminización del mercado laboral: por un lado, debido a los cada vez más crecientes índices de desocupación pero, por otro lado, debido a que las mujeres comienzan a dejar la idea del ama de casa de tiempo completo; el trabajo resulta para muchas, una forma de independencia de los mandatos de “cásate y ten hijos”. La socióloga e investigadora del CONICET, Catalina Wainerman, sostiene que se evidencia una desacralización de la maternidad en pos de las propias metas, incluso la postergación de la misma: “para algunas, el trabajo constituye exclusivamente una fuente de placer y realización y, en lugar de servir para equipararse al varón y exigir una distribución más igualitaria de la carga doméstica, oficia de compensación y escape de la monotonía del hogar, para otras, implica un proceso de igualación entre los sexos que permite acordar una nueva modalidad recíproca de responsabilidades”.[2] En este sentido, la autora propone no tratar al trabajo y a la familia como entes separados sino en una relación recíproca, a los fines de comprender los cambios que se van sucediendo: “Hoy, las transformaciones del contexto económico y social han puesto en crisis los modelos tradicionales: aumento de la participación de las mujeres en el mercado laboral, en especial de las casadas y madres de familia en consonancia con la pérdida del empleo y la persistente desocupación masculina, junto a un número creciente de divorcios y separaciones, y en consecuencia hogares monoparentales y los encabezados por jefas de hogar mujeres”.[3] Los datos concretos según el último informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) reportan que entre 1990 y 2008, hubo un incremento de la participación de las mujeres en el mercado laboral: de 32% a 53% en América Latina y el Caribe, lo cual, aclaremos, no significa empleos a la par de los hombres: suelen ser trabajos con sueldos más bajos, temporarios y en negro. En otras palabras: mamá sigue amasando la masa pero con menos tiempo.   II. Más Simpsons y menos mamaderas   Año 1993. Descubro al azar un dibujo animado de una familia amarilla: un padre adicto a la cerveza y a la tele, una madre indulgente de pelo azul y tres chicos: dos escolares y una bebé que succiona frenéticamente su chupete. Parece que se rompió el televisor y la familia está aburrida, no saben de qué hablar, hasta que la niñita le pide a sus padres que le cuenten cómo se conocieron. Con el correr de los años, será mi capítulo favorito de “Los Simpsons”, quizás porque es el único en que estos sujetos hablan y se escuchan al menos un rato.   Puertas adentro, a la vera del hogar, la participación de los hombres en las tareas domésticas y en la crianza de los hijos no ha sido igual en proporción al avance de las mujeres en la esfera pública: si bien ha habido un aumento paulatino, la mujer sigue siendo la que desempeña dos trabajos casi de tiempo completo: trabaja y cría. Un dato de la época, es la reducción de la tasa de natalidad: según el Censo realizado en 2001 en nuestro país, el promedio de hijos por mujer al finalizar su vida reproductiva es de 2,4. Relativamente inferior si se la compara con la de 1869 (6,8) y la de 1914 (5,3). Es que, demográficamente el patrón poblacional ha ido cambiando: conforme se extiende la esperanza de vida y hoy ya se habla de la “cuarta edad”, de la “primera” estamos cada vez más escasos. Vivimos más y nacemos menos. ¿Acaso formar una “familia” no está de moda? Quizás. Lo cierto es que hoy, la edad promedio de la mujer al casarse es de 27 años contra los 20 de principios del siglo XX. Dice Wainerman:“La posibilidad de las mujeres de ganar su propio dinero y de alcanzar algún grado de independencia económica, aún en los sectores más desposeídos, es un motor de cambios potenciales en la distribución del poder conyugal, en la toma de decisiones, en la educación de los hijos y, por supuesto, en la formación y disolución de las familias”[4]. Sin embargo, también es verdad que el patrón de relaciones afectivas ha cambiado mucho desde la época de nuestros padres: hoy, las adjetivaciones para lo vincular bien podrían ser “efímero”, “casual” y “temporario”. El tiempo mide las relaciones y, en este sentido, la confianza y la seguridad que puede ofrecer un vínculo, se ven atravesados por esta inmediatez que no deja espacio para que algo pueda asentarse. Pero, en un contexto tan cambiante y frágil por la naturaleza de sus elementos, ¿cómo hacer para qué algo perdure? ¿Cómo es entonces hoy el encuentro de dos individuos que se proponen formar una familia?   III. Posmos   Año 2009. Mi sobrina me pide que juegue con ella. Tiene tres años. Su mamá, se encuentra en una reunión de trabajo y llegará cerca de las diez de la noche. No hay padre a la vista. Me lleva hasta su biblioteca y elige una caja con un dvd. Toma el control remoto, apunta al aparato reproductor, inserta el disco, prende el televisor y aparecen unos tipos enfundados en trajes rojos que se hacen llamar “Los Increíbles”. Le pregunto quiénes son, a lo cual me responde: “el papá, la mamá y los nenes, tienen poderes. El papá trabaja, la mamá limpia la casa y los nenes van al colegio y después se cambian y son otros”. A lo largo de toda nuestra hora de juego vimos un poco de la película, nos metimos en la página de juegos de Internet de un canal para chicos y bailamos una coreografía con las melodías de mi celular.   Todo es al mismo tiempo: cocino, trabajo, descanso, miro tele, hablo por celular, abro mil ventanas en la computadora, miro a los chicos, duermo... vuelvo a empezar. Todo tiene que ser ahora y si no es así, me frustro. Vivimos ligados al consumo innecesario: programas enlatados, política barata y zapatos de goma. Ya no es posible habitar en este mundo sin celulares, sin ipods y sin correos electrónicos. Hasta un hijo puede encargarse por la tecnología. Ni siquiera hacen falta dos para procrear. Lo cual lleva a revisar los nuevos modos en que se presentan hoy las familias, que van desde el extremo de las ensambladas hasta las monoparentales, incluyendo padres del mismo sexo o quienes se hacen cargo de esa función cuando los progenitores no pueden ejercer ese derecho (abuelos, tíos, hermanos). El mosaico de posibilidades está a la orden del día y desde aquí es que nos toca la pregunta de ¿qué subjetividades se construyen en este entramado social llamado “posmoderno”? La psicoanalista Beatriz Janin, especialista en niños, adolescentes y familia, nos aclara algunas cuestiones al respecto en una entrevista[5]: -Hoy estamos en una sociedad “hiperactiva”. Todos corremos suponiendo que podemos quedar “fuera” del mundo, que si nos detenemos vamos a perder el tren del “progreso” y ser excluidos del universo deseable. Voy a tomar palabras de Cornelius Castoriadis: Si el hacer de los individuos está orientado esencialmente hacia la maximización del consumo, del poder, de la posición social y del prestigio (únicos objetos de investidura que hoy son socialmente pertinentes), a la expansión ilimitada del control “racional” con móviles esencialmente egoístas, donde cooperación y comunidad no existen sino bajo un punto de vista utilitario, lo que es necesario es una nueva creación cultural. Cabe preguntarse entonces qué sucede con la transmisión de la seguridad y la confianza necesarias en los primeros tiempos, como bases para la organización intra e interpersonal del tiempo y espacio, la creación de ese “espacio transicional” podría decirse, siguiendo a Winnicott, o, siguiendo a Giddens, la idea de confianza básica que plantea como dispositivo protector que permita ser creativo en tanto capaz de pensar y actuar en forma innovadora e independiente. Continúa Janin: El psiquismo se estructura en una sociedad determinada y en una historia colectiva. El psiquismo es, desde nuestra perspectiva, una ventana abierta al mundo. Son los otros el sostén y la fuente de satisfacción y placer, pero también portadores de angustias y dolores. Como los adultos tenemos terror a la exclusión, en un mundo en el que hay muchos excluidos y al futuro, que es incierto, proyectamos en los niños esos temores y les adjudicamos posibilidades de éxito o fracaso muy tempranamente, generalmente ligados al rendimiento escolar y a la cantidad de “saberes” que incorporen. Me parece que en la época actual, que no es seguramente peor que otras pero que tiene características específicas, solemos lanzar a los niños a una excitación excesiva sin sostén y sin posibilidades de metabolizar a través del juego lo que les pasa. Esto determina, a mi entender, cierto tipo de funcionamientos que aparecen como patológicos y que no pueden pensarse sin tener en cuenta las condiciones familiares y sociales que los producen. Lo que se espera son “rendimientos”, “producciones” que permitan incluirlo en el mercado exitosamente. Se vislumbra en los grupos familiares cierta pérdida de la asimetría propia del vínculo padre-hijo, lo cual lleva a que el sostén y la regulación de este grupo se vea impactada. No hay brecha generacional y muchas veces la discriminación de los roles se invierte. ¿Esto es consecuencia directa de la época, a nivel de las configuraciones de relación o piensa que existe otra causa? ¿Cómo pensarlo desde la configuración clásica triangular del psicoanálisis? Janin nos responde: Me parece que este es un punto fundamental: la paridad niño-adulto. Se suele quebrar toda diferencia generacional. Los niños quedan expuestos a los desbordes de los adultos, y no son reconocidos como niños. Se les otorga un enorme poder (tan enorme como falso), se los ubica como los que lo pueden todo y después los mismos adultos que lo entronizaron y lo convirtieron en el que podía decidir todo, se enfurecen con él porque fracasa en el sostenimiento de pautas escolares y familiares. Hay que repensar la conflictiva edípica en estos tiempos, en que muchas veces uno queda excesivamente excitado, con dificultades para tolerar el pasaje por el complejo de castración, en tanto la prohibición del incesto no es clara, en tanto se borran las diferencias. Elizabeth Roudinesco sostiene que “la familia venidera debe “reinventarse” una vez más”. Finalmente, le preguntamos a Janin: ¿Cómo piensa usted esa familia venidera y cuáles son los aportes del psicoanálisis al respecto? No sé cómo será la familia venidera. Lo que puedo decir es que el psicoanálisis nos da elementos para pensar las familias actuales, en tanto nos permite pensar la dificultad de los adultos de hoy para ubicarse en relación a sus deseos y cómo estos deseos quedan “pervertidos” por intereses, cómo cuesta sostener ideales y valores que no sean los del éxito fácil y la ganancia.    

 

María Laura Ormando

Psicóloga laurapsiar [at] yahoo.com.ar  

 

 

Bibliografía   Informe Anual de Naciones Unidas para el Desarrollo http://www.undp.org/spanish/publicaciones/annualreport2009/report.shtml TORRADO, S.: Historia de la familia en la Argentina moderna (1870-2000). Ed. De la Flor. 2003. WAINERMAN, C: “La vida cotidiana en las nuevas familias ¿Una revolución estancada?”. Ed. Lumen. 2005. ROUDINESCO, E: La familia en desorden. Ed. FCE. 2003

Notas   [1] TORRADO, S.: Historia de la familia en la Argentina moderna (1870-2000). Ed. De la Flor. 2003. Pg. 345.
[2] WAINERMAN, C: La vida cotidiana en las nuevas familias ¿Una revolución estancada?. Ed. Lumen. 2005. Pg. 249.
[3] Idem. Pg. 56.
[4] Op.cit. Pg. 59
[5] Entrevista realizada por la autora.

 

Temas: 
 
Articulo publicado en
Noviembre / 2009