“En una cultura no represora, la excepción no confirma la regla: la interpela”
Aforismo implicado
Se cagó en dios. Al menos, en uno de ellos. El que multiplicó los panes y los peces. El de la abundancia. Hizo un pacto con el otro dios, el de la guerra y el exterminio. No hubo rastros de banalidad en su cobarde trayectoria. Protegido por un vicariato, mezcla de inquisición y GESTAPO, trituró anhelos y esperanzas. Fue más cruel que sus patrones, porque se escondió en la sotana reactiva, el uniforme preferido de pederastas y lameculos. Un asco de tipo. Aunque un psicoanalista quisiera hacer uso de neutralidad, de tenerlo cerca al Cristian no cristiano Von Wernich, no sería posible impedir el certero puntapié en su podredumbre genital. Porque lo más insoportable de las fechorías de monseñor sorete, es el placer inaudito que obtuvo de cada una de sus felonías. Principio de placer traicionado en su dimensión simbólica, para constituir un premio adicional a su condición de humana animalidad. Es cierto que el dolor del torturado conmueve. Que el quebranto del prisionero nos derrumba. Pero conviene detenerse aunque sea unos pocos instantes (no es posible hacerlo demasiado tiempo) en el placer del carnicero apostólico, romano, católico. La mala bestia disfrutaba todo el horror que causaba. Jorobado de alma, torcido en su credo y retorcido en sus zonas erógenas, disfrutaba de su purulenta religiosidad. Nada le impedía torturar negritos, pero podía mentir si le peguntaban por el martirio del director de un diario de prestigio internacional. El que se hacía llamar “duque”, “conde”, no era peor que Caggiano, Tortolo, Pío Laghi, Paulo VI, Wojtyla. Poco mérito ser uno más de un scoring de lacras y alacranes. ¿Reaccionará el obispo de 9 de Julio, Martín de Elizalde, sancionando al cobarde sotanudo? Porque las lágrimas del cocodrilo episcopal no mojan ningún pañuelo. Son lágrimas sólidas, de granito, mármoles diminutos que ni siquiera laceran los ojos que las escupen. Ante la evidencia que la Iglesia de Roma es una organización criminal, que ha propiciado la biblioclastía, el genocidio, el exterminio de mujeres y libre pensadores, que poco puede importar el derecho canónico. Ni la excomunión será suficiente, porque ¿quien excomulga al excomulgador? Vamos a ver como reaccionan nuestros conservadores contrariados, que algunos se empeñan en denominar progresistas. Ya los escucho, cachondos y pulguientos, separando a las personas de las instituciones. Yo reclamo: ¡abogados del mundo uníos! Para una mega demanda civil por daños y perjuicios contra la humanidad, a la Iglesia Romana en Argentina, por cómplice, en concurso real, irracional, perverso y demencial, de todos y de cada uno de los delitos por los cuales fue declarado culpable el Von Wernich, inodoro de la fe. La dimensión institucional no puede ser soslayada. Me refiero a la lógica fundante que habilita y santifica el exterminio del hombre por el hombre. Un grado más sofisticado de la explotación. Después de todo, el Cristian-ano es un producto no contingente de la pulsión de muerte de la Puta Madre Iglesia, en el sentido convencional que la sociedad patriarcal le da a esa expresión. Asqueroso el producto, y no menos asquerosa la fábrica del que proviene. La regla de la santísima madre debe ser interpelada. Teórica y políticamente. En el psicoanálisis implicado hablamos de “Ideal del Superyo”. Este personaje macabro lo encarna en una dimensión superadora. Han caídos los Ideales del Yo, y en la gigantesca masa artificial que algunos denominan “aldea global”, se pulveriza todo aquello que pueda oler a erogeneidad. Desde la natural a la cultural. Condenado por 7 asesinatos, 41 secuestros y 3 casos de tortura, el capellán de la Bonaerense ya tiene su epitafio.
Cerdo de Dios.
Alfredo Grande