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Niños que se quedan solos en su casa: un fenómeno urbano de hoy

 

Desde la dictadura militar del 76 se profundizó en la Argentina un modelo económico que provocó la acentuación de las diferencias sociales, con aumento de la miseria y gran pauperización de la clase media. Simultáneamente se produjeron cambios en los modelos familiares y el debilitamiento de lazos solidarios, lo cual generó un incremento de la problemática de menores que se quedan solos en la vida o en la calle, y que pertenecen a sectores que fueron excluidos de la sociedad; y de menores que se quedan solos en la casa durante muchas horas, que pertenecen a los sectores que tienen algún trabajo precarizado y que mantienen la posibilidad de vivir bajo techo. Es decir, tenemos un tendal de niños en las calles y muchos niños encerrados en sus viviendas. Reflexionaremos acerca del fénomeno urbano de aquellos niños que permanecen muchas horas solos sin estar aún preparados para ello encerrados en sus departamentos o en la pieza de la pensión que habitan.
Notas periodísticas reflejan el fenómeno al que nos vamos a referir bajo los siguientes términos: “Chicos amos de casa, un síntoma de la crisis”. “El 73% de los escolares de la ciudad de Buenos Aires se preparan solos una comida diaria” .
Tal cual sostiene Enrique Carpintero caratulándola de “sociedad del asfalto”, la ciudad, debido a la gran concentración de sus habitantes, reúne también las múltiples manifestaciones de la crisis de nuestra cultura. Esta sociedad se funda en una política en la cual los individuos deben estar solos, enfrentándose al poder y a los sistemas de información en forma aislada. El valor de este aislamiento es que lo que piense cada uno en su casa no tendrá ninguna influencia en el conjunto de la vida social.
Se produjo el debilitamiento de lazos solidarios con la desaparición de instituciones intermedias tales como clubes, sociedades de fomento, guarderías de sindicatos y obras sociales, espacios barriales que antes funcionaban como soporte social para las madres y padres que trabajaban. La mal llamada flexibilización laboral determinó el alargamiento de las jornadas laborales de hombres y mujeres, y una cultura del miedo a perder el trabajo con la aceptación pasiva de las deterioradas condiciones laborales del sistema, lo cual dio como resultado un incremento de la problemática de menores que se quedan solos en el hogar durante muchas horas.
La profunda crisis del país y de los países latinoamericanos limítrofes dio como resultado fenómenos migratorios en pos de una búsqueda de sobrevivencia. Esto generó la presencia de familias desintegradas y con un gran desarraigo que, si no tienen como recurso posible integrarse o unirse con otras familias de igual proveniencia y armar una red, permanecen en un estado de precariedad emocional en su aislamiento.
Simultáneamente no podemos dejar de mencionar los cambios en los modelos familiares de las últimas décadas, que dan como resultado un aumento importante de los hogares de los cuales la mujer es único sostén, quien ya venía ocupando en forma creciente plazas laborales. En 1960 era de un 4,9%; en 1980 era de un 19,9%; y en 1991 era del 22,3%. El aumento de separaciones y divorcios fue muy significativo: entre el quinquenio 1981 - 1985 y el de 1991-1995 hubo un aumento del 143% (estadística en 11 distritos del país). En la ciudad de Buenos Aires se divorcian 6.000 matrimonios por año desde 1990. Todo esto da como resultado un gran aumento de hogares monoparentales, en su mayoría a cargo de la madre quien también tiene muchas veces la total responsabilidad económica, dado que la ley aún no obliga al padre al aporte de alimentos.
Con el brutal aumento de la desocupación se dan fenómenos paradojales. Muchos padres, sobre todo varones, permanecen más tiempo en sus hogares, algunos por primera vez en sus vidas. Su presencia física no garantiza su participación en el vínculo con sus hijos ya que están muchas veces deprimidos y se sienten desvalorizados. En muchos otros casos encuentran un estímulo en la posibilidad de participar en el cuidado de sus hijos.

QUEDARSE SOLO
Es importante aclarar que quedarse solo para un menor puede ser nocivo; en otros casos no constituye un riesgo y, en el mejor de los casos, resulta necesario para su desarrollo.
Describiremos una serie de condiciones requeridas para la construcción de la autonomía a lo largo de la infancia y la adolescencia. Intentaremos diferenciar las que propician, de aquellas que obstaculizan dicho proceso.

La capacidad de estar solo se construye.
Winnicott sostiene que la capacidad de estar solo es un logro de alto refinamiento en el desarrollo infantil, relacionado con la madurez emocional. Este desarrollo implica una primera etapa en la que estuvo presente la madre o una persona que se identificó con el niño a tal punto que casi no se interesó por otra cosa que cuidarlo. La inmadurez del yo del infante es allí equilibrada por el yo de la madre. Con el paso del tiempo, el niño incorpora a la madre con la forma de una representación mental, y de este modo se vuelve capaz de estar solo. Llega a esto pasando por etapas intermedias en las que puede permanecer solo estando la madre confiablemente presente, representada en ese momento por la cuna, el cochecito o la atmósfera general del ambiente inmediato.
La capacidad para estar solo se construye a través de la paradoja de experimentar estar solo mientras alguien más está presente.
Si un niño es dejado solo sin haber logrado construir la capacidad de estar solo, implica para él una experiencia de enorme sufrimiento, con efectos potencialmente traumáticos.
Un niño puede quedarse solo en su casa, en la plaza, viajar solo, a partir de que no se siente solo; cuando ya tiene en su mente construida la imagen de una figura confiable y protectora que lo acompaña.
La autonomía es un proceso que comienza a gestarse desde las primeras experiencias infantiles (por ej. destete, deambulación, ingreso al jardín, control de esfínteres). Entre los 8 y 10 años el niño suele plantear que no tiene inconvenientes de quedarse un rato solo.
En nuestra cultura urbana de clase media, si un niño a los 12 años no puede quedarse un rato solo, o no desea hacerlo, ya sea en la casa, en la calle, o en lugares conocidos, es preocupante.
En este proceso de construcción, el niño tiene que ir armando categorías psíquicas que le permitan discriminar lo íntimo y lo privado de lo público.
Nos referimos a que pueda ir reconociendo la necesidad de tener algunos pensamientos secretos, ciertos objetos de uso exclusivo, respeto al pudor sobre su propio cuerpo e ir permaneciendo a solas durante intervalos cada vez mayores.
Es indicador de patología que no se constituya la noción de lo íntimo y lo privado en la segunda infancia y en la adolescencia.
La responsabilidad de que los menores que aún no están en condiciones se queden solos es siempre de los adultos. Se trata de una responsabilidad que debería ser compartida por la familia y el Estado. En la Argentina, el Estado no garantiza el cumplimiento de la Convención de los Derechos del Niño al no hacerse cargo de proveer instituciones y espacios adecuados, como clubes, guarderías, etc., que cubran la protección de los menores fuera del horario escolar y en vacaciones. Hay instituciones no gubernamentales que responden a parte de la demanda pero resultan insuficientes.
Es importante la decisión de los padres acerca de cómo dejarlos. Frente a iguales condiciones externas, cada familia encuentra recursos diversos, que en muchos casos constituyen soluciones de gran valor para no exponer a los niños a que queden solos antes de tiempo. Hay madres que se organizan entre varias turnándose e intercambiando cuidados, hay otras que recurren a vecinos, por ejemplo. En gran medida esto depende de cuánto la familia haya podido simbolizar el sostén por un lado y por otro de su capacidad de vinculación social, que le permita imaginar caminos posibles para compartir con otros.
Con respecto a los comportamientos del ambiente, todo menor requiere de los aportes de las funciones de sostén y corte, es decir protección y límites, así como los aportes materiales y afectivos necesarios para la etapa del desarrollo en que se encuentra. Son los adultos los encargados de proveerlos.
El desamparo no es la única falla ambiental posible, también lo es la sobreprotección, que implica el no reconocimiento de las necesidades y posibilidades ya logradas por parte del niño. Obstaculiza la autonomía.
D. W. Winnicott nos provee de un modelo interesante para pensar los efectos de las fallas ambientales.
Diferencia la privación temprana (cuando los cuidados ambientales fallan significativamente desde el comienzo), de la deprivación (cuando el niño recibe inicialmente cuidados que requiere y luego dejan de estar o comienzan a fallar antes del momento en que el niño pueda soportarlo)
Los efectos de la privación temprana alteran la integración psique-soma y pueden producir trastornos severos del crecimiento y desarrollo.
Los efectos de la deprivación pueden ser de tres tipos diferentes:
Están los niños que reaccionan con desesperanza, y desarrollan depresiones con síntomas emocionales, somáticos, con síntomas escolares o accidentes con tinte suicida.
Están los niños que reaccionan con esperanza , y tratan de recuperar robando aquello de lo que se sintieron deprivados, desarrollando conductas antisociales, mentiras, pequeños robos en la casa, la escuela o el barrio. Es muy importante poder diferenciar los niños o adolescentes que realizan pequeñas transgresiones en un ámbito en el cual puedan ser mirados por un adulto con la esperanza de ser escuchados en su malestar, de aquellos que presentan una estructura psicopática. Lo interesante de este aporte de Winnicott es el valor que le otorga a lo ambiental. Es así que frente a un niño o adolescente antisocial el escucharlo y comprenderlo puede desarmar rápidamente dichas conductas.
Están quienes reaccionan con sobreadaptación , actúan como si nada pasara, tienen alta eficiencia en la escuela y tienen propensión a la patología psicosomática.

Algunas reflexiones
La presencia de menores que permanecen muchas horas solos en su hogar, constituyen un indicador de riesgo para accidentes, intoxicaciones, quemaduras, golpes, caídas, patologías somáticas y emocionales.
La permanencia en el hogar al cuidado de un hermano mayor que todavía no está en condiciones emocionales de protegerlo sin un costo psíquico alto para éste, no constituye un recurso confiable para ninguno de los dos hermanos. Se observa que muchas veces, la violencia desde los adultos que esta situación implica para el hijo mayor, recae indefectiblemente sobre el menor, registrándose situaciones de agresión entre hermanos. La otra salida posible es la sobreadaptación por parte del mayor, con el consiguiente costo psíquico que esto implica. En realidad se trata de dos menores en riesgo.
Esta problemática tan grave, queda silenciada y oculta tras puertas cerradas de viviendas de diferentes barrios de nuestra ciudad.
Los padres no consultan ni refieren esta forma de organización doméstica, por ende nunca aparece esta problemática como motivo de consulta.
Pensamos que desde la escuela y los centros sanitarios existen posibilidades de detectar activamente la problemática de los niños que se quedan solos, y orientar formas de mejorar sus condiciones de vida. No obstante habrá que saber que es un fenómeno inherente al avance de políticas salvajes de exclusión social que no encontrarán una resolución efectiva si no se las entiende y encara desde una perspectiva política.

Susana Ragatke
Psiquiatra y Psicoanalista
suragatke [at] aol.com

Susana Toporosi
Psicoanalista
stoporosi [at] fibertel.com.ar

BIBLIOGRAFÍA
- –Carpintero E. La alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud. Edit. Topía. Buenos Aires, 2003.
- - Winnicott D.W. La capacidad para estar solo (1958). Los procesos de maduración y el ambiente facilitador. Estudios para una teoría del desarrollo emocional. Edit. Paidós.
- Winnicott D. W.. La tendencia antisocial (1956) Escritos de Pediatría y Psicoanálisis (1931-1956) Edit. Laia. Londres, 1958.
- Rojas. María Cristina: Modelizaciones en psicoanálisis familiar: Aproximación teórico-clínica a la familia de hoy. Revista de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo 2000; XXIII, 2: 87-107
- Winnicott D. W. Realidad y Juego. 5° edición. Edit. Gedisa. Barcelona, 1995.
- Agradecemos al Lic. Jorge Rodriguez los aportes y comentarios recibidos.
 

 
Articulo publicado en
Noviembre / 2003