"Murió el supremo engaño de creerme yo eterno." Giacomo Leopardi
"Respeta la vida quien respeta la muerte. Toma en serio la muerte quien toma en serio la vida, esa vida, mi vida, la única vida que me ha sido concedida, aunque no sepa por quién e ignore por qué. Tomar en serio la vida significa aceptar firme y rigurosamente, lo más serenamente posible, su finitud" Norberto Bobbio
Existen en la historia del cine, como ante las distintas sociedades con sus particulares culturas, varios prejuicios y estereotipos alrededor de la problemática de la vejez. Dentro de la era actual, marcada y monopolizada por la imagen visual, el cine se convirtió en un eficaz y contundente medio que nos permite, en principio, conmovernos, luego analizar y después reflexionar sobre las relaciones entre las personas y su medio, a lo largo de sus diferentes momentos de la vida.
Mirar los films sobre la vejez ayuda a profundizar y comprender los diferentes y variados modos de envejecer, las relaciones con las otras generaciones, el papel que ocupan en sus respectivas sociedades; como así también pensar sobre las cuestiones más significativas y las dinámicas del envejecimiento, del cual nadie puede escapar.
El ya clásico libro de Norberto Bobbio, De Senectute, donde el propio autor italiano se autorretrata a los 87 años, en lo que denomina “la vejez ofendida”, nos puede servir de marco teórico-introductorio al tema en cuestión.
Recordemos algunos de sus conceptos más importantes y que resultan hoy anticipatorios, ya que el libro fue escrito en el año 1996:
Ser viejo no es bello, y los ancianos de hoy viven una “vejez ofendida”, abandonada, marginada por una sociedad mucho más preocupada por “la innovación” y el consumismo ilimitado que por la memoria.
A propósito del libro de Bobbio, Fernando Savater comentó que: para los viejos pobres, la situación es aún peor: están abocados al “Alzheimer social”. Por eso reclama para ellos una mayor contención y reconocimiento del Estado.
Por otra parte, tenemos a las organizaciones del ocio, preocupadas esencialmente en poner en circulación el dinero que les queda a los viejos.
La paradoja del sistema capitalista, es que al mismo tiempo en el que comprueba una desvalorización general de la vejez, a la vez se observa el desarrollo de un mercado de bienes de consumo y profesionales especializados en la vejez.
Siendo una de las características de este sistema, dos negaciones: la devaluación y negación del viejo, y la banalización y negación de la muerte.
Sin embargo, Bobbio también desconfía, y en cierta forma desprecia esos mensajes “edulcorados” que venden “no al viejo, sino al anciano-término neutro”, que aparece tan campante, risueño, y feliz de estar en el mundo, porque por fin puede “disfrutar” de un tónico especialmente fortificante o de unas vacaciones más que “atractivas”. O que gozan, como mostraba un aviso publicitario televisivo, cuando en la Argentina se implementaban las siniestras AFJP. Donde aparecían los viejos jubilados corriendo como atletas de una maratón por una ruta sin fin, al compás del tema musical titulado significativamente Forever Young.
Bobbio, también denuncia esa utilización, porque en una sociedad donde todo se compra y se vende, también la vejez puede convertirse en una mercancía como todas las demás, y el viejo (esa clase llamada eufemísticamente “pasiva”) se convierte en un cortejadísimo disfrutador, sin conflictos serios, de la sociedad consumista capitalista, portador de nuevas demandas de mercancías, contribuyendo y ahora no tan “pasivamente”, a la ampliación ilimitada del mercado.
Esta representación light de la vejez es muy difundida, especialmente en ciertos films hollywoodenses: Cocoon (1985) de R. Howard y Cocoon: the return (1988) de D. Petrie, son de los más emblemáticos y patéticos.
La paradoja del sistema capitalista, es que al mismo tiempo en el que comprueba una desvalorización general de la vejez, a la vez se observa el desarrollo de un mercado de bienes de consumo y profesionales especializados en la vejez.
El mérito mayor del ensayo de Bobbio es que éste no parece hastiado y sigue siendo un curioso por todo, y aunque niega el consuelo de decir que la vejez es maravillosa, no se queda en el quietismo. Y como muchos otros viejos, sigue leyendo, escribiendo y denunciando. Quizás su tragedia es que ya no puede conciliar el deseo de vivir con la pérdida de la vida. Y en una época de sentimientos y pensamientos tan light, siguió comprometido con la política. Antifascista y antipopulista hasta su muerte, a los 95 años de edad.
La otra tragedia de la vejez que plantea valientemente el autor, es que por lo general, el viejo vive de recuerdos y para los recuerdos, pero su memoria se hace cada vez más frágil día a día.
Las representaciones de la vejez en el cine, siempre serán una aproximación inconclusa, éstas atraviesan la historia misma del cine e incluso antes de su existencia, ya que hay muchísimos films que muestran la vida en sociedades antiguas y, también, cómo supuestamente será la problemática de la vejez o su utópica desaparición en films sobre el futuro lejano.
Vemos representaciones de la vejez en todos los géneros: tragedias, comedias, ciencia ficción, policiales, westerns, documentales, románticas, etc.
Pero, sobre la vejez como tema central, o cuyos protagonistas son personajes de edad avanzada (siendo este un hecho relevante en el argumento del film), rara vez en la historia del cine, un personaje anciano será protagonista, a lo sumo ocupará un papel secundario de menor o mayor importancia. Y por regla general, al servicio del o las protagonistas. Salvo excepciones, como el memorable film de F. Fellini Ginger y Fred (1986). Los imitadores de la famosa pareja de bailarines, ahora ancianos, protagonizados por Giulietta Masina (Ginger Rogers) y Marcello Mastroianni (Fred Astaire).
Fellini en tono de comedia dramática, desnuda la crueldad de esta sociedad del espectáculo, cada vez más insignificante, grotesca y despiadada; que no respeta nada ni a nadie. A pesar de la sátira, los protagonistas lograran recordar y así revivir y saborear aquella gloriosa época.
El coronel no tiene quien le escriba, tuvo su continuación fuera de las páginas de la excelente novela corta de G. García Márquez, en el film de 1999 del director mejicano Arturo Ripstein, con las actuaciones estelares de Marisa Paredes y Fernando Luján. El argumento trata de la penuria y la espera de un viejo coronel por su jubilación que nunca llegará. Incluso todo el pueblo sabe que espera en vano, también lo sabe su envejecida y enferma mujer. La injusta pobreza en la vejez es el gran trauma que acongoja al viejo coronel, aunque éste contra viento y marea seguirá luchando y esperando de pie. Seguirá ejerciendo la dignidad hasta las últimas consecuencias. “Un hombre decente debe permanecer siendo humano, más que sólo sobrevivir”. No hay nadie del Estado que le escriba otorgándole su merecida pensión retrasada. Del famoso “realismo mágico”, no hay nada, el hecho narrado y representado en el film, es la historia real del abuelo materno de García Márquez: un soldado de las filas del ejército liberal durante la guerra civil de los mil días, que enfrentó a liberales y conservadores a comienzos del siglo XX. La suya fue la historia, como la de muchos, signada por la falta de reconocimiento.
Tanto en la novela como en el film, hay también un aura de hechos no dichos, silencios elocuentes, en que se omite o resalta lo que quiere pasar inadvertido: el paso del tiempo, el envejecimiento irremediable y la soledad. Y que el propio García Márquez resumió en esta frase: El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad. Dignidad en la derrota. El viejo militar es un pequeño gran hombre, común pero persistente y terco en su reclamo. Y sigue siendo emocionante cada vez que volvemos a ver el film, la dignidad de ese viejo y de su mujer, que sigue siendo bella en su hambre y su vejez. Y observar el amor que todavía se profesan. Porque el film además es una bella historia de amor de viejos, sólida y curtida en el dolor por la muerte de su hijo.
Hay una novela de J.M. Coetzee (Premio Nobel 2003) que en el mismo sentido evade minuciosamente todo tipo de compasión que implica asumir la vejez, el deterioro o la finitud propia de los humanos. ¡Nosotros, los mortales!, como se definían los griegos. Hombre lento, se llama la novela donde Coetzee reflexiona sobre la vejez en varios niveles: el amor en la vejez, las crisis generacionales, la cuestión del dinero. La vejez para Coetzee es el momento de poner las cosas en su lugar. Donde se termina comprendiendo definitivamente que lo más valioso no son las posesiones, sino las relaciones humanas.
También la vejez puede convertirse en una mercancía como todas las demás
Asimismo el título es más que significativo, nos reenvía a otra de las características típicas de la vejez, asociada a la lentitud.
Recordemos también que para la mitología clásica (greco-romana), es Saturno “el portador de la vejez”. Y era representado como un anciano con larga y espesa barba, con una hoz en una mano y un reloj de arena en la otra: el emblema del paso del tiempo que todo lo destruye. No es casual que la lentitud propia del planeta Saturno esté asociada a la vejez, ya que este es el segundo en tamaño del sistema solar, y tarda en dar una vuelta alrededor del sol 29,5 de años terrestres (“cosas no tan viejas de nuestros antiguos antepasados”).
Según Diana Cohen Agrest, El envejecimiento no es una condición “normal” para el que lo vive, quien se siente cobijado bajo la creencia de que sólo los otros envejecen. Esta autoexclusión narcisista es tan frágil como detectable: una mirada fugaz en el espejo basta para que el cristal le devuelva una imagen marcada por las huellas del tiempo, para comprobar que es y no es el mismo.
Desde esta perspectiva, otro film a tener en cuenta es Una historia sencilla (1999) de David Lynch, basada en un hecho real ocurrido en 1994.
La acción ocurre en la década de los 90: un anciano de 73 años (Alvin Straight) emprende un “viaje a la sombra de la muerte”, desde Iowa a Wisconsin. Los padecimientos propios de la vejez lo retienen en su casa y lo obligan a llevar una vida rutinaria. Un día como cualquier otro recibe la mala noticia de que su hermano, con quien no se comunica desde hace 10 años, se está muriendo. Alvin decide sacudir la parálisis de su propia vejez, visitar y reencontrarse con su hermano. Dada la falta de dinero y un carnet para conducir, el viejo realiza el trayecto de 560 km. en su pequeño tractor; el recorrido le lleva 6 semanas. Pero el esfuerzo vale la pena.
Este viaje solitario resulta ser un verdadero viaje interior (en realidad todo viaje lo es). El protagonista puede olvidar sus achaques, los problemas familiares y económicos, su soledad. Y al final llegará a ver a su hermano y sin necesidad de explicaciones mutuas, el uno junto al otro, pondrán punto final al film.
Por más de una hora, junto al viaje de Alvin, abandonamos el código de la velocidad que atraviesa nuestras vidas y avanzando contra corriente, hemos posado la mirada sobre una “historia sencilla” de un viejo, pero cargada de intensidad.
El hábil juego de palabras del título original del film (The straight story) y el apellido del protagonista, nos remite también a la rectitud moral y física de su viaje. En síntesis, su historia verdadera es el camino. El viejo Alvin Straight ha vivido mucho, pero no es “un viejo” porque sigue activo en la habilidad de no dejarse defraudar.
La misma actitud ante las pruebas de la vida, la podemos encontrar (salvando las diferencias obvias de contexto social y político) en la secuencia final del film Sostiene Pereira (1995) de Roberto Faenza, sobre la novela homónima de Antonio Tabucchi: Monteiro Rossi pide a Pereira que aloje a su primo, que está reclutando jóvenes en el Alentejo para combatir contra Franco en la Guerra Civil Española. Son descubiertos y Rossi es brutalmente asesinado por la PIDE, en casa de Pereira. De este crimen el viejo Pereira obtendrá las fuerzas necesarias para actuar y comprometerse: evitará la censura de su propio periódico y publicará un artículo de denuncia del homicidio y de la opresión del régimen dictatorial de Salazar. Luego y en una transformación corporal memorable de Mastroianni, sale a la calle, huye de Portugal y del fascismo, y de su propia vejez. En este sentido, el film debería haberse llamado Sostiene Mastroianni.
Aquí también el apellido del protagonista es más que significativo, en una nota de Tabucchi a la décima edición italiana, el autor comenta que en portugués Pereira significa peral y, como todos los nombres de árboles frutales, es un apellido de origen judío, al igual que en Italia los apellidos de origen judío son nombres de ciudades. Con ello quise rendir homenaje a un pueblo que ha dejado una gran huella en la civilización portuguesa y que ha sufrido las grandes injusticias de la Historia.
De todas formas creo, que lo que tratan de mostrarnos estos dos films, no es otra cosa, que quizás la vejez consista en alejarse de uno mismo.
Antonio Muñoz Molina, en un artículo titulado Ancianos despidiéndose, nos recuerda una anécdota ejemplificadora: hay una parte de desvergüenza y de temeridad en la maestría sin apariencia de esfuerzo del artista muy viejo o el que no siéndolo mira de cerca a la muerte, John Huston dirigió The dead (1987) en una silla de ruedas, respirando por una mascarilla el oxígeno que apenas llegaba a sus pulmones enfermos. The dead, es una novela corta que trata del paso del tiempo y del modo en que se borra el recuerdo de los que se llevó una muerte prematura, pero fue escrita, asombrosamente, por un joven de veinticinco años, llamado James Joyce. John Huston se recreó, filmando un banquete de nochebuena con todos los esplendores, antes de morir a los 81 años. Dicho film se conoció en la argentina como Desde ahora y para siempre.
Desde otra perspectiva, y más cerca en el tiempo, el film No todo es vigilia (2014) del catalán Hermes Paralluelo, muy poco difundida en el país, da con uno de los elementos sustanciales de la problemática de la vejez. La importancia del paso del tiempo, y la dificultad estética de representarla. Las mutaciones del cuerpo, que constituyen las huellas que nos va dejando el paso del tiempo.
El film también reflexiona y sintetiza aquella idea de Gustave Flaubert, de que “cuando llegamos a viejos los pequeños hábitos se vuelven grandes tiranías”.
El director filma como si fuera un documental, a sus propios abuelos, Antonio y Felisa, quienes están juntos hace más de 60 años y para quienes el tiempo es ya una ventana clausurada. Intensificando la percepción rutinaria de los actos cotidianos. La comprobación de que la vejez implica un cambio perceptivo sobre los límites del propio cuerpo y su relación con el espacio. Ellos viven una interioridad ajena a lo que sucede afuera: viven en un espacio donde se sienten “seguros”.
Solo un cuadro (el verdadero protagonista), los mira desde la pared. Son ellos mismos el día de su boda, donde se ven jóvenes y felices, bellos en su unión.
No todo es vigilia es un documento lírico-poético, una emotiva historia de amor luminosa, percibida incluso, hasta en la cotidianidad de lo irreparable.
En el otro extremo, tenemos en tono de comedia Elsa y Fred (2005) de Marcos Carnevale, en la que una pareja de ancianos (China Zorrilla y Manuel Alexandre) quieren comportarse como jóvenes y hacer (a destiempo, por cierto) todas aquellas cosas que de jóvenes no se permitieron.
A propósito, Diana Cohen Agrest, nos recuerda que en un libro de Jean Améry Revuelta y resignación. Acerca de envejecer, el pensador existencialista, describe al viejo que vanagloriándose de su actitud positiva, aspira a mantenerse joven entre jóvenes: si se viste y se expresa como aquellos a quienes emula, simulará compartir las bondades de la juventud. Si el viejo renuncia al espíritu de sus propios tiempos y logra mimetizarse con los modelos contemporáneos, se dirá de él que es dueño de una “mentalidad abierta”, pero a costa de sentir en carne propia su anacronismo, obligado a vivir en un mundo que no es aquel en el cual creció.
Amour (2012) del director Michael Haneke, es uno de los films de las últimas décadas, más importante y contundente sobre el tema del envejecimiento. Protagonizado por Jean Louis Trintignant (Georges) y Emmanuelle Riva (Anne) -sí, la misma de Hiroshima mon amour-, obtuvo la Palma de oro y el Oscar al mejor film extranjero. La trama gira en torno a una pareja de músicos jubilados que viven juntos en un departamento de París. Anne es sometida a una operación que le provoca una hemiplejia derecha. Y todo cambia para siempre: ahora debe ser cuidada por su marido. El complejo sentimiento del amor en esta historia, está ligado más que a la vejez, al sufrimiento, el dolor y la muerte. Y en especial a la soledad. Lejos de todo tipo de excesos, golpes bajos y lugares comunes, Amour nos interroga desde la ancianidad, acerca de qué lleva a una persona a amar a otra y seguir amándola, incluso en situaciones insoportables.
"Cuando me dicen que soy demasiado viejo para hacer una cosa, procuro hacerla enseguida"(Pablo Picasso)
Por último, y ya que las representaciones de la vejez en el cine, siempre será una tarea incompleta, me gustaría sugerir algunos de los films más significativos y emblemáticos que no han sido citados anteriormente a modo de “guía o topografía de lectura imprescindible”. Siguiendo muy sintéticamente la clasificación ensayada por Sacramento Pinazo Hernandis en su pormenorizado estudio Reflexionando sobre la vejez a través del cine.
Vejez activa. Solidaridad intergeneracional
Adios Mr. Chips (1939) S. Wood.
Cinema Paradiso (1988) G. Tornatore.
Cerezos en Flor (2008) D. Dorrie
Cuentos de Tokyo (1953) Y. Ozu
Dersu Uzala (1975) A. Kurosawa
El abuelo (1998) J.L. Garci
El artista y la modelo (2012) F. Trueba
El rey de las máscaras (1997) W.Tianming
El viejo y el mar (1958) J. Sturges
Gran Torino (2008) C. Eastwood
Lugares comunes (2002) A. Aristarain
Mamá cumple 100 años (1979) C. Saura
La vieja dama indigna (1964) R. Allio, sobre relato de B.Brecht
Poesía (2010) L. Chang-Dong
Primavera, verano, otoño, invierno... (2003) K. Ki-Duk
Vivir (1952) A.Kurosawa
La lengua de las mariposas (1999) J. L. Cuerda
Seven (1995) D. Fincher
Visión negativa de la vejez y el envejecimiento
Umberto D (1952) V. de Sica
Arrugas (2011) I Ferreras
Primavera tardía (1949) Y. Ozu
¿Qué hacemos con la abuela? (1990) E. Chatilliez
Fresas salvajes (1957) I. Bergman
La balada de Narayama (1983) S. Imamura
El cochecito (1960) M. Ferreri
Muerte en Venecia (1971) L. Visconti
La comunidad (2000) A. de la Iglesia
Magnolia (1999) P.T. Anderson
La luna en el espejo (1990) S. Caiozzi
A propósito de Schmidt (2002) A. Payne
Aparte de esta apretada lista, cabe recordar una excepción, Nunca es tarde para amar (2008) del director alemán Andreas Dresen. El film se atreve a plantear un triángulo amoroso entre dos hombres y una mujer que superan la barrera de los 70 años. De esta manera la problemática que el cine suele focalizar entre personajes jóvenes, adquiere una dimensión más profunda y conmovedora. En el marco de una sociedad que oscila entre ignorar, maltratar y subestimar a los viejos o idealizarlos, edulcorarlos e infantilizarlos. Y donde rara vez concebimos a nuestros mayores como seres pasionales, deseosos y sexuales. El film es una verdadera “celebración de los cuerpos sin edad”. La otra excepción, es Gerontophilia (2013) del polémico director canadiense Bruce LaBruce. Dentro del cine gay, este director experimenta con una temática poco habitual dentro de la historia del cine: un joven siente una atracción sexual muy fuerte por los ancianos de más de 80 años, la acción transcurre dentro de un geriátrico donde el joven se desempeña como enfermero.
También tenemos el film argentino Los jóvenes viejos (1962) de Rodolfo Kuhn, pero esta paradoja, por su profundidad merece otro artículo.
Quizás tenga razón la escritora Edith Wharton (1862-1937) cuando escribió en su Autobiografía: la vejez no existe; sólo existe la pena con el paso del tiempo he aprendido que esto, aunque cierto, no es toda la verdad. Otro generador de vejez es el hábito: el mortífero proceso de hacer lo mismo de la misma manera, a la misma hora, día tras día.