Si en el campo de juego el jugador de fútbol se detuviera a pensar en lo que hace o va a hacer, lo que automáticamente devendría es su paralización: sus movimientos son impensados, y mantiene al mismo tiempo que los realiza la apreciación de dónde se encuentran ubicados sus compañeros y los contrarios, puede "adivinar" sus movimientos; cada tanto alza la cabeza para confirmar o procesar correctamente sus cálculos, en los cuales no piensa un solo segundo pero que igualmente realiza, y le permiten acomodar su cuerpo, crear movimientos y jugadas, deslizar con precisión la pelota, eludir contrarios o recuperarla. Un maravilloso quimismo de conjunto permitirá que los once acuerden en el movimiento, también impensado, del colectivo, trazando figuras coreográficas. Pero ¿quién piensa? El sujeto es cuerpo, un cuerpo habitado por el entrenamiento, por la historia de sus aprendizajes, por las charlas técnicas, el "pizarrón", la visión de infinidad de partidos, desde niño... aprendizajes que deberá "olvidar" una vez en el campo de juego - salvo esas pausas en las que el equipo debe ordenarse, o recibe alguna instrucción de un compañero o del técnico - . Sobre la base de lo que sabe, estará obligado a crear, a inventar.
Esta complejidad es aún mayor en otro juego: el del psicoanálisis, ya que al dársele status de validez a la comunicación de inconsciente a inconsciente de sus protagonistas, se produce una situación inédita en las relaciones humanas, creación que le debemos a Freud. El psicoanálisis es una invitación a desplegar lo impensado. Y esto se pone en acto desde las reglas que rigen sus movimientos: asociación libre, atención flotante, tendencia a la abstinencia y a la neutralidad, bajo el fuego de la transferencia y la contratransferencia. Esto apunta a poner en funcionamiento aquello del psiquismo que es creador de nuevas figuras: lo que conocemos como imaginación radical2.
Los analistas escuchamos desarmados, y tomados por el flujo de representaciones, afectos y deseos de los pacientes, estamos obligados a ir creando jugadas de apertura (entre las cuales incluimos a las interpretaciones), de contorno (como las construcciones, que luego devendrán en potenciales aperturas), a decidir cuándo intervenir con palabras, silencio, o actos; o también a tener que recuperar algún lapsus o asociación propia en sesión, cuando presumamos que son efecto de la relación analítica. La transferencia - en su despliegue y análisis - hace a la eficacia de nuestro accionar; este es consecuencia del lugar que ocupamos en los fantasmas del sujeto. Lo que nos obliga a tener que estar al tanto de quién somos para éste en los distintos momentos del devenir del tratamiento. Esta eficacia está indisociablemente unida a la producida por lo impensado de nuestras intervenciones: lo que hace de estas un acto creativo; para llevarlas a cabo - como el jugador citado - hemos debido "olvidar" lo aprendido: pero es sobre y a través de nuestra "historia analítica" - como analizados, supervisados, supervisores, asistentes a seminarios, docentes, charlas de café, ateneos, trabajos escritos, etc - que eso será posible.
Hay así una dinámica dentro de cada tratamiento (fundamentalmente debida a la transferencia/contratransferencia y a la comunicación entre inconscientes), y debemos saber y estar dispuestos a pararnos en distintos lugares del campo de juego (entender que lo contrario es nuestra resistencia). Debemos aprender a movernos sin pensar, dejar que el cuerpo haga... sabiendo que previamente hubo mucho "trabajo", pero que hay algo que diferencia al psicoanálisis radicalmente del fútbol: no hay "jugadas de pizarrón".
Cuando hablamos de imaginación radical, de atención flotante, de asociación libre, de transferencia, nos estamos refiriendo a aquello que habitualmente está en las fronteras de la experiencia diurna, que suele quedar marginado por el sujeto para orientarse en el mundo lógico de todos los días. El psicoanálisis invita a poner en caución el sentido diurno, por lo que estas fronteras son recuperadas para ponerlas a producir (a partir de los elementos que las componen, como luego veremos) y así ampliarlas. Como vimos en otro lugar3, el dispositivo y encuadre son a la vez los bordes del análisis; y en éstos - decíamos, recuperando a Bleger - son alojados por el sujeto sus propios bordes psíquicos.
Al respecto, hay una extendida posición dentro del psicoanálisis que nos indica que de las fronteras o líneas de borde (borderline) se ha hecho el centro de la clínica psicoanalítica actual, pretendiendo que han emergido nuevos cuadros-estructuras clínicas. Nuestra posición es otra: aquella que dice que es en los bordes de la psique donde se hace manifiesto cómo el sujeto es afectado por la cultura actual; y específicamente en nuestro medio por lo que llamamos el más allá del malestar en la cultura (lo traumático, lo que está más allá del sufrimiento tolerable, lo que quita o cuestiona seriamente el sentido, para el sujeto, de participar en la escena social). Pero también sostenemos que dichas fronteras siempre han sido objeto del trabajo analítico (es a partir de las fronteras de la práctica médica de su época que Freud - a través de la histeria - funda otro territorio, así como más adelante lo ampliará con Schreber y el hombre de los lobos, por ejemplo).
Ciertamente hoy el juego se juega mucho más en los bordes que en el centro del alguna vez supuesto campo canónico del psicoanálisis; y esto lleva a que deba pensarse en otros juegos del análisis, de y en los bordes - del psiquismo, del dispositivo, de la teorización - allí donde estos desfallecen (pero también se constituyen). Los psicoanalistas nos vemos llevados (un poco más que antes) a inventar formas, dispositivos, intervenciones, ahí donde con la interpretación no alcanza. Pero, acaso, ¿alguna vez alcanzó? ¿Es posible pensar en un juego de una sóla jugada, con un sólo recurso? ¿Es posible pensar en un analista que (siempre) sabe lo que hace? Hoy nadie puede sostener seriamente esto. Y, por si fuera poco, y para una mayor merma de nuestro "prestigio" - científico, de salón, etc. - lo cierto es que muchas veces los psicoanalistas no sabemos qué hacemos, ni qué de lo que hicimos produjo tales consecuencias (ni siquiera podemos asegurar que haya sido algo hecho por nosotros: tal suele ser el efecto muchas veces revelador, anonadante, de la palabra del propio paciente escuchada por sí mismo o devuelta en espejo por el analista).
Quisiera avanzar a través de tres relatos clínicos.
El primero:
Llego a la puerta del consultorio, y en el momento de querer entrar al mismo me doy cuenta que olvidé las llaves. Sin tiempo para recuperarlas, decido esperar allí al paciente. Veo llegar el taxi, se baja y viene hacia mí. Tres años antes me había consultado por una agorafobia, que durante largos períodos del tratamiento le impedía asistir al mismo; en algún momento hubo que hallar un lugar intermedio para que las sesiones pudieran llevarse a cabo. Al principio solían producirse largas interrupciones (cuatro a seis meses) durante las cuales no había más comunicación que una deuda de dinero por honorarios no abonados. En el momento de la consulta prácticamente no salía de su casa, y se manifestaba absolutamente imposibilitado de llevar adelante alguna tarea, teniendo frecuentes crisis de angustia y terror. Pero bueno, el está allí, llegando. ¿Qué hacer? Le explico lo sucedido, a lo que responde: "Ahora estamos igual!". La sesión va a transcurrir en el umbral de la puerta (el borde del consultorio), mientras unos chicos juegan con la pelota en la vereda ... Los siguientes años del análisis (que no volverá a interrumpirse) tendrán al fútbol como una metáfora eficaz que va a permitir hablar de cosas impensadas, que surgen a partir de diálogos futbolísticos. Y aparecerá hasta en sueños. La vida pasa a ser relatada en términos futbolísticos, sus dificultades, su pánico, su torpeza, su lazo con el padre... todo esto halla una impensada posibilidad de expresión, que le permite cierta distancia con lo que le produce una angustia de castración des-bordante (por momentos desubjetivante, ya que lo borraba como sujeto, tapado bajo toneladas de mantas en su casa, sin contestar ni el teléfono, alimentándose de modo rudimentario, sin higienizarse, aislado de todo y de todos). Un tiempo más adelante, ante la posibilidad de viajar al exterior - y su sensación de imposibilidad de tolerarlo aún habiendo experimentado una mejoría notable - decidimos correr el riesgo, que para él consiste sobre todo en suspender el tratamiento durante por lo menos un año; decidimos la continuidad mediante el correo electrónico y el teléfono. Las vicisitudes de ese período - analizadas durante el mismo, y en persona a su regreso - marcarán el final de una cura con virajes sorprendentes para ambos, durante la cual ora yo era un padre ausente y terrorífico en su severa presencia, ora era una madre siempre dispuesta, incestuosa, confusa, angustiante... hasta que logré construir un padre habilitador, transmisor de reglas de juego posibles, amable, freno de la locura materna...
La otra situación clínica transcurre en el pasillo de una institución. Pero antes hubo entrevistas con la madre en las cuales se intentaba hallar razones, sentido, para su psicosis presentada a los 4 años, y que a los 16 había ya descalabrado toda sociabilidad, todo intercambio. Dibujos, juegos, y horror durante las entrevistas: noto que este último cede cuando al terminar las mismas acomodo lápices, lapiceras, papeles. Durante estas intentaba hallar algún sentido a sus dibujos, le preguntaba, o hacía comentarios: él dibujaba tiburones que lo iban a comer, en medio del pánico, durante el cual debía asegurarle que no permitiría que eso ocurriera. Finalmente entenderé (¿entenderá?) lo que los balbuceos señalan: el "capuchón" de la lapicera es lo único capáz de detener su hemorragia subjetiva (¿provocada por las dentelladas del tiburón?) espejada en la mencionada lapicera cuando está sin el mismo, vaciándose hasta desaparecer. Se trataba de tapar la lapicera para que su tinta no fluyera hasta vaciarla: acompañando esto de la verbalización correspondiente . Volvamos al pasillo: me ve parado en la puerta de una sala, se acerca, me abraza, empieza a tocarme, recorriendo todo el contorno de mi cuerpo; se muestra sorprendido, agradecido, tranquilizado. Es que - en esa escena sin palabras - parece haber encontrado algo que persiste, que no se vacía, que no lo ataca, que se presta como el papel, la cerámica... Poco a poco, la palabra irá apareciendo con mayor frecuencia, y habremos construido algún sentido a partir del cual intentar algo más.
Otro episodio: este es relatado en pasado, ya que tiene profundamente que ver con el mismo. Llegaba siempre puntualmente a sesión, y se anunciaba por el portero eléctrico sin pronunciar nunca su nombre. Ese día decidí preguntar quién era (sin tener muy del todo claro el por qué: una mezcla de fastidio, de interrogación, de curiosidad, de torpeza ...). Lo que se desencadenó a partir de ésto marcaría un viraje en el tratamiento, ya que las reminiscencias que relatará al desplomarse en el diván (había visto una niña descalza en la calle, y entró a los tropezones, llevándose por delante varios objetos) lo eran de la guerra en la cual había participado en sus lejanas tierras: su inermidad, su desvanecerse en medio de hechos aberrantes, su tener que sobrevivir sin nombre, sin lugar en el Otro, en el mundo. Ahora debía llevarse todo por delante, hacerse notar, para dejar atrás su culpa por ser el único que sobrevivió en su familia. Pero era una mascarada que ocultaba su fragilidad: ¿podría mediante el análisis encontrar otro modo de estar en el mundo? Esta pregunta hallaría una parcial y vacilante respuesta durante el tiempo que el análisis prosiguió.
En estos tres casos pueden observarse intervenciones pensadas, calculadas: en el primer caso, decidir, ante el propio acto fallido, que la sesión ocurra en la puerta del consultorio, o que el análisis continúe por medios electrónicos, interpretar el sentido de las jugadas futbolísticas y construir los orígenes de la imagen terrorífica del padre e incestuosa de la madre; en el segundo, trabajar con determinados materiales (para dibujar y modelar) o interpretar que el capuchón permite la permanencia y que eso es lo que el paciente siente que necesita, y que al mismo tiempo lo preserva del tiburón-vagina-superyó dentado materno; en el tercero, interpretar para poder rememorar lo reprimido por el trauma de la guerra, y luego construir. Pero también puede apreciarse - de un modo diría que grosero, por eso fueron elegidos estos ejemplos - la dinámica de lo impensado: llaves que se olvidan, un paciente que abraza, toca el cuerpo del analista, una pregunta dirigida a quien se anuncia sin pronunciar su nombre. Y todo ésto, decíamos, bajo el fuego de la transferencia/contratransferencia.
Está claro para mí que, en estos casos, con la interpretación no alcanzaba: pero, por supuesto que sin ella, tampoco se podía. Pero no ocupó el lugar central, aunque no fuera en los tres casos el mismo. Su efectividad siempre tuvo que ver con su espontaneidad, con esa típica sorpresa del analista al encontrarse diciendo algo que no sabe cómo ha llegado a sus labios. Los bordes de estos tres episodios de la clínica aparecen tanto físicamente (la puerta de calle, el pasillo, el portero eléctrico) como en el psiquismo de los pacientes (la desubjetivización por terror, el vaciamiento por ausencia de superficie psíquica-corporal, la impostura fálico-narcisista de quien adolece por traumatismos desestructurantes).
Pienso que es necesario que tratemos de articular estos dos registros: tanto la dimensión formal como la poiética de la práctica analítica (a cada una de las cuales según el momento pertenecerán nuestras intervenciones); y no perder de vista que es en la dinámica de lo impensado (sobre y a través de lo pensado) donde podemos apreciar los efectos del análisis, dimensión a la cual debemos prestarnos para ser sacudidos por sus acontecimientos afectivo-representativo-deseantes, transferencia mediante.
El psicoanálisis como actividad práctico poiética, se produce en una zona de indeterminación: aquella de la comunicación de inconsciente a inconsciente. Pero con la condición de que uno de los dos inconscientes (aunque esto vaya más allá del inconsciente para afectar a toda la tópica psíquica) haya sido trabajado/afectado por un psicoanálisis, por la teoría, supervisiones, etc. Es aquí, en este exacto punto, que el psicoanálisis deviene una suerte de disciplina incorporada al cuerpo, y analista y paciente - sin ser contendientes sino compañeros de equipo - deben encontrar su propia dinámica, de conjunto.
Hoy, más que nunca, se hace necesario rescatar y profundizar en la dimensión creadora, dado lo que ya mencionamos: la cultura arrincona al psiquismo contra sus bordes, por encontrarse con fallidos espacios de apoyo y soporte para su constitución y devenir - debido a la alteración de estos espacios en lo real, por la crisis de sentido de nuestra civilización, que conlleva dimensiones potencialmente traumatizantes - . Así nos vemos enfrentados a una clínica donde los tiburones afilan sus dientes con el propio pánico que provocan, en la cual el desamparo-inermidad está a la vuelta de la esquina. Pero debemos saber que en dichos bordes habitan los elementos con los cuales se produce la constitución del sujeto: tiene allí la oportunidad, finalmente, de crear a partir de ese caos, de ese abismo, de ese sin fondo del ser (habitado por pictogramas, representaciones de cosa y de palabra, afectos, deseos, fantasmas, todos ellos tomados y recreados por la imaginación radical) herramientas para construirse un mundo posible.
Yago Franco
yago.franco [at] topia.com.ar
Notas
1. El título está inspirado en el libro de Dante Panzeri "Dinámica de lo impensado", en el cual acuñó el término, en referencia al fútbol.
2. Es la capacidad de la psique de crear un flujo constante de representaciones, deseos y afectos. Es radical, en tanto es fuente de creación. Esta noción se diferencia de toda idea de la imaginación como señuelo, engaño, etc., para acentuar la poiesis, la creación. El psicoanálisis tiene como uno de sus fines su liberación (lúcida y reflexiva) del control impuesto en la socialización: esto le hace decir a Castoriadis (introductor a su vez del concepto de imaginación radical) que se trata de una actividad práctico poiética.
3. Franco, Y.: Clínica psicoanalítica en la crisis: resignación y esperanza. Topía en la Clínica Nro 3, Buenos Aires, Marzo 2000.