Este pequeño escrito es para recordar a dos grandes amigos ya fallecidos, David Liberman y Teté Podetti, que escribieron con Irene Miravent y conmigo en 1983 una esforzada Psicopatología infantil llamada “Semiótica y Psicoanálisis de Niños” que publicó Amorrortu en 1983. El material clínico es tomado del capítulo “El Estilo Evitativo” de ese libro.
Hasta hoy, el conocimiento psicoanalítico teórico y clínico sobre las fobias descansa esencialmente sobre la obra de Freud, especialmente sobre al análisis de la fobia de un niño de cinco años llamado Hans y sobre sus otras obras tanto anteriores como posteriores cuya extensión es innecesario nombrar, salvo la mención de “Inhibición, Síntoma y Angustia” porque se hacen ahí distinciones fundamentales. A estas bases hay que agregarle los desarrollos de Lacan, especialmente el seminario sobre la relación de objeto que ubica el lugar que la fobia ocupa en la estructura, en tanto suplencia del padre como agente de la castración, evitando que el hijo quede enteramente capturado por el deseo materno. Y también hay que agregarle, no cronológica sino psicopatologicamente(la lógica de la psicopatología), los desarrollos kleinianos surgidos del estudio de las fobias en niños muy pequeños, antes del transcurso de la hegemonía fálica, fobias estas ligadas a terrores paranoides infantiles, las llamadas fobias paranoides, y que responden a la fantasía retaliativa de una parte del yo que vuelve en tanto objeto persecutorio con las mismas particularidades de goce pulsional con las cuales el yo trató al objeto(los famosos monstruos infantiles de las pesadillas y la literatura infantil y también el protagonista casi seguro de las fobias odontológicas). Y también fobias tempranas ligadas al miedo a la destrucción del objeto amado. Por ejemplo, fobias muy tempranas ligadas especialmente a la masticación por el temor a destruir un pecho que en la realidad ha dado alguna muestra de no ser capaz de absorber la agresión.
En la clínica de las fobias estas tres aproximaciones vinculadas al desplazamiento, la suplencia y la proyección encuentran una ubicación a medida que se hacen presentes en la dinámica del análisis y permiten la cura de la fobia porque trabajan el lecho estructural que las forma, lecho o magma donde estas tres constelaciones se entremezclan como afluentes que convergen.
La aparición de las fobias no es un dato concluyente respecto a la estructura subyacente puesto que como dijimos parece haber un magma en la base de la aparición de una fobia. Pero sobre todo no es concluyente en cuanto a suponer que se está en presencia segura de una histeria de angustia, aunque se trate del cuadro más común tanto en la época de Freud, como en la actualidad. Hay numerosas fobias, algunas muy específicas como el miedo al contagio, a los microbios y a los instrumentos cortantes, que son casi específicas de la neurosis obsesiva, cuya discriminación psicopatológica de la neurosis histérica hizo el propio Freud en 1895. Mientras que en la fobia se trata del desplazamiento y la evitación, en la neurosis obsesiva se trata del acto anulatorio y se encuentras específicamente ligada al impulso agresivo y a la contaminación anal. Por otra parte, hay fobias bizarras que aparecen en los comienzos de psicosis esquizofrénicas y fobias paranoides, algunas de las cuales responden a una psicosis infantil en curso.
Me parece útil centrarme en este escrito en diferenciar las fobias instaladas en los niños en la histeria de conversión de aquellas instaladas en la histeria de angustia. Si bien el pequeño Hans padecía de una fobia no se podía pensar en él como un chico fóbico, se trata más bien del “analisis de una fobia” instalada en un carácter a todas luces histérico, un chico muy desenvuelto en la transferencia, muy seductor, muy bien expresado que se detiene, podríamos decir, “ante portas”. No puede salir a la calle porque hay algo ahí que le impide transitar ese espacio y lo devuelve a su casa .Sin embargo, es capaz de mantener una relación idílica con el padre y es asimismo seductor con la madre y las pequeñas niñas de sus juegos infantiles. Nosotros hemos caracterizado a esos niños en nuestro libro como niños muy demostrativos e histriónicos que gustan tomar el centro de la escena y se instalan a sus anchas en la transferencia y que generalmente presentan algunos síntomas conversivos cercanos a las manifestaciones psicosomáticas y algunas fobias. Pero las fobias instaladas en la histeria de angustia toman toda la persona del niño. Y es ahí donde se puede hablar con más rigor de una neurosis fóbica. En nuestro trabajo mencionamos como patognomónico de la neurosis fóbica en los niños el padecer lo que Perrier y Conte, en su clásico trabajo sobre la neurosis fóbica, llaman fobias de situación propias de los adultos, diferenciándolas de las fobias infantiles que son más fobias a los objetos. Pero nosotros vimos que los niños fóbicos padecen justamente fobias de situación que definen su carácter, toda su vida esta impregnada por el temor al contacto, el temor al espacio, el temor al desfondamiento, etc. Son niños que recorren el espacio en puntas de pie y se alejan de cualquier nuevo contacto corriendo de vuelta a sus casas. Si un síntoma expresa mejor a un chico fóbico es el temor a la escuela. La insoportable presencia de las figuras del Superyo y los pequeños otros rivales disputándole el espacio lo enloquece.
Quería presentar, a modo didáctico como es la hora de juego típica de un chico que padece una neurosis fóbica, que se diferencia fuertemente de las neurosis obsesivas y del carácter histriónico de la histeria. Consignaré algunos datos de su historia. La consulta sobreviene porque Santiago, de siete años, tuvo un ataque antes de entrar al colegio, se rompió el delantal y parecía deseperado, gritaba que no quería entrar. Al preguntarle la mamá que le pasaba con el colegio, se quejó de la maestra porque “grita todo el día y agarra a los chicos del cuello”. Este episodio de gran ataque histérico tenía un antecedente igualmente hilarante. En el segundo año de jardín él les había contado a los padres que “la maestra le pegó una cachetada tan grande que lo hizo caer del banco”, aunque parezca absurdo los padres tendían a creerle las fabulaciones porque les gustaba que su hijito fuese una pobre víctima. Pasaje obligado de la fobia al masoquismo moral. Con Liberman rescatábamos el humor de la escena y nos parecía estar viendo una película famosa de Mel Brooks “¿Adonde está el piloto?”, donde todos los pasajeros hacen cola para pegarle una trompada a un vieja muy nerviosa. Creemos que este rescate por el humor de la escena traumática es muy importante en el abordaje del tratamiento de estos chicos. En el momento de la consulta, Santiago padece de una regresión en el aprendizaje de las letras y los números y se olvida de todo lo que tiene que llevar. Es un chico que nunca regresa a la casa con lo que se llevó. Es como si tuviese que dejar siempre una ofrenda a sus competidores. En la escuela es muy inhibido, pero como es típico en la casa es el “enfant terrible”. Este clivaje es central en la estructura y su resolución es lo que lleva suavemente a la cura. Fíjense la diferencia entre la escuela y la casa. En la escuela lo quieren mucho porque es muy bueno y muy tímido. Es un chico “super obediente” dice la maestra. Se le da la orden y la cumple al pie de la letra. Nunca tuvo problemas de conducta e incluso pide a menudo que le corten el pelo, anticipándose a cualquier observación que le puedan hacer. En su casa, cuando viene alguien de afuera, también es descripto así, incluso con sus tíos se inhibe y se retrae. “Cuando no hay ningún extraño, dice la madre, hay muchas agresiones, todo el día enloquece, pelea por cualquier cosa, cuando mira televisión, cuando come, cuando se tiene que ir a bañar. Es agresivo con todos, pero peor cuando llega el papá. Con él es más agresivo que con ninguno.” Qué diferencia con Juanito, que protegía el amor que sentía por su padre. Por otra parte, este es un padre que habla muy poco, trabaja desde las siete de la mañana a las nueve de la noche, incluso los sábados y cuando están juntos, dice la madre, no mantienen ningún dialogo. El padre podríamos decir que está tachado y él tiene que hacerse su propio Edipo. Según la madre, a ella y a la hermana él les pega pero después se arrepiente. En cambio, al papá lo goza. ¿Qué escuela le puede ofrecer un escenario así a Santiago para su satisfacción? Lo único que recibe allí es sopapo tras sopapo. La angustia aumenta. Pocas noches antes de la consulta lo encontraron golpeando contra el placard gritando que lo comían los leones y lo picaban las víboras. Ocasionalmente, como es de esperar, se hace pis, por ejemplo al empezar las clases. Es indudable que al empezar las clases todas estas falsas libertades, que solo lo mantienen atado, se acaban.
La hora de juego de Santiago es típica del cuadro. Al abrir la puerta la terapeuta se presentó y la madre dijo “Este es Santiago”, él la miró sin hablar, haciendo una especie de saludo con los ojos. Al ser invitado a pasar siguió a la terapeuta en silencio. Entraron y se sentaron frente a la mesa donde estaban dispuestos los juguetes. No tocó ninguno de ellos. Se quedó callado, tomándose las manos y frotándolas permanentemente. De vez en cuando la terapeuta le hacía alguna pregunta o alguna observación, del tipo si estaba asustado porque no la conocía o si no se le ocurría que hacer. El no respondía, seguía retorciéndose en la silla y frotándose las manos. Miraba poco a la terapeuta que sin embargo se sentía muy pendiente de la conducta del niño, muy ansiosa preguntándose qué pasaría, si él podría movilizarse, si podía tocar algún juguete, etc. Fue pasando la hora y al ver que el niño no variaba su conducta le pidió que hiciera unos dibujos, una vez terminados la terapeuta le preguntó si además del colegio había otras cosas que lo asustara. El contestó que había tenido dos sueños feos, uno que había dos brujas que lo metían en agua caliente para matarlo y en el otro una víbora lo picaba y lo mataba. El terapeuta le pregunta si pasaba algo después y el dijo ‘No, me moría’. No hay asociaciones para los sueños. Sin embargo, Winnicott diría que allí demuestra un interés para aclarar las dos relaciones fundamentales en su vida, la que tiene con la madre y la hermana cuya peligrosidad pasa por un fluido caliente que lo quema y la relación con el padre cuya vitalidad está cercenada, en el caso de Santiago el contacto con el padre no pasa por la amenaza de la castración, pasa por la amenaza de la nada. La mordida de la víbora lo deja en la nada, un espacio sin el amor construido, anterior de ala rivalidad.
Así, en ese magma, cada fobia tiene su historia específica.
Mario Waserman
Psicoanalista
mwaserman [at] fibertel.com.ar