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Todo cerrado y el viento adentro

 
Apuntes sobre autismo y una infancia devastada

A fines de 2021, el Jurado compuesto por Úrsula Hauser, Juan Carlos Volnovich, Vicente Zito Lema, Irene Meler y Enrique Carpintero otorgaron la segunda mención a Todo cerrado y el viento adentro. Apuntes sobre autismo y una infancia devastada de Gabriel Alejandro Aflalo.

A continuación transcribimos el final del texto. 

TRES

¿Será posible que algo cambie luego que atravesemos la pandemia?

Algunos piensan que sí, mientras que otros afirman que si algo cambia será para peor, y que el detenimiento compulsivo de gran parte del aparato de producción extremará el deseo extractivista, pondrá la maquina a toda velocidad buscando la manera de recuperar lo perdido, lo que han dejado de ganar. Entonces el daño será aún mayor.

En un mundo extremado en su salvajismo, los niños quedarán más expuestos. La esperanza se reduce a medida en que el virus se resiste a abandonarnos. Solo la vacunación masiva (o el contagio masivo con la desolación que traiga implícita) podría poner en marcha al mundo en un ritmo similar, anterior al parate. Y apostar allí a hambres y ansias (capitalistas) similares a las que estaban antes que el virus interrumpiera nuestros días. Pero ese no es el escenario más probable.

Además, hay furias que el covid ha traído. Se siente una hostilidad mayor, producto de la espera, la confusión y el desconcierto, el encierro y la incertidumbre. Nos queda esperar que cuando esto acabe se lleve lejos este estado de crispación y desconfianza por el otro que se ha instalado brutalmente; esta idea nefasta de transformarnos en policías del vecino, midiendo la distancia social, la ubicación correcta del tapabocas, el compromiso que se supone ideal para afrontar la batalla.

En un mundo dominado por intereses a los que no tocamos ni con nuestra más febril imaginación, cualquier fantasía paranoide seguramente nos quede exigua. Grandes, titánicas empresas, sin bandera ni nación, tienen una autoridad sobre nuestras vidas que no está regulada por ningún Estado o norma, lo cual provoca enormes desequilibrios de poder y de riqueza. ¿Qué puede hacer un niño ante tanto poder? ¿Cómo construirse una personalidad, definir una vida, anteponer una subjetividad? ¿Qué queda de la infancia ante tanto dominio?

Los exégetas, escritores y periodistas que resguardan al sistema utilizan una idea para hablar de la pandemia: nadie es responsable. Lo que nos pasa es fruto de la fatalidad. “¡No se debe culpar a nadie!”, gritan. De esta manera intentan dejar a salvo a los responsables, desde el principio mismo, antes que nos demos cuenta que nada fue casualidad y que lo que ocurre está ligado a un esquema de la historia por el que nos hemos escurrido en estas últimas décadas.

No es sencillo predecir lo que vendrá. El virus es resbaloso. Y el capitalismo que hoy nos toca vivir, mucho más, al punto que parece que aquél copia a este, en su afán por pandemizar sus efectos, y no dejar a nadie fuera de su finalidad abarcadora, igualitaria para el daño.

Por eso suena tan eficaz el discurso de lo positivo, la propuesta para hacer un montón de cosas, por no detenerse, por llenar nuestras horas con actividades que se prescriben como impostergables. El que se queda quieto puede ser pintado, escrito, grafiteado, firmado, patinado. O peor, sospechado, señalado, denunciado, marcado, desaparecido. Ni el silencio ni la inacción, ni el ocio ni la reflexión están disponibles como estados para el ser; cada miembro debe estar puesto en línea, listo para la selfie, en su perfil más productivo.

“Ahora mismo resulta cuanto menos peligroso fracturar el tiempo, frenar la compulsión, o entregarse a la pausa y a la observación. Y así acudimos a la Economía de Netflix, del atracón, sin importar que comemos (…) porque la lógica del atracón siempre esconde algo tan triste como llenar un vacío que jamás podrá ser saciado.”1

De cualquier forma, existe (¿aún es así?, ya que el tiempo pasa y los discursos se hacen cambiantes, virales, viscosos) alguna esperanza a partir de la particular situación en que nos colocó la pandemia. Desde los primeros días se ha escrito mucho, quizá demasiado. También podemos utilizar la distancia para que pueda pensarse un cambio que pueda ser revolucionario. O al menos significativo y transformador para los sujetos que hoy están en estado de fragilidad, este inmenso grupo de vulnerados.

Por eso es tan importante poder separar lo que querríamos que pasara de lo que realmente pasa, o más todavía, de lo que puede pasar en un mundo post covid. Porque en tren de especular, casi todo es válido, pero se estrecha cuando ponemos en juego el porvenir de una infancia en estado de desolación.

Como plantea Néstor García Canclini en varios de sus escritos más recientes, comenzando en Ciudadanos reemplazados por algoritmos -desde su título toda una definición acerca del espíritu de esta época, y siguiendo en los artículos más urgentes compartidos a la luz de la pandemia- el proceso de pérdida de derechos ciudadanos se acentuó con las cuarentenas porque preexistía un deslizamiento progresivo, demandado por el modelo hegemónico de sociedad. Hemos ido perdiendo nuestra calidad de ciudadanos para transformarnos, todos y cada uno, en perfectos consumidores. Bajo control aparente y en estado de alegría, en muchos casos. De hecho, los involucrados, sonriendo, señalan acusadores a quienes osan apartarse del camino de los emprendedores exitosos.

Poquitos años atrás se pensaba en internet como el medio ideal para vencer desigualdades. Fue antes que nos diéramos cuenta que “empoderábamos a cuatro gigantes electrónicos (Google, Apple, Facebook y Amazon) con nuestros datos, para que los revendieran y nos controlaran.”2. Fin de la inocencia. Porque además de la pérdida de intimidad caímos en cuenta que tanta conectividad no garantizaba mejores relaciones y más comunicación entre las personas. La foto actual del mundo es muy gráfica en este aspecto.

Sin animarse a hablar de revolución, García Canclini señala tres grandes procesos de transformación para nuestro siglo: la ecología, el feminismo y la supremacía de lo digital, como instancia soberana sobre lo real del mundo.

La ecología queda subsumida ante la hegemonía del mercado, constreñida a lo que le permiten los intereses amos.

El feminismo es más revulsivo aunque todavía tenga un alcance limitado: ocurre en algunos lugares del mundo, en algunas ciudades. En otros aún está lejos de imponerse. La presteza y la justicia de sus argumentos y su convicción suponen una revolución en el mediano plazo. También la pandemia, con su efecto abarcador, relativizó algunas cuestiones, poniendo en un mismo desplazamiento y bajo la mirada del mundo, los efectos atroces del patriarcado y su violencia.

Lo digital es decididamente revolucionario, aunque el tiempo nos va revelando que no era el camino que buscábamos desde el siglo anterior. “Las corporaciones electrónicas reorganizan la comunicación social y subordinan a los Estados y organismos internacionales. ¿Cuáles son sus claves? Expansión veloz de la oferta, acceso global de los usuarios a información y entretenimiento sustrayendo datos y vendiendo su articulación algorítmica para controlar los comportamientos.”3

¿Qué hay de la infancia en este panorama? Es difícil pensar que el terror del virus baste para ponernos a reflexionar y asumir la urgencia de la otra revolución que estamos necesitando, aquella que establezca las reglas que pongan a cada uno en un camino en equidad, necesario para atravesar los procesos de subjetivación, para volver a una mirada humanista, para recuperar un espacio social más ligado a los derechos humanos y ciudadanos que a las prerrogativas como consumidor de cada cosa que apoye su peso en el universo o ande volando por los aires.

Esto implica, necesariamente, desmontar el actual diagrama del mundo, ponerlo de cabeza, hacer de estos tiempos incompatibles con la sensibilidad y el compromiso algo diferente, algo muy diferente.

CUATRO

Creyente descreído, creo y no creo. Asumiendo a conciencia el valor de la creencia, su soporte fantasmático, su entidad de pura imaginaria. Creo y no creo.

Es imprescindible que lo que hoy son destinos inexorables, deslizamientos hacia el debilitamiento del lazo social, se transformen en futuros para esos niños, para que de esa manera se detengan epidemias como la del autismo

Creo que es necesario modificar el mundo que nos toca en suerte. No creo que estén dadas las condiciones para hacerlo.

Creo que es fundamental cambiar la dinámica de este mundo en función de mejorar las posibilidades en los procesos de subjetivación de la infancia. Es imprescindible que lo que hoy son destinos inexorables, deslizamientos hacia el debilitamiento del lazo social, se transformen en futuros para esos niños, para que de esa manera se detengan epidemias como la del autismo.

No creo que este cambio pueda producirse hoy, en este estado del mundo, por eso lo describo, lo expongo, lo denuncio y señalo la obligación de ponerse en marcha para intentar lograrlo.

También es posible una creencia que contenga ambas afirmaciones y no se deslice por la negativa: creo que es fundamental modificar las condiciones de este mundo y se observan dificultades para que acontezca, al menos si continuamos en esta deriva.

CINCO

Ante este panorama y aunque parezca poco lo que queda por hacer, seguiremos escuchando, mientras tanto, al uno por uno de nuestros niños. En los espacios en donde nos toque enfrentar el conflicto. En la escuela, en el hospital y en el consultorio, pero también en la calle y en cada territorio que se inaugure para una deconstrucción posible, que habilite una reflexión diversa.

Seguiremos sosteniendo una política de intervención con trazos emancipadores que debe contar con cuerpos que intercedan y se pongan a disposición, disponer de una teoría del sujeto y de las posibilidades para desarrollarse en una praxis, donde la vida no esté totalmente subsumida a la trama del mercado y a su despliegue perverso. Debemos pasar, ya que estamos en tren de exigir y exigirnos, de una lógica de la resistencia a una propuesta afirmativa de construcción de un futuro que pueda revertir tanto destino trunco que nos van tirando por la cabeza.

Lo que nos dicen los sujetos con autismo (o desde su ser autista, esa elección) es nodal para comprender su mundo y respetarlo

En la convicción que el desierto puede ser bello y estar lleno de riquezas y que está a disposición y por descubrir. Que allí donde parece haber poco puede haber más, y aun siendo poco, puede tener su valor intacto.

Ante la violencia que implica creer que podemos hacer todo por el otro (lo que a la vez nos pone a un paso de ser-todo-el-otro), reivindicar la voz del sujeto que sufre, atender a su dolor, intentando escuchar realmente su deseo. Lo que nos dicen los sujetos con autismo (o desde su ser autista, esa elección) es nodal para comprender su mundo y respetarlo.

Teniendo cuidado con las formas de mirar. Las miradas marcan, designan, excluyen, crean estigmas. Además, dónde va la mirada va la palabra. Y la palabra también puede diluir el camino de un niño. Donde resiste la palabra, en donde se pone en discusión y se hace ley, puede haber límites, puede haber menos certezas paralizantes y puede aparecer el sujeto. Consideremos las maneras de mirar. Y las formas de decir.

El eufemismo puede parecer amable, y lo políticamente correcto siempre tiene el rostro más adecuado, pero en su mentira se pierde la particularidad del ser. Hay variadas formas de acallar al discurso que resiste al intento de la supremacía del yo y de esta forma dejar atrapados a los niños en las redes que construyen y sujetan el diseño del mundo de hoy. Pero también existen muchas formas de resistir.

Podemos refugiarnos en las fantasías, y desde allí creernos todo sin cuestionar o transigiendo; dejarnos llevar por el goce de la belleza a través de lo artístico, en sus numerosas expresiones.

Podemos dejarnos embriagar por la ciencia, principalmente a partir de la supremacía de la técnica y del atractivo envoltorio de sus producidos.

Podemos aislarnos socialmente, aún en la enajenación extrema que implica el estar presentes todo el tiempo, disponibles para todos y a cada rato, para conocidos, amigos y entenados, siempre revelados a través de las redes sociales y, de esta forma, no permitirnos ni un segundo de silencio, reflexión, angustia o soledad.

Podemos creer sin reparos en las nuevas religiones, como las neurociencias. O seguir creyendo en las viejas.

Podemos caer en la locura (aunque no hay voluntad posible en esto, más allá de lo que quieran hacernos creer), fugarnos por un rato a través de nuestros síntomas, soportar o disimular nuestra neurosis, profesar a ciegas y a los gritos nuestras más antiguas creencias, transformarlas en delirios colectivos e impugnar la presencia del otro.

Podemos resistir, crear, pensar y actuar en consecuencia con la alteridad y bancarnos las extensas representaciones del otro, soportando caer en la omnipotencia, sabiendo que siempre el saber nos es transferido, pero que no nos pertenece.

Esto es parte de lo que podemos hacer, para bien o para mal, solos o acompañados.

Dice Eduardo de la Vega: “En aquellos escenarios, no obstante, nos encontramos muchas veces con la vida milagrosa, resistente, rebelada ante los destinos; que insiste, resiste, persiste como energía humana, eros invencible, creación sublime; recorriendo esos límites, empecinada en sobrevivir, más allá de la marca existencial que la amenaza y determina.”4

Es imprescindible que el niño con autismo sea pensado por el otro. Hablamos de los otros significativos: sus padres y la familia primero y luego nosotros como agentes, con todos los atributos de lo humano: deseos, fantasías, pensamientos, sentimientos

Proponiendo entonces una metodología de trabajo clínico que no se ocupe de aquello que se supone les sucede a los niños con autismo (como si fueran vidas desiertas desprovistas de simbolizaciones, imposibilitadas para entender lo que les sucede a los otros, que no tienen cura, etc.) y que permita que estos niños no se identifiquen con los aspectos centrales de su patología y se potencien en ellos las distintas áreas de su impulso vital. Apostando a que de esta manera disminuya la vulnerabilidad para desarrollar una condición  autística en aquellos en dónde encontramos señales tempranas en la construcción de su personalidad.

Es imprescindible que el niño con autismo sea pensado por el otro. Hablamos de los otros significativos: sus padres y la familia primero y luego nosotros como agentes, con todos los atributos de lo humano: deseos, fantasías, pensamientos, sentimientos. Se cuestiona así el efecto que produce en el niño primero, luego en sus padres y finalmente en la comunidad un diagnóstico en el que no se deja lugar para una cura. Salirnos de la idea de los trastornos, la enfermedad y la discapacidad como destinos forzosos.

Como afirma Maleval:

“(…) por devastador que sea el cuadro clínico que se constata a la edad de tres años, algunos jóvenes autistas, contra todo pronóstico, acaban adquiriendo competencias verbales y sociales lo bastante satisfactorias como para que de ello resulten a veces sorprendentes logros intelectuales -algunos consiguen llegar a ser seres humanos autónomos, capaces de llevar una vida que tiene al menos la apariencia de la normalidad y la plenitud, aunque persista en ellos subterráneamente una profunda singularidad”.

Alejarnos de la idea del grado cero de la subjetividad, concepto que se instituye como destino condenatorio para todos aquellos seres singulares, diversos, otros. Esto nos coloca en posición, nos da aire, establece una idea de futuro, nos brinda el tiempo que los niños necesitan para intentarlo, para adquirir las competencias que no solo les dejen desarrollar una personalidad, construir una subjetividad, sino que puedan ser quienes se yergan como resistencia activa y transformadora frente al mismo sistema que intentó invisibilizarlos.

SEIS

Estos fragmentos he apoyado
contra mis ruinas

T. S. Elliot. La tierra baldía

Pero el silencio es cierto. Por eso escribo.
Estoy sola y escribo. No, no estoy sola.
Hay alguien aquí que tiembla

Alejandra Pizarnik, Caminos del espejo

Hoy es un día calmo. Ya se sabe, el viento de todos los días de la cordillera, el que parece una melodía persistente, sobre todo al sur del río Colorado, no suele dar descanso. Pero esta mañana apenitas mece la punta de los álamos piramidales, dispuestos en fila perfecta sobre el margen oeste del camino, soldados incólumes protegiendo las plantaciones de manzanos.

En 1991, luego del censo nacional, esta pequeña ciudad del Alto Valle arroja casi un número redondo: 19981 habitantes, si se suma la población dispersa en el área rural. La estadística indica solo una persona con diagnóstico de autismo en toda la población. Veinte años después, en el último censo oficial, en 2010, el número de habitantes apenas se ha movido. La frágil situación de las economías regionales y el escaso desarrollo producido en las fábricas de las ciudades cercanas, además de las recurrentes crisis económicas significaron una tasa de crecimiento poblacional cercana a cero. La pequeña ciudad, sin embargo, mejoró cuantitativamente la oferta educativa: veinticuatro establecimientos para los tres primeros niveles. Encontramos estadísticamente un niño con autismo por escuela.

Es difícil pensar hoy en la realización del censo nacional; debería hacerse este año, pero la pandemia, como tantas otras cosas, posiblemente lo postergará. La ciudad, en el decir y el saber de sus habitantes, después de cuatro últimos años aciagos y sin ningún crecimiento económico, no ha incrementado su población. Eso sí, en las escuelas de la ciudad (hoy son 33) encontramos una niña o un niño con diagnóstico de TEA por aula.

El diseño del mundo no se establece como un concepto neutro que sirve para lucirse en cátedras, seminarios o papers. El modo del mundo afecta a la infancia al punto de obligarla a desplegar particulares estrategias para salvaguardar su ser, y de contar con las posibilidades adecuadas para atravesar una instancia de subjetivación con herramientas sólidas que no se licuen ante la primera adversidad.

Gran parte de lo que hoy parece brillar es solo eso, una superficie simulada, un futuro negado bajo una pátina de tecnología de punta, consumo inconducente y falso bienestar

No se trata de abstracciones. Se trata de un sistema que ha edificado un mundo en dónde la infancia quedó a la deriva. No es prioridad su espacio vital. Si no somos capaces de frenar esta debacle, en los próximos años veremos cómo el panorama seguirá hacia un destino todavía más dramático. Gran parte de lo que hoy parece brillar es solo eso, una superficie simulada, un futuro negado bajo una pátina de tecnología de punta, consumo inconducente y falso bienestar. Un peligroso simulacro de progreso que augura un estado de riesgo permanente, una epidemia de seres quebradizos, líquidos, liquidados en su subjetividad y en sus derechos.

Siempre queda un espacio para detenerse, un borde para transitar, un límite por admitir. Salir por un momento del ruido. Buscar un instante de calma y silencio que nos lleve a la reflexión y desde allí a la acción imperiosa. Es un compromiso, una responsabilidad que como adultos debemos asumir para frenar el estado de desolación de una infancia camino a más abandono, inerme, devastada.

Gabriel Alejandro Aflalo
Psicoanalista. Docente
aflalogabriel [at] gmail.com

Notas

1. Tomás Cámara, Dulcinea, “El espectáculo de la sociedad mansa”, Revista Ñ Nº864, abril de 2020, p. 9.

2. García Canclini, Néstor, “Cuando volvamos a vernos fuera de las pantallas”, Revista Ñ  Nº863, Buenos Aires, 2020. p. 4.

3. Ídem anterior, p. 5.

4. De la Vega, Eduardo, Sufrimientos de la infancia, un rebasar y exceder la escuela, Plumilla Educativa, 23(1), Universidad de Manizales, 2019, p.151.

 

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Articulo publicado en
Noviembre / 2022