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El bien estar en la cultura

 
25 años de Atico, cooperativa de trabajo en salud mental

“No es lo mismo un cooperativista, que un pequeño burgués sin plata” (aforismo implicado)

 

Si la libertad es la negación de toda esclavitud, hay un largo camino a recorrer para poder conquistarla. Con el agravante que no está señalizado, que no sabemos qué extensión tiene, y que si bien hacemos camino al andar como el poeta enseñara, también nuestra subjetividad de caminantes se va modificando. Comenzamos a sospechar que el camino son muchos caminos, que la espiral dialéctica puede achatarse en círculos viciosos y que, cuanto más avanzamos, más largo es el camino. Si “nuestra cabeza piensa donde nuestros pies caminan”, como propone el Movimiento Barrios de Pie, era necesario inventar un territorio diferente, no pensado en los años de nuestra formación profesional. Todo acto fundacional supone sostener vivencias de cualidad psicótica. Confusionales, melancólicas, persecutorias. Solamente la matriz vincular podrá sostener la disgregación que esas ansiedades suponen y sostener la cohesión necesaria para que lo instituyente, creado y creador, comience  el lento y necesario camino de su institucionalización. Esa cohesión primera, formidable contracarga a las fuerzas que tienden a disgregar, podría llamarla “cooperación arcaica”. Va mas allá de la amistad, entendida como moción sexual de meta inhibida. La cooperación arcaica supone la desinhibición de metas, destinos y objetivos. En la cooperación arcaica todos los sueños son posibles y se verifica la denominada “ilusión grupal”. Pero insisto en que no se trata, al menos no solamente, de la “creencia basada en un deseo” (como Freud define la ilusión) sino de la cualidad anticipatoria de la alucinación. Por eso defino el acto fundacional como “alucinación grupal”.  Recuerdo hace muchos años, quizá algunos menos que 25, que caminaba por Colegiales. Me crucé con una colega que nunca llegó a ser amiga, pero la cordialidad no tiene cara de hereje. Entre dichos y dichas, le comenté que a mi criterio “las alucinaciones auditivas del esquizofrénico eran una premonición del walkman”. Su mirada de horror todavía la recuerdo. Pero mantengo esa convicción. Quizá solo en estos casos, la locura sea buena consejera. Y así empezamos nuestro trabajo colectivo con una fuerte impronta autogestionaria. Intentamos que nuestros pies caminaran por un territorio diferente, tal vez complementario, del hospital público, el consultorio particular y las clásicas asociaciones civiles, fundaciones, o incluso sociedades comerciales. Pretendimos caminar la fértil tierra del cooperativismo de trabajo. En ese momento pensamos que nuestro nombre propio nos alejaba de las luchas identitarias por los linajes teóricos. Nuestro nombre propio remitía a un lugar alto y soleado, en la segundo acepción del Larousse. Y nuestro deseo era sostener la travesía institucional por las distintas maneras de entender y de intervenir en la salud mental. La “cooperación arcaica” dio paso a entender la diferencia entre “cooperación, competencia y rivalidad”. Nos dimos cuenta que los que rivalizan, dicen que compiten. Los que compiten, dicen que cooperan. Y los que realmente cooperan, no pueden dejar de sentir, al menos algunas veces, que son los ingenuos herbívoros en un mundo jurásico. De esa molesta y pegajosa sensación, inventé el concepto de la “ingenuidad militante”. Queríamos mantener la ternura, y nos costaba demasiado endurecernos. Lo arcaico se diluía en las nuevas generaciones de asociados, y ratificaba el concepto de “pulsión de poder de clase”, que aprendiera de Gerard Mendel. En la cooperativa de trabajo las clases institucionales pugnaban por incrementar su poder. Poder social que se verificaba desde la cantidad de pacientes de cada profesional, hasta el monto de honorarios que cada asociado cobraba. No estoy tan seguro de la afirmación marxista que la humanidad solo se plantea los problemas que puede resolver. Nosotros, los cooperativistas, todavía no podemos resolver problemas que hace décadas nos estamos planteando. El más importante: ¿cómo modificar la subjetividad del profesional que más allá de teorías, tiene que vender su fuerza de trabajo en un mercado de empresas comerciales? Prepagos, obras sociales, intermediarios, etc. Después de 25 años de esa “cooperación arcaica”, el problema sigue sin resolver. Incluso creo que es mas grave aún, por la marca siniestra del liberalismo en la salud. La nueva y auspiciosa Ley de salud mental, asociada con organizaciones cooperativas y autogestionarias, quizá permita que nuestros pies caminen nuevos territorios y nuestras cabezas piensen nuevos paradigmas en la formación y en la asistencia. En ese sentido, el territorio de la cooperativa alberga los desarrollos del psicoanálisis implicado y su atravesamiento con la teología de la liberación y la psicología social. Desde ahí intentamos sostener nuestro “bienestar en la cultura”.

 

Alfredo Grande[i]

[i] Médico Psiquiatra. Psicoanalista. Fundador de ATICO cooperativa de trabajo en salud mental. (1 de mayo de 1986)

 

 
Articulo publicado en
Abril / 2011