Soy Lauratustra y vengo a decir la verdad que nadie quiere escuchar: el tiempo y la historia son cíclicas y todo se recreará exactamente de la misma manera. Sin importar lo que haga, luche o patalee, despertaré y veré a Vizzolini, mandándose una y otra vez las mismas cagadas, un mito del eterno retorno, un karma sin salida. ¿Dónde está Dios cuando más lo necesitamos? Dios ha muerto, en un box de observación. (De “Así padeció Lauratustra”, escrito de una psicóloga anónima de guardia, siglo XXI)
Los tres boxes de observación están ocupados por un “social y dos psiquiátricos”, o (en lenguaje coloquial) tres adolescentes. Una de ellas espera un hogar y los otros dos, derivaciones a internación. A la primera no quieren subirla (aunque podrían), los otros dos quieren irse y molestan.
El aire acondicionado no funciona porque no quiere.
En el comedor hay gato empanado.
Néstor se jubiló y más allá del vacío emocional y peronista, no vamos a tener psiquiatra por un mes, mínimo.
Señales concretas de que no hay Dios que te salve, mami.
En mi rol de Lauratustra, intento reivindicar a la vida aún con sus aspectos chotos: trato de aprender del karma negativo y pregunto:
¿Es posible salirse de esa encerrona mundana y traspasar la desidia y la estupidez? Mi pregunta mental se responde al escuchar una voz que trae el viento del norte:
Hola ¿SAME? ¿Con quién hablo? Ah, qué hacés Teresa, ¿cómo estás? Vizzolini te habla. Si, para saber si hay cama en algún monovalente. No, no podemos subir a nadie, tengo que reservar las camas. Sabés que el otro día vi que mi mujer estaba corrigiendo los parciales de…si, tu hija cursa con ella. Te cambio un diez para tu hija por una cama. Chiste, chiste, te vuelvo a llamar.
Y entonces me respondo: no, no hay salida.
Vienen a buscar a uno de los adolescentes, pero como no tiene el DNI no se lo llevan. Y el pobre pibe sigue, largo y apático, tirado en la cama del box con su madre que dice que se va a ir del hospital porque hace una semana que están y ya no aguantan.
El aguante es una de las formas sutiles de la explotación, decía un profesor mío de la facultad. Me juré que nunca aguantaría el yugo del mercenario y mirá cómo terminé: autoconsciente de mi estado y hecha una profeta del subdesarrollo, acatando lo que dice un mono.
Hola ¿SAME? Sí, soy Vizzolini otra vez, quería reiterar el pedido de traslado de un paciente. No, es varón. Ah, ¿sólo tienen en sala de mujeres? No, yo ya les dije que no tengo cama en ninguna sala. Pará. Arriba hay una piba psiquiátrica… ¿te la puedo mandar y entonces recibo a ese paciente? Dale, hacemos así.
Plan canje. Sólo al ecce mono se le puede ocurrir semejante gestión. Y en franca consonancia de su acción, manda al equipo de salud mental a tratar de sacar a la piba atrincherada en el baño, porque (obviamente) no quiere irse.
Pero si nos dijeron que mañana ya teníamos terapia familiar…no entiendo- dice la madre secándose con dos pañuelos.
Nosotras tampoco, pero somos el equipo de guardia, no lo decidimos nosotras…- explicamos, con tono de operadora de Cablevisión.
¡Es que no queremos irnos! ¡Yo sé cómo es ese lugar! Mi hermano era esquizofrénico y estuvo internado ahí…ustedes no saben…
Sabemos, ¿pero qué decirle?¿Qué haga lo que haga, el eterno retorno ya está en marcha y todo sucederá exactamente igual aunque se queje, llore y patalee?
La piba sale del baño. Bajan a la guardia con los bolsos porque la ambulancia YA VENIA a buscarlas. Pero no llega. O sí: a las nueve de la noche.
A la una de la mañana nos llama el deber, porque el vacío de Dios impregna la guardia y deja que los monos se suban a la palmera y nos cascoteen.
En una de las salas hay un paciente internado durmiendo con su madre y con su hermanito de ocho años. ¿Cómo demonios ha podido ocurrir? Las residentes lloran porque Vizzolini las acaba de insultar por teléfono: el hermano sano se puede contagiar de algo, incompetentes (no fue esa la palabrita, pero tenemos que mantener el tono de la crónica).
Las chicas despiertan a la madre, la madre dice que esperó al jefe de guardia para un permiso, que el jefe nunca apareció, entonces se quedó con su hijo más chico porque no tiene con quien dejarlo pero que si no les parece, se va con los dos. Las chicas y la madre gritan, lloran, se arma la romería y las luces se encienden en calle Corrientes.
El ciclo del eterno maltrato.
Cristina se queda laburando un rato más. Sube a la habitación y entonces, sucede el cataclismo, la catástrofe anunciada: Vizzolini entra en la habitación como la misma furia y le grita a Cristina en la cara YO NO TENGO POR QUE HACER TU TRABAJO.
Supone que hay que hacer una denuncia al consejo, deportar al menor y que lo venga a buscar un familiar desde la concha del pato a la una de la mañana. Incompetente (no es esa la palabrita pero prefiero no abusar de las palabrotas).
Nos quedamos sin habla después de correrlo de la habitación, de nuestra privacidad, de ese lugar al que huimos para recuperar algo de cordura. Cerramos con llave, no nos podemos dormir, Cristina menos que yo. Y estos son las señales del abandono de toda entidad mística deidad protectora: estamos a la deriva y sin posibilidad de revertir el ciclo de lo que retorna una y otra vez sin que nuestra voluntad de poder sea, acaso, una posibilidad de transformación.
Como corolario, al día siguiente, en el pase de dirección, uno de los médicos le dice a Vizzolini: “Qué cara tenés che…pareciera que te mandaste alguna cagada”.
El ecce mono sonríe antes de mirarnos y dice su verdad: “Una no, muchas”.
Laura Ormando
Psicóloga
lauormando [at] hotmail.com.ar