Nathaniel Hawthorne, ese maravilloso escritor norteamericano del siglo XIX que nos dejó como legado La letra escarlata y Wakefield, lamentaba haber nacido en EEUU porque era una nación joven, sin tradición gótica de castillos y fantasmas errantes con cadenas. El pobre de Hawthorne rabiaba a morir porque nada en el nuevo continente le daba pie para pensar cuentos de terror, miedo o gore: en América, lo más terrorífico que tenían eran los indios malos que quitaban cabelleras con sus navajas. Países como la gente eran claramente Inglaterra o Alemania, con una vasta producción de vampiros, frankensteins y fantasmas a lo pavote.
Si Hawthorne viviera en estos días, podría dar cuenta de que en su país ya existen monstruos capaces de generar las historias más espeluznantes. Y si, por una de esas casualidades, el tipo nos observara como su personaje Wakefield, vería que en el cono sur, nosotros, los americanos argentos también tenemos fantasmas que abren picaportes y generan más de un chucho.
Nada indicaba que fuera a ser una noche excepcional. El día había estado más bien aburrido, sin novedades, por el paro de trenes. Así que poca gente, mucha ronda de mate y esas cosas. Pero algo mejor que el paro de trenes son las tormentas: no te cae ni el loro. O te cae, pero en forma de cura.
- Equipo de Salud Mental, tienen una consulta- nos tiró un médico desde el teléfono.
- ¿De dónde?
El médico tapó el auricular y bajó la voz para responder:
- De la capilla.
Néstor me miró suspicaz (como sólo puede hacerlo un viejo peronista) y yo le devolví la sonrisa (como sólo puede hacerlo una aficionada a lo sobrenatural). Sí, sépanlo: cada vez más pienso en dedicarme a lo paranormal, sólo para guardar objetos poseídos en el sótano.
La tormenta se anunciaba fea desde la tarde, pero ahora eran rayos y centellas en sonido estereofónico y la idea de terminar en la capilla en interconsulta con el mediador de Dios era como mínimo, bizarro: ya me veía yo con crucifijos dados vuelta, escupidas verdes y/o algún paciente hablando como Pappo. Eso era una consulta en salud mental.
Mientras cruzábamos el patio, recordé que el fin de mi vida catequística había sido allá por 1987, cuando hice la confirmación y esa misma tarde escuché a Madonna por primera vez. Chau iglesia, hola herejía. Y aunque sabía que el papa era argentino y tenía un par de rezos en la manga, por las dudas, chequeé backup.
- ¿Vos sos católico, Néstor?
- Ponele.
Bien, para empezar, estábamos cubiertos. Ahora venía la prueba de fuego: no derretirnos al pisar suelo santo.
Entramos en la capilla iluminada por las luces de los santos de yeso y los relámpagos del exterior. Esperé un momento y no, no nos derretimos. Así que comprobé que el peronismo y la confirmación, dan inmunidad.
Mediando el pasillo central, apareció el padre Gabriel. Realmente es un hombre de fe, de Dios y buen ser humano, todo eso junto. Y, a diferencia de otras veces donde la sonrisa no se le quitaba de la cara, esta vez parecía claramente consternado por la neblina de la duda.
- Ah, gracias por venir- nos dijo- Pasen, pasen.
Llegamos cerca del altar y por las dudas me persigné cuando pasé al lado de la Virgen, porque me miraba como pidiéndolo y no quise ser grosera. Además, nunca se sabe.
El padre Gabriel nos hizo sentar en el primer banco de la capilla. Las luces temblaron un poco y los vidrios se sacudieron con un trueno que nos dejó a todos pensando.
- Bueno, yo los hice llamar, porque tengo que hacerles una consulta de lo que creo, no es mi área- empezó.
- Díganos, Padre- animó Néstor.
- Verán, yo suelo hablar con las madres de Neo porque siempre se encuentran en una situación difícil, les doy una palabra de aliento, a través de la fe…pero desde hace unos meses estoy yendo para hablar con las enfermeras, porque tienen una situación que yo no sé cómo explicarles…
- Como pueda- dije yo.
- Dicen que en la Neo hay un fantasma.
CHAN CHAN CHAN CHAN
- Naaa- me reí.
Sí, estuvo mal. No hay que reírse ni de los fantasmas ni de los radicales.
- No se ría, Doctora…
- Perdón, tiene razón, padre. Cuéntenos, ¿quién el fantasma?
- La llaman “la madre de la cuna ocho”. Ustedes ¿no podrían ir a hablar con las enfermeras? Están aterradas. Y yo no puedo hacer nada con eso.
En un instante pasamos de “El exorcista” a “Sexto Sentido”. Una de fantasmas, una clásica. Un cuento de Poe narrado por Narciso Ibáñez Menta. Chau rivotril, hola agua bendita.
Por qué, me pregunto yo, no tendremos más consultas de fantasmas y poltergeists en lugar de esas insalubres madres con crisis de angustia y niños con dolores de pecho sin causa orgánica. Por qué, digo yo, por qué. Por qué no cambiar la risperidona por agua bendita y en lugar de sujetadores para las crisis demoníacas, tener esos palitos que miden la energía extrasensorial. Cuánto más felices seríamos los equipos de salud mental.
En fin, las oportunidades hay que aprovecharlas y si te lo pide el cura, cómo no le vas a hacer la gauchada.
Y ahí fuimos a la Neo, con los rayos y las centellas sobre nosotros, pero con la bendición divina como protección. Igual, no nos dio ni una estampita.
En la Neo nos atendió la enfermera de guardia, una señora bajita y redonda como un pan de campo. Cuando le dijimos a qué veníamos, llamó a su compañera, que se parecía más a una baguette seca.
- Sí, es verdad- nos dijo la bajita- Al principio no queríamos creerlo, pero empezaron a pasar cosas.
- ¿Qué cosas?
- Los picaportes se bajaban solos o las puertas se cerraban de golpe…
- ¿No pudo haber sido el viento?
- Acá no se pueden abrir las ventanas, doctora- me contestó la baguette con mal tono.
- Ah, claro.
- Y después pasó que no éramos nosotras nada más, también las madres…dicen que veían a alguien por los pasillos, una mujer…
- Pero acá son todas mujeres las que ingresan, según tengo entendido- tiró Néstor.
- Sí, doctor, pero ésta era distinta…no sé cómo explicarlo…lloraba.
- Pero acá muchas de las madres lloran, digo: están en una situación de estrés, por sus bebés- agregué yo.
- ¡No, ustedes no entienden! ¡Todos los nenes que ponemos en la cuna ocho se mueren!- saltó la bajita, de golpe.
- Bueno, bueno, le creemos, tranquilícese. ¿Quiere agua?
- ¡No!
- Ok.
- Estamos muy cansadas, es eso.
- Cuéntenos, por favor, lo de la cuna ocho.
A esa altura de la noche, la tormenta estaba a punto caramelo: los árboles del patio se sacudían como desquiciados por el viento y el agua golpeaba los vidrios con tanta fuerza que en un momento pensé que se iban a quebrar.
Nada, formas de registro de un temporal. Más en una noche donde te cuentan semejante historia:
- Pasó hace un año, más o menos-empezó la enfermera bajita- Yo justo estaba de guardia y había dos chicos feos1. Uno estaba en la cuna ocho, el otro en la seis. Ya les habíamos avisado a las madres que sus bebés no estaban bien. La madre de la cuna ocho no quería hablar con nadie, porque yo llamé al equipo de salud mental, pero no quiso hablar. Y en ese momento estaba sola. Pero bueno, no quiso. Y a la noche de ese jueves, el chico de la cuna seis falleció. Y salimos con el médico a dar la noticia, pero la madre de la cuna ocho entendió que su hijo era el muerto y sin decir nada salió corriendo por el pasillo, abrió la ventana del fondo que no tiene rejas y se tiró.
En este punto, ya no fue gracioso. Se nos borraron los chistes fáciles y el boludeo esotérico.
- Disculpe- le dijo Néstor- ¿Se tiró desde el tercer piso?
- Sí.
- ¿Y por qué no nos llamaron ahí, en ese momento?
- Yo llamé a la guardia, para que avisaran al SAME, porque era una adulta. Y es que sobrevivió la madre, se la llevaron al Argerich. Y falleció unos días después.
- ¿Y el bebé?
- El bebé al final se puso bien. Imagínese cuando vino el padre…no sabíamos qué decirle.
- Lo que pasa es que fue todo muy rápido y nunca se nos ocurrió que se iba a tirar- completó la enfermera baguette seca, un poco mojada ya por las lágrimas.
- Bueno, tenemos esta tragedia que sucedió hace un año. ¿De qué se trata lo de la cuna ocho? El bebé se salvó…- le dije.
- Sí, pero la madre regresa en venganza contra nosotras y…esa cuna está maldita, todos los nenes que ponemos en esa cuna, no sobreviven. Y es el fantasma de la madre.
- Sigo sin entender…¿ustedes vieron al fantasma de la madre?
La enfermera baguette, se secó la cara y contó:
- Una noche yo estaba muy cansada, terminé de hacer el pase y me vine al office, me tiré un ratito y no sé cuánto tiempo pasó, pero escuché que alguien quería abrir la puerta. Me levanté y salí al pasillo, pero no había nadie. Yo pensé que había sido algo de mi imaginación y porque estaba cansada, pero volvió a pasar varias veces.
- Y en las habitaciones de las madres también- agregó la enfermera bajita.
- ¿Sólo a ustedes les pasó de “ver” a la madre fantasma…a otras enfermeras, no?
- Una de mis compañeras es la que dice que vio la figura de una mujer saliendo de la Neo y que la llamó, pero que nunca se dio vuelta y desapareció. Y que cuando preguntó a la seguridad le dijo que nadie había salido.
A esta altura, Néstor ya había cerrado su diagnóstico de la situación y me miró. La lluvia caía más amablemente contra los vidrios y los truenos se escuchaban lejanos.
En el libro de registro de la guardia se escribió “contención verbal y emocional, con sugerencia de interconsulta con el servicio de salud mental”. Firma, sello y dos gotas de agua bendita (porque una nunca sabe).
Por supuesto, la atención a las enfermeras nunca llegó y el fantasma de la madre se ve de vez en cuando rondando por ahí.
Pero dicen que al parecer, la cuna ocho fue removida y llevada al sótano del hospital, junto con otros objetos en desuso.
Al acostarme esa noche, mientras trataba de hacer rendir la mantita hasta mis pies para no morirme de frío, pensé en Hawthorne: no todas las noches una tiene la suerte de tener argumentos para cuentos de fantasmas.
Nota
1. Traducción: Cuando un agente de salud dice “el chico está feo” no es porque sea poco agraciado, sino porque se encuentra grave.