Una Proyección
En 1952, dos jóvenes argentinos llamados Ernesto Guevara y Alberto Granado emprenden un viaje por carretera en una desvencijada motocicleta por América Latina, en busca de aventuras. Después de múltiples peripecias, terminan en un leprosario en la selva amazónica, anunciando en sus diferentes miradas, lo que sin saber ya empezaban a ser. Lo que va ocurriendo frente a la mirada del espectador, es la manera en que ese viaje hacia lugares extraños, se duplica en un viaje hacia sí mismo. El joven Ernesto, que todavía no es el Che, va conociendo simultáneamente, el corazón real de América Latina al mismo tiempo que su propio corazón. Lo que ve de la vida de los otros, rebota creativamente en lo que comienza a ver de él. Y el mismo viaje cambia de sentido. Pasa de la contemplación al compromiso. Y a pensar en alguna medicina que pueda suturar las venas abiertas de América Latina.
En el leprosario se enfrenta a la sórdida mezcla de enfermedad y pobreza. Se niega a trabajar con guantes y se pone literalmente en contacto con lo que promete cambiar con sus propias manos. Al no tener miedo de tocar a los enfermos de lepra, comienza a cambiar su propia piel. Ese joven y tímido estudiante comienza a sufrir una mutación en que se va transformando en lo que los demás empiezan a ver de él antes que él. Y la proyección de la película permite ver el modo en que un proyecto individual se emancipa del molde familiar en que surgió y se lanza a un lazo social con el otro que terminará produciendo un proyecto colectivo. El proyecto individual inicial no será anulado, sino integrado en un dialéctico movimiento de superación.
Claro, eran los años cincuenta. Se estaba inventando un nuevo modo de vivir la juventud. De vivirla como un viaje que en los 60 y 70 apuntaba a distintos horizontes. Desde el rock hasta la revolución, millones de jóvenes se enlazaron a proyectos que iban derechito hacia el futuro que los estaba (que nos estaba) esperando…
Proyección Y Proyecto
Laplanche y Pontalis en su Diccionario de Psicoanálisis mencionan dos acepciones del concepto de proyección: en la primera el sujeto envía fuera, la imagen de lo que existe en él de forma inconsciente. Aquí la proyección es una forma de desconocimiento. Reconoce en otra persona lo que desconoce dentro del sujeto. La segunda es un proceso de exclusión casi real: el sujeto arroja fuera de sí aquello que rechaza, volviéndolo a encontrar inmediatamente en el mundo exterior. En este caso la proyección no se define como un “no querer saber”, sino como un no “querer ser”. Es decir que en la proyección se trata siempre de arrojar fuera lo que no se desea reconocer en sí mismo o lo que no se desea ser de uno mismo.
¿Qué relación hay entonces entre una proyección y un proyecto?
Un proyecto pareciera ser lo contrario de lo que define el famoso diccionario. Se arroja fuera del presente, en un espacio llamado futuro, lo que sí se quiere ser, a partir de lo que sí se conoce de sí.
El concepto de proyecto fue muy trabajado por el existencialismo. Para Heidegger el proyecto, “entwurf”, no es simplemente un plan. No se trata de planear, disponer o proyectar lo que se va a hacer, sino de proyectarse a sí mismo; un ser como proyecto. El proyecto es una anticipación de sí mismo. Es anterior a la posibilidad, sólo porque hay proyecto hay posibilidad.
Anticipar algo es hacerlo suceder antes de que suceda. Es hacerlo posible. La anticipación es el lugar donde las cosas suceden antes de que sucedan. Así como Paul Auster decía que la memoria es el lugar donde las cosas suceden por segunda vez, podríamos agregar que la anticipación es el lugar donde las cosas suceden antes de la primera vez.
Para Sartre hay un proyecto inicial abierto a toda modificación. Pero también hay un proyecto antes del inicio. Uno nace en el seno de un proyecto. Puede ser la concreción o la interrupción de un proyecto, pero siempre se nace con un proyecto previo. Y la libertad sartriana consiste en la posibilidad de modificar (o no) permanentemente ese proyecto que nos antecede.
La Orientación Vocacional es una versión naif de esa concepción. Es una práctica orientada hacia el adivinar proyectos. Parte de la premisa de que en todo sujeto existe una vocación que hay que descubrir y desarrollar. Se trata entonces de una disciplina que se ofrece como un supuesto saber acerca del deseo de ser y hacer de un adolescente. A la duda del “no se qué seguir” le responde con un “tú serás eso que está dentro tuyo como posibilidad”.
Si bien el psicoanálisis no lo trata como un concepto teórico, el tema del proyecto ha influido fuertemente en la clínica, especialmente la clínica de adolescentes. La falta de proyectos es considerada por muchos analistas de adolescentes como patológica.
El proyecto entonces ¿producto de qué trabajo psíquico es? ¿Qué tipo de proyección produce un proyecto?
Considero que el proyecto es un producto de un trabajo de historización. Es hacer futuro. Es hacer futuro en el presente. Es imaginar cómo sigue la historia para empezar a seguirla. Es construir la ilusión de un porvenir. Es imaginar una profecía que se auto-realice. Se trata de una manera de ser habitado por el futuro. Y de habilitarse para él.
Lacan decía en el Seminario 1: “La historia no es el pasado. La historia es el pasado historizado en el presente, historizado en el presente porque ha sido vivido en el pasado. El camino de la restitución de la historia del sujeto adquiere la forma de una búsqueda de restitución del pasado.” Pero también la historia es el futuro historizado en el presente. Historizado en el presente para que sea vivido en el futuro. El camino de la restitución de la historia del sujeto adquiere también la forma de una búsqueda de restitución del futuro.
Es que excluir el futuro de la historia implica una concepción profundamente reaccionaria. Es desesperanzadora y paralizante. Es suponer que la historia termina justamente aquí y ahora. Que uno es el fin de la historia. Fukuyama puro. Es justamente ese futuro historizable el que permite cambiar el presente.
Por supuesto que no se trata de un futuro lineal, predeterminado, predestinado. Hablo del futuro como posibilidad. Como la posibilidad de hacerlo posible. Y de la necesidad de introducirlo en la historia. A eso se llama utopía. Y las utopías forman parte de la historia. Y la historia misma es también la historia de las utopías.
Una de las catástrofes que el neoliberalismo produjo en la subjetividad contemporánea consiste precisamente en el despojamiento del futuro. El hambre, la miseria, la desocupación, el analfabetismo, producen sujetos que sólo tienen como proyecto sobrevivir. Proyectos de supervivencia. Día a día. Viviendo en un presente continuo, donde el futuro es un ausente.
Formaciones de Futuro
En un artículo anterior en Topía llamado “Autopías”, escribí que como resultado de la dictadura primero y de la impunidad después, y de la destrucción del tejido social mientras, cambió radicalmente el modo subjetivo de concebir el tiempo. Especialmente el futuro. El futuro que el pasado tenía, ya no existe. Desapareció (ese es el término preciso) el futuro como ese lugar subjetivo que como horizonte nos guiaba confiados y seguros al sueño realizable que nos estaba esperando con los brazos abiertos. Ese lugar psíquico le daba consistencia a una tópica de las utopías. La utopía tenía su topos, su lugar. Y en ese lugar se confundían, en todos los sentidos de la palabra, los proyectos individuales con los proyectos colectivos. En los 60-70, todo el mundo tenía un futuro que lo estaba esperando. Desde la Revolución, la liberación o la democracia, según las apetencias o ambiciones políticas de cada cual, hasta el Fiat 600, la casita, o el terrenito; el ascenso social, la carrera laboral, el camino de la vocación. Había una tópica de las utopías. Un lugar en la cabeza en donde se albergaba el futuro. Un horizonte construido, que retrocediendo nos hacía avanzar. Una brújula orientadora que señalaba una dirección, la de un lugar que esperaba nuestra llegada.
Llamo formaciones de futuro a las distintas formas en que la subjetividad de una época da cuenta del tiempo por venir, del porvenir. Cada presente se inventa distintos modos de futuro. La esperanza es la espera que supone saber que lo que viene es mejor. La ilusión es una construcción de esperanzas anudadas en una meta. Un proyecto es un diseño en el cual la ilusión se ilusiona de que ya se está comenzando a cumplir. La utopía es una formación social de futuro. El modo en que un conjunto de sujetos asume un protagonismo social, y se propone cambiar la historia interviniendo en ella. Estas distintas formaciones de futuro son distintos escenarios de cumplimiento de deseos. Escenarios imaginarios, claro, pero no alucinatorios. Pero ese trabajo de la imaginación es la condición necesaria, pero ¡ay!, no suficiente, para todo cambio individual o social.
Pero también hay otras (de)formaciones de futuro: la desesperanza, el resto que queda después de tanta esperanza derramada. La desilusión es otra formación, la desilusión del porvenir, el resto de tanta ilusión trunca. No existe un término como “desproyecto”. Pero no es posible proyectar proyectos a partir de la desesperanza y la desilusión. Y entonces la utopía deja de tener lugar. Estas son más bien supresiones de futuro. Borradoras de horizonte. A partir del recuerdo del pasado, y del presente que promete sólo repetición, el futuro deja de ser un lugar de investimiento. Y deja de ser también, un sostén de un lazo social. Un futuro des-erotizado. Un futuro vaciado de Eros.
Soñantes y Soñadores
Creo que en la práctica clínica, especialmente con adolescentes pero no solamente, es importante recuperar el trabajo con los sueños. Rescatar los sueños, pero también recuperar el valor del trabajo de soñar. Es desde el trabajo psíquico del soñante que se puede acceder a la materia prima con la que cuenta el soñador. El sueño onírico, es por definición una producción singular. Pero el relato del sueño es social. Apuntar al trabajo con sueños es dar la posibilidad de habilitar el paso de soñante a soñador. Porque trabajar con sueños es trabajar con deseos, con cumplimientos de deseos. Es darle consistencia a un lugar psíquico en donde algo del cumplimiento de deseos tiene lugar. Un psicoanalista que se interesa en los sueños, dentro de la trama transferencial, termina siendo alguien que estimula a que se produzcan más sueños. Y soñar y contar sueños, va enriqueciendo un lazo social a partir de esa producción individual. Y se abre la posibilidad de que el soñar para otro se transforme en un soñar con otro.
El joven Ernesto, el motociclista, es un soñador. Su sueño terminó transformándose en la pesadilla de los destructores de sueños. Y se convirtió en el Che, por haber puesto su vida al servicio de las mejores formaciones de futuro. Individuales y colectivas. La esperanza de sus ojos cuando arranca la moto, la ilusión de viajar y conocer América. La utopía de cambiarla. El proyecto en que pone el cuerpo en circulación con otros. Y la apuesta. Apostar es otra formación de futuro. Es jugarse a vivir una experiencia que no se sabe cómo va a terminar. Es el investimiento de esa incertidumbre. Es saber que no se sabe, pero se confía. No es la fe, que lo sabe todo, sino confianza que sabe lo que quiere, que sabe que lo quiere, y que apuesta todo a ese sueño.
Eduardo Müller
Psicoanalista
edumul [at] sinectis.com.ar