Salud Mental no tiene táctica ni estrategia. Ni siquiera tiene un plan. Si no me creen, vayan a la página del Gobierno de la Ciudad, tipeen por gusto “Plan de Salud Mental”. Y quédense esperando, porque no van a encontrar nada.
Ya lo sabían Colón y Roca: mata indios y tendrás la tierra. Porque en definitiva, todo se reduce a ganar espacios y posiciones. Después, se ve.
En terrenos más pequeños como el de la guardia, todavía luchamos por un puto consultorio que nos deje atender a los pacientes, tratamos de que el personal de enfermería no les tenga miedo a los “locos y a los paquitos” y que los que dirigen el nosocomio registren que se trata de simples mortales que necesitan un tratamiento adecuado a su padecimiento. No son monstruos ni una amenaza para la sociedad.
Claro que instaurar esta clase de ideas lleva un tiempo. Y las estrategias se nos caen frente a la táctica de la inoperancia.
Todo empezó un viernes cualquiera, justo después de que que un paciente “social con historia de consumo” le encajara una trompada a la toxicóloga y lanzara una patada voladora con escupitajo a la psiquiatra. Indignada, la psiquiatra nos mandó un mail a todos los equipos de Salud Mental, relatando el episodio y describiendo sus pasos operativos: la denuncia por “violencia laboral”, las cartas a la dirección, la evaluación de la ART y los pedidos a los jerarcas del hospital de que fuéramos contemplados “en este tipo de situaciones de vulnerabilidad”.
Ese fue el puntapié para el despliegue bélico. El director decidió que ya era tiempo de hacer algo. Siete años después de que el Equipo de Salud Mental se incorporara a la guardia. Sí, era tiempo de accionar y buscar un lugar, una nueva forma de atención de “estos” pacientes.
1-Néstor enseña a Kamchatka maniobras de contención física y química
Somos casi diez: Cristina, dos enfermeros, cinco pediatras, Néstor, en franco rol de docente y yo. Somos su única esperanza.
Primero nos enseña el kiosco del bombero de la PFA que será remodelado como habitación de contención física, tendrá paredes acolchadas y sujetadores, que ya fueron comprados. El bombero nos mira con la misma letanía de una vaca frente a un grupo de improvisados (nosotros).
-El tema es cómo hacemos para proceder a la contención. Lo principal es conocerse a sí mismo pero sobre todo, conocer al oponente- dice Néstor, frente a la camilla.
Pide un voluntario. Me ofrezco primero, pero al cabo de unos minutos pide otro más fornido que mi metro cincuenta y dos.
-¿Se le puede pegar durante la excitación?- pregunta una médica.
-No.
-¿Y si él pega?- pregunta un enfermero.
-Tampoco.
-Pero ya pasó que…
-Ni pegarle, ni contestarle, ni nada. Cinco personas, uno por cada miembro. Y el que sostiene la cabeza, la gira hacia un costado para que quede inmóvil. Y ahí, una sexta persona designada, aplica la contención química.
2- Crácova ataca a Kamchatka
Dentro del organigrama del hospital hay al menos cinco jefes “logísticos”, o sea, que no ejercen como médicos. Aunque tampoco sabemos demasiado bien para qué carajo están: hay uno que era cirujano, pero como le dio Parkinson lo destinaron a ser “Jefe de Área”. Hay otro que se encarga de la sección “Catástrofes” y siempre se lo ve de acá para allá, chequeando si los matafuegos están vencidos o si las salidas de emergencia se abren correctamente. Otro que tiene la misma edad del ombú plantado en el patio, donado por Sarmiento y al que no pueden jubilar porque es de Médicos Municipales y… Crácova, el jefe de Urgencias. Mi jefe. El jefe de todos los que estamos en la guardia y que ayer me pidió solicitud para formar parte de mi red en Linkedin.
Crácova, es como Goebbels, pero del subdesarrollo: una cucaracha nazi que tiene el vicio de querer zafar de todo aquello que lo comprometa demasiado. O que le lleve un trabajo excesivo a su carga de cuatro horas diarias.
La semana siguiente al episodio de “violencia laboral”, estábamos sentados alrededor de esa gran mesa que sirve para el pase médico de guardia, comentando lo de las “pobres colegas apaleadas” por el “social”.
-Yo no puedo obligar al personal a que se haga cargo. Ellos me dicen “a mí no me pidas que lo toque” ¿Y qué puedo hacer yo? Tienen razón- dice Crácova.
Néstor empieza a ponerse colorado del odio, nadie menciona su clase de estrategias. Cristina se revuelve en el asiento y yo respiro para no embocarlo, porque no quiero una “denuncia por violencia laboral”.
-Hay que enseñarles cómo hacerlo, doctor, de esa manera se pierde el “miedo”- respondo con tono moderado.
-Lo que digo es que vos sola no podés, necesitás gente… y si la gente no quiere… pensalo como si tuvieras que doblegar al enemigo...
Y el tono moderado se me vuela en un grito pelado:
-¡Siga pensando en los pacientes como enemigos y esto no se va a acabar nunca!
Silencio. Listo, me zarpé. Crácova me mira con furia pero sabe que igual él tiene en sus manos la válvula de la cámara de gas.
-¿Por qué malinterpretás lo que digo? Es en sentido metafórico. Además, ya van a tener su lugarcito para atender a los… pacientes.
Cristina me mira para que cierre la boca. Néstor sonríe y mueve la cabeza de lado a lado. Es su forma de decir “no insistas”.
3- Vizzolini ataca a Kamchatcka, Japón, Rusia y Catamarca.
Vizzolini hace su entrada triunfal, con los misiles, los tanques, un lunchako y tres ametralladoras recargables. No hay filtro en ese cerebro.
-Respecto de todo este asunto, estuve pensando y en serio que es un problema lo del lugar… y porque imagínense que llegan no uno, sino dos paquitos o sociales a la guardia… el lugar que quieren acondicionar no va a alcanzar.
Por un momento, pensamos que al fin se producirá una alianza entre los frentes. Néstor acota:
-El consultorio de cirugía en donde veíamos pacientes ahora es de traumatología, pero además armaron otros dos consultorios para los traumatólogos y salud mental sigue sin lugar para atender…
-Igual el problema es que ahora encima tenemos más traumatológicos y de neuro, la terapia está llena- agrega Vizzolini.
-Bueno, pero era lo esperable- dice el director Palotte.
-Es verdad, nosotros no éramos esperados- mete sobre el pucho, Cristina.
-Por eso- continúa Vizzolini- Yo estuve pensando y si llega alguno de estos con ataques o en abstinencia, los atienden en la ambulancia.
¡¡¡KABOOOOOOOOOOOOM!!!!
Todo queda devastado. Apenas se escuchan los estertores del cañonazo y entre la humareda de la explosión, Cristina me hace una seña para que emprendamos la retirada. Por ahora.
Porque todavía no terminaron con nosotros. Volveremos. Venceremos.
Y recuperaremos Kamchatka.
Laura Ormando
Psicóloga
lauromando [at] hotmail.com.ar