¡Qué tema el de la dependencia! Parece tan simple, tan integrado en nuestras vidas que apenas si le tendríamos que prestar mayor atención y al mismo tiempo está tan ligado a nuestras condiciones que resulta difícil acercarse. Todos dependemos, conciente o inconcientemente, siempre.
Quisiera alejarme y ver el tema desde la distancia..
Soy fuerte y débil, como todos, entiendo, razono, sé y me desentiendo al mismo tiempo en el infinito juego de independencia y dependencia. A veces vence la razón a veces el deseo, me conozco poco vicioso... pero siempre existe la persuación a no ser tan sobrio y entregarme a lo que gusta sin cautela.
Esta lucha la sabe sobre todo el comercio, la propaganda, la política y la producción. ¡Este saber sí que se usa!
Y las dependencias son tantas que nadie estará en condiciones de enumerarlas...
Hasta se puede depender de la necesidad interior de no depender.. Tal vez hacer caso omiso a todo los que se podría codiciar, desear o anhelar... para mantener un equilibrio personal, sin el riesgo de entrar en arriesgadas aventuras...pero entonces uno depende ,de la propia demostración de fuerza de voluntad. Así la vida se vuelve una lucha contra los deseos. Si Freud se hubiera referido a los deseos y dependencias en vez de hablar de la sexualidad, ¿lo habrían entendido y aceptado? Creo que no, porque seguiría pensando sobre conciente e inconciente, deseos aceptables y deseos repudiados.
Recuerdo una frase; ¡Cuán frágiles y dependientes nuestras vidas!
Por querernos dependemos. ¡ Esta oración dicha así no más, dice tanto ! Me servirá de brújula para presentar mis pensamientos, desde el psicoanálisis
En su trabajo Introducción al Narcisismo Freud se ocupó del “enamoramiento”. Allí diferenció dos fuerzas aditivas en el amor:
-Una la llamó “anaclítica” que vendría a ser la realización de deseos pulsionales, por ejempo la satisfacción del hambre.
-La segunda fuerza la llamó “narcisista”. A través de ésta se busca en el amor la confirmación del “sí mismo”, (Soy, se me puede amar.) en esta satisfacción se va construyendo el Ideal del Yo.
Mientras la sociedad concentraba sus normas éticas y costumbres en asegurar estabilidad para el matrimonio, no hacía falta investigar la dinámica del amor. Dentro del patriarcado los matrimonios se organizaban sin tener en cuenta la elección individual. En Occidente como en Oriente, el amor fue entendido como relación duradera, a desarrollarse en el curso de la vida, sobre todo mediante la parentalidad. La capacidad generativa de los cónyuges adquiere entonces un significado fundamental.
La condición de progenitor como proceso psicobiológico solo acaba con la muerte. Esta idea puede despertar muchas reservas ya que se acostumbra a pensar que la parentalidad culminaría con la madurez de los hijos. Lo cierto es que los progenitores empiezan a revivir los recuerdos de su inicial condición a raíz de la conducta de sus hijos como padres y de la respuesta de los nietos en las sucesivas fases de su desarrollo.
En su vejez, los padres se aferran a estas vivencias de su condición de progenitores, esto los ayuda a mantener su autoestima.
La parentalidad, mantenida por el recuerdo de las experiencias pasadas es atemporal. No obstante, está bajo el inexorable imperio del tiempo. El tiempo trae cambios que demandan adaptación. En lo que atañe a la parentalidad, supone cambios fisiológicos y psicológicos sobrevenidos en el sí – mismo del progenitor, que son paralelos a los que se producen en los hijos y a su relación con el mundo.
Es poco lo sabido de la condición de abuelos.
A menudo ellos mismos la caracterizan como un „nuevo motivo para vivir“, y también los progenitores, orgullosos de su capacidad de procurar esa condición a sus propios padres. El psicoanálisis de hombres y mujeres cuyos hijos no tienen hijos ponen de manifiesto la frustración que esta situación causa, ¿Esperan que sus hijos les proporcionen un juguete vivo que ilumine su vida?
He tenido la posibilidad de analizar algunas personas en quienes descubrí fuentes de frustración y angustia. Muchas veces aparecieron culpas por desear algo que no estaba a su alcance: que los hace dependientes.
Se llamaban a si mismos a la moderación para no imponer una carga afectiva sobre los hijos. Una señora que quería ser abuela, desarrolló una reacción depresiva tras repetidos abortos de la hija, pues ella la privaba de tener nietos. Las correlaciones somáticas de la depresión pusieron de manifiesto el deseo de sobrevivir en los nietos y también la profundidad de la identificación con la hija, a través de cuyas experiencias parecía vivir somática y afectivamente. Cuando la hija por fin dio a luz un bebé, el entusiasmo de la abuela superó a la satisfacción de la madre.
Hay diferencias en las actitudes de la abuela y del abuelo hacia el embarazo de la hija. Ambos desean al nieto, así como la salud de la mujer embarazada y del niño. Pero el padre no se identifica con la experiencia del embarazo de igual modo que la madre. La futura abuela recuerda lo que su madre le dijo acerca de su embarazo, las experiencias concernientes a esta vivencia, el parto, la lactancia, etc. Ahora, mientras prepara a su propia hija, recupera recuerdos infantiles, puede abreaccionar la angustia que acumuló como niña. Pero, de manera más profunda e inconsciente, revive sus propios embarazos en la identificación con la hija. No es infrecuente que la „abuela expectante“, en el deseo de proteger a su hija, trasmita su angustia a la embarazada y así sin querer anule los beneficios que la protección cariñosa de una madre experimentada podría proporcionar. En esta “hiperidentificación” angustiada a veces uno puede distinguir el deseo de la mujer que envejece por vivenciar lo mismo que la hija, esta actitud puede estorbar la felicidad de la condición de abuela.
Este “nuevo motivo para vivir”, con más intensidad en ella que en él recuerdan la primera fase de su propia maternidad. Pero la condición de abuelos dista una etapa de la condición parental.
Exentos de las responsabilidades, los abuelos podrían gozar más de los que gozaron a sus propios hijos.
Satisfecho su deseo de sobrevivencia proyectan sobre sus nietos la esperanza de realización narcisista de “sí mismos”. Al no tener la responsabilidad de criar y conducir al niño, su amor no lleva el lastre de dudas y de angustias en la misma medida que les ocurrió cuando sus propios hijos eran pequeños. La conducta consentidora de los abuelos hacia sus nietos tiene un origen instintivo de profundas raíces. Suponiendo que la relación entre los abuelos y los padres no sea hostil, el niño recibirá las ventajas que le ofrece una buena relación. Esto no significa regalos ni golosinas o tiempo indeterminado para jugar. La relación con los abuelos le proporciona a los niños un sentimiento de seguridad al saberse amados sin tener que ganarlo. ¿Qué reciben los abuelos a cambio? La mirada, el semblante del niño que han podido hacer feliz, una mano confiada, un real reclamo de ayuda, un abrazo físico cálido: todo ello son mensajes que los abuelos reciben; se los necesita, se los espera, se los quiere, así se sienten como padres aceptados con gratitud.
La edad concede diversos matices a la experiencia de ser abuelos. Es diferente si son jóvenes y están aun en la capacidad de reproducción. Existe cada vez más, la situación de una abuela que cría a sus nietos al tiempo que las condiciones familiares se confunden por ser el tío más joven que los sobrinos. Acá los sentimientos de querer sobrevivir en el nieto no se harán manifiestos; el quehacer de los abuelos con sus propios hijos pequeños, ocultará la necesidad afectiva de tener nietos.
Los nietos crecen y se van alejando del cariño consentidor de los abuelos. La ambivalencia del adolescente, su rebelión, se dirige a sus padres, con ellos sí tiene conflictos. Puesto que la relación con los abuelos nunca estuvo tan cargada con pulsiones conflictivas, serán receptores de una conducta considerada y tolerante, desde estos individuos en maduración, que en plenitud de sus fuerzas ven en los abuelos consentidores, la debilidad aun antes de que sea real. Muchas veces los abuelos aceptan el tipo de atención tal vez prematura como un bálsamo a heridas narcisistas que inflige la vejez. La vejez si no es apresurada por enfermedades llega lentamente y impone las tareas adaptativas del envejecimiento como tal.
Entre las tareas adaptativas quiero mencionar sólo las que influyen en las dependencias intrafamiliares, sobre el estado y la función del progenitor anciano dentro de la familia.
Quiero recordar los procesos psicodinámicos:
No es infrecuente que los abuelos estén celosos de la virilidad de la generación posterior. Acaso se bromee sobre ello y durante un tiempo se trate la situación con comprensión y humor. La frivolidad de generaciones puede tener como consecuencia que los celos de los más ancianos imposibilite lo que los padres necesitan: los reconocimientos de sus méritos.
Así como los hijos se desarrollaron por el amor de sus padres, los padres ancianos necesitan de la actitud amante y generosa de los hijos para conservar su autoestima. De este modo los padres se vuelven dependientes de los hijos y nietos.
No hay duda sobre la mezcla específica de narcisismo en el anciano, quien puesto que no puede cobrar nuevos recursos de libido, aumenta los que le quedan mediante las identificaciones con los jóvenes y la reanimación de pasadas satisfacciones.