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La derecha lacaniana

 

El siguiente escrito versa de una manera algo inusual y quizás poco ortodoxa, sobre la contratransferencia. Se encuentra dirigido a todos aquellos analistas quienes, sabiéndolo o no -poco importa-, practican lo que de ahora en más propongo denominar clínicas del déficit (el genitivo es decididamente subjetivo).

Resulta curioso que quienes se llaman a sí mismos psicoanalistas sean los primeros en defender con fatuidad la afamada triquiñuela de elaboración empirista, llamada “pobreza simbólica”

A lo largo del mismo, el lector encontrará diversas afirmaciones algo generalizadas sobre los problemas abordados. Si bien todas ellas han sido extraídas de fuentes, diremos: informales (murmullo tímido, comentario marginal, pregunta capciosa, afirmación precipitada, reflexión avara, queja ahogada, prejuicio irracional, etc.), es preciso no desestimar la importancia que dichas fuentes pueden tener como modo legítimo de revelar la naturaleza de determinados problemas, tantas veces ocultos bajo transmisiones engañosas.

En efecto, y tratándose siempre de ideas, la puesta en forma de las mismas supone una serie de consideraciones previas, al menos en cuanto al espíritu con el cual fue elaborado el texto.

Criticar antes que confundir. Ese es el propósito del escrito.

Resulta curioso que quienes se llaman a sí mismos psicoanalistas sean los primeros en defender con fatuidad la afamada triquiñuela de elaboración empirista, llamada “pobreza simbólica”. Más aún, que se muestren convencidos con marcado entusiasmo de verificarlo diariamente en aquello que consideran la matriz constituyente de la praxis: la propia experiencia clínica.

Hay allí una escollera ideológica de prejuicios y falsas evidencias. Revisémosla, recorriéndola paso a paso.

Viñeta "Simbolos Patrios" por Haroldo Meyer
Viñeta "símbolos patrios" por Haroldo Meyer

En primer lugar, ¿cuándo se dice que el paciente no tiene “recursos simbólicos? En una amplia variedad de oportunidades críticas, entre las cuales se destaca, por ejemplo:

Cuando quien consulta no se pregunta por la causa de su padecimiento. Debemos rectificar dicha aserción, pues semejante limitación técnica es, cuanto menos, responsabilidad de quien escucha; ya que ¿cuál sería el inconveniente ético en aportarle la pregunta?

Se habla precisamente de “pobreza simbólica” en instituciones públicas, cuya atención suele absorber la demanda de determinada clase social: la gente pobre

Sin embargo, la parroquia1 no se demora y avanza a pasos agigantados aduciendo “falta de tela”. Síntesis manufacturera de primera línea, la de los clínicos de la representación o el “significante”.2 A quienes habría que preguntarles si están advertidos de que la máquina con la cual creen operar, ya sea por metáfora o analogía, es textil. Lo cual supone volver a caminar sobre un problema diagnosticado con anterioridad por Robert Castel: el del psicoanálisis como práctica antisubversiva. El psicoanalismo, entendido como “el proceso de ideologización específico que debemos hoy al psicoanálisis: lo que el psicoanálisis nos cuesta, lo que el psicoanalista nos oculta” (Castel, 1981, p.23).

Un buen ejemplo de ello podría ser la mera consideración de que se habla precisamente de “pobreza simbólica” en instituciones públicas, cuya atención suele absorber la demanda de determinada clase social: la gente pobre, para decirlo pronto y bien.

En este sentido, el psicoanálisis (es decir, los psicoanalistas) en su versión más conservadora elude e invalida la dimensión sociopolítica del asunto en cuestión, al tratarla “analíticamente”, mediante conceptos específicos mal traspolados, debido a la desatención de sus consideraciones ideológicas, cuyo soporte y pureza cree encontrar en sus pretendidas escuelas de psicoanálisis.

Encontramos en los desarrollos de Michel Tort ideas similares. En su libro más reciente Las subjetividades patriarcales, el autor le concede especial importancia a la relación entre historia y psicoanálisis. En los primeros capítulos del mismo describe los prejuicios que constituyen lo que no duda en llamar “peletería psicoanalítica”, despejando quirúrgicamente los desarrollos de Octave Mannoni en su libro Psicología de la colonización.

Si bien pueden decirse innumerables cosas al respecto, nos gustaría al menos señalar que el engaño del cual participa Mannoni (y que Tort, por momentos algo indignado, no vacila ni un instante en desenmascarar) es extensible a gran parte de la comunidad analítica.

Destaca la torpeza en la utilización de sus herramientas psicológicas, las cuales derivan en el establecimiento de explicaciones psicológicas para problemas cuyo orden de determinación pertenece, sin duda, a planos diversos y sumamente complejos (políticos, económicos, sociales, etc.).

Operación de la cual, el saldo es la constitución de un tipo muy especial de víctima. Aquella que derivaría en última instancia de “las especulaciones histórico-antropológicas de ciertos psicoanalistas” (Tort, 2016, p. 28), amparadas en verdades no dialectizables; signo de un notable anquilosamiento mental por parte de los mismos.

Tal como lo afirma el autor: “Los instrumentos que utiliza el psicoanálisis3 son ajenos a la historia, en tanto habrían surgido exclusivamente del psicoanálisis y del dispositivo de ‘neutralidad’ que supuestamente lo caracteriza” (Tort, 2016, p. 29). Nada más engañoso.

En este sentido, Tort es contundente. No hay “verdaderas dificultades” o dificultades últimas, sino más bien dificultades históricas.

De atender pacientes faltos de recursos simbólicos, ¿a dónde los enviamos a adquirirlos? Más aún, ¿cuál es la medida necesaria para que sea suficiente?

Anteriormente le llamamos triquiñuela empirista y no fue con pretensión de ingenio o aire de animosidad. Ahora bien, no deja de resultar sorprendente el profundo desconocimiento de la proveniencia de los conceptos que constituyen los modelos teóricos del practicante. Es decir, que aquello que cree verificar una y otra vez en el sólido e inmaculado campo de la clínica autonómica, salvo gratas excepciones, no suele ser más que el efecto de una transmisión sugestiva, fundada en una lógica cuyo centro de gravedad se localiza en el punto medio entre un academicismo férreo y una sumisa y neurótica subordinación al padre del saber. Quizás en ese contexto se pueda renovar el sentido de esa frase de Jacques Lacan en sus Escritos: “Lo dicho primero decreta, legisla, ‘aforiza’, es oráculo, le confiere al otro real su oscura autoridad” (Lacan, 1966, p.768).

Sin embargo, los psicoanalistas -algunos, claro-, embriagados de experiencia analítica, análisis personal y largas horas bajo supervisión, aún no se han tomado el trabajo de analizar de dónde provienen los conceptos de su praxis, pues creen sórdidamente la idea de que se encontrarán con ellos transitando... ¡La Experiencia!4 Habiendo tantísimos libros de investigadores al respecto... Desconfiemos de ello.

Por otro lado, me pregunto: estudiar, ¿no constituye una experiencia privilegiada?

Creo que era Oscar Masotta quien decía: “o psicoanalistas o psicoalienistas”. No puedo afirmarlo con total seguridad; tampoco importa. Se trata menos de determinar el quién, que interrogarse acerca de las razones del decir. En este sentido, dicha oposición hoy merece ser tomada en toda su consideración y su renovado alcance.

Es notablemente llamativo que tantos psicoanalistas contribuyan a establecer los cimientos supuestamente experienciales de una clínica del déficit, lo cual nos acerca peligrosamente a otros discursos, tantas veces cuestionados.

Separación virtual en la cual se encuentra habitualmente cierto confort discursivo de clase, al suponerse apriorísticamente en sus antípodas. De ser así, no es suficiente con afirmarlo; debe ser demostrado cada vez. No hay otro modo de alejarnos de las demarcaciones per se.

Para contribuir al auto llamado de atención, considero que resulta necesario al menos, destacar la calzada por la cual podemos encontrar en los desarrollos de Jacques Lacan un aporte interesante para zanjar su posición al respecto. Por ejemplo, a través de su noción de “universo simbólico” o mediante el establecimiento de la “batería” y el “tesoro” significante; cuya distinción debe ser comprendida en torno a dos ideas centrales: el par completud e incompletud y el valor, en oposición al recurso.5

Si bien no habremos de detenernos aquí, consideramos importante aportarle al lector una vía regia para atacar parcialmente el problema. Hay otras (por ejemplo: la diferenciación entre el Otro y A, la lógica circular del tiempo, el lenguaje como lugar trascendental, la creación ex-nihilo, etc.).

Nuevamente, interrogarse acerca de la noción temporal con la cual se practica, resulta definitorio para zanjar posiciones diversas. Hablar de “falta de recursos” visibiliza con un grado de explicitud notable algunos supuestos básicos.

El primero, que habría una única socio génesis. El segundo, que habría una única psico génesis.

El tercero, correspondiente al ordenamiento temporal de dicha génesis, según etapas cronológicas pre fabricadas, las cuales, bajo la conducción de una metafísica biologicista harto superada, termina por concluir un paralelismo identitario entre niños, locos y primitivos (Freud con Haeckel).

Ahora bien, de ser así, podríamos elevarle la siguiente pregunta al lector. De atender pacientes faltos de recursos simbólicos, ¿a dónde los enviamos a adquirirlos? Más aún, ¿cuál es la medida necesaria para que sea suficiente?

¿No sería más prudente invertir el alegato y considerar que el paciente, más que no tener qué decir, no tiene con quién hablar?

Preguntémonos por la fenomenología de la pobreza. Alegar que quien padece “no tiene nada para decir” es suficiente para concluir la enormidad de la limitación del profesional interviniente, cuya sentencia no se constituye más que como una argumentación ad hoc de las más exánimes, consecuencia de marcos conceptuales imbuidos en una lógica de clase narcisista6 y de derecha; si por ello habremos de entender sencillamente la aceptación acrítica de un supuesto orden natural de las cosas. Verdadera fagocitación psicoanalítica.

Sería prudente contraponerle a la noción “conciencia de enfermedad” su par anti natural para constituir una oposición que permita una lectura algo más discreta y equilibrada del problema: la “conciencia de ideología” por parte del profesional.

Volviendo al tema en cuestión, ¿no sería más prudente invertir el alegato y considerar que el paciente, más que no tener qué decir, no tiene con quién hablar? Cuestión señalada hace tiempo por Maud Mannoni, al indicar que en los hospitales “...a la palabra, por un acuerdo tácito, se la concibe como un privilegio jerárquico y por ende la institución se la niega de entrada al enfermo” (Mannoni, 1970, p. 122).

Por otro lado, ello podría darnos una buena pista para ubicar una posición fundamental del psicoanalista en la actualidad: como instancia de Otredad. Función que no habría que desestimar con tanta ligereza, pues puede condensar un gran valor social.

No obstante lo cual, pareciera que algunos analistas están desmesuradamente preocupados por cuidar la esterilidad del campo psicoanalítico en la senda asintótica de un siempre supuesto apoliticismo, manteniéndose extraterritoriales de todo aquello que consideran un desvío errático de la pureza fenoménica de las formaciones del inconsciente, del sujeto del significante, del deseo metonímico, del goce mortífero. Sin embargo, no se salvan del retorno ectópico de la paradoja, para concluir con severidad afirmando aquello que no hay: deseo, sujeto, transferencia, tela, amor, etcétera.

Castel estaba en lo cierto al afirmar que “el ideólogo más eficaz racionaliza con las categorías de su propio saber” (Castel, 1981, p.94). Afirmación a la cual cabría agregarle: “...y sin saberlo”.

Continuemos por esta vía y terminaremos hablando de pacientes con monederos significantes, de inconscientes estructurados como un lunfardo.

Bibliografía

1. Castel, Robert. El psicoanalismo. El orden psicoanalítico y el poder, Nueva Visión, 1981.

2. Lacan, Jacques. Seminario 2. El yo en la teoría de Freud y la técnica psicoanalítica, Paidós, 1954-1955.

3. Lacan, Jacques. Escritos 2, “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, Siglo XXI Editores, 1966.

4. Mannoni, Maud. El psiquiatra, su loco y el psicoanálisis, Siglo XXI, 1987.

5. Tort, Michel. Las subjetividades patriarcales,Topía, 2016.

Notas

1.¡Diga no al psicoanálisis extraterritorial! La teoría no debe constituirse como un chiste a ser comprendido entre pocos conocidos.

2. Pareciera haberse perdido la diferencia.

3. Si bien acordamos con Tort en cuanto a la afirmación, sería preciso realizarle la misma crítica que nos hemos hipotecado al comienzo del escrito. Resta precisar qué tipo de psicoanálisis, qué conceptos, definiciones, etc., responden a semejante postura ingenua. Propongo considerar la enseñanza de Lacan como un esfuerzo notable por ubicar las coordenadas filosóficas, religiosas y culturales que hicieron posible el surgimiento del psicoanálisis en Occidente en determinada época.

4. Como si a la orden del día hubiese un acuerdo unánime sobre los criterios uniformes que constituyen la experiencia analítica. Ni hablar de la formación.

5. Devolvamos los recursos al campo de la salud pública.

6. La reflexión y el término resultó de una conversación sostenida con Alejandro Vainer en torno al asunto en cuestión.

 

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Articulo publicado en
Abril / 2017